SUMARIO
Miguel Oscar Menassa
El verdadero viaje
Enrique Molina
Variaciones
El musgo en los hogares
Mientras corren los grandes días
Cálida rueda
Un hálito doliente
La habitación del tiempo
A simple vista
También nosotros
La vida prenatal
Aforismos
Antonio Porchia
Socios de Honor
Agenda
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ENRIQUE MOLINA

Argentina, 1910

VARIACIONES

I
¿Qué conduce la lluvia?
Rostros desvanecidos, personas sin raíces o de algodón
muy triste
que penetran al reino de lo acuoso,
transparente y sin forma.

II
¿Por qué canta la lluvia?
Por su ardiente deseo de palpar cuerpos,
por su vieja amistad con los pájaros,
por haber sido siempre huérfana y vagar tanto por el mundo
aprendiendo idiomas, susurros, quejidos, gritos salvajes
y sofocados suspiros de mujer en la sombra,
y el clac-clac de un caballo cruzando un charco
-caballo humeante, agua pegajosa-
y rezos de gente de sequía para que vuelva el agua,
y el incesante sermón del escollo, las campanas
que festejan novios o doblan por un sueño.

III
No sólo canta por mojar techos y plantas,
o escurrirse en las rocas,
o descender con un helado hilillo hasta el talón,
por la pierna de una chica, en un callejón sórdido,
al salir del trabajo
-burlonas astucias o caricias errantes-
sino también por bailar sobre las tumbas
en los cementerios del campo, tan pobres
que sus almas mendigan entre los pajonales.

IV
Canta para resucitar en el cielo,
-resucitada vagabunda de ojos transparentes-
poco a poco regresa
a saborear con antigua pasión el gusto de la tierra,
de nuevo golpea en la puerta de los vivos,
espía a los amantes cantando en la ventana,
los arrulla, para enseñarles
ondulaciones lentas o furiosas,
otra vez se aleja, sonríe con tristeza,
cada vez más débil su pulso hasta extinguirse,
perdiéndose en el silencio del mundo.

V
A veces no canta, sólo musita en lengua gitana,
ora en altares de hierba, lee misales
de hojas negras, de caminos negros, de agua negra,
solloza de cuerpo presente, una letanía muy vieja
llena de vaguedad, ahogada,
lee historias de ángeles y santas de prostíbulo,
novias violadas, adulterios, relatos de crímenes,
novelas compradas en el mercado, con avaros,
con caserones donde se citan fantasmas,
con bujías que iluminan el vaivén del ahorcado,
con locas lujuriosas que se retuercen,
todos esos dramas, eso es lo que lee,
cuando su humor es melancólico y escucha
música de Bach, que le habla de su raza,
hasta que queda en éxtasis, muda.

VI
Canta para errar por las calles donde se asoma
a lujosas vidrieras con prendas de mujer,
golpeada por los autos, pisoteada,
mezclada con humo, con juramentos, con promesas
de amantes, para acariciar
las cabelleras, para perfumarlas, para llegar
hasta los últimos baldíos,
y la mujer andrajosa maldice entre basuras
cuando siente sus uñas en el techo de chapa
y bebe un vino sombrío en su presencia,
pero ella no teme, no se asombra,
impasible como el olvido,
nadie le ata las muñecas, ni la seduce.

 


Un brillo especial de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 73x54 cm.

VII
Canta para encerrarse en su mansión,
no hay muebles allí, no se refleja en espejos,
camina solitaria en la casa sonámbula
y todas las casas del mundo tienen el mismo sino
de desaparecer, de tornarse en arenas
en medio de los años que las deshilan,
y la mujer que en ellas cantó como la lluvia,
y besaba en las inmensas noches, amó y durmió,
es ahora quizás la misma lluvia, la misma ausencia
de la lluvia vagando en su casa de adioses.

VIII
Y sobre todo canta porque despierta la soledad humana,
la memoria de otra existencia,
preguntas sin respuestas, pasiones desiertas,
y el eco de la sangre en círculos cada vez más vastos
en el mundo infinito.

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EL MUSGO EN LOS HOGARES

Hay un aire letárgico en las casas
como el que hay en los nichos bajo los pies de las estatuas,
o en el raso de un cofre lleno de ajadas flores y cabellos.
El aliento ennegrece los objetos;
las paredes donde el viento del Oeste golpea con sus
calientes cuerdas:
los lechos, las cortinas de plegada cintura...
Es que tal vez, bajo los pisos, hay alguien de insondable
cabeza que nuestros pies despiertan, resonando,
mientras el día gira penetrando a morir en las más tristes
luces.

Henos aquí. La mesa ha sonado su blanco mantel y nos
reúne.
Aún galopa el estío jadeando ante las celosías,
con sus pasos envueltos en hirviente humedad.
Aquí están mis manos. Nuestros diálogos;
el ritual alimento sobre la piel del mediodía;
las cosas dirigidas a su tranquilo perecer,
en tanto suenan los cuchillos cada vez más opacos,
hasta que se confundan con un golpe de tierra sobre la
eternidad.

A veces, el océano pasa rozando las habitaciones
como un mendigo de terrible voz,
y hasta mis uñas quieren huir.

Pero aún estamos juntos entre las copas y los muebles
donde la sangre gotea,
reunidos en la ternura cuando las hojas vacilan,
aquí, como lobos retraídos,
o gentes que ya conocen su sabor.

Pero cuando los techos se sacuden, tocados de súbito
por mortuorios cielos,
y los platos se desmenuzan al compás de esos fúnebres sones
que nadie quiere oír,
nos miramos todavía sonriendo y nos contamos en
silencio...
Somos todos aún: nadie ha partido a ser el que se nombra
sollozando,
ya todo de vapor, con un traje vacío
donde se secan lágrimas, claveles...

 

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Miguel Oscar Menassa
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