SUMARIO
Editorial
Miguel Oscar Menassa
Socorro no puedo detener mis palabras
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Dámaso Alonso
3ª Palinodia: Detrás de lo gris
A un río le llamaban Carlos
Destrucción inminente
Cómo era
Descubrimiento de la maravilla
Federico García Lorca
La guitarra
Tierra seca
¡Tengo miedo a perder la maravilla!
Memento
Casida del herido por el agua
Poema doble del lago Edén
Emilio Prados
Hay voces libres
Llegada
Luis Cernuda
Amando en el tiempo
Como leve sonido
Díptico español
Miguel Oscar Menassa
Quiero ser un pájaro entre los pájaros
La libertad
Socios de honor
Frescores
El cubismo y su impronta en las letras (I)
Poesía y Flamenco
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DÁMASO ALONSO

España, 1898

DESTRUCCIÓN INMINENTE

A una rama de avellano

¿Te quebraré, varita de avellano,
te quebraré quizás? ¡Oh tierna vida,
ciega pasión en verde hervor nacida,
tú, frágil ser que oprimo con mi mano!

Un chispazo fugaz, sólo un liviano
crujir en dulce pulpa estremecida,
y aprenderás, oh rama desvalida,
cuánto pudo la muerte en un verano.

Mas, no; te dejaré... juega en el viento,
hasta que pierdas, al otoño agudo,
tu verde frenesí, hoja tras hoja.

Dame otoño también, Señor, que siento
no sé qué hondo crujir, qué espanto mudo.
Detén, oh Dios, tu llamarada roja.

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CÓMO ERA

“¿Cómo era, Dios mío, cómo era?”
Juan Ramón Jiménez

La puerta franca.
Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras Ella me llena el alma toda.

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1 cuadro semanal

 

DESCUBRIMIENTO DE LA MARAVILLA

I

Algo se alzaba tierno, jugoso, frente a mí.
Yo era (yo, conciencia). Pero aquello se alzaba
enfrente. Y era todo lo que no era yo: cosas.
Las cosas emanaban unos hilos sutiles:
luz, luz variada, luz, con unas variaciones
inexplicables, daba tiernísimos indicios
de variedad externa a mí. Ah, sorprendente:
yo, Dámaso, era único: lo no-Dámaso, vario.

Pero yo, ¿cómo era? Una unicidad lúcida
se derramaba en mí. Cuando digo se derramaba,
acaso admito... Claro está: un movimiento,
un cambio temporal. Yo vivía, variaba
a cada instante: y siendo sólo un único Dámaso,
-misterio- había infinitos Dámasos en hilera:
tantos como latidos dio un corazón.

Las cosas
emanaban sutiles hilos, dardos o tallos
(yo no sé): se juntaban hacia mí, se fundían
en mí (mejor: conmigo). Nunca tapiz más bello
se tejió para bodas de lo vario y lo uno.

Tapiz, hilos: o dardos que acribillaban. Roto
mi alcázar (que sería de negrura, imagino),
muros se hundían: llamas. ¿Qué llamarada es ésta
multicolor?... O tallos, que crecían tenaces,
y en espacio-maraña de lianas, bejucos,
cuajaban selva virgen.

Qué gozos, qué portentos:
yo ardía inextinguible, no en fuego, en luz. Yo, torre,
atalaya exquisita, torre de luz, yo, faro,
vitrina de diamantes; yo, porche de una siesta
tropical.

¡Dulce espejo, retina, mi inventora!
Algo exterior te azuza: saetas, hilos, tallos.
Atraes, de amor antena, centro de amor fluido.
Y al Dámaso más poco, más larva en hondo luto
problemático, cambias en Dámaso-vidriera,
torre de luz, fanal, creándose, creándote,
luz, ¿en qué nervio íntimo?, inventor de los Dámasos,
inventor de universos, que grita: “Luz, yo vivo.
Un infinito cabe en la luz de un segundo:
no me habléis ya de muerte.”

II

He mirado mis ojos.
He mirado mis ojos en un espejo: eran
oscuros y pequeños. Alguna vez lloraban:
por eso no eran ojos de cangrejo o de oruga;
ojos humanos: dos agujeritos negros
y tristes. Mas la luz, que entre ellos crean, sorbida,
los inunda, marea irreprimible, inmensa,
inmensándolos, ojos de un ser total, sin límite.

Y esto que entra en mis ojos, recreándose en ellos,
se une en un marco único. Los dos agujeritos
(no de oruga o de tigre, aunque tristes y fieros)
que en el espejo vi, son ya una gran vidriera
de mi tamaño de hombre.

Mis pies, mi vientre o manos
los miro casi externos a mí, no-yo (tal, cosas).
Pero del pecho arriba me sube una dulzura:
es como si mi cuerpo se me rasgara todo,
acristalado; como si mi cabeza, cáscara
ya de luz, ya vitrina, toda se abriera al mundo,
absorbiendo, bebiéndolo. Bebiendo luz, las cosas,
las cosas con la luz, y yo con ellas, Dámaso
amalgamado en luz, absorbiendo, bebiendo
el mundo en luz y yo con él. ¡Óvalo ardiente
de mi vista, atalaya, fanal-Dámaso al mundo!

“Somos lo que leeemos,
si lo que leemos
dice algo de nosotros”

(Miguel Oscar Menassa)

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NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA