Rafael Alberti
España, 1902 |
RETORNOS
DE UNA SOMBRA MALDITA
¿Será difícil, madre, volver a ti? Feroces
somos tus hijos. Sabes
que no te merecemos quizás, que hoy una sombra
maldita nos desune, nos separa
de tu agobiado corazón, cayendo
atroz, dura, mortal, sobre sus telas,
como un oscuro hachazo.
No, no tenemos manos, ¿verdad?, no las tenemos,
que no lo son, ay, ay, porque son garras,
zarpas siempre dispuestas
a romper esas fuentes que coagulan
para ti sola en llanto.
No son dientes tampoco, que son puntas,
fieras crestas limadas incapaces
de comprender tus labios y mejillas.
Han pasado desgracias,
Han sucedido, madre, verdaderas
noches sin ojos, albas que no abrían
sino para cerrarse en ciega muerte.
Cosas que no acontecen,
que alguien pensó más lejos,
más allá de las lívidas fronteras del espanto,
madre, han acontecido.
Y todavía por si acaso hubieras,
por si tal vez hubieras soñado en un momento
que en el olvido puede calmar el mar sus olas,
un incesante acoso,
un ceñido rodeo
te aprietan hasta hacerte subir vertida en sangre.
Júntanos, madre. Acerca
esa preciosa rama
tuya, tan escondida, que anhelamos
asir, estrechar todos, encendiéndonos
en ella como un único
fruto de sabor dulce, igual. Que en ese día,
desnudos de esa amarga corteza, liberados
de ese hueso de hiel que nos consume,
alegres, rebosemos
tu ya tranquilo corazón sin sombra.

Incandescente océano, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 30x40 cm.
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Campo nuestro, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 30x40 cm.
DEL POETA A UN PINTOR
Los dos, buenos pilotos del aire, subiríamos
sobre los aviones del sueño, al alto soto
de la gloria, y al mundo, celestes, bajaríamos
el mirto y el laurel, la palmera y el loto.
Descender ya -¡qué dulce!, ¡los héroes!- coronados
por los súbitos lampos, sobre el carro del trueno,
con estrellas los jóvenes pechos condecorados,
al mar de nuestra vida, ya esmerada y sereno.
Y recordar al toque final de la retreta
la clara faz del alba, su voz hecha corneta
de cristal largo y fino, en la antigua mañana
que zarpamos del mundo sobre la crin del viento
y entramos en los cielos del estremecimiento
bajo los gallardetes rosados de la diana.
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MARINERO EN TIERRA
58
¡Quién cabalgara el caballo
de espuma azul de la mar!
De un salto,
¡quién cabalgara la mar!
¡Viento, arráncame la ropa!
¡Tírala, viento, a la mar!
De un salto,
quiero cabalgar la mar.
¡Amárrame a tus cabellos,
crin de los vientos del mar!
De un salto,
quiero ganarme la mar. |