
PVP: 15 € (112 págs.)
PRÓLOGO
Abril ha llegado, las brujas deben partir y, sin embargo,
ellas están propiamente en nosotros.
Ni una mirada. Ni un gesto que nos permita hablar de él
durante años y, sin embargo, el niño ha huido
por los matorrales, el niño ha traído el
viento de los cabellos, el niño ha dado su primer
paso.
Ya somos perversos.
Palabras de papá en el corazón. Palabras
de mamá en el corazón.
La guerra ha comenzado.
Cuando rozo tu voz, el ronco bramido del mar habla de tu
presencia.
Cuando rozo tu piel, nocturna y amable, cuando recuerdo
tu vientre malherido, pequeña madre, ave de rapiña.
Vive el dolor.
Tu voz entre los troncos, tu piel entre las mariposas del
color de las flores del naranjo.
Cuerpo de tierra, hollín, masticación feroz,
ocultan su presencia, ocultan su bello rostro entre mis
manos.
El niño no quiere morir, pide clemencia. Las palabras
estallan como granadas en su corazón. El niño
deberá, para sobrevivir, desviar la mirada, el niño
deberá morir mil veces para no morir. El niño
terminará enjaulando su corazón.
La perversión acecha.
El niño ha dado su segundo paso pero no ha conseguido
avanzar, ha caminado para uno de los dos costados de su
corazón.
Bebed mi sangre y comed mi carne, y el niño abraza
por primera y única vez en toda su vida el cuerpo
de su madre.
En medio de esta carnicería, ella me recuerda tu
voz entre los troncos:
"Serás estas palabras, serás mi nombre" y,
mientras tanto, ella me habla de amor, muestra su cuerpo
perforado.
Cálida presencia, amante de las desviaciones, curiosa
e inútil marca en el tercer paso del niño
que ahora llora desesperadamente frente al nuevo fracaso.
Al borde del abismo, palabras de papá en el corazón
anuncian pequeñas y tibias mutilaciones y el campo
de ciruelos donde ella era el color de los frutos y su
sabor.
Me pregunto si los obstáculos son propios del saber
o Ella es su música.
El terror es no poder decir, ése es todo el terror.
Ni luciérnagas ni mis viejas alcántaras ni
valles de pasión. Odres de mierda y de saber, olvidos
del olvido, entretelones de lo cierto.
Sólo tu voz cuando ni la locura ni los abismos me
pertenecen y sólo tu arrogancia y sólo tu
indómita figura, fondo de la nada.
Mujer del vientre dorado, de la dorada juventud, del semen
profundo entre los cabellos, de los animales abiertos en
la boca y todo el dolor; dime, madre amada.
¿Cuánto dolor?
Amo el delirio de las rosas, fragancia milenaria, abierta
sed.
Detengo mi palabra. ¿Serán los pechos de
mi madre o los olores del pan o la tibieza del sol al mediodía
contra los ojos ciegos?
Perverso o ciego, y esas fueron las palabras del cielo.
Días y días sin poder salir de estos territorios
donde el amo absoluto es una mirada vacía, unos
ojos resecos y ciegos.
Ceguera frente a la cual lo bello pierde su poder. Territorio
donde la lujuria consiste en agotar las diferencias. Antro
de los demonios y los malos espíritus maternales.
Lugar donde el deseo pertenece al futuro.
Ojos ensangrentados por la visión de lo siniestro:
madres destrozadas por la verdad. Agujereadas para siempre
en el centro mismo de su ser.
Ojos sin piedad, ocultos por el lodo y la cálida
mierda de primavera, para no ver.
Matar para no ver.
Y la ceguera fue el destino del hombre.
Madre, devuélvenos la vista. Madre,
el goce fue morir.
El poeta tiene en su sangre los ocasos, tiene en su sangre
el tiempo.
Alondras explosivas arrancadas del alma.
No aparecen escenas extraordinarias, veo, porque de ver
se trata, una milimétrica desviación, un
fugaz sinsentido de los tonos.
Recuerdo en la pequeña pieza de mi infancia, con
mis años, violentos desesperados, con una rueda
gigante todo el día en los ojos y su voz y todas
las novelas acerca de su voz.
Todo mi amor era para su cuerpo de gacela.
Y, sin embargo, sólo recuerdo con alegría
aquellas palabras que me hablaban de un hombre y tu perfume
de violetas.
Editorial Grupo Cero

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PVP: 12 € (112 págs.)
PRÓLOGO
“La religión cristiana es una revolución
política
intencionada que, al fracasar, adoptó un cariz
moral”
Johann Volfgang Von Goethe
Miguel Oscar Menassa es un autor prolífico.
Desde 1961, fecha en que aparece su primer libro, Pequeña
historia, y aunque él se considera esencialmente
poeta, ha publicado casi todos los géneros literarios:
poesía, novela, ensayo, textos científicos
de investigación y divulgación, guión
cinematográfico, canciones...
Ha tratado prácticamente todos los temas que
atañen al ser humano y lo ha hecho con múltiples
enfoques, sin olvidar nunca los dos pilares que articulan
su imaginario de escritor: la poesía y el psicoanálisis.
Después de 50 años con semejante intensidad,
parecería que ya nada puede sorprendernos en
su escritura, pero no es así.
La Bella de Día nació como un blog, con
ese mismo nombre, donde, cada día, iba apareciendo
un pequeño relato de las vivencias de la autora,
en primera persona.
Este inicio imprime en el texto las características
propias del medio: agilidad, rapidez y frescura pero,
sobre todo, dos cuestiones esenciales: la interacción
con la realidad y la posibilidad de anonimato.
Respecto a lo primero, encontramos en el texto referencias
a otros internautas y a sus comentarios, y también
sobre acontecimientos sociales o noticias del momento.
La posibilidad de anonimato en internet permitió que,
esta vez, quien escribía fuese una mujer, aunque
se llame Miguel O. Menassa.
Este hecho demuestra que no existe una escritura femenina
y una escritura masculina, relacionada directamente
con el sexo de quien escribe, como a veces se dice.
La escritura no tiene género, sólo hace
falta un buen escritor para que los personajes sean
hombres o mujeres.
Pero, retomemos la historia: todo comienza cuando La
Bella de Día decide ser escritora. A partir
de ese momento, el tiempo de su vida empieza a complicarse.
Además de días, ahora tendrá noches,
sueños que interfieren su vigilia hasta tal
punto que llegará a preguntarse “¿Esto
me pasa para poder escribirlo o lo escribo porque me
está pasando?” Eterna duda de todo escritor,
que La Bella deja abierta, sin resolver, para poder
continuar con su aventura.
No existe confusión alguna entre sueño
y realidad. Hay, en cambio, una fuerte oposición
entre el mundo real y el mundo virtual, según
La Bella, que sólo encuentra, entre ambos, una
semejanza: cada sujeto es responsable del mundo real
que le toca vivir y cada sujeto es responsable del
mundo virtual que se construya.
Un detalle a tener en cuenta es la manera en que terminan
los primeros sueños de la protagonista: con
angustia. Esto ocurre hasta el capítulo 10,
punto de inflexión en que la angustia desaparece,
y el goce da paso al deseo. Un salto cualitativo que
tiene dos consecuencias inmediatas en el capítulo
11:
La primera es que Jesús, ese joven de 33 años
tan parecido a Jesucristo, atraviesa la barrera de
lo onírico y accede a la realidad; y la segunda,
que la poesía entra en escena.
Respecto al estilo, Menassa coincide con Einstein: "Se
debe hacer todo tan sencillo como sea posible, pero
no más sencillo.” En esta novela, encuentra
el punto justo, el límite o frontera donde sencillez
y complejidad convergen sin artificios innecesarios
ni sinfonías estridentes.
Esto, más que una cuestión estética,
es un asunto vital para el texto.
A esa apariencia de sencillez, el autor le añade
un agudo sentido del humor y algunas dosis de comicidad,
obteniendo un resultado brillante: el mejor escenario
para desarrollar una fuerte, aunque sutil, crítica
a la Iglesia Católica.
Institución ésta donde, hoy día,
nada es lo que debería ser. Fuera de sus auténticos
y primitivos postulados, alejada de los fundamentos
que le permitieron crecer y expandirse, en la actualidad,
intenta dominar más que convertir o convencer.
Actitud que acentúa su progresivo e imparable
alejamiento de la realidad, del pueblo, de los creyentes
que, confundidos como Jesús, sufren la abismal
diferencia entre las palabras del Padre, Dios, y su
puesta en práctica por los Ministros de la Iglesia,
en la tierra.
Menassa vuelve a los orígenes y nos presenta
un Redentor humano, un ser de carne y hueso que se
enamora de una mujer y conversa con su padre. Un Jesús
que, como en la antigua Jerusalén, irrumpe en
el templo y expulsa a los mercaderes, indignos de habitar
la casa del Padre.
Recupera el discurso inicial del cristianismo, tan
bien resumido por Goethe como una revolución
política intencionada, cuando pone en boca de
Jesús estas palabras:
“Mi padre me dijo que no hay que conformarse
con el techo y la comida, que hay que luchar por la
libertad, por la igualdad, por la cultura…
Y yo sorprendida, le dije:
—¡Qué! ¿Tu papá es
Marx?
—No, mi papá es Dios, pero Marx es uno
de sus libros de cabecera.”
Menassa termina de subvertir ese cariz moral que adoptó el
cristianismo tras su fracaso como revolución,
con una sutileza digna del maestro. La autoría
de los llamados “textos sagrados” que han
pasado a la historia, los Evangelios, ha sido atribuida,
en todos los casos, a hombres.
En esta novela, es una mujer, La Bella, la que, como
una moderna María Magdalena (aunque con más
suerte que la original, de quien se especula que fue
la autora del cuarto evangelio) escribe este relato
del paso de Jesús por la tierra.
Con todos estos ingredientes, podríamos aventurarnos
a decir que Menassa, en esta novela, intenta sentar
las bases de un “cristianismo de la liberación”.
Eso ya lo veremos, por el momento, el disfrute está asegurado.
Carmen Salamanca
Gerente de la Editorial Grupo Cero
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