SUMARIO
Miguel Oscar Menassa
Poema Cero
Dame tu pan
Alejo de mí
Todo ruído me recuerda el pasado
¿Dónde estará el amor?
Recuerdo la última vez
Rechacemos la guerra
Sueño y el amo...
Verdad hiriente
¿Sabías que volvía?
Vicente Huidobro
Ecuatorial (I)
Ecuatorial (II)
Raúl González Tuñón
La luna con gatillo
Poema en la muerte de una librería de lance y un librero
Donde todo termina
Muerte del héroe
Rafael Alberti
El cuerpo deshabitado
Socios de Honor
La Bella de Día y Jesús
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RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN

Argentina, 1905

LA LUNA CON GATILLO

Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.

Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañíl,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.

No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

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Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con una piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

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POEMA EN LA MUERTE DE
UNA LIBRERÍA DE LANCE
Y UN LIBRERO

(“La Incógnita” - Sarmiento al 1400)

Él se borró primero. “La Incógnita” increíble
se deshizo tras él. Su desplomada magia
desparramó un olor de olores diferentes,
a humedades recónditas de patio clausurado,
a azotea que oteaba la luna de otros techos,
las vecinas ventanas grises del Instituto
Otorrinolaringológico;
el letrero llovido del viejo cine; plantas
que solamente crecen en los balcones tristes.
Un olor a subsuelo de sastre pobre.
A casa que habitaron largamente
la soledad y la madera.
Un olor a almacén de ultramarinos.
A bodegón que invaden los ratones y el tedio.
A ese polvo que cubre en los desvanes
las cosas olvidadas, y el otoño.
Y era como una selva de papel pensativo,
con horizonte de cartón pintado.

O era como un buque de carga silenciosa
preso en los arrecifes de ladrillo
(Los libros como viajes, como apilados sueños.
Tanto fervor reunido...)

Pasión amontonada, máscaras del desvelo,
campana de la niebla, laberinto,
intrincado país de rara atmósfera,
espesa, grave, lenta,
y el librero salido de un relato de Dickens,
y desde el fondo un tufo
de frías viandas y de ásperos vinos.
O era como restos que trajo una marea
subterránea, insistente, madre de las vigilias.
O una trastienda honda, un agujero
gigante, en el que alguien, por siglos, fue dejando
rollos cifrados de antiguas pianolas,
amarillos infolios, gárgolas desvaídas,
excitantes quimeras, desusados grimorios,
contrabando de lámparas prohibidas.

O como catedral de los ritos bibliómanos,
del librero de viejo que convoca
zaquizamíes y chamarileros,
puestos descoloridos de muelles y recobas,
mercados de las pulgas, compraventas
cabeceras del rastro...
Y era una puerta estrecha y un corredor sombrío
y un mostrador sin nadie, al socaire del muro
de papel; escaleras de libros hasta el techo
y en un ángulo, el dueño impasible, mirando,
con párpados pesados de recuerdos, poblándose
de voces, gestos, rostros de gentes que vinieron,
y se llevaron libros, todos, todos los libros,
el gorrión, los tranvías, el verano.
Pero aquella montaña de papel no cedía;
como en la pesadilla del delirio, aumentaba.
Y lo veo acordándose de gentes que pasaron,
se marchaban, volvían, y un día no volvieron.
Novión, Emilio Becher, Luis Góngora, Taborda;
Pacheco, Isaac Morales, Enrique, de la Púa...
-Cuando yo regresé, con las sienes plateadas,
Don Constantino preguntó quién era.

Y éste es el epitafio
para una librería de lance derramada,
para la tumba de un librero de viejo,
usado, releído, consumido, empolvado,
que se quedó una tarde sin paloma dormido,
entre portadas, entre ex-libris,
entre viñetas, entre colofones,
diminutos cadáveres de grillos,
flores y mariposas secas entre las páginas,
tanto amor distraído, tanta vigilia anclada...

Y cuando despertó ya estaba muerto.

 

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA