SUMARIO
Dámaso Alonso
Preparativos de viaje
Multiplicador de panes y de peces
Luz a ciegas
La injusticia
Yo
En la sombra
Dolor
A pizca
Soneto
Los coleópteros de las ruinas
Insomnio
De profundis
Hombre
Cesare Pavese
La isla
Aforismos
Arthur Schopenhauer
Recital de Norma Menassa
Socios de Honor
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DÁMASO
ALONSO

España, 1898

INSOMNIO

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este
nicho en que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los
perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando
como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la
ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole
por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente
en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

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DE PROFUNDIS

Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os inficione
mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción
quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer
de amor al príncipe,
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la cantonada.
Yo soy la piltrafa que el tablajero arroja al perro del mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar.
Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo
de la miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,
y le ha dicho: Oh Señor, tú que has hecho también
la podredumbre,
mírame,
yo soy el orujo exprimido en el año de la mala cosecha,
yo soy el excremento del can sarnoso,
el zapato sin suela en el carnero del camposanto,
yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer,
que nadie compra,
y donde casi ni escarban las gallinas.
Pero te amo,
pero te amo frenéticamente.
¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las últimas briznas de mi ser,
para que un día sea mantillo de tus huertos!

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HOMBRE

Hombre,
gárrula tolvanera
entre la torre y el azul redondo,
vencejo de una tarde, algarabía
desierta de un verano.

Hombre, borrado en la expresión, disuelto
en ademán: sólo flautín bardaje,
sólo terca trompeta,
híspida en el solar contra las tapias.

Hombre,
melancólico grito,
¡oh solitario y triste
garlador!: ¿dices algo, tienes algo
que decir a los hombres o a los cielos?
¿Y no es esa amargura
de tu grito, la densa pesadilla
del monólogo eterno y sin respuesta?

Hombre,
cárabo de tu angustia,
agüero de tus días
estériles, ¿qué aúllas, can, qué gimes?
¿Se te ha perdido el amo?
No: se ha muerto.

¡Se te ha podrido el amo en noches hondas,
y apenas sólo es ya polvo de estrellas!
Deja, deja ese grito,
ese inútil plañir, sin eco, en vaho.
Porque nadie te oirá. Solo. Estás solo.

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LOS COLEÓPTEROS
DE LAS RUINAS

Estos negros filósofos huraños,
de fuertes patas y de antenas finas,
gozan la verdad de nuestros años,
lascivos en sus ansias masculinas.
¡Extraños,
los coleópteros de las ruinas!

Tienen fuertes artejos
los tentáculos largos de sus patas.
Con ellos trepan por los muros viejos
y por los troncos de estas pobres matas.

Entre los torreones derruidos,
sobre la calma de las aguas muertas
del foso, en las alturas dominantes,
estos negros y fieros
guerreros de corazas quitinosas
surcan las piedras tristes
y las hierbas humildes de las grietas
con el desdén infatuo que las cosas
que andan sienten por las cosas quietas.

Y el abdomen, curvado
con la elegancia de una mandolina,
lo llevan revestido e indurado
por una negra capa de quitina,
que, sin otra armazón que les proteja,
les provee de escudo y de loriga,
sin que romperlo al combatir consiga
el aguijón agudo de la abeja
ni las fuertes maxilas de la hormiga.

Y sus hembras hermosas,
aún más curvadas elegantemente,
se entregan al amor voluptuosas
con una languidez adolescente.

Ocupación: la lucha en el verano,
con un adarme de filosofía
cuando por el invierno el viento vano
gime en el torreón su sonería.

Anárquicos, desdeñan los progresos
del moderno y brutal colectivismo
con una religión: la de los besos;
con un solo ideal: el de sí mismo.

Así pasan la vida estos huraños
filósofos de eclécticas doctrinas.
¡Extraños,
los coleópteros de las ruinas!


Una luz que nadie apagará de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo, 100x100 cm.

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125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA