SUMARIO
Editorial
Rafael Alberti
Poética de Juan Panadero
Notas de Dirección
Carmen Salamanca
Enrique Molina
Testigos perdidos
Respiración nocturna
Aguila de las lluvias
Rafael Alberti
A Pablo Rojas Paz
Coplas de Juan Panadero por los que mueren desterrados
Retornos de una sombra maldita
Del poeta a un pintor
Marinero en tierra (58)
Pablo Neruda
Eres toda de espumas, delgadas y ligeras
Amor
Ya se fue la ciudad
No culpes a nadie
Adelanto del libro
“ANTOLOGÍA POÉTICA”
de Miguel Oscar Menassa
Comencé a darme cuenta
Aforismos
Agenda Grupo Cero

Descargar nº 175 en PDF

Enrique Molina

Argentina, 1910

RESPIRACIÓN NOCTURNA

Sin embargo basta un gemido para corromper tu inmensa
maquinaria
noches que presides metamorfosis de esta habitación
podrida por la luna
igual a viajes hechizados ciudades falsas y la atronadora
antorcha del mar ardiendo locamente en la sombra
y esos escaparates de tren en sueños con cosas ya
acostumbradas a mi vida:
situaciones de tránsfuga
amistades dementes en restaurantes desvanecidos
la familia con su tosco niñito alrededor de la vajilla enferma
el huevo lejanísimo y tus manos partiendo el pan azul
entre los muros
tantos pesados resúmenes del viento
tantos crujidos del mundo
vértigos
hambres
y la lista deforme llena de viandas donde apenas se enciende
la negra lámpara de algunas sopas indescifrables que
humean en lo más hondo del año

Pero todavía bautizas con nombres salvajes las flores la
costa y las piedras que fueron inocentes en la luz
¡oh noche perdida en la desnudez del mundo!
verde hormiguero en marcha
cubierta de plumas y de briznas como los dioses que se
revuelcan en los cubiles de la jungla
¡Ah fiera solemne de las estrellas
lame las criaturas violentas que circulan en tu grito
el sueño de los huérfanos deja caer en ti todas sus hojas
y hay una gota de sangre de dólmenes en tus labios
como el fósforo vago que ilumina en la estela el rostro
sin dueño de las olas!

Noche mía tierna desnuda
con cabeza de tigre
en la maleza de las tumbas
lava mi pecho con el polen de la tormenta
húndete en mis costillas
cúbreme con una piel de leyenda de campesinos
dime adiós sobre mis ojos con ciudades que se abren
como frutas mientras jadeo en un musgo de sentidos
ansiosos que palpan en lo oscuro el revés de la trama
aquí donde se sella para siempre el pacto del hombre y el
miedo
la alianza de las venas y los astros

ÁGUILA DE LAS LLUVIAS

Si apoyara en la noche mi cabeza
como sobre algún pecho de mujer, cuando ya todo
ha cerrado sus ojos, cuando ya todo ha cruzado las manos
-el odio y el deseo-,
te vería llegar con tus linternas,
vengador vagabundo cubierto de flores,
Paraná, río mío.

Tus aguas me reclaman. Me nombran
cuando duermo,
como un ángel de espumas, lacio y adulador,
que arrastrara sus largos cabellos en el fango,
con insaciables súplicas,
con flexibles deseos cuyo enigma
ríe de nuestras vanas ofrendas y prisiones.

Tú recoges, dios nómade, un perfume inmortal,
pueblos en cuya tea arde el tabaco,
injurias de unos puertos de tablones
con sus hoscas mujeres tendidas en la hamaca
donde las mariposas del ocaso
beben en sus cabellos un aceite lascivo y melancólico;
esplendor de malezas demasiado fervientes en torno a tu
crueldad,
esa desamparada inflexión de tu poder
modulando sus himnos sobre el fango,
en la arrebatadora medianoche,
un instante suspensa entre la eternidad y la belleza fugitiva
del mundo.
Para siempre te veo, fulgente rama de la luz, tumba fluida
y cobriza,
hundiendo en el verdor inmaterial del tiempo
tu juventud sin límites, tu móvil intervalo,
con el caballo que se acerca y llora,
con el cangrejo impuro,
con el baño musgoso del olvido.

¡Río de territorio apasionado,
todo miseria y fuego, todo esplendor y furia!
Látigo de volutas y remansos
en espasmos de arenas,
donde tu fango engendra unos niños feroces,
el ardor de unas almas que sin saber te nombran
en la desolación de los besos,
en las orillas, en la miel del agua.

Allí giró la tórrida hermandad de la nube y la tarde,
la lerda cofradía de las lluvias
en procesión hacia el hogar natal,
donde la golondrina se detiene
y abre su pico para morir sobre la piedra fría.
¡Barranca indescifrable! ¡Y mi alma sojuzgada
por esa ley de insomnes lodazales,
de una comarca huraña, loca, cubierta con andrajos
de músicas y sueños,
porque sólo fue amada por aquella madrastra de paso
taciturno,
cuya vehemencia, cuya pasión, cuya ternura,
era una voz sin nombre, una presencia sorda e invencible:
tu corriente, tu lengua de mil cielos!