William Butler Yeats
Irlanda, 1865 |
RECUERDO DE JUVENTUD
Los momentos pasaban como en el teatro;
tenía la sabiduría que el amor hace nacer;
tenía mi cuota de sentido común,
y a pesar de todo cuanto podría afirmar,
y aunque tenía por eso el elogio de ella,
una nube venida desde el norte despiadado
ocultó de repente la luna del Amor.
Creyendo cada palabra que decía,
yo alabé su espíritu y su cuerpo
hasta que el orgullo hizo brillar sus ojos
y sonrojó sus mejillas el placer
y volvió ligeros sus pasos la vanidad;
nosotros, sin embargo, a pesar de esos elogios,
en lo alto veíamos tan sólo oscuridad.
Nos sentamos silenciosos como piedras,
sabíamos, aunque ella no hubiera dicho una palabra,
que aún el mejor amor debe morir,
y se habría destruido en forma cruel
de no ser porque el Amor,
ante el grito de un grotesco pajarillo,
arrancó de las nubes su luna maravillosa.
Traducción de Gerardo Gambolini

Sin control de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x81 cm.
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David Herbert Lawrence
Reino Unido, 1885 |
CANCIÓN ÚLTIMA
Era el costado de mi esposa
¡Lo toqué con mi mano, lo agarré con mi mano,
erigiéndose, del nuevo despertar desde la tumba!
Era el costado de mi esposa
con la que me casé años atrás
a cuyo lado me he recostado durante cerca de mil noches
y durante todo ese tiempo, ella era yo, ella era yo;
La toqué, fui yo quien tocó y fue tocado.
Miguel Hernández
España, 1910 |
CANCIÓN ÚLTIMA
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.

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