SUMARIO
Editorial
Jorge Luis Borges
El amenazado
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Germán Pardo García
Insistencia de lluvia
Victoria
Elegía del tacto
Altos nocturnos
Meena Keshwar Kaman
Nunca volveré
Eugenio Montale
Mediterráneo
Miguel de Unamuno
En horas de insomnio
Rodolfo Alonso
Pobre país
Friedrich Hölderlin
Diótima
Aimed Cesaire
Se anuncian balazos
Gioconda Belli
Castillos de arena
Lord Byron
La amistad es el amor desprovisto de sus alas
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
Soy un hombre moderno
Aforismos
Agenda Grupo Cero

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Meena Keshwar Kaman

Afganistan, 1956

NUNCA VOLVERÉ

Soy la mujer afgana que se despertó
Me levanté y me convertí en tormenta
Barriendo las cenizas de mis niños quemados
Me levanté de los arroyos de sangre de mi hermano
La ira de mi pueblo me dio fuerza
Mis pueblos arruinados e incendiados me llenaron de odio
Soy la mujer que se despertó,
Encontré mi camino y nunca volveré
Abrí puertas cerradas por la ignorancia
Le dije adiós a mis brazaletes de oro
Paisana, ya no soy la que fui
Soy la mujer que se despertó
Encontré mi camino y nunca volveré.
He visto niños sin hogar, vagando descalzos
He visto prometidas con las manos tatuadas de henna
en traje de luto
He visto los muros gigantes de las cárceles tragarse
la libertad en sus estómagos de ogros
Pero resucité
en los gestos épicos de resistencia y valentía
Aprendí el canto de la libertad en los últimos suspiros,
en las olas de sangre y victoria
Oh, paisano, oh hermano, no me consideres más
como débil e inepta
Estoy con toda fuerza contigo,
En el camino a la liberación de mi país.
Mi voz se mezcló con otras miles de mujeres
que amanecieron
Mis puños se abrazan con los puños de miles
de compatriotas
Contigo, tomé el camino a mi país
Para romper todo este sufrimiento y hierros,
Oh, paisano, oh hermano, ya no soy quien era
Soy la mujer que se despertó
Encontré mi camino
y nunca volveré.


Un día la balsa de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 60x60 cm.

Eugenio Montale

Italia, 1896

MEDITERRÁNEO

Mar antiguo, me embriago con la voz
que surge de tus bocas cuando se abren
como verdes campanas
y se echan hacia atrás y se disuelven.
La casa de aquellos veranos tan lejanos
estaba junto a ti -lo sabes-
allá en la tierra donde el sol abrasa
y nublan el aire los mosquitos.
Hoy como entonces me paralizo en tu presencia,
mar, pero ya no me creo
digno de la solemne advertencia
de tu respiración. Me dijiste ante todo
que el pequeño latido de mi corazón
era sólo un momento en el tuyo;
que llevaba en el fondo tu temeraria ley:
ser amplio y diferente, pero también constante
para vaciarme de toda suciedad
como haces tú cuando arrojas a las playas
entre estrellas de mar, junto a corchos y algas,
los inútiles escombros de tu abismo.

Hubiera querido sentirme esencial y duro
como los guijarros que devuelves
comidos por la sal;
esquirla fuera del tiempo, testimonio
de una fría voluntad constante.
Pero fui otro: hombre alerta que vigila,
en sí mismo y en los otros, el ardor
de la vida instantánea -hombre lento
para la acción, que nadie logra destruir.
Quise buscar el mal
que carcome al mundo, la pequeña desviación
de una palanca por la que se detiene
el mecanismo universal; y vi todos
los sucesos menudos
dispuestos a desunirse por una sacudida.
Siguiendo la huella de un sendero, sentí
en mi corazón el desafío de lo opuesto;
quizá necesitaba el bisturí que amputa,
la mente que determina y se decide.
Otros libros necesitaba
para mí, no tu página estruendosa.
Pero de nada puedo lamentarme: tú desatas aún
los nudos internos con tu canto.
Tu delirio se eleva ahora hacia los astros.

Si pudiera contener
en este pobre ritmo mío
un poco al menos de tu desatino;
si me fuese dado conciliar
tus voces y mi habla balbuceante:
yo que soñaba arrebatarte
las salobres palabras
donde naturaleza y arte se confunden,
para proclamar mejor esta melancolía
de niño envejecido que no debía pensar.
Y en su lugar, sólo tengo las letras gastadas
de los diccionarios; y la oscura voz
que el amor dicta se enronquece,
se vuelve lamentosa literatura.
No tengo más que estas palabras
que se ofrecen, como mujeres públicas,
a quien las solicita;
no tengo más que estas cansadas frases
que mañana también podrán robarme
los estudiantes astutos en versos verdaderos.
Y tu estruendo crece, y se extiende,
azul, la nueva sombra.
Mis pensamientos me abandonan totalmente.
Sentidos ya no tengo, ni sentido. Ni límite siquiera.

w w w . l a s 2 0 0 1 n o c h e s . c o m