Mario Trejo
Argentina, 1926 |
EL PEQUEÑO PODER
Yo ejerzo ahora este poder
imaginario
que llamo poder imaginario
y es un poder
Yo ejerzo ahora este poder de
no ir a ninguna parte
escondido en la selva
solo y cautivo
de esta libertad imaginaria
Hay cada dos o tres palabras
un silencio
que parece no conducir a nada
Floto en mi negación
y mi no
es una sílaba afirmativa
afirmante
Lástima este poder que lastima
y sirve para tan poco
que vale siempre más
en la boca de los otros
que dicen sol buen día
tengo sed
te amo
te aborrezco
Lo confieso
He perdido el convencimiento
Apenas puedo decir
me muero
me nazco
Pero nadie me cree
Vago solo
en noches que tienen que ver con
el Mediterráneo
Intento decir
buenas noches
tengo hambre
yo también tengo sed
decir la luna
decir intentaré quererte
intentaré dejarme querer
No estoy seguro de lo que digo
Sé poco
pero no entiendo nada
No sé bien qué significan estos sonidos
A veces digo café
y alguien me entiende
a veces
Bebo el café
y sigo sin entender
Las cosas no están claras para mí
He recibido esta herencia fastidiosa
Son otros
son fantasmas lo que me hacen hablar
Yo no soy más
que una máquina de transcribir
que está triste
y tiene sueño |
Ernesto Cardenal
Nicaragua, 1925 |
EPITAFIO PARA JOAQUÍN PASOS
Aquí pasaba a pie por estas calles,
sin empleo ni puesto y sin un peso.
Sólo poetas, putas y picados
conocieron sus versos.
Nunca estuvo en el extranjero.
Estuvo preso.
Ahora está muerto.
No tiene ningún monumento...
Pero recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
buenos gobiernos.
Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
en el que un día se escribirán los tratados de comercio,
la Constitución, las cartas de amor,
y los decretos.
Friedrich Hölderlin
Alemania, 1770 |
EL LAUREL
¡No, no me resignaré! Avanzar siempre
como un niño, como un prisionero,
a pequeños pasos medidos por anticipado,
día tras día. ¡No, nunca me resignaré!
¿Tal es el destino del hombre? ¿Mi destino? ¡No!
Al laurel aspiro. No me tienta el reposo,
mas el peligro suscita las fuerzas del hombre
y el dolor hincha el pecho de los jóvenes.
¿Qué soy para ti, qué soy yo, patria mía?
Un débil, un enfermo a quien su madre
con una tonada triste, desesperada,
acuna entre sus pacientes brazos.
Nunca busqué consuelo en el fondo de brillantes copas
ni en la mirada de una sonriente coqueta.
¿Debe abatirme para siempre una pena
o matarme un furioso deseo?
¿De qué sirve el cordial apretón de manos
y la dulce acogida del alma en primavera?
¿Para qué la sombra de los robles,
la viña en flor, el aroma del tilo?
Juro, por la antigua Mana, no beber jamás
del cáliz del gozo, no obstante su seductor destello,
hasta el día en que haga una obra de hombre
y conquiste entonces mi primer laurel.
¡Grave promesa! que a mis ojos llena de lágrimas.
¡Feliz seré, de mantenerla! Pues así,
criaturas de alborozo, también a mí me oiréis gritar de gozo.
Y entonces, oh Naturaleza, de tu sonrisa haré mi júbilo. |