SUMARIO
Editorial
Gabriel Celaya
Educar
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Vladimir Maiakovski
La nube en pantalones (1)
La nube en pantalones (2)
La nube en pantalones (3)
La nube en pantalones (4)
La nube en pantalones (5)
La nube en pantalones (6)
Adelanto de la "Antología Poética" de Miguel Oscar Menassa
Sobre el amor
Aforismos
Estudia psicoanálisis. Temporada 2018-2019

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VLADIMIR MAIAKOVSKI

Rusia, 1893

“LA NUBE EN PANTALONES”

I

¿Tal vez creen que la malaria me hace delirar?

Esto ocurrió,
ocurrió en Odessa.
«Vendré a las cuatro», dijo María.

Dieron las ocho.
Las nueve.
Las diez.

Y la noche
escapó de la ventana
al horror nocturno,
sombrío,
decembrino.

A mi decrépita espalda carcajean y relinchan
los candelabros.

Nadie podría reconocerme ahora:
esta mole musculosa
gime,
se retuerce.
¿Qué querrá esta mole?
Pues esta mole es mucho lo que quiere.

Porque para uno mismo no importa
ser de bronce
o tener un corazón de hierro frío.
Pero por la noche uno quiere
esconder su tañido
en algo blando,
femenino.

Y aquí me tienen
enorme,
doblado en la ventana
fundiendo con mi frente el hielo del cristal.
¿Habrá amor o no habrá amor?
¿Cómo sera?
¿Grande o pequeño?
¿Pero cómo un cuerpo así tendría uno grande?
Deberá ser pequeño,
un amorcito dócil.
Que saltará, asustado, al claxon de los autos
y amará las campanillas de los tranvías tirados por caballos.

Metiendo todavía más
mi rostro
en el rostro picado de la lluvia
espero
salpicado por la estruendosa pleamar citadina.

 

La medianoche, apuntándome con un cuchillo,
me alcanzó,
me apuñaló.
(Te lo tienes merecido)
Y cayeron las doce
como la cabeza de un condenado cae del cadalso.

En los cristales gotitas grises
se fundían en una
mueca inmensa
como si aullaran las quimeras
del Notre-Dame de París.

¡Maldita!
¿No te basta con esto?
Pronto los gritos lastimarán mi boca.

Y oigo esto:
silenciosamente,
como baja un enfermo de su cama,
salta un nervio.
Primero
camina un poco
y luego
comienza a correr
nervioso,
con paso firme.
Y ahora éste y otros dos más
se lanzan a un zapateo desesperado.
Se desprende el enlucido en el piso de abajo.

Nervios
grandes y
pequeños,
muchos ahora,
galopan enloquecidos
hasta que
a ellos mismos les fallan las piernas.

La noche se extiende como limo en mi cuarto
y en ese limo se hunden mis ojos ya pesados.

De pronto la puerta comienza a rechinar
como si al hotel
le castañetearan los dientes.

Entraste tú,
rotunda con un «ahí tienen»,
torturando la gamuza de tus guantes
dijiste:
«¿Sabe usted?
Me caso.»

¿Qué tiene? Cásese.
No importa.
Resistiré.
¿No ve usted lo tranquilo que estoy?
Como el pulso
de un difunto.

¿Recuerda?
Usted decía:
«Jack London,
dinero,
amor, pasión»,
pero yo sólo veía esto:
¡usted es una Gioconda
que alguien debe robar!

(sigue...)

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA