Españoles,
españoles que vivís el momento más trágico de toda nuestra Historia,
¡estáis solos!
¡Solos!
El mundo,
todo el mundo es nuestro enemigo, y la mitad de nuestra
sangre -la sangre podrida
y bastarda de Caín- se ha vuelto contra nosotros también.
¡Hay que encender una estrella!
¡Una sola, sí!
Hay que levantar una bandera.
¡Una sola, sí!
Y hay que quemar las naves.
De aquí no se va más que a la muerte o a la victoria.
Todo me hace pensar que a la muerte.
No porque nadie me defiende
sino porque nadie me entiende.
Nadie entiende en el mundo la palabra "justicia". Ni vosotros siquiera.
Y mi misión era estamparla en la frente del hombre
y clavarla después en la Tierra
como el estandarte de la última victoria.
Nadie me entiende.
Y habrá que irse a otro planeta
con esta mercancía inútil aquí,
con esta mercancía ibérica y quijotesca.
¡Vamos a la muerte!
Sin embargo,
aún no hemos perdido aquí la última batalla,
la que se gana siempre pensando que ya no hay más salida que la muerte.
¡Vamos a la muerte!
Éste es nuestro lema.
Que se despierte Valencia y que se ponga la mortaja.
¡Gritad,
gritad todos.
Tú, el pregonero y el speaker,
echad bandos,
encended las esquinas con letras rojas
que anuncien esta sola proclama:
¡Vamos a la muerte!
Que lo oigan todos. Todos.
Los que trafican con el silencio
y los que trafican con las insignias.
Chamarileros de la Plaza de Castelar,
chamarileros de la Puerta del Sol,
chamarileros de las Ramblas de Barcelona
destrozad,
quemad vuestra mercancía.
Ya no hay insignias domésticas,
ya no hay insignias de latón.
Ni para los gorros
ni para las zamarras.
Ya no hay cédulas de identificación.
Ya no hay más cartas legalizadas
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ni por los Comités
ni por los Sindicatos.
¡Que les quiten a todos los carnets!
Ya no hay más que un problema.
Ya no hay más que una estrella,
Una sola, SOLA, y ROJA, sí,
pero de sangre y en la frente,
que todo español revolucionario ha de hacérsela
hoy mismo,
ahora mismo
y con sus propias manos.
Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros.
Id a las fraguas.
Que os pongan en la frente el sello de la justicia.
Madres,
madres revolucionarias,
estampad este grito indeleble de justicia
en la frente de vuestros hijos.
Allí donde habéis puesto siempre vuestros besos más limpios.
(Esto no es una imagen retórica.
Yo no soy el poeta de la retórica.
Ya no hay retórica.
La revolución ha quemado
todas las retóricas.)
Que nadie os engañe más.
Que no haya pasaportes falsos
ni de papel
ni de cartón
ni de hojadelata.
Que no haya más disfraces
ni para el tímido
ni para el frívolo
ni para el hipócrita
ni para el clown
ni para el comediante.
Que no haya más disfraces ni para el espía que se sienta a vuestro lado en el café,
ni para el emboscado que no sale de su madriguera.
Que no se escondan más en un indumento proletario esos que aguardan a Franco con
las últimas botellas de champán en la bodega.
Todo aquel que no lleve mañana este emblema español
revolucionario, este grito de
¡Justicia! sangrando en la frente, pertenece a la Quinta Columna.
Ninguna salida ya
a las posibles traiciones.
Que no piense ya nadie
en romper documentos comprometedores
ni en quemar ficheros
ni en tirar la gorra a la cuneta
en las huidas premeditadas.
Ya no hay huidas.
En España ya no hay más que dos posiciones fijas e
inconmovibles.
Para hoy y para mañana.
La de los que alzan la mano para decir cínicamente: "Yo soy un bastardo español"
y la de los que la cierran con ira para pedir justicia bajo los cielos implacables.
Pero ahora este juego de las manos ya no basta tampoco.
Hace falta más.
Hacen falta estrellas, sí, muchas estrellas,
pero de sangre,
porque la retaguardia tiene que dar la suya también.
(sigue...) |