SUMARIO
Editorial
Robert Desnos
El cementerio
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Oliverio Girondo
Lo que esperamos
A pleno llanto
Confidencia prosaica
Pablo Neruda
Significa sombras
Sólo la muerte
El fantasma del buque de carga
Agua sexual
Colección nocturna
Carilda Oliver Labra
Última elegía
La cita
Jueves
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
El verdadero viaje
 
Flamenco, Tango y Poesía
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CARILDA OLIVER LABRA

Cuba, 1922

ÚLTIMA ELEGÍA

Yo podría decir que estoy en primavera
bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podría tapar la mirada bisiesta
que se me está cayendo afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de mariposa buena,
semejante a este cielo cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con que quiere una abuela,
o a la salud del alba, que es casi campesina...

Pero me estoy llorando el corazón que llevo,
frente al hombre que tiene un poco de mi frío.
Ya no puedo dormirme con párpados violentos:
él me espera despierto en la calle del vino.

Quizás debo acordarme de este color que tengo
y debo ser más tibia que un rincón del olvido.
Le diré blandamente con mi voz de febrero:
Enséñame una llama que se apague distinto.

Y estaremos las noches que le falten al tiempo
en el lugar humilde donde se acaba un trino:
él, con la frente inútil que le puso el invierno,
y yo, como un adiós sujeto en el vacío.

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LA CITA

I

Sin mi parco vestido de ceniza,
sin mis ojos de nunca, sin la rota
gravedad de violeta que me triza,
sin mi tedio romántico de gota;

con el hambre y la sed, con una lanza
de sostenido fuego diminuto,
con una blusa nueva, con un fruto,
con la misma paloma que ahora danza.

Ignorante de qué, cómo ni cuándo,
vine a la cita del amor cantando;
y relámpago fiel, astro viajero,

bajo la noche estática y brillante,
iluminando todo el paradero
como un destino apareció mi amante.


Amores del lago, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 80x80 cm.

II

La noche entonces de la pura cita
esplendió con un brote de jardines.
Sentí alondras audaces y violines
como si fuese pobre o señorita.

Estudiante del ácido, mal dueña
de un sentimiento ilustre asesinado
temí que aquel dolor traspapelado
viniera a tropezar esto que sueña.

Ah, pero no: la vida es una cosa
tan llena de salud maravillosa,
es un regalo de placer tan fiero,

es un juego tan útil, tan demente,
que ya he vuelto a creer absurdamente
porque dijiste nada más: te quiero.

III

Noche para dejarla en testamento:
cuando agonice quedaré hasta bella
si en el fatal y último momento
me acuerdo de su sombra con estrella.

Noche de hacer el cielo con la mano,
noche de dos que viven de repente.
(Bailaron las estatuas en su fuente
y hasta diciembre se volvió verano.)

Cuando le rememoro el luto sobra,
noche oh, noche en que perdí mi dama.
Como resucitado que recobra

el pálido reír bajo una llama
así mi corazón se hizo tu obra
la noche de inmortales en la cama.

IV

Madrugada, silencio, amanecía
un desfallecimiento por el cuarto.
Hora de insomnio azul, hora en que parto
hacia mi natural melancolía.

Yo no quise dormir porque se enfría
esta mirada si de ti la aparto.
Yo no quiero dormir... Hubo armonía
hasta en la simple muerte del lagarto.

 


Aprendices del deseo de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 92x65 cm.

Tuve esas tibias, hondas soledades
que me cayeron como tempestades
cuando te vi, esclavo pero dueño,

conmovedora ola derrotada.
Yo no quise dormir de madrugada
para no terminarte con mi sueño.

V

El alba iba creciendo poco a poco
fundándote poder, halo, hermosura.
(No sé qué interminable quemadura
se me vuelve la carne donde toco.)

Sigues siendo el milagro. Si te evoco
rompe a cantar mi propia sepultura.
Llegan manzanas de perfume loco
y se alza la tierra en nube pura.

Despertaste... vi luz... con una rosa
me confundió su magia prodigiosa
y volamos al cielo sin vestidos.

Despertaste... vi luz. ¡Pero qué suerte
si hubiéramos pasado así la muerte
como dos malos ángeles unidos!

VI

Las tres en punto. Declaró el jilguero
una especie de música en la casa.
(Hay un dolor perenne que retrasa
el alma hacia su instante verdadero.)

Apenas todo te perdí en la frente,
como una piedra se cayó mi vida.
Era mucho tal vez: sueño, partida;
nunca jamás, ayer resplandeciente.

Quédate como fuiste en mi memoria
cuando la tarde nos sirvió de gloria
y trajo esta ilusión que me emborracha.

Las tres en punto: eternidad. Afuera
tuvo sol de repente la palmera;
adentro fue feliz una muchacha.

VII

¡Pero qué pronto se acabó el encierro
en la inefable historia de arrebato!
(Jugamos al me muero y al te mato,
a la magnolia que enternece al hierro.)

Sonó el minuto malo del destierro,
me despedí de tu café, del gato;
me puse la tristeza y un zapato
y en todo el aire prosperó mi entierro.

Recuerdo, esposo, que al abrir la reja
me he marchitado como luna vieja.
Y hubo tanto pavor en nuestra calle,

tanto derrumbe en las aceras lacias,
tanto drama cayendo de mi talle,
que simplemente me dijiste: gracias.


Desde la ventana, de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 55x46 cm.

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA