SUMARIO
Editorial
Edgar Bayley
La mano
Notas de dirección
Una revista singular (Las 2001 Noches) por Leopoldo de Luis
Blaise Cendrars
Prosa del transiberiano y de la pequeña Juana de Francia
Raul Gustavo Aguirre
Alguna Memoria III
Aforismos
Miguel Oscar Menassa
Octavio Paz
Luis Cernuda
Luis Cernuda
La gloria del poeta
Desolación de la quimera
A sus paisanos
Aforismos
Juan Carlos de Brasi
Aforismos
Heráclito de Efeso
Miguel Oscar Menassa
Hoy, de vivir, mi padre, hubiese cumplido 75 años

LUIS CERNUDA

España, 1902

LA GLORIA DEL POETA

Demonio hermano mío, mi semejante,
Te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
Oculto en una nube por el cielo,
Entre las horribles montañas,
Una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora, Blasfemando lleno de dicha ignorante,
Igual que un niño cuando entona su plegaria,
y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la
[ tierra.

Más no eres tú,
Amor mío hecho eternidad,
Quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta
[caída,
Porque somos chispas de un mismo fuego
y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
De Qna extraña creación, donde los hombres
Se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de
[sus vidas.
Tu carne como la mía
Desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
Nuestra palabra anhela
El muchacho semejante a una rama florida
Que pliega la gracia de su aroma y color en el aire cálido
[de mayo;
Nuestros ojos el mar monótono y diverso,
Poblado por el grito de las aves grises en la tormenta, Nuestra mano hermosos versos que arrojar al desdén de los [hombres.
Los hombres tú los conoces, hermano mío;
Mírales cómo enderezan su invisible corona
Mientras se borran en las sombras con sus mujeres al brazo
Carga de suficiencia inconsciente,
Llevando a comedida distancia del pecho,
Como sacerdotes católicos la forma de su triste dios,
Los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al
[sueño
Para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla
[conyugal
De sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Mírales perdidos en la naturaleza,
Cómo enferman entre los graciosos castaños o los taciturnos
[plátanos.
Cómo levantan con avaricia el mentón,
Sintiendo un miedo oscuro morderles los talones;
Mira cómo desertan de su trabajo el séptimo día autorizado, Mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete, el
[despacho oficial Dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito solitario.
Escúchales brotar interminables palabras
Aromatizadas de facilidad violenta,
Reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el sol
[divino
O una bebida tibia, que resguarde aterciopeladamente.
El clima de sus fauces,
A quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
Sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
Oyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon a
[la belleza inexpresable, Mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes; Contempla sus extraños cerebros
Intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio
[de arena
A que negase con torva frente lívida la refulgente paz de las [estrella.

Esos son, hermano mío,
Los seres con quienes mueren a solas,
Fantasmas que harán brotar un día
El solemne erudito, oráculo de estas palabras mías ante
[alumnos extraños,

Obteniendo por ello renombre,
Más una pequeña casa de campo en la angustiosa sierra
[inmediata a la capital;

En tanto tú, tras irisada niebla,
Acaricias los rizos de tu cabellera
Y contemplas con gesto distraído desde la altura.

Esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.

Sabes sin embargo que mi voz es la tuya,
Que mi amor es el tuyo;
Deja, oh, deja por una larga noche.
Resbalar tu cálido cuerpo oscuro,
Ligero como un látigo,
Bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima yacija,
y que tus besos, ese venero inagotable,
Viertan en mí la fiebre de una pasión a muerte entre los dos;
Porque me cansa la vana tarea de las palabras,
Como al niño las dulces piedrecillas
Que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
Con el reflejo de una gran ala misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
De que tus manos cedan a mi vida
El amargo puñal codiciado del poeta;
De que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
En este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
Donde la muerte únicamente,
La muerte únicamente,
Puede hacer resonar la melodía prometida.

 

DESOLACIÓN DE LA QUIMERA

Todo el ardor del día, acumulado
En asfixiante vaho, el arenal despide.
Sobre el azul tan claro de la noche
Contrasta, como imposible gotear de un agua,
El helado fulgor de las estrellas,
Orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Que, alta ya, desdeñosa ilumina
Restos de bestias en medio de un osario.
En la distancia aúllan los chacales.

No hay agua, fronda, matorral ni césped.
En su lleno esplendor mira la luna
A la Quimera lamentable, piedra corroída
En su desierto. Como muñón, deshecha el ala;
Los pechos y las garras el tiempo ha mutilado;
Hueco de la nariz desvanecida y cabellera,
En un tiempo anillada, albergue son ahora
De las aves obscenas que se nutren
En la desolación, la muerte.
Cuando la luz lunar alcanza
A la Quimera, animarse parece en un sollozo,
Una queja que viene, no de la ruina,
De los siglos en ella enraizados, inmortales
Llorando el no poder morir, como mueren las formas
Que el hombre procreara. Morir es duro,
Mas no poder morir, si todo muere,
Es más duro quizá. La Quimera susurra hacia la luna
Y tan dulce es su voz que a la desolación alivia.

«Sin víctimas ni amantes. ¿Dónde fueron los hombres?
Ya no creen en mí, y los enigmas que yo les propusiera
Insolubles, como la Esfinge, mi rival y hermana,
Ya no les tientan. Lo divino subsiste,
Proteico y multiforme, aunque mueran los dioses.
Por eso vive en mí este afán que no pasa,
Aunque pasó mi forma, aunque ni sombra soy;
Afán que se concreta en ver rendido al hombre
Temeroso ante mí, ante mi tentador secreto indescifrable.

«Como animal domado por el látigo,
El hombre. Pero, qué hermoso; su fuerza y su hermosura,
Oh dioses, cuán cautivadoras. Delicia hay en el hombre;
Cuando el hombre es hermoso, en él cuánta delicia.
Siglos pasaron ya desde que desertara el hombre
De mí ya mis secretos desdeñoso olvidara.
Y bien que algunos pocos a mí acudan,
Los poetas, ningún encanto encuentro en ellos,
Cuando apenas les tienta mi secreto ni en ellos veo
[hermosura.

"Flacos o flácidos, sin cabellos, con lentes,
Desdentados. Esa es la parte física
En mi tardío servidor; y, semejante a ella,
Su carácter. Aún así, no muchos buscan mi secreto hoy,
Que en la mujer encuentran su personal triste Quimera.
Y bien está ese olvido, porque ante mí no acudan
Tras de cambiar pañales al infante
O enjuagarle la nariz, mientras meditan
Reproche o alabanza de algún crítico.

"¿Es que pueden creer en ser poetas
Si ya no tienen el poder, la locura
Para creer en mí y en mi secreto?
Mejor les va sillón en academia
Que aridez, la ruina y la muerte,
Recompensas que generosa di a mis víctimas,
Una vez ya tomada posesión de sus almas,

Cuando el hombre y el poeta preferían
Un miraje cruel a certeza burguesa.
«Bien otros fueron para mí los tiempos
Cuando feliz, ligera, hollaba el laberinto
Donde a tantos perdí ya tantos otros los dotaba
De mi eterna locura: imaginar dichoso, sueños de futuro, Esperanzas de amor, periplos soleados.
Mas, si prudente, estrangulaba al hombre
Con mis garras potentes, que un grano de locura
Sal de la vida es. A fuerza de haber sido,
Promesas para el hombre ya no tengo.»
Su reflejo la luna deslizando
Sobre la arena sorda del desierto,
Entre sombras a la Quimera deja,
Calla en su dulce voz la música cautiva.
y como el mar en la resaca, al retirarse
Deja a la playa desnuda de su magia,
Retirado el encanto de la voz, queda el desierto
Todavía más inhóspito, sus dunas
Ciegas y opacas, sin el miraje antiguo.
Muda y en sombra, parece la Quimera retraerse
A la noche ancestral del Caos primero;
Mas ni dioses, ni hombres, ni sus obras,
Se anulan si una vez son; existir deben
Hasta el amargo fin, perdiéndose en el polvo.
Inmóvil, triste, la Quimera sin nariz olfatea
Frescor de alba naciente, alba de otra jornada
Que no habrá de traerle piadosa la muerte,
Sino que su existir desolado prolongue todavía.

 

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NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA