SUMARIO
Editorial
Mario Benedetti
Tiempo sin tiempo
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Nâzim Hikmet
Acerca del vivir
Carilda Oliver Labra
Canto a Matanzas
Graciela Genta
Mujer americana
Octavio Paz
Entre la piedra y la flor (I y II)
Entre la piedra y la flor (III y IV)
Germán Pardo García
Cuando mis labios se cansen
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
La mujer y Yo (9)
Aforismos
Agenda Grupo Cero

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Carilda Oliver Labra

Cuba, 1922

CANTO A MATANZAS

Por el Pompón donde bebo,
por el Canímar que cruza
hacia el mar desde mi blusa;
por esta pena que muevo
lo juro, por Pueblo Nuevo
-que es de rodillas jurar-:
quisiera hacerte un cantar
con versos, con margaritas,
con jarcias y estalactitas
robadas a Bellamar.

Matanzas lenta: yo adoro
tus líquenes putrefactos,
tus rayoneros, tus pactos
con crepúsculos de oro;
y sigo aquí; no demoro
mi cariño en otros valles.
Desde la Playa a Versalles
te repito como un cuento
y soy un ciclón violento
de soledad por tus calles.

¿Y qué decir de mi herida
que por las hierbas se mete?
¿Qué decir de este juguete
en que ha parado mi vida?
¿Qué decir, tierra querida,
dónde acabaré este viaje
sin destino ni equipaje,
de aquel hombre, de aquel hombre
que dejó roto mi nombre
en medio de tu paisaje?

Te quiero porque eres triste,
triste como la tristeza;
te quiero por tu pobreza
de canario sin alpiste.
Te quiero porque trajiste
el verde justo en la sien;
pero te quiero también
por tu pan que tiene sueño,
por tu porvenir pequeño,
de fósforo y henequén.

Te quiero porque me asombro
de tu majestad humilde,
y te quiero por la tilde
del nombre con que te nombro;
por esto que bajo el hombro
me defiende y me combate,
por mi corazón, que late
rebeldemente inconforme
como un campanario enorme
sobre el tiempo, en Monserrate...

Pareces sola una palma.
Exhibes en cada esquina
tu acuarela repentina.
Cuando madrugas en calma
mi carne se vuelve alma.

Tus ciegos se sienten mal
pues no ven la Catedral
ni el valle verde y abierto
ni el Ten Cents: frívolo injerto
de muchachas y cristal.

Matanzas: bendigo aquí
tus malecones mojados,
los árboles desterrados
del Paseo de Martí
y el eco en el Yumurí.
Y van mis lágrimas, van
como perlas con imán
o como espejos cobardes
a vaciar todas las tardes
sus aguas en el San Juan.

Sé quieta, sé solitaria,
sé amiga de la marea;
sueña, sueña que pasea
Plácido con su Plegaria.
Sé buena, sé legendaria;
oye un violín al revés,
oye el silencio: tal vez
cuando suena así la brisa
está llorando por Isa
el alma de Milanés.

Aunque a tu parque mejor
-ese bello como un cuarzo-
lo llaman algo de marzo*
(que es llamarle lo peor),
la gente que tiene honor,
la gente azul de verdad,
la gente con claridad
le sigue llamando: Mella,
porque rima con estrella
con vergüenza y libertad.

Matanzas: siempre me curas
después que el amor me enferma.
Si tengo la dicha yerma
y las palomas oscuras
me das tus vendas seguras...
Si me sobra el corazón,
si mis labios besos son
y no le encuentro remedio
voy a la calle del Medio
y me compro una ilusión.

Tu pasado tiene un brillo
que no para de crecer.
¡Qué pena da recoger
en tu historia algo amarillo,
pero pienso en el Morrillo
aunque no quiero pensar!
¡Qué pena da recordar!
De lejos casi se acaba:
allí Guiteras jugaba
con un rifle y con el mar.

Matanzas -prisa en mis venas-:
beso tus patios con flores,
tus negros estibadores,
tus puentes y tus arenas,
Matanzas -droga en mis venas-:
beso tus mujeres malas,
beso el ruido de las palas
de tus obreros hermanos
y beso tus veteranos
para besarte las alas.

Fui a tu cine, fui a tu escuela,
fui a tu parque, adolescente,
y cayó amorosamente
tu tierra sobre mi abuela.
Te debo la luz que vuela,
una cita en el recuerdo,
milagros que nunca pierdo
y un dolor con una ele
que apenas sé si me duele
debajo del seno izquierdo.

Te debo, Matanzas, ratos
de bohemia y de locura;
te debo una noche pura
y unos niños sin zapatos
y te debo aquellos gatos
al fondo de mi alegría,
la Plaza de la Vigía,
muchos versos en la frente,
el tedio de ser decente
y este azul de la bahía.

Todo te debo, Matanzas;
la Biblioteca, el Estero,
tener alma y no dinero...
Te debo las esperanzas.

A mi pecho te abalanzas
con una pasión tan fuerte
que no basta con saberte
en mi sangre, detenida:
ya que te debo la vida
te quiero deber la muerte.

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*Parque llamado Campomarzo durante la dictadura.

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