SUMARIO
Editorial
Miguel O. Menassa
Para que algo nazca, algo tiene que dejar de vivir
Pedro Salinas
Salvación por el cuerpo

El dolor

No canta el mirlo en la rama

Dame tu libertad

Cuando cierras los ojos

“Underwood Girls”

Don de la materia

Para Saulo Torón

Reló pintado

Frescores
Cesare Pavese
Leer
Libros
"La histeria y los sueños "
Socios de Honor
Talleres y seminarios
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NOTAS DE DIRECCIÓN

Un ser humano, con un cuerpo solo, es poco para comprender el mundo. Para comprender la crueldad de estos tiempos que nos toca vivir.

En algunos lugares, la muerte reina, mercenaria de regímenes despóticos, de sutiles regímenes disfrazados de cordero (casi de dios, según el sitio), de gobiernos con efectos opiáceos sobre el alma, de sumisos estados, siervos del oro y su estética.

En otros lugares, supuestamente civilizados, la ignorancia es utilizada y fomentada por sus regímenes, estados, gobiernos, para que otro tipo de muerte (menos llamativa, casi nada orgánica, pero más letal en el tiempo, en la historia, nuestra historia, la del ser humano) prenda la mecha del instrumento preferido de los poderosos para saciar su avaricia: la guerra.

En febrero de 1848 se publicó en Londres, por primera vez, el "Manifiesto del Partido Comunista" de Marx y Engels. Comenzaba diciendo: "...Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo."

Hoy, octubre de 2011, un fantasma de índole diferente y, seguramente, más inquietante, recorre nuestra espina dorsal: una suerte de totalitarismo ideológico que, independientemente de tintes, colores, o modalizaciones, va arraigando en nuestra sociedad.

Y, llegados a este punto, es indiferente que se disfrace de religión, política o economía (tres de las excusas más utilizadas).

En casi todos los lugares, la muerte reina sobre las palabras. Por eso, en este momento, nuestro momento de vivir, hemos decidido que nuestros cuerpos ocupen un lugar secundario, para dejar paso a estrategias más poderosas, más eficaces, en esta lucha por la vida: la poesía, la escritura.

Así que hemos buscado entre los valientes que han escrito las instrucciones para luchar contra la muerte, (porque no necesitamos conocer, pero queremos saber) y hemos seleccionado éstas:

Primero, para la Editorial, un poema de Miguel Oscar Menassa que nos manda a crecer, en el más amplio sentido del verbo, esto es, a luchar de manera adecuada y eficaz por nuestra existencia, nuestro amor, nuestras palabras, es decir, nuestra libertad.

Después, a Pedro Salinas, poeta español de la Generación del 27, en el 120 aniversario de su nacimiento y el 60 de su muerte. La costumbre (para no decir la mordaza al pensamiento) nos ha hecho creer que este poeta sólo hablaba de amor, y con su amada. En esta revista hay un Salinas que, algunos, creyeron haber silenciado.

Un consejo: si después de leer este número de Las 2001 noches, usted ha decidido seguir no dándose cuenta de nada, como hasta ahora, mejor consulte a un psicoanalista.

Carmen Salamanca

 

PEDRO SALINAS

España, 1891

SALVACIÓN POR EL CUERPO

¿No lo oyes? Sobre el mundo,
eternamente errante
de vendaval, a brisas o suspiro,
bajo el mundo,
tan poderosamente subterránea
que parece temblor, calor de tierra,
sin cesar, en su angustia desolada,
vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.
Todo quiere ser cuerpo.
Mariposa, montaña,
ensayos son alternativos
de forma corporal, a un mismo anhelo:
cumplirse en la materia,
evadidas por fin del desolado
sino de almas errantes.
Los espacios vacíos, el gran aire,
esperan siempre, por dejar de serlo,
bultos que los ocupen. Horizontes
vigilan avizores, en los mares,
barcos que desalojen,
con su gran tonelaje y con su música,
alguna parte del vacío inmenso
que el aire es fatalmente;
y las aves
tienen el aire lleno de memorias.
¡Afán, afán de cuerpo!

Querer vivir es anhelar la carne,
donde se vive y por la que se muere.
Se busca oscuramente sin saberlo
un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.

Nuestro primer hallazgo es el nacer.
Si se nace
con los ojos cerrados, y los puños
rabiosamente voluntarios, es
porque siempre se nace de quererlo.
El cuerpo ya está aquí; pero se ignora,
como al olor de rosa se le olvida
la rosa. Le llevamos
al lado nuestro, se le mira,
en los espejos, en las sombras.
Solamente costumbre. Un día,
la infatigable sed de ser corpóreo
en nosotros irrumpe,
lo mismo que la luz, necesitada
de posarse en materia para verse,
por el revés de sí, verse en su sombra.
Y como el cuerpo más cercano,
de todos los del mundo es este nuestro,
nos unimos con él, crédulos, fáciles,
ilusionados de que bastara
a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo
es el cuerpo primero en que vivimos,
y eso se llama juventud a veces.

Sí, es el primero y eran dieciséis
los años de la historia.
Agua fría en la piel,
zumo de mundo inédito en la boca,
locas carreras para nada, y luego,
el cansancio feliz. Tibios presagios,
sin rumbo el rostro corren,
disfrazados de ardores sin motivo.
Nos sospechamos nuestros labios, ya.
La primera soledad se siente en ellos.
¡Y qué asombrado es el reconocerse
en estas tentativas de presencia,
nosotros en nosotros, vagabundos
por el cuerpo soltero!
Alegremente fáciles,
se vive así en materia
que nada necesita, sino es ella,
igual que la inicial estrella de la noche,
tan suficientemente solitaria.
Así viven los seres
tiernamente llamados animales:
la gacela
está en bodas recientes con su cuerpo.

Pero luego supimos,
lo supimos tú y yo en el mismo día,
que un cuerpo que se busca
cuando se tiene ya y se está cansado
de su repetición y de su pulso,
solo se encuentra en otro.
¿Con qué buscar los cuerpos?
Con los ojos se buscan, penetrantes,
en la alta madrugada, ese paisaje
del invierno del día, tan nevado,
en el lecho se busca,
donde estoy solo, donde tú estarás.
La blancura vacía
se puebla de recuerdos no tenidos,
la recorren presagios sonrosados
de aquel rosado bulto que tú eras,
y brota, inmaterial masa de sueño,
tu inventada figura hasta que llegues.
Allí, en la oscura noche
cuando el silencio lo permite todo,
y parece la vida,
el oído en vela escucha
vaga respiración, suspiro en eco,
sospechas del estar un cuerpo al lado.
Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé-
sólo está en su pareja.
Ya se encontró: con lentas claridades,
muy despacio.
¡Cómo desembocamos en el nuevo,
cuerpo con cuerpo igual que agua con agua,
corriendo juntos entre orillas
que se llaman los días más felices!
¡Cómo nos encontramos en el nuestro
allí en el otro, por querer huirlo!
Estaba allí esperándose, esperándonos:
un cuerpo es el destino de otro cuerpo.

Y ahora se le conoce, ya, clarísimo.
Después de tantas peregrinaciones,
por temblores, por nubes y por números,
estaba su verdad definitiva.
Traspasamos los límites antiguos.
La vida salta, al fin, sobre su carne,
por un gran soplo corporal henchidas
las nuevas velas:
atrás se cierra un mar y busca otro.
Encarnación final, y jubiloso
nacer, por fin, en dos, en la unidad
radiante de la vida, dos. Derrota
del solitario aquel nacer primero.
Arribo a nuestra carne transcorpórea,
al cuerpo, ya, del alma.
Y se quedan aquí tras el hallazgo
-milagroso final de besos lentos-,
rendidos nuestros bultos y estrechados,
sólo ya como prendas, como señas,
de que a dos seres les sirvió esta carne
-por eso está tan trémula de dicha-
para encontrar, al cabo, al otro lado,
su cuerpo, el del amor, último y cierto.
Ése
que inútilmente esperarán las tumbas.

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA