SUMARIO
Editorial
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Dame tu libertad
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
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Mis libros
Alfonsina Storni
Date a volar
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Puntos de referencia
Antonio Machado
Arde en tus ojos un misterio, virgen
Sor Juana Inés de la Cruz
A su retrato
Pablo Neruda
La gran alegría
Miguel Hernández
El ahogado del Tajo (Gustavo Adolfo Bécquer)
Paul Eluard
Negación de la poesía
Vicente Huidobro
Temblor de cielo. Fragmentos (I)
Temblor de cielo. Fragmentos (II)
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
Después de los cincuenta
El hombre vuela, se hace nostalgia, vuela
Aforismos
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Vicente Huidobro

Chile, 1893

TEMBLOR DE CIELO
(fragmentos)

Así, esperando el gran azar.
Que el polo norte se desprenda como el sombrero que saluda.
Que surja el continente que estamos aguardando desde hace tantos años, aquí sentados detrás de las rejas del horizonte.
Que pase corriendo el asesino disparando balazos sin control a sus perseguidores.
Que se sepa por qué nació aquella niña y no el niño prometido por los sueños y anunciado tantas veces.
Que se vea el cadáver que bosteza y se estira debajo de la tierra.

Que se vea pasar el fantasma glorioso entre las arboledas del cielo.
Que de repente se detengan todos los ríos a una voz de mando.
Que el cielo cambie de lugar.
Que los mares se amontonen en una gran pirámide más alta que todas las babeles soñadas por la ambición.
Que sople un viento desesperado y apague las estrellas.
Que un dedo luminoso escriba una palabra en el cielo de la noche.
Que se derrumbe la casa de enfrente.
Para esto vivimos, puedes creerme, para esto vivimos y no para otra cosa. Para esto tenemos voz y para esto una red en la voz.
Y para esto tenemos ese correr angustiado adentro de las venas y ese galope de animal herido en el pecho.

*
Dos palabras aún, amigos míos, antes de terminar. Vanas son nuestras luchas y nuestras discusiones, vana la fosforescencia de nuestras espadas y de nuestras palabras. Sólo el ataúd tiene razón. La victoria es del cementerio. El triunfo solo florece en el sembrado misterioso.
Así fue el discurso que habéis llamado macabro sin razón alguna, el bello discurso del presentador de la nada.
Pasad. Seguid vuestro camino como yo sigo ahora.
Soy demasiado lento para morir.
Sin embargo, Isolda, prepara tus lágrimas. Lejana, enternecida como un piano de remordimientos, prepara tus mejores lágrimas.
Soy lento para morir. La estatua que pasea sobre el mar y el viento cierra mis párpados en señal de gloria penetrante.
Una montaña ocupa la mitad de mi pecho.
Yo llevo un corazón demasiado grande para vosotros. Vosotros habéis medido vuestras montañas, vosotros sabéis que el Gaurizankar tiene 8.800 metros de altura, pero vosotros no sabéis ni sabrán jamás la altura de mi corazón. Sin embargo, mañana en el fondo de la tierra escucharé vuestros pasos.
¿Quién turbará el silencio? Acallad ese ruido insolente.
Son mis antepasados que bailan sobre mi tumba. Son mis abuelos que tocan a rebato para despertarme. Es el jefe de la tribu que se encuentra solo y llora.
Acallad vuestros gritos inútiles.
Henos al fin dormidos en la carne de la tierra.
Desde entonces vive el cataclismo en las ciudades. Caen las murallas y los techos dejando ver pueblos enteros desnudos en diversas actitudes, las más de las veces implorando misericordia.


Las montañas de Alejandría de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 81x60 cm.

Asoman brazos y piernas entre escombros.
Hubo también un derrumbe en el cielo. Cuántos pájaros murieron aplastados.
Días después las gentes se paseaban mirando las ruinas. No quedó una sonrisa en pie. Pasaban los fantasmas con los ojos cubiertos aullando, y un hombre enloquecido saltaba de cabeza con el puñal en la mano buscando a un Dios culpable.
Sudad, esclavos. Levantad las ciudades futuras. Yo entre tanto miro la carrera de las selvas. Yo contemplo el pirata del ocaso y su lento suplicio.
Medid la tierra para saber cuántos milagros caben. Adornad los volcanes, embanderad los barcos, horadad las montañas. Vosotros me diréis mañana cuántos fantasmas se puede enterrar aún con todos sus sueños.
–Despierta, Isolda, antes que venga la revuelta final y tu techo quede acribillado por las balas porque nadie cree en tu verdad.
Será preciso, te digo, que tu gracia se levante entre cadáveres, tu gracia cogida en las ruedas del motín, mientras el fuego lo destruye todo y empieza a lamer el horizonte y a trepar por el cielo.
Se doblan las torres bajo la lluvia ilimitada. Vuelan techos ardiendo.
Todo ha de pasar.
De borde a borde el mundo está en silencio. Pero hay algo que aún nos busca en todas partes.
Arad la tierra para sembrar prodigios. Lanzad escalas por todos los abismos.
Decidme, ¿qué utilidad presenta la esperanza? Se alejan los veleros en su Gólgota interminable, por miedo a la borrasca.
Atrás se queda todo.
La canoa que debe perecer va subiendo la última ola.
El cielo es lento para morir.
¿Oyes clavar el ataúd del cielo?

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA