ESCRIBIR POR EL PLACER DE CONTAR 2018
Varios Autores
PVP: 8 € (54 págs.)
PRÓLOGO
(fragmento)
Por el placer de contar se escriben versos y, sumado uno tras otro, nos llueven en los labios cortinas de poemas. Por el placer de contar se inventan las historias, porque, al contar y contar, se comparte, se renace, y se vive doblemente la experiencia; toma formas nuevas y pasa a pertenecer a quien lo lea. Es, como un legado agradecido que donamos a la vida.
El día aquel, la noche de aquel año 2007 en que arrancó esta particular tertulia en el Café Gijón, aún la recuerdo. Estaban “ellos” y estaban sus hermanos, estaban sus Maestras y algún poeta menos cuerdo, de esos que hacen falta por la vida, que llevó serpentinas y narices de payaso. Los chicos y chicas de Argadini aún tenían los ojos manchados de colores por las vivencias pictóricas de varios cursos en el Thyssen y, ahora, iniciaban la experiencia literaria apuntando directo al centro de la diana: no valía cualquier lugar, sino que había de ser allí donde los grandes literatos, que son y que hayan sido, se reunieron y reúnen alrededor de una taza de café y unas historias bien contadas (o unos versos bien medidos). No podía ser sino el literario Gran Café de Gijón, más conocido como “El Gijón”, a secas.
Ángeles Fernangómez
Poeta y Relatista
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INTERRUPCIONES
CUENTOS BREVES... SEGÚN SE LEAN
Ruy Henríquez
PVP: 10 € (80 págs.)
AL FINAL DE LA ESCALERA
Me apresuré a salir el primero, pero un resbalón inoportuno hizo que me impidiera poner el pie en el escalón, para salir corriendo a toda velocidad escaleras arriba. Una multitud, tan apresurada como yo, se me echó encima y me obligó a forcejear hasta poder meterme en la fila, que con dificultad iba ascendiendo. Para el que tiene prisa es muy difícil comprender que todos los que viajan con él, tienen tanta o más prisa que él. Cualquier retraso o inconveniente, sume al viajero en el engaño de creerse el más urgido, el más necesitado por alcanzar el próximo tren o el próximo escalón. No siendo una excepción, me sentí injustamente tratado por mis compañeros de viaje y comencé a dar coces y empujones, hasta conseguir ponerme nuevamente el primero. Cuál no fue mi sorpresa, cuando al ascender completamente la escalera, al final del pasillo, pude ver al carnicero y su delantal manchado de sangre, con los afilados cuchillos esperándonos para proceder a descuartizarnos. Rápidamente quise dar marcha atrás. Explicarles a mis compañeros de viaje lo que nos esperaba. Pero aquellos a los que antes había pateado y estrujado, no querían saber nada de mis explicaciones y, entre maldiciones y escupitajos, me fueron empujando hacia delante, sin que sirvieran de nada mis apresuradas disculpas.
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