SUMARIO
Editorial
León Felipe
La prueba
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Oliverio Girondo
Lo que esperamos
Para llorar
Rata - Sirena - Fáustica
Los amantes
Piedad Bonnet
Contabilidad
Regreso
León Felipe
Estamos en el llanto
¿Quién es el obispo?
Me voy porque la tierra, el pan y la luz ya no son míos
Mario Benedetti
Táctica y estrategia
Rostro de vos
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
A los cuarenta y cinco
Hay cosas de la infancia que no vuelven
Aforismos
Agenda Grupo Cero

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León Felipe

España, 1884

¿QUIÉN ES EL OBISPO?

Los políticos hacen los programas, los obispos las pastorales y los poetas los poemas. Pero el poeta habla el primero y grita antes que ninguno la congoja del hombre. El político, después, ha de buscar la manera de remediar esta congoja, cuando esta congoja no está en la mano de los dioses. Si está en la mano de los dioses, interviene el obispo con su procesión de mascarones y da al problema una solución falsa y medrosa.
El poeta es el que habla primero y dice: esto está torcido.
Y lo denuncia. O esto es un misterio, y pregunta: ¿por qué? Pero cualquiera puede denunciar y preguntar. Sí. Pero la denuncia y la pregunta hay que hacerlas con un extraño tono de voz, y con un temblor en la garganta, que salgan de la vida para buscar la vida. Y esto es lo que diferencia al poeta del arzobispo.
El poeta conoce la Ley y quiere sostenerla viva. El obispo conoce la retórica y el rito anacrónico de la Ley: la Ley muerta. Los políticos no conocen más que las leyes. Y las leyes están hechas sólo para que no muera la Ley.
Cuando no hay poetas en un pueblo, el juez y los magistrados se reúnen en las tabernas, y firman sus sentencias en los lechos de las prostitutas.
Cuando no hay poetas en un pueblo (es decir, Ley viva), los obispos (es decir, la Ley muerta) celebran los concilios en los sótanos de sus palacios para bendecir la trilita de los aviones.
El obispo o el arzobispo, en este poema, es el jerarca simbólico de todas las podridas dignidades eclesiásticas religiosas; el que hace las encíclicas, las pastorales, los sermones, las pláticas, lleva al templo la política y los negocios de la plaza y afianza bien las ametralladoras en los huecos de los campanarios para dispararlas contra el hombre religioso, contra el poeta que dice:

¿Dónde está Dios? Rescatémosle de las tinieblas.

Porque...

Dios que lo sabe todo
es un ingenuo
y ahora está secuestrado
por unos arzobispos bandoleros
que le hacen decir desde la radio:
“¡Hallo! ¡Hallo! Estoy aquí con ellos.”
Mas no quiere decir que está a su lado
sino que está allí prisionero.
Dice dónde está, nada más,
para que los poetas lo sepamos
y para que los poetas lo salvemos.

 

ME VOY PORQUE LA TIERRA Y EL PAN
Y LA LUZ YA NO SON MÍOS

Volveré mañana en el corcel del Viento.
Volveré. Y cuando vuelva, vosotros os estaréis yendo:
Vosotros, los alcabaleros de la muerte, los centuriones
en acecho
bajo la gran ojiva de la puerta, los constructores de ataúdes
que al medir el cuerpo
amarillo de los que se van, con la cinta de metro y medio
de los alfayates, decís siempre: ¡cómo crecen los muertos!
¡Oh, sí! Los muertos crecen. El último traje que se hicieron,
al amortajarlos ya les viene pequeño.
Crecen. Y apenas los entierran, rompen los tablones de pino
y los catafalcos de acero;
crecen después en la tumba, fuera de la caja, abren la tierra
como las semillas del centeno
y ya, bajo el sol y la lluvia, en el aire, sueltos,
y sin raíces, siguen y siguen creciendo.

Yo me voy a crecer con los muertos.

Volveré mañana en el corcel del Viento.
Volveré ¡y volveré crecido! Entonces vosotros
que os estaréis yendo
no me conoceréis. Mas cuando nos crucemos
en el puente, yo os diré con la mano:
¡Adiós, alcabaleros,
centuriones,
sepultureros!...
A crecer, a crecer,
a la tierra otra vez...
al agua,
al sol,
al Viento... Al Viento...
¡Otra vez al Viento!


Pieles deslizándose de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 80x80 cm.

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