CARILDA OLIVER LABRA
Cuba, 1922 |
LO DIGO PORQUE LO SIENTO
Lo digo porque lo siento,
porque lo siento lo digo:
tengo a Dios como testigo
y al cielo por aposento.
Esto que ven echa flor,
esto que oyen es beso...
Lo juro aquí, lo confieso.
Se llama, se llama: amor.
Es una aguja perdida
en mitad del seno duro;
es un huracán, un muro,
una floresta encendida...
Es un vértigo que late
en una punta de estrella;
jardín que nos atropella
con su gracia y su combate.
Avanza como una herida,
como un látigo nos mueve.
Celeste pena... ¡Se atreve
a terminarnos la vida!
Va de prisa. No se nota.
Tiene de pan y de tuna.
Lo mandan desde la luna.
Cabe entero en una gota.
Se vuelve melancolía,
se vuelve tristeza apenas.
Se parece a las arenas
de alguna playa vacía.
Amor, lúcido regalo,
leve susto misterioso:
eres algo tan hermoso
que hasta pudieras ser malo...
Amor: sagrada visita,
sueño que volando pasa:
¡no me abandones la casa
que en ella tenemos cita!
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OCHO DE MARZO
Ocho de marzo. Nos fuimos
alegres a San Miguel.
El domingo hizo racimos
de olores desde un clavel.
Blusa azul casi morada
y falda color frescura.
Fuera la tarde dorada,
por adentro la locura.
El cielo -fiesta de arriba-
parecía tan cercano...
Volaba una nube viva
al alcance de mi mano.
Pasó un pájaro con luto,
un pájaro fatalmente.
Algo me cayó en la frente
desde su vuelo absoluto.
Llegamos cuando la tarde
era un lirio estremecido.
Llegamos. Todo era un nido.
Hasta era un nido la tarde.
Alguna ráfaga inquieta
trató de acabar el día
mientras tu amor me ponía
con cuidado la chaqueta.
Después el silencio, el suave
silencio de oscurecer.
Tú, melancólico y grave,
y yo como una mujer.
El viento desbarataba
mi pelo largo, insumiso,
mi pelo color de haba.
¡Ay, la caricia que quiso
salirte la tarde aquella
desde la mano con miel:
cuando se borró una estrella
en el cielo del hotel!

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