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Evgueni Evtuchenko
Conversación con un escritor americano
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Aproximaciones a
"El amor existe y la libertad"
Por Antonio Gutiérrez Rodríguez
Enrique Molina
De la erosión de las nubes o discurso sobre los desplazamientos de la realidad
César Vallejo
Los heraldos negros
Evgueni Evtuchenko
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¡Ánimo, muchachos!
La cólera
¡Ciudadanos, escuchadme!
Entre la ciudad sí y la ciudad no
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Jorge Luis Borges
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La suma
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ENRIQUE MOLINA

Argentina, 1910

DE LA EROSIÓN DE LAS NUBES
O DISCURSO SOBRE
LOS DESPLAZAMIENTOS
DE LA REALIDAD

El vino oscuro de la tierra
Donde mojas los labios cuando pasan las horas
Tiene un sabor de cárcel transparente
-Su perla de ceniza se deshace en latidos-

Cada uno de nosotros vierte en él su veneno
Y la mujer que avanza desde el fondo del vaso
Mece en sus brazos blancos el sentimiento de la lejanía
A veces tan profundo
Como la música producida por un arco de infancia al rozar
como un violín la tumba de un pájaro
O la tormenta enterrada viva en el bosque
Atravesada por temas salvajes
Con un canto de pinos cuyas raíces en forma de hélices los
conducen más allá de los límites de la memoria
Hasta el fondo inacabable erizado por la sagrada esfera de
estiércol de un insecto
Un país de cimerios
De ritos en torno a una brasa lunar donde ponen a hervir el
agua de las lágrimas
Poblado por criaturas sin rostro
Desplegando un reguero de hormigas a modo de sonrisa
¡Oh escucha ese galope!
La andrajosa diligencia se pierde por el camino pantanoso
Y cuando una vez más
El demente cochero te saluda
Los destellos de su alto sombrero enceguecen las mariposas
de otrora como la llama en que deben morir
Su espalda se transforma en un armario con negros frascos
de golosinas sombrías
O una almohada cubierta de pequeños trocitos de alcanfor
A cuya sola vista ciertas enfermedades transparentes
retrocedían espantadas sobre el terciopelo de antaño
Pero su látigo aún chasquea con el mismo fulgor
Y al beber otro trago
Torna la lenta fuga de las cosas
Torna el adiós de espumas del último peldaño en la escalera
del embarcadero

(Noche tras noche
En el silencio de mi habitación
Un puerto envuelto en una enorme gasa negra
Saca del agua su torno ornado con imágenes obscenas
Y la serpiente embriagadora de ese vertiginoso color
azul-deliro de la tinta de tatuar
Exaltando el deseo de la desolación y la tentación de lo
desconocido
En los ángulos las cariátides de sal encienden los sueños
destinados a la venganza
Sus miradas son una vasta sala donde suben y bajan las
mareas alimentando la llama de los candelabros
E inclinándose sobre mi lecho en la sombra con un jadeo
sofocante
Balancean sus cabellos de oro incorruptible a las canciones
sedentarias
Y desaparecen con el amanecer a través de los muros
Dejando sólo una plancha de paisaje gris podrido por la
nostalgia marina)

Ahora bien,
Los más bellos amores
Tienen sus alas sin paz en la lujuria de lo pasajero
Sobre esos terrenos vagos donde hay siempre una niña acosada
por los lobos
La heroína incomparable bajo la telaraña del tiempo perdido
Bella y cruel
Su retrato tiene el color de la corriente estival
Con su lerda voz ocre de barcaza
Esa gran flor de nombres melancólicos
Esa rampa sin fin

Pero las cartas escritas en cada hoja amarilla
Y el viejo cartero sin rostro cuya valija se abre como las venas
Hasta perder la vida
A cada caricia
A cada sollozo
A cada cabellera que despliega su abanico de plumas en el aire
de un sueño
A cada esfinge que teje un destino mortal con un hilo infinito
¿Qué mensaje indecible depositan en medio de esta seda de
adiós
Sobre la panoplia de los seres
A través de los intersticios en la juntura de los años?...

Bebe de un largo trago ese vino imantado
Hecho con el brebaje de los lugares ardientes
Los diferentes grados de latitud
El sonido marino de un cuerpo enamorado flotando en la
corriente
Las sábanas plegadas como un guante aferrado a un perfume
Las promesas abandonadas en ciertas habitaciones donde brota
la lluvia
Y el nombre de los meses siempre empañando el cristal del deseo con el aliento de lo irrecobrable

Un hombre cuenta el oro de sus lágrimas
Oro de carcelero
Oro decapitado
Ligeramente oculto en la madurez casi terrible de las flores

 


Cuarto embarazo de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 100x50 cm.

CESAR VALLEJO

Perú, 1892

LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... ¡Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

 

 

Libros de
Miguel Oscar Menassa

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125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA