SUMARIO
Editorial
Gabriel Celaya
Educar
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Vladimir Maiakovski
La nube en pantalones (1)
La nube en pantalones (2)
La nube en pantalones (3)
La nube en pantalones (4)
La nube en pantalones (5)
La nube en pantalones (6)
Adelanto de la "Antología Poética" de Miguel Oscar Menassa
Sobre el amor
Aforismos
Estudia psicoanálisis. Temporada 2018-2019

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Y por fin cae la noche.
Festeja como Mamai,
posando su trasero sobre la ciudad.
Esta noche, tan negra como Azef,
no habrá ojos que la atraviesen.

Encogido en el fondo de las tabernas,
me erizo. Riego con vino mi alma y el mantel
y veo:
en un rincón -mis ojos redondos como platos-
los ojos de la Virgen se me meten en el corazón.
¡Qué sentido tiene ofrecer
su resplandor pintado a esta turba tabernaria!
¿No ves que otra vez en lugar de al ultrajado
en el Gólgota prefieren a Barrabás?
Quizá yo, a propósito,
entre el amasijo humano,
no muestro un rostro más nuevo.
Aunque yo,
quizá,
sea el más hermoso de todos sus hijos.

Dale a ellos
enmohecidos en su alegría
la muerte rápida del tiempo.
Para que haya niños los jóvenes deben
crecer, hacerse padres,
las jóvenes, embarazarse.

Y a los recién nacidos déjenles
crecer las escrutadoras canas de los magos,
y vendrán
y bautizarán a los niños
con nombres tomados de mis versos.

Yo, que he cantado la máquina y a Inglaterra,
acaso, simplemente,
en el más común de los Evangelios,
soy el decimotercer apóstol.
Y mientras mi voz obscenamente ulula
hora tras hora, días enteros,
Jesús Cristo, quizás,
aspira el olor del nomeolvides de mi alma.

IV

¡María! ¡María! ¡María!
Déjame entrar, María,
¡no puedo vivir en las calles!
¿No quieres?
¿Esperas
que mis mejillas se hundan, que degustado por todos, soso, venga
y masculle sin dientes que hoy
«seré asombrosamente honesto»?

María, ¿ves?
ya comienzo a encorvarme.

Por la calle
las gentes agujerean la grasa en sus buches de cuatro
pisos,
asoman por allí unos ojos
raídos por el trajín de cuarenta años
y chismorrean socarrones
porque entre mis dientes sostengo
-¡otra vez!-
el panecillo seco de una caricia de ayer.

La lluvia cubrió de llanto las aceras.
Como un pillo atrapado entre los charcos,
mojado, el cadáver olvidado de un adoquín lame la calle
y en las cejas grises,
¡sí!
en las cejas de los carámbanos
hay lágrimas,
¡sí!
y en los ojos entornados de las cañerías de desagüe.

La jeta de la lluvia ha chupado a todos los transeúntes. En los carruajes un atleta sigue a otro atleta gordo. Revientan las gentes de tanto comer
y a través de sus grietas gotea el sebo un río turbio que
fluye de los carruajes junto con un panecillo cubierto de
saliva y la masa masticada de viejas croquetas.

¡María!
¿Cómo hacer entrar en sus oídos grasientos una sencilla
palabra? El pájaro
pide limosnas con sus trinos; canta,
hambriento y sonoro,
pero yo soy un hombre, María,
un hombre simple,
que la tísica noche escupió en la sucia mano de la calle.

María, ¿quieres a alguien así? ¡Déjame entrar, María!

¡Mis dedos crispados aprietan la garganta de hierro del
timbre en tu puerta!

¡María!

Se enfurece el pastizal de las calles.
En el cuello tengo rasguños de una turba de dedos.
¡Abre!
¡Me duele!

¿No ves que tengo clavados en los ojos alfileres de
sombreros de mujer?

¡Has abierto!

No temas, criatura,
si ves en mi cuello,
como una bestia sudorosa, la montaña húmeda de
mujeres: es que yo arrastro por la vida millones de amores
puros, enormes, y un millón de millones de sucios
amorcitos. No temas si otra vez desgraciado e infiel vuelvo
a sobar las caritas preciosas “de las miles que aman a
Maiakovski”, ésas que ya son una dinastía de reinas
entronizadas en mi alma de loco.

¡Ven, María, acércate!

Desnuda y sin pudor,
o quizá mínimamente temblorosa,
y dame el jamás marchito encanto de tus labios.
Mi corazón y yo nunca hemos llegado a mayo,
y en toda mi vida
hay un sólo centésimo abril.

(sigue...)

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA