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EVGUENI EVTUCHENKO

Rusia, 1933

LA CÓLERA

Me dicen,
moviendo la cabeza:
"Tienes que cambiar...
Eres muy colérico..."
Yo he sido bondadoso.
Pero no mucho tiempo.
La vida me hizo añicos.
Me golpeó en la boca.
Viví
como un estúpido cachorro.
Me pegaban,
y yo ponía la otra mejilla.
La cola de la bondad,
para hacerme más colérico,
de un solo golpe
alguien me la cortó.

Les voy a hablar ahora de la cólera,
de esa cólera con la que se va de visita
y se sostienen conversaciones ceremoniosas,
mientras, con unas pinzas, al té se le echa azúcar.
Cuando me invita usted a tomar té,
yo no me aburro:
le estudio.
Me bebo humildemente hasta el té del platillo,
y, ocultando las garras,
le estrecho la mano...

Les hablaré también de otra cólera...
Cuando, al comienzo de una reunión, me susurran:
"Déjelo...
Es usted muy joven,
lo mejor es que escriba.
No tenga prisa por buscar pelea",
¡yo no cedo en absoluto!
Sentir cólera ante la mentira es ser bueno.
Les prevengo
que mi cólera no cederá.
Sepan
que hay en mí cólera para mucho tiempo.
Ya no tengo la timidez de antes.
Y, además,
¡es tan interesante vivir
cuando se es colérico!

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¡CIUDADANOS, ESCUCHADME!

Voy a bordo del barco “Mayakovsky”,
y abedules de Essenin, pensamientos
polizones en mi alma se amontonan.
No sé si oigo o no, de confusión
llena y de dolor, la invocación:
“¡Ciudadanos, escuchadme!”

Se inclina la cubierta y se lamenta
con un ritmo de viejo acordeón,
y en una nueva súplica en el puente,
intenta hacerse oír, difícilmente,
un comienzo doliente de canción:
“¡Ciudadanos, escuchadme!”

Sentado en un tonel está un soldado.
Le cuelga sobre la guitarra el pelo,
mientras rasguea, curvo y distraído.
Y, enardecido él y su instrumento,
se le escapa la voz con sentimiento:
“¡Ciudadanos, escuchadme!”

No le quieren oír los ciudadanos.
Ellos quieren beber, comer, bailar,
y que se vaya al cuerno lo demás.
Pero también dormir es importante.
¿Y por qué ese repite sin cesar:
“!Ciudadanos, escuchadme!”?

Uno echa sal a un tomate, con ansia;
otro está dando unas cartas mugrientas;
éste en el suelo taconea con saña;
abre del todo aquél su acordeón;
mas, cuántas veces a cualquiera de ellos
el grito o el susurro le brotó:
“¡Ciudadanos, escuchadme!”

Y cuántas veces cuántos no lo oyeron.
Hinchando el pecho de aire y retorciéndose,
decir lo que sentían no pudieron.
No se puede afirmar que sea aposta,
pero los ciudadanos no lo escuchan:
“¡Ciudadanos, escuchadme!”

Soldado encaramado en un tonel:
yo soy igual que tú, mas sin guitarra.
Ríos y montes, mares dejo atrás,
voy vagabundo y, tendiendo mis manos,
ronca la voz, repito sin cesar:
“¡Ciudadanos, escuchadme!”

Da miedo si no quieren escuchar.
Pero si escuchan, da miedo también.
¿Y si al fin la canción no valiera la pena?
¿Y si apenas tuviera en ella sentido
otra cosa que ese doliente y sangrante
“¡Ciudadanos, escuchadme!”?

 

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D 2569 de Miguel Oscar Menassa

ENTRE LA CIUDAD SÍ
Y LA CIUDAD NO

Soy un rápido tren
que hace años va y viene
entre la ciudad Sí
y la ciudad No.
Mis nervios están tensos
como cables
entre la ciudad No
y la ciudad Sí.

Todo está muerto y asustado en la ciudad No.
Es como un despacho empapelado con tristeza.
Fruncen el ceño en él todas las cosas.
Hay recelo en los ojos de todos sus retratos.
Cada mañana enceran con bilis su parquet.
Son sus sofás de falsedad, sus paredes de desgracias.
Jamás en él un buen consejo te darán,
ni un ramo de flores, ni un simple saludo.

Las máquinas de escribir teclean, con copía, la respuesta:
“No-no-no... no-no-no... no-no-no...”
Y cuando al fin se apagan todas sus luces
los fantasmas inician su lúgubre ballet.
Jamás, ni aunque revientes, billete lograrás
para escapar de la negra ciudad No.

La vida, en cambio, en la ciudad Sí, es un canto de mirlo.

Carece de paredes la ciudad, es como un nido.
Las estrellas te piden acogerse en tus brazos.
Y, sin avergonzarse, los labios solicitan tus labios
con un quedo susurro: “Todo son tonterías...”
La reseda incitante solicita ser cortada,
y ofrecen los rebaños la leche en sus mugidos,
y en nadie hay un asomo de recelo,
y adonde quieras ir, te llevarán al instante trenes,
[barcos, aviones,
y, con rumor de años, va el agua murmurando:
“Sí-sí-sí... sí-sí-sí... sí-sí-sí...”
Sólo que, a veces, en verdad, es aburrido
que todo se me dé apenas sin esfuerzo
en esta ciudad Sí multicolor y deslumbrante.

¡Mejor ir y venir hasta el fin de mi vida
entre la ciudad Sí
y la ciudad No!
¡Mejor tener los nervios tensos como cables
entre la ciudad No
y la ciudad Sí!

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TERNURA

¿Dónde y cuándo se puso de moda decir:
"Indiferencia para los vivos,
interés por los muertos"?
La gente va apagándose,
bebe.
Uno tras otro van desapareciendo,
y ante la historia se pronuncian
discursos de ternura sobre ellos
en el cementerio...
¿Qué es lo que a Mayakovsky le quitó la vida?
¿Qué es lo que puso en su mano la pistola?
A él,
con su voz
y su terrible aspecto,
le habría hecho falta en vida
un poco de ternura.
La gente viva es molesta.
Con la ternura se condecora el mérito de haber muerto.


D 2567 de Miguel Oscar Menassa

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA