SUMARIO
Editorial
Miguel Oscar Menassa
Socorro no puedo detener mis palabras
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Dámaso Alonso
3ª Palinodia: Detrás de lo gris
A un río le llamaban Carlos
Destrucción inminente
Cómo era
Descubrimiento de la maravilla
Federico García Lorca
La guitarra
Tierra seca
¡Tengo miedo a perder la maravilla!
Memento
Casida del herido por el agua
Poema doble del lago Edén
Emilio Prados
Hay voces libres
Llegada
Luis Cernuda
Amando en el tiempo
Como leve sonido
Díptico español
Miguel Oscar Menassa
Quiero ser un pájaro entre los pájaros
La libertad
Socios de honor
Frescores
El cubismo y su impronta en las letras (I)
Poesía y Flamenco
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DÁMASO ALONSO

España, 1898

3ª PALINODIA: DETRÁS DE LO GRIS

Ah, yo quiero vivir
dentro del orden general
de tu mundo.
Necesito vivir entre los hombres.
Veo un árbol: sus brazos ya en angustia
o ya en delicia lánguida,
proclaman su verdad:
su alma de árbol se expresa,
irreductiblemente única.
Pero el hombre que pasa junto a mí,
el hombre moderno
con sus radios, con sus quinielas, con sus películas sonoras,
con sus automóviles de suntuosa hojalata,
o con sus tristes vitaminas,
mudo tras su etiqueta que dice “comunismo” o “democracia”
dice,
con apagados ojos y un alma de ceniza
¿qué es?, ¿quién es?

¿Es una mancha gris, un monstruo gris?

Monstruo gris, gris profundo,
profundamente oculta sus amores, sus odios,
gris en su casa,
gris en su juego,
en su trabajo, gris,
hombre gris, de gris alma.
Yo quiero, necesito,
mirarle allá a la hondura de los ojos, conocerle,
arrancarle su careta de cemento,
buscarle por detrás de sus tristes rutinas.
Por debajo de sus fórmulas de lorito real (¡Pase usted! ¡Tanto
gusto!),
aventarle sus tumbas de ceniza,
huracanarle su cloroformo diario.

Un día llegará en que lo gris se rompa,
y tus bandos resuenen arcangélicos,
oh gran Dios.

Dime, Dios mío, que tu amor refulge
detrás de la ceniza.
Dame ojos que penetren tras lo gris
la verdad de las almas,
la hermosa desnudez de tu imagen:
el hombre.


Mujer de perfil de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 41x33 cm.

A UN RÍO LE LLAMABAN CARLOS

(Charles River, Cambridge, Massachusetts)

Yo me senté en la orilla;
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;
convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y
viven;
y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te
llaman Carlos).

Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte
por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.
Dímelo, río,
y dime, di, por qué te llaman Carlos.

Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras
(género, especie)
y qué eran, qué significaban “fluir”, “fluido”, “fluente”;
qué instante era tu instante;
cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto;
yo quería indagar el último recinto de tu vida:
tu unicidad, esa alma de agua única,
por la que te conocen por Carlos.

Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye
entre edificios nobles, a Minerva sagrados,
y entre hangares que anuncios y consignas coronan.
Y el río fluye y fluye, indiferente.
A veces, suburbana, verde, una sonrisilla
de hierba se distiende, pegada a la ribera.
Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del invierno,
para pensar por qué los ríos
siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.
Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.

Y tú fluías, fluías, sin cesar, indiferente,
y no escuchabas a tu amante extático,
que te miraba preguntándote,
como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le
fluye un alma por los ojos,
y si en su sima el mundo será todo luz blanca,
o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa.
Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra
de los quince años,
entre fiebres oscuras y los días -qué verano- tan lentos.
Yo quería que me revelaras el secreto de la vida
y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.

Yo no sé por qué me he puesto tan triste, contemplando
el fluir de este río.
Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.
El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora.
Pero sé que la tristeza es gris y fluye.
Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.

Todo lo que fluye es lágrimas.
Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la
tristeza.
Como yo no sé quién te llora, río Carlos,
como yo no sé por qué eres una tristeza
ni por qué te llaman Carlos.

Era bien de mañana cuando yo me he sentado a contemplar
el misterio fluyente de este río,
y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote.
Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;
preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:
¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?
Dime, dime qué eres, qué buscas,
río, y por qué te llaman Carlos.

Y ahora me fluye dentro una tristeza,
un río de tristeza gris,
con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises.
Tengo frío en el alma y en los pies.
Y el sol se pone.
Ha debido pasar mucho tiempo.
Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras.
Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo
lentísimo.
Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río
indiferente.
Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo
desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas
de esta tristeza, de este
río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA