SUMARIO
Dámaso Alonso
Preparativos de viaje
Multiplicador de panes y de peces
Luz a ciegas
La injusticia
Yo
En la sombra
Dolor
A pizca
Soneto
Los coleópteros de las ruinas
Insomnio
De profundis
Hombre
Cesare Pavese
La isla
Aforismos
Arthur Schopenhauer
Recital de Norma Menassa
Socios de Honor
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DÁMASO
ALONSO

España, 1898


Cuando la mujer desea de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 100x100 cm.

MULTIPLICADOR
DE PANES Y DE PECES

Tú, multiplecador de panes y de peces,
y, antes, de átomos, células, cristales, nebulosas,
propagador eterno de esferas luminosas
y de este espacio azul en que, ardiendo, las meces.

Tú, sembrador de vida, soplas vida en las heces,
y el barro es pensamiento, y al pensamiento aún osas
liberar, propagante, amante, no reposas,
oh, inventor: creación, multiplicando, acreces.

Tú, hacedor de hombres libres: mira que los afanes
del hombre hoy multiplican los odios por la tierra.
Hay un clamor... ¿Lo escuchas? (¿Son blasfemias?
¿Son preces?)

Tú, que multiplicaste los peces y los panes,
sálvanos: ay, destruye la iniquidad, la guerra;
multiplícanos paz, pan, justicia, amor, peces.

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LUZ A CIEGAS

Me pregunto otra vez:
¿Qué es la luz sin un ojo que la mire?

Sí, nosotros decimos:
“Enciéndeme la luz; apágala”,
“A la luz de la luna”,
“Qué luz la de estos días soleados de otoño”.

Todo, sensación, ilusión.
Tú interpretas la luz, que era negrura, ojo,
lo mismo que las ondas de la radio
son silencio y distancia,
hasta que el receptor las detiene y transforma.

Ay, ondas de la luz, ciega negrura.

 

 

GRUPO CERO
Buenos Aires

Talleres de poesía

Lucía Serrano (Tigre)
Tel.: 4749 6127

 

PREPARATIVOS DE VIAJE

Unos
se van quedando estupefactos,
mirando sin avidez, estúpidamente, más allá, cada vez
más allá,
hacia la otra ladera.

Otros
voltean la cabeza a un lado y otro lado,
sí, la pobre cabeza, aún no vencida,
casi
con gesto de dominio,
como si no quisieran perder la última página de un libro
de aventuras,
casi con gesto de desprecio,
cual si quisieran
volver con despectiva indiferencia las espaldas
a una cosa apenas si entrevista,
mas que no va con ellos.

Hay algunos
que agitan con angustia los brazos por fuera del embozo,
cual si en torno a sus sienes espantaran tozudos
moscardones azules,
o cual si bracearan en un agua densa, poblada de invisibles
medusas.

Otros maldicen a Dios,
escupen al Dios que les hizo,
y las cuerdas heridas de sus chillidos acres
atraviesan como una pesadilla las salas insomnes del
hospital,
hacen oscilar como un viento sutil
las alas de las tocas
y cortan el torpe vaho del cloroformo.

Algunos llaman con débil voz
a sus madres,
las pobres madres, las dulces madres
entre cuyas costillas hace ya muchos años que se pudren
las tablas del ataúd.

Y es muy frecuente
que el moribundo hable de viajes largos,
de viajes por transparentes mares azules, por archipiélagos
remotos,
y que se quiera arrojar del lecho
porque va a partir el tren, porque ya zarpa el barco.
(Y entonces se les hiela el alma
a aquellos que rodean al enfermo. Porque comprenden).

Y hay algunos, felices,
que pasan de un sueño rosado, de un sueño dulce, tibio
y dulce,
al sueño largo y frío.

Ay, era ese engañoso sueño,
cuando la madre, el hijo, la hermana
han salido con enorme emoción, sonriendo, temblando,
llorando,
han salido de puntillas,
para decir: “¡Duerme tranquilo, parece que duerme muy bien!”
Pero, no: no era eso.

... Oh, sí; las madres lo saben muy bien: cada niño se duerme
de una manera distinta...

Pero todos, todos se quedan
con los ojos abiertos.
Ojos abiertos, desmesurados en el espanto último,
ojos en guiño, como una soturna broma, como una mueca
ante un panorama grotesco,
ojos casi derramados, que miran por fisura, por un trocito
de arco, por el segmento inferior de las pupilas.

No hay mirada más triste.
Sí, no hay mirada más profunda ni más triste.

Ah, muertos, muertos, ¿qué habéis visto
en la esquinada cruel, en el terrible momento del tránsito?
Ah, ¿qué habéis visto en ese instante del encontronazo
con el camión gris de la muerte?
No sé si cielos lejanísimos de desvaídas estrellas, de lentos
cometas solitarios hacia la torpe nebulosa inicial,
no sé si un infinito de nieves, donde hay un rastro de sangre,
una huella de sangre inacabable,
ni si el frenético color de una inmensa orquesta convulsa
cuando se descuajan los orbes,
ni si acaso la gran violeta que esparció por el mundo la
tristeza como un largo perfume de enero,
ay, no sé si habéis visto los ojos profundos, la faz
impenetrable.

Ah, Dios mío, Dios mío, ¿qué han visto un instante esos ojos
que se quedaron abiertos?

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA