SUMARIO
Editorial
Stéphane Mallarmé
Angustia
Notas de dirección
Carmen Salamanca
Germán Pardo García
Los crepúsculos del silencio (I)
Los crepúsculos del silencio (II)
Vicente Huidobro
El paso del retorno (I)
El paso del retorno (II)
Monumento al mar (I)
Monumento al mar (II)
Miguel Oscar Menassa
Adelanto del libro
"Antología Poética"
Soy el fino perfume de una tierra perfectamente helada
Somos el fruto maduro de una estación lejana
Socorro no puedo detener mis palabras
La patria del poeta
Balbucear
Frescores
Norma Menassa
El decadentismo (II)
Recital de Poesía
Día de la Mujer Trabajadora
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FRESCORES

EL DECADENTISMO - SEGUNDA PARTE

Un estilo de decadencia es aquel en el que la unidad de la obra se descompone y deja lugar a la autonomía de la página; la página deja lugar a la autonomía de la frase; la frase, a la autonomía de la palabra.

Lo orgánico se corrompe y aparece lo singular; también los géneros se corrompen y dejan paso al poema en prosa, anómico y contagioso. Vocación de desorden, alteración y agonía confluyen en este style de décadence cuya envergadura trasciende la curiosidad de filólogo, en tanto la descomposición fisiológica es propuesta por Bourget como un concepto alegórico que puede travestirse con la misma soltura a la estilística y a la sociología.

Festejar la decadencia es festejar la rotura de los lazos sociales, la independencia de los individuos con respecto al conjunto. Si la sociedad es un organismo -y la episteme de la época no lo discute-, los névrosés son células que enferman y se independizan, agigantadas, poniendo en riesgo la vida de la totalidad.

Si la energía de las células deviene independiente, los organismos que componen el organismo total cesan de subordinar su energía a la energía total, y la anarquía que se establece constituye la decadencia del conjunto. El organismo social no escapa a esta ley, sino que cae en decadencia, y por el contrario, muy rápidamente la vida individual crece desproporcionadamente

El carácter tumoral de la decadencia aparece así en el centro de una interrogación política sobre el futuro de la sociedad, y el campo intelectual se dividiría a partir de ella. Así como Jules Barbey d'Aurevilly profetizó que al autor de À rebours, Huysmans, que es quien rompe con el naturalismo de Emilio Zola, ya que el protagonista de esta novela tiene tendencias al artificio que son impulsos hacia un ideal de vida, se le abrían dos caminos, el del suicidio y el de la religión, como bien lo muestra Flaubert en Madame Bovary.

Puede decirse que la asimilación del concepto de decadencia por la literatura finisecular francesa dividió las opciones entre el nacionalismo militarista (cuya propuesta consistió en reorientar la "energía" hacia el cuerpo social, entendido como totalidad organizada) y el anarquismo propiamente dicho, tendiente a la disolución, no de la sociedad en sí misma, sino de la forma en la que ésta se presenta.

Precisamente, la opción estética por el anarquismo, constituyó una opción del individuo frente a la organización de los poderes institucionales y su intervención en las formas de la vida. En el contexto conceptual del tardío siglo XIX, el discurso anarquista -y el del modernismo estético, que se le adhiere-, tiene la particularidad de asignar al individuo un valor irreductible a lo social, la clase, la nación, el tipo, la raza y el género. En esta medida el discurso anarquista es, también, uno de los pocos capaces de enfrentar la ofensiva biopolítica que se organiza a partir de estas nociones. Si las mentes de inteligencia hiperdesarrollada -siguiendo el razonamiento común a Bourget y a Remy de Gourmont- son malformaciones de la civilización, la homeostasis del cuerpo social lidia, igualmente, con otro tipo de lacras producto de la modernidad: criminales, maníacos y perversos son identificados, clasificados y demonizados por un aparato de medicalización encarnado en la ciencia psiquiátrico-forense y su sistema carcelario y asilar.

La literatura decadente -junto con el grueso de las principales poéticas europeas del período, incluyendo a Wagner, a Dostoievski, a Ibsen, etc. es contemporánea de esta ofensiva higienística, y su incriminación es palpable en dos muy leídas obras del alienista italiano Césare Lombroso y de su discípulo alemán Max Nordau, "Genio e follia"(Genio y Locura) y "Entartung"(Degeneración), respectivamente. Los escritores modernos, en esta clave de lectura médica, fueron tomados como ilustraciones de la patología y la degeneración, superando apenas, en claridad y distinción, a las prostitutas y a la flora urbana del lumpen-proletariado.

Se produjo así una situación curiosa, de apropiación y a la vez de enfrentamiento, entre psicopatología criminal y literatura de ficción, que comenzaron a leerse y discutirse mutuamente. El decadentismo rompió el huevo del naturalismo -cuyo programa legendario consistía en reducir la novelística al método experimental- en la medida en que pudo reconocer estructuras de pensamiento mítico en la propia ciencia. La incorporación del discurso psicopatológico (y patologizante) en la literatura de Huysmans, Mirbeau, Villiers de l'Isle-Adam y otros autores tiende precisamente a lacerar los fundamentos conceptuales de la Ciencia, revalorizando sus estigmas y poniendo en ridículo sus afinidades nigrománticas, sus quimeras y sus crímenes.

 


Horizontes de piel de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 120x80 cm.

 


Fiesta de San Valentín de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 100x81 cm.

Sería erróneo, sin embargo, considerar al decadentismo un mero vehículo de fomento de la enfermedad y la perversión. Igualmente preciso es, en este punto, retrotraer la fascinación decadente por el crimen, la prostitución y la parafilia a un paradigma de identificación que trasciende los peregrinos diagnósticos de los médicos de la época y que se entronca directamente con fenómenos y procesos dispares, entrelazados en la evolución social del arte a lo largo del siglo XIX.

Ocurre que esta identificación del artista con las "lacras de la sociedad" está insoslayablemente vinculada con la profesionalización de la actividad literaria en el siglo XIX. Con el desarrollo del mercado editorial y de la prensa (contemporáneo del afianzamiento de la burguesía en el poder, a partir de la revolución de 1830) la tradicional discusión sobre la función de la literatura adquirió un matiz nuevo, relacionado con la satisfacción de las dudosas demandas estéticas del mercado. La teoría del arte por el arte, que alrededor de 1850 se instaló en la discusión intelectual parisina, vino a rechazar tanto la función instructiva que la tradición daba a la literatura como, sobre todo, su valor de entretenimiento, su codificación genérica sesgada de acuerdo con los gustos del público, ávido de recibir distracción y consuelo (distracción que se verifica intraliterariamente en la primacía de la intriga, del romance, etc.).

Por eso la teoría del arte por el arte, fue una doctrina fundamentalmente provocativa, que del "desinterés" de lo estético kantiano extrajo la legitimación de un arte inmoral cuya principal vocación era hacer temblar al burgués -formulación esta que sería retomada tan elocuentemente por el terrorismo anarquista-.

El reclamo de modernidad artística que articularon Théophile Gautier, Baudelaire, Gustave Flaubert y otros adalides del art pour l'art constituyó en verdad una disrupción en la relación de la práctica artística con el cuerpo social basada en la convicción de que, para ser moderno, el arte debía disgustar. El "repliegue" de lo social, el no compromiso con una causa partidaria, fue la condena del ascenso de la burguesía, de su forma institucional, la democracia parlamentaria, y de su formulación ideológica, la idea de progreso.

Lo que está en juego en la literatura de este período (al menos, en sus voces centrales) es una voluntad, casi una responsabilidad de sacudir al público del sopor en que lo envuelven los discursos dominantes, el de la política partidaria, el de la religión, el de la salud-. El decadentismo radicaliza este deseo, plasmándolo en un uso muy singular de la intervención polémica y en la semántica del concepto de mistificación.

"Es, en verdad, una inmensa mistificación", dice Huysmans de su novela, en una carta a Zola, lamentando que haya sido leída en clave ideológica -ejercicio abstruso cuya meta fue reconocer si el autor era católico, anticlerical o conservador. Mistificación, término que se define como "abuso de la credulidad ajena", revela en toda su dimensión el ejercicio decadente del credo estetizante, que no se limita a proclamar la libertad del arte frente a lo bueno y lo verdadero, sino que busca la comprensión estética -en este preciso sentido- de cualquier cuestión dada.

Burlones cuyo arte es el de aparentar seriedad, los mystificateurs van a asumir un tono grave para examinar si el hipnotismo era mejor antes de ser considerado una ciencia estricta; si una sesión de espiritismo puede resolver el problema filológico de la atribución de una obra de fe; si las tuberculosas son las mejores amantes, dado que no tienen tiempo que perder; si en un caso de sugestión llevado a los tribunales, debe condenarse al asesino material, al magnetizador que lo instigó, a los jueces o a los verdugos, etc., etc. Cuestiones que, en su misma enunciación, se burlan de los poderes y su uso de saberes y valores. Si hay una ética del artificio en los decadentes, su saliente menos conocida quizás sea esta virtud retórica, este ardor polémico por arruinar cualquier problemática pública, discutiendo con el único fin de vencer el hastío del conocimiento positivo y poner en su lugar el humor, que circula entre los géneros con total desparpajo. Pues los decadentes hicieron circular la misma bilis alegre en colecciones de cuentos, novelas y crónicas, sin prestar mayor atención a discernir una obra culta de un artículo periodístico, considerando que cualquier medio era bueno para acumular denuncias por ultraje a la moral pública. Precisamente, esta literatura en cuyo cielo brillan los poemas en prosa de Baudelaire está orgullosa de no reconocer fronteras entre los géneros literarios. Gourmont ha escrito obras de teatro mudo, protagonizadas por nubes; Jean Lorrain, una autobiografía en piezas breves y abroqueladas; Huysmans, por su parte, críticas de arte que son transcripciones oníricas.

La historia intenta recuperar ese humor que caracterizó al decadentismo y que se valió por igual del monólogo vaudevillesco y de la prensa. Se encuentran cuentos, nouvelles y distintos textos breves en prosa, regiones inexploradas de la ciudad y del pensamiento, trajes, vestidos, máscaras, flores, perfumes y especias de todo tipo, apetitos originales, filosofemos inéditos, nervios indóciles, frecuentes invitaciones a la risa y, sobre todo, ese desánimo corrosivo cuyas ruinas dispersas fueron una referencia insoslayable para buena parte de la literatura del siglo XX.

Norma Menassa
Psicoanalista
normenassa@hotmail.com

www.elblogmaravilloso.com

 

NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA