SUMARIO
Editorial
Dámaso Alonso
Sobre la libertad humana
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Carilda Oliver Labra
Elegía por Mercedes
Tres sonetos por una despedida
La ceiba me dijo tú
De paso por el sueño
Vicente Aleixandre
El escarabajo
Soy el destino
Dylan Thomas
Al principio
Aforismos
Miguel Oscar Menassa
Adelanto del libro "Antología poética"
Límite uno: el amor
Límite otro: la locura
La pasión: la poesía
Frescores
Norma Menassa
El vanguardismo (I)
Socios de honor
Agenda Grupo Cero
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CARILDA OLIVER LABRA

Cuba, 1922

ELEGÍA POR MERCEDES

Se llamaba Mercedes. Y era buena.
Dicen que todo el mundo la quería.
Con su sonrisa ajena
una estatua de niebla parecía.

Se llamaba Mercedes. Y no existe
sin su sol un capullo de alegría.
Señor: ¡claro que es triste
este tanto quererla todavía...!

Pero nunca sabré dejarla sola:
aquí bajo la luz sigo con ella,
me saluda la piel en cada ola
y se asoma a mirarme en toda estrella.

Hasta el llanto que baja a mis mejillas
es casi necesario.
Tú sabes: he crecido en sus rodillas,
y también me enseñó el abecedario.

Lo que duele quizás en esta aurora,
lo que sangra mi voz, lo que me aterra,
es esto de sentir que a cada hora
se está volviendo un poco más de tierra.

La recuerdo dormida en su sillón
el último verano;
todavía tenía corazón,
a veces suspiraba con la mano.

Su mirada venía desde el mar,
y no sé, a cada rato,
miraba como mira el azahar:
con un poco de miedo y de recato.

Se llamaba Mercedes. Y era pura
como el blanco cansado de su pelo.
Andará con su dulzura,
saliéndose del cielo...

Aquí está su reloj, está su armario,
su vestido de lana para el frío;
aquí sobra un dedal, sobra un rosario.
El tercer cuarto está vacío.

 

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TRES SONETOS
POR UNA DESPEDIDA

I

Para saberme una muchacha buena
te regalé el cuadrado de fragancia
que te cuida este sueño: consonancia
de una estrella fantástica y ajena.

Quise portarme así, como de arena,
y un jazmín colegial, casi en la infancia,
publicando su faz por la distancia
fue a visitarte la mirada plena.

Después la noche y su silencio parco.
A solas con mi frente y bajo el arco
de crepúsculos dóciles que habito,

se lo digo yo a Dios: aunque me alejo,
en el jazmín arrodillé un reflejo
y en el pañuelo obedecí mi grito.

II

Yo soy lo mismo que el dolor: me tocas
con el índice cósmico del canto
y se me asoma un vértigo de llanto
que desordena espumas en las rocas.

Yo soy lo mismo que el dolor: me evocas
la tristeza rural de viernes santo;
y en la estatura agreste que levanto
te sorprende un fulgor de muertes locas.

Estoy sobre un zodíaco suicida
con mi espalda de alondra despedida
preparando las alas para el viaje.

¡Perdóname el color de aurora triste,
el retazo de mar que no tuviste
y el ancla peregrina que te traje...!

III

Y me llegó tu voz de alto verano:
“Mujer, tu piel de sábado bautiza
con júbilos astrales la ceniza.
En tus ojos se acuesta el sol temprano.

Rompería mi nombre cotidiano,
aquí, junto a la sombra en que se irisa
la claridad silvestre de tu risa,
por saberme vecino de tu mano...”

Mas yo, frente a la voz que ya se pierde,
-quizás por ser más tonta o ser más verde-
desabroché llorando los violines

y me detuve el corazón mendigo:
¡Estás sin tarde para oír el trigo!
¡Estoy sin cielo para ver jardines!

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NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA