MAIACOVSKI A LOS SIGLOS
¿A dónde voy?
¿Para qué?
Corro por centésima vez,
por calles zumbando como un colmenar.
Los ojos vuelan con su mirada por cien ventanas,
y veo, es penosa,
absurda,
y mezquina,
la intimidad ajena.
La ciudad apaga
sus vitrinas y ventanas.
Estoy cansado, abrumado.
Únicamente las nubes
desentrañan sus moles,
bajo el crepúsculo
verdugo-sangriento.
Veo un puente féerico.
Subo,
y en terrible inquietud,
contemplo todo desde allá.
Recuerdo,
estuve de pie sobre el puente.
Ese brillo,
se llamaba entonces, el Neva.
Aquí hubo una ciudad,
una ciudad absurda,
arrancada del humo,
de un bosque de chimeneas.
En esta misma ciudad
comenzaron las noches
vidriosas, blancas, brumosas.
Fue a fines de Julio.
Encendido por el insomnio
deliraba murmurando algo,
a veces veía la cruz roja
del camión de la asistencia pública,
otras veces me perseguía el estampido de un balazo.
Callaba y volvía.
Yo sé.-
Al que es como yo,
se calienta fácilmente,
desde luego, pero sin embargo,
es algo salvaje ver continuamente el mismo rostro
en cada farol, en cada objeto.
¿Quién tuvo una obsesión semejante?
Y veo sobre la casa,
cómo bajas tú por un arriesgado declive,
y los rayos de sol los juntas en haces.
Me acerco a través de la bruma
y desapareces en mis propias narices.
De nuevo estoy de pie mudo y absorto.
Los trasnochadores de la ciudad,
ya se desbandan.
Siento su voz,
hasta su respiración,
hasta el olor de su piel,
y creo que es un fantasma,
pero está viva.
Avanza de pronto,
surge del aire.
Le es poco estar sola.
Viene con un cortejo
y mi corazón revive,
y vuelve a caer pesado.
De nuevo renacen en mí
todos los tormentos terrenales.
De nuevo,
¡viva, mi sublime locura!
Los faroles están en medio de la calle.
Las calles se parecen,
y como si fuera desde un nicho,
sale la cabeza modelada de un caballo.
-¿Oiga,
esta es la calle Yukovsky?
Me miran como los niños miran a un esqueleto.
Los ojos grandes eluden la mirada.
Por ella anduvo Maiacovski mil años.
“Aquí se suicidó,
en la puerta de su amada.”
¿Quién?
¿Yo me suicidé?
¡Cuentos!
Corazón modélate de nuevo,
con alegría resplandeciente.
Vuelo hacia su ventana.
Estoy acostumbrado al cielo.
¡Es tan alto!
Subo piso por piso.
Me paso y vuelvo.
Entro. Miro detrás de la cortina.
Está todo igual.
El dormitorio es el mismo.
Pasaron miles de años
y ella está igual, juvenil.
Está acostada.
El cabello suelto.
La luna azulada.
Un instante...
No era la luna
era la calvicie del marido a su lado.
RECITALES DE POESÍA MENSUALES
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