No sé qué paso equivoco
cuando el crepúsculo rima
su color que me lastima
con este esqueleto loco.
No sé qué sucede. Evoco
los juegos de mis hermanos
-hogar en tiempos lejanos,
familia feliz entonces-
y van cayendo los bronces
de campanas, los veranos
persistentes, lenta hora
de la lección, aquel trompo
que con mis lágrimas rompo;
siempre la luz turbadora
hecha rayo de la aurora
que, madre, en tus ojos vi.
Bordo el pasado y así
toda mi infancia cayendo
como un dado azul, tremendo,
va a parar al Yumurí...
¿Por qué sacarla del río
si se han muerto mis muñecas?
Remolinos de hojas secas
me dan miedo, me dan frío...
Que lo verde ya no es mío;
juventud, no te detienes,
sólo en retratos me tienes,
uso una cinta borrada
y el rostro de enamorada
va plateando por las sienes.
Adiós, lis de muselina
que hizo fiebre en mi cintura.
Adiós, muchachita pura
que he sido color de harina.
Adiós, mujer, peregrina
que tuve dentro cantando
y hoy es un recuerdo blando,
grito apenas que desborda
o quizás tampoco; sorda
estoy desde no sé cuándo.
Adiós, barrio, Pueblo Nuevo,
donde bailaba al andar;
besos que di junto al mar
(de decirlo me conmuevo).
Adiós, Matanzas, que llevo
como medalla o marfil.
Ay, Matanzas, en abril
sueñan tus laureles viejos
y yo, presa en los espejos,
me he quedado sin perfil.
Tu allá es el punto más serio,
amor, amor, que te fuiste.
Si te menciono, hombre triste,
no vuelvo del cementerio.
Me tienes bajo tu imperio,
con la muerte te engalanas.
(Resucita en mis ventanas;
pide pan, pide café...).
De la tumba en que te eché
te sacaría con ganas.
Y pasaron tantas cosas
-abuela fue la primera
en volvérseme de cera-
que olvidé mirar las rosas.
¿Ves, padre?: tus poderosas
hambres de luz van conmigo,
te siento cerca del trigo;
cuando me pongo cobarde
y no te encuentro en la tarde
con memoria te persigo.
Vida, vida, no te vayas;
no te vayas, vida, vida,
que no estoy arrepentida
de verme entre guardarrayas.
Soy feliz en estas playas
con libertad, sin dinero.
¡Ay, vida, si yo me muero
habrá en el valle una pena,
menos mar, menos arena
quemándose en Varadero!
Con el corazón que aguanto
-pues no es ala muy segura-
te digo, mi tierra pura,
que la hora no es de llanto.
Es tiempo de hacer el canto
del uno al otro confín,
y de pie junto al jazmín
ver cómo casan: el monte,
el guajiro, el horizonte,
el tractor y el tomeguín.