LA HABITACIÓN DEL TIEMPO
¿Aún recuerdas la blanda esterilla
donde fluían su aceite solitario
la lluvia, la penumbra y el estío...?
Sí, su caracola ya marchita
aún sube a las planicies de la tarde
aún desemboca en yertas azoteas,
en un olor de setas entreabiertas,
rodeada de canciones y pisadas.
Peldaños que la niebla ha recorrido.
Barandillas esbeltas donde el viento
entretejía melodiosos hilos.
Escalones que el rojo sol mordía y que temblaron
debajo de tu pie, como una viva
gradería de herrumbre y de recuerdos
fosforeciendo en torno a tu figura.
Yo he visto en sus peldaños el otoño
subir, casi desierto, con un ramo
de ácidas hierbas, alto y perseguido
de oxidadas palomas.
Tú estabas apoyada en la baranda,
callada, en la desierta lejanía;
y el otoño pasaba en tus cabellos
como una hiedra de aterida música
como una suave vena derramada
en la tarde de pálida estatura.
¡Oh, nunca olvidaré sus largas ondas
-vaho de aéreas algas perfumadas,
claustro de húmedas flores y silencio-
al pie del humo, en las cornisas grises,
y tu sufriente rostro entre columnas,
entre su líquido, en su jugo eterno!
Dime: ¿no deseas, sin sollozos,
ascender como antaño hacia ese cielo,
hacia esa habitación llena de blondas,
ya parecida al musgo más secreto;
y flotar otra vez, como una estela,
entre violados labios y corolas
a flor de extraños ríos, solitaria,
rozando los juncales y los sauces...?
Para alcanzarla era preciso un paso
bordeado de lloviznas silenciosas.
Una canción que sólo tú cantabas
en el cuenco del aire.
Era preciso atravesar gentíos
como malezas de pesado aliento,
corredores de piedra, patios muertos
y avenidas de húmedo semblante
peinándose en las brumas,
con sombrías diademas de hojas secas.
El Tiempo estaba muerto en esos muros.
Un mismo día de cintura ardiente
moraba en esa luz que respiramos
-inmóvil, como un ídolo de espuma-.
Estaba allí, sentado, con un moho
dulcísimo en las manos,
espeso de calor y madreselvas,
con la lluvia en el puño y con su siesta
de voluptuoso clima en las rodillas.
Su voz errante aún suena contra el viento:
sirenas melancólicas y flautas
al nivel de la tarde -siempre antigua-
con su carne indolente y su mortaja.
¿En qué piensas ahora...? ¿Qué rezuma
tu corazón tatuado por el tiempo...?
¿Qué alegres circunstancias rememoras
cubierta de amarillo desencanto...?
¿No quisieras cantar junto a los muelles
sintiendo un vago miedo, con el viento
de la niebla en las sienes...?
¿No quisieras abrir una ventana
con cortinas celestes, sobre un río...?
¿O regar un jardín, atardeciendo,
con el frescor del agua y su murmullo
en el follaje oscuro y las estatuas...?
¡Oh, recuerdos vigilias, estaciones,
qué cruel, qué dulcemente se condensan
en torno a nuestros huesos!
¡Qué dolientes estuarios nos conducen
bajo la piel a un mar inmemorable...!
Esperabas de mí la primavera.
Decías: “Eres tú quien puede verme
con mis pequeños pechos y mi risa
llegar a tu costado en el tañido
de la sombra nocturna.
He visto verdes lluvias como bosques.
He visto al tiempo, con sus viejas alas,
volar alrededor de calmos muertos,
helando sus imágenes de greda.
Aquí estoy con el sueño y el deseo.
Gastada de palabra y desnuda;
prisionera en mi carne, en su declive;
viendo temblar mis manos en lo extremo
de mi ser, como espesas mariposas”.
Casa en la noche, Habitación ya llena
de neblinas errantes.
Sé que de nuevo un día, como el polen
perdido de una flor a la pradera,
he de volver a esa reunión inmóvil
de espejos y desiertas golondrinas.
Habitación de íntima ternura.
Débil tejido de campánulas.
Espacio nuestro, nicho ensimismado,
albergue de clavel, meses vividos:
su frenesí de ensueño, dispersado...
Allí la incierta puerta de la brisa
por sus tibios fantasmas guarnecida.
El vaso, la botella y la guitarra,
la taza y la brillante cucharilla.
Los vestidos de entonces y las cintas
de tus lentos sombreros apagados.
¡Habitación, habitación que hoy
ruedas
sobre la noche, con la quilla abierta;
con tu frente de yeso y tus abejas,
y herida en el costado...!
¡Oh, ámbito de dicha y resonancia!
Cáliz de lumbre ida que abandona
sus raíces al eco de la tierra.
Una losa de sueño te somete
trizando tus cristales, tus caireles.
Los muebles, como flores deshojados,
caen como nieve rota en el invierno.
¿Adónde están los dueños
que te amaron
en su joven pasión, atravesando
la miserable historia de las gentes...?
A través de las fechas que te llevan
a la espalda, en su hielo amortajada,
sosteniendo una jarra de violetas,
una pared de cierzo, tu escalera
recorrida de esencias y de pájaros,
aún luces en derruidas lejanías.
Se oyen volver tus piedras, tus metales,
se escucha nuestra sangre compartir con las cosas
un instante del mundo,
un adorable y vano minuto de la tierra.
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