LAS 2001 NOCHES Nº 86

POESÍA Y PSICOANÁLISIS SÍMBOLO LA PIEL DEL DESEO
VICTOR HUGO CONTEMPLANDO EL CRÁNEO DE SHILLER JOHN MILTON
BOOZ DORMIDO LOS LINDEROS DE LA HUMANIDAD EL PARAÍSO PERDIDO
JOHANN WOLFANG VON GOETHE PALABRAS PRIMIGENIAS ÓRFICAS GRUPO CERO EN LA RADIO
LA DAMA MACABRA DANTE ALIGUIERI FRESCORES
INSOLENTE Y ALEGRE LA DIVINA COMEDIA GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG
PROBLEMA WILLIAM SHAKESPEARE SOCIOS DE HONOR
LOS ORIGINALES SONETOS GRUPO CERO PRODUCCIONES CINEMATOGRÁFICAS
HUMILDAD ESCUELA DE POESÍA GRUPO CERO BUENOS AIRES TEMPORADA 2006

VÍCTOR HUGO
Francia, 1802



BOOZ DORMIDO

Booz se había acostado, rendido de fatiga;
Todo el día había trabajado sus tierras
y luego preparado su lecho en el lugar de siempre;
Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.

Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico, era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en el fuego de su fragua.

Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era avara ni tenía odio;

Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
"Dejar caer a propósito espigas" -decía.

Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.

Booz era buen amo y fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande.

El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.

* * * *
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy antiguos.

Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.

* * * *
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.

Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.

Y Booz murmuraba con la voz del alma:
"¿Cómo podría ser que eso viniese de mí?
la cifra de mis años ha pasado los ochenta,
y no tengo hijos y ya no tengo mujer.

Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.

Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale de la noche como de una victoria;

Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el agua".

Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.

* * * *

Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.

Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella.

Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá.

La sombra era nupcial, augusta y solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban,
a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.

La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo.

Era un mes en que la naturaleza es dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.

Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,

inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.

1º de mayo de 1859

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA


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JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
Alemania, 1749


LA DANZA MACABRA

En medio de la noche el campanero
del campo santo los sepulcros fisga;
cual si fuera de día todo reluce,
que todo el plenilunio lo ilumina.
Remuévese una tumba, luego otra,
y una mujer primero, luego un hombre,
en sus blancos sudarios se divisan.
Tiemblan después todas las tumbas; salen
de ellas sus descarnados moradores;
pobres y ricos, jóvenes y viejos,
y empiezan por danzar con paso torpe.
Los sudarios estórbanlos; sin pizca
de pudor los arrojan, y ligeros
siguen su baile en zarabanda informe.

Levanta ésta la pierna, mueve el otro
las caderas haciendo mil visajes;
arman un seco y estridente ruido,
cual si troncos y tajos aserrasen.
Ante tal grotesquez ríe el campanero;
y el tentador sugiérele esta idea:
“¡Ponte un sudario y mézclate en el baile!”

¡Dicho y hecho! Al punto nuestro hombre
desciende al campo santo, que la luna
cada vez ilumina con más fuerza,
dejando ver aquella danza absurda.
Pero de pronto párase la zambra,
y puestos sus sudarios nuevamente,
todos bajo la tierra se sepultan.

Sólo uno queda que, con torpe paso,
dando tumbos, las tumbas examina,
y es que el pobre perdiera su sudario,
y buscándolo anda a toda prisa.
Encamínase raudo hacia la torre;
mas retrocede, que de allí lo espanta
la cruz de hierro que en su puerta brilla.

Tras de aquélla respira el campanero;
sube las escaleras afanoso;
mas el espectro, raudo se encarama
por los salientes de aquel muro gótico.
¡Ya llegó a la techumbre! Y con sus largas
patas de araña al campanero incauto
sigue y persigue en apremiante acoso.

Huye aquél, aterrado, y ya contrito
del robo del sudario, ahora quisiera
devolvérselo..., sí pero el cuitado
engánchase en un garfio..., abajo rueda
y se acabó... La luna palidece,
el reloj de la torre da la una,
y contra el suelo un cuerpo da y se estrella.

JINSOLENTE Y ALEGRE

Los tormentos de amor mi alma rehúsa.
Grato pesar, dulce dolor;
de nada saber yo quiero,
todo me inspira aversión,
salvo esos ojos ardientes
y esos besos de pasión.
¡Quédese para los perros
aceptar con sumisión
goce con pena mezclado!
Yo soy de otra condición.
A mí has de darme, muchacha,
placer sólo y diversión,
sin mezcla de pena alguna
que acibare su dulzor.

El empobrecimiento de los Dioses. Óleo sobre lienzo 50 x 50 cm.
de Miguel Oscar Menassa.

PROBLEMA

¿Por qué todo ha de ser tan enigmático?
Voluntad y poder aquí están juntos;
quiere la voluntad, y apercibido
está el poder para servirla al punto;
mas, ¿qué pasa? ¡Pues mirad, el tiempo largo
entre ambos se interpone inoportuno!
¡Ved ahí por qué unido se sostiene!
¡Y ved también por qué se quiebra el mundo!

LOS ORIGINALES

Dice un quídam: “Yo, señores,
no soy de ninguna escuela;
ni hay muerto al que algo le deba.”
Lo cual, si yo entiendo bien,
viene a decir, a la letra:
“Soy necio a nativitate
sin que nadie culpa tenga.”

HUMILDAD

Cuando de los maestros veo las obras,
veo lo que hicieron, y ahí se tiene en pie;
cuando, en cambio, contemplo mis chapuzas,
tan sólo aprecio lo que debí hacer.

SÍMBOLO

Del albañil las andanzas
a la vida se asemejan,
y su esfuerzo es comparable
a los afanes del hombre
sobre la haz de la tierra.

El porvenir encubre
dolores y alegrías.
Paso a paso, marchamos
hacia delante siempre,
sin que el temor nos rinda.

Allá, a lo lejos, muéstrase
imponente una cúpula,
sobre la cual arriba
reposan las estrellas,
y abajo, en paz, las tumbas.

Miradla atentos; veréis
cómo erráticos temblores
y hondos, graves sentimientos,
en el pecho de los héroes
se despiertan al momento.

Mas no haya temor que arriba
están llamándoos las voces
de los genios y maestros:
”No perdáis tiempo, mortales;
servid al bien con denuedo.”

Aquí, en silencio perenne,
téjense bellas coronas,
que habrían de ceñir las sienes
de quien por el bien labora.
¡Ánimo, pues, y a la obra!

CONTEMPLANDO
EL CRÁNEO DE SHILLER

En el osario contemplar yo pude
de calaveras el montón ingente;
y el pasado evoqué; ya cano y frío.
En montón apilados, allí estaban
estrechamente unidos los que antaño
mortalmente se odiaron,
y aquellos huesos que chocaron fieros
unos con otros en tremendas luchas,
ahora quietos y mansos reposaban
al lado unos de otros sin protesta.
¡Omóplatos dispersos! Lo que otrora
llevaran sobre sí nadie ya inquiere,
ni nadie fija su atención en esos
miembros en vida bellamente activos;
en esas manos y esos pies ahora
de su vital encaje separados.
Pero también falaz vuestro reposo
es, ¡oh huesos cansados!, en la fosa;


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que vuestra paz, turbando nuevamente
de la fosa a la luz del día os exhuman,
sin que de esas mondadas calaveras
nadie haga aprecio, indiferente al noble
cerebro que otro tiempo albergar pudo.
Mas para mí, iniciado, ese mensaje,
cuyo sacro sentido permanece
para los más herméticos, está claro;
y que al mirar aquella muchedumbre
de mondas calaveras, una extraña,
que entre todas hermosa descollaba,
ante mis ojos fulguró la clave
del misterioso enigma, y entre tanta
muchedumbre de rígida osamenta,
y aquellas lobregueces y estrechuras,
tan holgado sentíme y tan caliente
cual si sobre la muerte su raudal
un venero de vida audaz lanzase.
¡Con qué secreto hechizo cautivaba
aquella bella forma mis sentidos!
¡Aquel vestigio de una idea divina,
que fiel aún conservaba! Arrebatado
sentíame hacia ese piélago incansable
que sin cesar arroja hacia esas playas
de la vida dechados superiores.
¡Oh vaso misterioso! ¡Manantío
de oráculos profundos, cuán ufano
de tenerte en mi mano me sentía,
de poderte sacar devotamente
de aquella lobreguez, inapreciable
tesoro, a la luz del claro día
poderte contemplar sin traba alguna!
¿Qué más el hombre ambicionar podría
en este mundo, qué merced más alta,
que esta revelación del Dios-Natura?
Percibir del espíritu la fuerza
que estable en él por siempre se vincula
y ver con qué fuerza se mantiene
la reacción del espíritu a lo largo
de ese flujo y reflujo de los tiempos.

LOS LINDEROS
DE LA HUMANIDAD

Cuando el viejísimo
padre sagrado
con calmo gesto,
desde las nubes apelmazadas,
sobre la tierra lluvia bendita
pródigo siembra,
yo el ansia siento,
trémula el alma de filial gozo,
de, arrodillado, besar la fimbria
de su divino manto celeste.

Que con los dioses medirse altivo,
mortal alguno que pueda existe.
Pues, aun supuesto que consiguiese
llegar arriba,
y con su testa rozar los astros,
nunca su débil planta insegura
en esas cumbres sentar podría,
que de los vientos y de las nubes
sería juguete y al fin caería.

Que aunque en la tierra, bien cimentada,
sobre la tierra, firme y durable,
sus recios huesos sentar consiga,
ni aun así puede con cosa alguna,
salvo la encina, salvo la cepa,
parangonarse.

¿Qué es lo que al hombre
del dios separa?

Pues que en eterna corriente fluyen
múltiples olas del dios delante,
sin arrollarlo;
mientras que al hombre,
si lo levantan por un momento,
luego esas olas, siempre volubles,
por engullírselo concluyen, pérfidas.

¡Un nimio círculo
nuestro vivir
limita, oh hombres!
Y muchas, muchas generaciones,
unas tras otras se van uniendo
a esa cadena larga, infinita,
de la existencia.

PALABRAS PRIMIGENIAS
ÓRFICAS

Diamon = Demonio

Según el día en que viniste al mundo,
el sol en conjunción con los planetas
estaba; comenzó tu desarrollo,
y fue siguiendo con arreglo a aquella
ley que al mundo te trajo. Así es forzoso
que seas, sin que a ti mismo hurtarte puedas.
Tal antaño dijeron las sibilas,
y también los profetas profirieron;
no hay tiempo ni poder que a alguna forma
que a sus fuerzas viviendo desarrolla,
luego de ya acuñada, cambiar pueda.

Tuji = Azar

Mas un viajero hay que los severos
lindes en transponer siempre se place;
y con nosotros anda o bien nos ronda.
No eres un solitario, que te formas
en sociedad y cual los otros haces.
Ocurren contratiempos en la vida,
que es un dar tumbos, y preciso es darlos.
Apenas de los años cierra el círculo,
nueva llama en la lámpara ya prende.

Eros = Amor

¡Y no se acaba ahí!... Del cielo baja,
a donde de los yermos elevóse,
el amor, y con alas muy gentiles
en primavera nuestros pechos ronda;
ya parece alejarse, ya de nuevo
voluble se te acerca. Un delicioso
pesar te infunde a un tiempo gozo y pena.
A más de un corazón lanza a lo abstracto,
pero el más noble siempre elige a Uno.

Ananke = Fatalidad

Y de nuevo se cumple de los astros
la voluntad, que todo el querer nuestro
es porque así debe ser, según ley,
y ante el querer supremo albedrío cede.
Echas del corazón lo más amado,
que voluntad y antojo se someten
al severo deber, sin más remedio.
Así, en el transcurso de los años,
en apariencia libres, más sujetos
realmente que al principio nos hallamos.

Elpis = Esperanza

Pero esas lindes, esos férreos muros,
ese portón odioso al fin se abre,
aunque siga tan firme cual la roca.
Hay un ser que se mueve leve, ingrávido,
y de entre nubes, brumas y chubascos,
en sus alas nos lleva hacia la altura.
Harto lo conocéis, que está doquiera;
un aletazo..., atrás quedan eones.

 

La guerra de los Dioses. Óleo sobre lienzo 60 x 50 cm.
de Miguel Oscar Menassa.


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DANTE ALIGHIERI
Italia, 1265



LA DIVINA COMEDIA

PARTE PRIMERA - INFIERNO
CANTO I (Fragmento)

Mientras retrocedía al lugar hondo
ante mi vista se hizo descubierto
quien mudo pareció en lo silencioso.
Cuando yo le miré en el gran desierto,
“Apíadate de mí –le grité al mismo–,
quienquiera seas, sombra u hombre cierto.”
Respondiome: “Hombre no; hombre ya he sido,
los que diéronme el ser fueron lombardos,
y ambos por patria a Mantua la han tenido.
Nací sub Julio, bien que un poco tardo
y viví en Roma, bajo el buen Augusto,
en tiempos de engañosos dioses falsos.
Poeta he sido, y yo canté del justo
hijo de Anquises, que volvió de Troya
después que fue el soberbio Ilión combusto.
Mas, ¿por qué a tanta pena tu retornas?,
¿por qué no vas al deleitoso monte
que es principio y razón de dicha toda?”
“¿Eres tu aquel Virgilio, aquella fuente
que tan gran río en el hablar difunde?,
-le respondí con vergonzosa frente,-.
¡Oh, de los otros poetas honra y lumbre!,
válgame el largo estudio y grande amor,
que a mí buscar me han hecho tu volumen.
Eres tú mi maestro, eres mi autor:
eres tú sólo aquel, de quien yo hurto
el bello estilo, que me ha dado honor.
Mira la bestia por la cual yo huyo:
de ella, famoso sabio, has de ayudarme,
que me hace estremecer venas y pulso.”
“Te conviene seguir distinto viaje,
-dijo, después de ver que yo lloraba-,
si quieres huir de este lugar salvaje:
porque esta bestia, por la qual tu clamas,
no deja que otro pase por su vía,
mas tanto se lo impide que lo mata;
y es su natura tan malvada e impía
que su rabiosa gana nunca llena,
y ha más hambre al comer que antes tenía.
Con muchos animales se empareja,
y aún serán muchos más, hasta que el Veltro
vendrá, y hará que con dolor se muera.
Este no comerá tierra ni peltro,
pero si amor, virtud, sabiduría,
y su patria estará entre Feltro y Feltro,
será salud de aquella humilde Italia,
por quien murió la virginal Camila,
Euríalo y Turno y Niso en la batalla.
Este la cazará por cada villa,
hasta arrojarla dentro del infierno,
del que al principio la sacó la envidia.
Mas ahora por tu bien pienso y discierno
que tu me sigas, yo seré tu guía;
te sacaré de aquí a un lugar eterno,
donde oirás espantosa gritería;
verás viejos espíritus en duelo,
que todos la segunda muerte ansían;
luego aquellos verás, que están contentos
en fuego, porque esperan la llegada
entre los alabados, a su tiempo:
a los cuales, si tu asceder desearas,
otra alma te guiará que yo más digna,
te dejaré con ella cuando parta;
que aquel Emperador, que reina arriba,
porque yo con su ley rebelde me hice,
no quiere a su ciudad por mi la ida.
En toda parte impera y allí rige,
allí está su ciudad y su alto asiento:
¡dichoso aquel, que al lado suyo elige!”
Yo le dije: “Poeta, te requiero
por ese Dios que tu no conociste,
para huir de este mal o más adverso,
que me lleves allá donde dijiste,
tal que yo vea la puerta de San Pedro
y aquellos que tu dices ser tan tristes.”
Anduvo entonces, y seguí postrero.

PARTE SEGUNDA - PURGATORIO
CANTO XII (Fragmento)

Pareados, como bueyes bajo el yugo,
iba yo con aquella alma cargada,
mientras el dulce maestro a bien lo tuvo.
Mas cuando dijo: “Déjale y avanza,
que aquí conviene con vela y remos
cuanto uno pueda, aligerar su barca”;
erguido, cual se debe andar, fui puesto
con la persona, aunque mis pensamientos
inclinados siguieran y modestos.
Yo ya andaba, y seguía placentero
de mi maestro los pasos, y allí entrambos
mostrábamos cómo éramos ligeros,
cuando dijo: “Los ojos vuelve abajo:
te convendrá, por suavizar la senda,
mirar al suelo donde vas pisando”.
Como, porque memoria de ellos sea
sobre sepultos las terrenas losas
llevan escrito lo que en vida fueran,
por lo que muchas veces allí lloran
por el pinchazo de la remembranza,
que sólo a los piadosos acongoja,
así vi allí, mas con mejor semblanza,
según el artificio, figurado
cuando por vía de afuera el monte avanza.
Veía a aquel, que noble fue creado
más que otra criatura, desde el cielo
fulgurante cayendo por un lado.
Veía a Briareo, herido por el hierro
celestial, que yacía de otra parte,
grave a la tierra por el mortal hielo.
Veía a Timbreo, veía a Palas y Marte
aún armados en torno al padre de ellos
mirar dispersos miembros de gigantes.
Veía a Nemrod al pie del gran empeño,
casi extraviado contemplar las gentes
que en Sanaar con él soberbias fueron.
¡Oh, Niové, con qué ojos tan dolientes
te veía, esculpida allí a la estrada,
entre tus siete y siete hijos inertes!
¡Oh, Saúl, cómo con tu propia espada
aparecías muerto en Gilboé,
que después no vio lluvia ni rosada!
¡Oh, loca Aracne, tal te contemplé
ya medio araña, triste en los retales
del trabajo que en daño tuyo fue.
Oh, Roboám, ya no sembla que amenace
aquí tu gesto; mas de espanto lleno
te lleva un carro, antes que te echasen.
Mostraba aún el duro pavimento
cómo Alcmeón a su madre le hizo caro
pagar el desdichado adornamento.
Mostraba cuál los hijos se arrojaron
sobre Sennaquerib dentro del templo,
y, como muerto, allí lo abandonaron.
Mostraba la ruina y daño horrendo
que hizo Tomiris, cuando dijo a Ciros:
“De sangre hubiese sed, de ella te lleno”
...Mostraba en la derrota ser huidos
los asirios tras muerte de Holofernes,
y también las reliquias del martirio.
Veía a Troya en cenizas demolientes:
¡oh, Ilión, qué vil y qué pequeño
el cuadro que allí había te discierne!
Del pincel o buril, ¿quién fue el maestro
que allí trazó las sombras y motivos
que admirarían a un agudo ingenio?
Los muertos creí, los vivos vivos:
no vió mejor que yo quien vio lo cierto
de cuanto allí pisé inclinado al sitio.
Id, soberbios, con ojos altaneros
hijos de Eva, no inclinéis el rostro,
de modo que veais el mal sendero.
Mucho habíamos ya del monte vuelto,
y anduvo más el sol en su camino
que lo estimaba el ánimo no suelto;
cuando aquél, que delante siempre fijo
me andaba, comenzó: “Alza la cabeza;
no es ya tiempo de andar tan abstraido.
Hacia allí mira un ángel que se apresta
por venir hacia nos; ve que ya torna
del servicio del sol la esclava sexta.
De reverencia el acto y rostro adorna,
porque le plazca arriba conducirnos:
ve que este día ya jamás retorna!.


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PARTE TERCERA
- PARAÍSO CANTO

XXVI (Fragmento)

Aquella misma voz que la pavura
en mí quitó del súbito cegado,
ahora de razonar me puso en cura;
y habló: “En verdad que en más sutil cedazo
te conviene aclarar: bueno es que digas
quién tu ballesta la apuntó a tal blanco”.
Y yo: “Por filosófica doctrina
y autoridad que desde aquí desciende,
conviene que este amor en mí se imprima;
que el bien, en cuanto es bien, como se entiende,
así enciende el amor, y mayor tanto
cuanta mayor bondad en sí comprende.
Así a la esencia, en que hay tal adelanto
que todo bien que fuera de ella encuentra
no es otro que un destello de su rayo,
más que en otra conviene que se mueva
la mente, amando, de uno que discierna
la verdad, en que fúndase esta prueba.
Tal vero al intelecto mío expresa
aquel que me demuestra el primo Amor,
de todas las sustancias sempiternas.
La voz lo externa de veraz autor
que dijera a Moisés, de sí parlando:
“yo a ti te mostraré todo valor”.
Extérnaslo tú ahora, comenzando
el alto anuncio, en grito del arcano
de aquí a la tierra sobre cualquier bando”.
Y esto yo oí: “por intelecto humano
y por autoridad que en él se acuerda,
a Dios guarda tu amor más soberano.
Mas di aún, si tú sientes otras cuerdas
hacia El tirarte, tanto que razones
con cuántos dientes este amor te muerda”.
No me huyeron las santas intenciones
del águila de Cristo, y fui advertido
dónde quiso llevar mis confesiones.
Y así empezara: “Todos los mordiscos
que el corazón a Dios volverlo puedan,
en la mi caridad son contenidos,
puesto que el ser del mundo y mi existencia,
la muerte que El sufrió porque yo viva,
y lo que todo fiel conmigo espera,
con la predicha conoscencia viva,
sacado me han del mar del amor tuerto
y del recto pusiéronme en la riba.
Las frondas, que enfrondecen todo el huerto
del hortelano eterno, yo amo tanto
cuanto a ellas por él de bien es puesto”.
Apenas me callé, muy dulce canto
resonó por los cielos, y mi dueña
dijo con todos: “¡Santo, santo, santo!”.
Y como a luz aguda se despierta
por el visivo espíritu que afluye
al resplandor que va de tela en tela,
y el desvelado lo que mira rehuye,
que es tan necia la súbita vigilia,
mientras la estimativa no le ayude;
de mis ojos así toda quisquilla
quitó Beatriz con rayos de los de ella,
que a mucho más brillaban de mil millas:
por lo que, mejor que antes, luego viera,
y preguntaba casi estupefacto
por una cuarta luz que antes no era.

WILLIAM SHAKESPEARE
Inglaterra, 1564



SONETOS

XLVI

Mi ojo y mi corazón a muerte están en guerra
por cómo de tu vista el campo se reparte:
mi ojo a mi corazón tu imagen ya le cierra;
el corazón al ojo, el derecho a mirarte.
Mi corazón arguye que él te tiene dentro,
alcoba nunca por pupila penetrada;
mas el otro a razones le sale al encuentro,
y alega que tu forma en él está pintada.
A dirimir el pleito se erigió un jurado
de pensamientos -todos del alma aparceros-,
y por su veredicto se han determinado
de ojo claro y de dulce corazón los fueros,
así: a mi ojo tu exterior le corresponde,
y al corazón la parte en que el amor se esconde.

XXX

Cuando a sesión de dulce mudo pensamiento
convoco los recuerdos de lo que se ha ido,
la falta de mil cosas que busqué lamento,
renuevo el viejo llanto del tiempo perdido;
anegan mi ojo seco amigos como un oro
hundidos de la muerte en la noche sin fecha;
duelos de amor ya rancios frescamente lloro,
plaño el gasto de tanta y tanta faz deshecha;
y aun de pasados tuertos sé sentir afrenta
y con pasar de duelo en duelo calcular
de los llorados llantos la penosa cuenta,
que, como no pagada, vuélvola a pagar.
Pero si en esto, amigo, pienso en ti, por buenas
las pérdidas se enjugan y se van las penas.

XIX

Tiempo voraz, embótale al león la garra
y haz que la propia tierra sus crías embeba,
al fiero tigre descolmilla y desquijarra
y sepulta en su sangre a la fénix longeva;
haz liedo y triste el año al paso que resbalas,
y haz lo que quieras, Tiempo de los pies alados,
al vasto mundo y todas sus caducas galas;
mas te prohibo aquí el más vil de los pecados:
ah, no arañen tus horas la frente a mi amado,
ni traces allí rayas con tu astrosa pluma;
déjalo en tu carrera intacto, por dechado
para hombres venideros de belleza suma.
Mas ¡qué! haz lo que quieras, Tiempo viejo:
malpese a tu manejo,
mi amor por siempre joven vive en este espejo.
 


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LV

No mármol, no de reyes áureos monumentos
sobrevivirán a esta poderosa rima:
tú brillarás más claro en estos argumentos
que ruda losa que el roñoso Tiempo lima.
Cuando ruinosa guerra estatuas tumbe a tierra
y desarraigue moles de mampostería,
ni Marte con su espada ni fuego de guerra
arrasará el registro vivo de tu día.
Frente a muerte y desmemoriosa enemistad
tú avanzarás, que aún tu gloria viva y cunda
hasta en los ojos de cualquier posteridad
que este mundo en su ruina postrimera hunda.
Así, hasta el Juicio que tú mismo al fin levantes,
vives en esto, y moras en ojos de amantes.

LI

Así puede excusar mi amor la tarda falta
de mi pobre montura, al ir de ti marchando:
¿a qué prisas, para ir de donde estás, le mando?
Hasta que esté de vuelta, postas no hacen falta.
Ah, ¿qué excusa hallará después mi bruto, el pobre,
cuando el vuelo más raudo me parezca lento?;
que entonces meto espuela aunque cabalgue sobre
el rayo, y llamo calma al más alado viento.
No hay caballo que aguante entonces a la cincha
del deseo, y, tejido en puro amor, deseo
-no bruta carne- en el afán relincha.
Pero amor por amor excusa así el jadeo:
como al irse de ti tan lento fue, de vuelta
a ti quiero correr y darle rienda suelta.

LII

Tal como el rico soy, cuya llave bendita
lo lleva hasta su dulce tesoro guardado:
el cual no cada hora lo abre y lo visita,
por no embotar el punto del placer contado.
Por eso son las fiestas solemnes y raras,
porque, al caer con pausa al hilo del gran año,
se ofrecen espaciadas como gemas caras
o como en tienda de joyero el oro en paño.
Tal es el tiempo que te esconde como un arca
o como cofre que la rica ropa guarde
a ponerle a una fecha venturosa marca
a desplegar la vieja gala en nuevo alarde.
Bendito tú, cuya valía a tanto alcanza
que da, tenida, gozo, y faltando, esperanza.

Presentación del libro el 8 de marzo de 2006
"Día de la Mujer Trabajadora"

Mejor libro de Poesía 2005  "La piel del deseo" premiado por la Internacional Writers and Artist Association


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JOHN MILTON
Inglaterra, 1608



EL PARAÍSO PERDIDO
(FRAGMENTOS)

“Bien voluble es el estado de quien Dios más favorece;
¿Quién por mucho logra complacerle? A mí primero
Me arruinó, ahora al hombre, ¿quién después?”.
Razón de burla no ha de darse al Enemigo.
Sin embargo, yo a la tuya mi fortuna he sujetado,
Decidido a padecer el mismo sino; si la muerte
Te acompaña, muerte es para mí cual vida;
Tan potente siento en mis adentros
El ligamen de Natura arrastrarme a mi ventura,
Mi ventura en ti, pues tu atributo es el mío,
Nuestro estado es indiviso, somos uno,
Una carne, y perderte es perderme a mí”.
Así Adán, y de este modo Eva le repuso:
“Oh gloriosa prueba de supremo amor,
Evidencia ilustre, alto ejemplo,
Que me induce a emularte; pero lejos
De tu perfección, ¿habría de lograrlo yo,
Adán, yo, que me precio germinada en tu costado
Y gozosa te oigo hablar de nuestra unión,
Un alma y corazón en ambos, de que buena muestra
Da este día, declarándote resuelto,
antes de que muerte o cosa más terrible
Nos separe, enlazados con amor tan grato,
A afrontar conmigo un crimen, una culpa,
Si los hay, probando de este fruto espléndido,
Cuya virtud -pues siempre bien del bien procede,
ya directo o incidental- ha dado
Esta prueba venturosa de tu amor, que nunca
de otro modo se mostrará tan sublime.
Si pensara que la muerte presagiada seguirá
A mi tentativa, sola sostendría lo peor
Sin persuadirte; antes moriría abandonada
Que ligarte a mi delito con un acto
Pernicioso para ti y, sobre todo,
Cuando acabas de probarme tan sincero,
Tan leal amor inigualable. Pero siento muy distinto
El resultado: no la muerte, vida incrementada,
Ojos despejados, nuevas esperanzas, nuevos gozos,
Gusto tan divino, que lo dulce que tocara
Antes mi sentido, áspero parece y pobre frente a esto.
De mi experiencia, prueba libre, Adán,
Y el miedo de la muerte líbralo a los vientos”.
Diciendo esto, lo abrazó y lloró de dicha
Tiernamente, conmovida por amor
Que tanto ennobleciera Adán, capaz de disgustar
A Dios por ella, o de aceptar la muerte.
En recompensa (pues anuencia tan infame
Recompensa tal merece) de aquella rama
Dio a Adán el fruto hermoso y seductor
Con mano generosa: de comer, escrúpulos no tuvo
Aún sabiendo el resultado; no engañado,
Sino, ingenuo, derrotado por encanto femenino.
Tembló la Tierra en sus entrañas, con dolores
Nuevamente, y la Natura por segunda vez gimió;
El cielo atenebrose y, farfullando truenos, derramó
Al consumarse aquel mortal y original Pecado
Algunas gotas tristes. no lo percibía Adán
Comiendo hasta saciarse, ni temía Eva repetir
Su previa transgresión, por confortarlo a él
Con tan amada compañía. Y ahora,
Cual con nuevo vino ambos embriagados,
Flotan plenos de alborozo e imaginan
Dentro de ellos la deidad gestando alas
Con que despreciar la Tierra. Mas el falso fruto
Otro efecto bien distinto antes provocaba,
inflamándoles carnal deseo: él a Eva
Empezó lascivo a contemplarla; ella a él
Tan libertina le responde. En lascivia arden,
Hasta que Adán intenta seducirla así:
“Eva, veo ahora que eres impecable en gusto
Y elegante, de sapiencia no carente,
Pues a cada significación sabor le atribuimos
Y juicioso al paladar llamamos. Yo te rindo
Aplauso, tan bien hoy has proveído.
Gran placer perdimos absteniéndonos
De fruto tan sabroso e ignoramos hasta ahora
El auténtico gozar del gusto; si placer así
Existe en lo prohibido, bien podría desearse
Que en lugar de un árbol nos tuviesen diez prohibidos.
Pero ven, así tonificados, y juguemos
Cual conviene tras ración tan deliciosa;
Porque nunca tu belleza, desde el día
En que te vi y me casé contigo, adonada
De totales perfecciones, ha inflamado tanto mi sentido
Con ardor de disfrutarte: más que nunca
Bella ahora, don de este Árbol virtuoso”.

* * * * *

 

“Oh tú que, de inefable gloria coronado,
Miras como un Dios desde tu Imperio solitario
Este nuevo mundo; a cuya vista toda estrella
Su menguada testa esconde; a ti te hablo,
No con voz amiga, y tu nombre añado,
Oh Sol, al decirte cuánto odio yo tus rayos,
Que me traen recuerdo del estado del que caí,
Y cuán glorioso fui otrora sobre esa esfera tuya:
Orgullo y ambición me despeñaron
Pues batalla di en el Cielo al Rey del Cielo impar.
¡Y por qué! No merecía tal respuesta mía
Quien creó lo que yo era
En aquella fúlgida eminencia, y con su bien
A nadie reprendía, ni era duro su servicio.
Qué menor tributo que rendirle su alabanza,
Fácil recompensa, y darle gracias,
¡Tan debidas! Mas su bien en mí fue sólo mal
Y no gestó sino vileza; elevado tan arriba
Desdeñé la sujeción, creyendo que más alto
Me hallaría Altísimo, y en un instante repudié
la deuda inmensa de perpetua gratitud:
Tan gravoso, aún pagándola, deberla todavía;
Olvidando lo que de él aún recibía,
No entendí que una mente agradecida,
Al deber, no debe nada: más bien paga, al tiempo
Endeudada y eximida. ¿Y qué carga, pues?
Oh, si su hado poderoso me hubiese concebido

Como Ángel inferior, feliz entonces mi existencia
Sin que esperanza desmedida despertase
La ambición. ¿Y por qué no?, algún Poder distinto
Y no menor podría haberse alzado y, aunque ínfimo,
Quizá seguido yo su bando; mas Poderes grandes hay
Que no cayeron y resisten inmutables
Toda tentación de fuera o dentro.
¿Tuviste tú también poder y voluntad para aguantar?
Tuviste: ¿a quién o qué acusarás ahora
Más que al libre amor del Cielo dado a todos por igual?
Sea pues su amor maldito, ya que amor u odio,
Para mí lo mismo, me reporta mal eterno.
No, maldito tú, que en contra de su voluntad
La tuya libre decidió lo que ahora llora justa.
¡Miseria mía! ¿Cómo entonces esquivar
la cólera infinita, la infinita desesperación?
Cualquier camino es el Infierno; el Infierno yo;
Y en el pozo más profundo un pozo aun mayor
Se abre vasto todavía y amenaza devorarme,
Haciendo que parezca Cielo el Infierno que padezco ya.
Cesa entonces pues: ¿no queda ni un lugar
Para la contrición, para el perdón no queda?
No sin sumisión; y tal palabra
El desdén me la prohíbe y el temor a la vergüenza
Entre los Espíritus de abajo, que seduje
Con promesas bien distintas y otra vanagloria
Que la sujeción, presumiendo de vencer
Al Todopoderoso. ¡Ay de mí!, qué poco saben
Lo carísimo que pago alarde tan banal
Y bajo qué tormentos peno en mis adentros:
Mientras ellos me veneran en el Trono del Infierno
Con diadema y cetro enaltecido,
más abajo caigo y soy supremo sólo
En la miseria: gozos tales la ambición te porta.
Mas digamos que pudiese arrepentirme
Y obtener por Gracia mi anterior estado, pronto
Mi altura evocaría altiva idea y qué pronto
Negaría los fingidos juramentos, recusando la molicie
Votos hechos en dolor, por vacuos y forzados.

La guerra, el tango y olé. Óleo sobre lienzo 100 x 100 cm.
de Miguel Oscar Menassa.


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FRESCORES

GEORG CHRISTOPH
LICHTENBERG

Alemania, 1742



- Comúnmente cada transformación de nuestra condición de vida provoca que buena cantidad de cosas nos resulten ya demasiado amplias, ya demasiado estrechas, en pocas palabras: inutilizables.

Así como encogemos un par de pantalones, así encogemos el entorno, las bibliotecas, los principios y otras cosas por el estilo. En ocasiones lo hacemos antes de que se hayan gastado y en el peor de los casos antes de que tengamos otros nuevos.

Siempre he tenido un concepto más alto de las recámaras que la mayor parte de los hombres; gran parte de nuestras ideas dependen de su disposición, y pueden ser vistas como un segundo cuerpo.

- El amor melancólico, poético, es en realidad una forma particular de percibir el placer. El hombre otorga diversas formas a sus sensaciones interiores.

- Vivimos en un mundo donde un loco produce muchos locos, pero un sabio sólo unos cuantos sabios.

- El primer paso de la sabiduría: criticarlo todo; el último: soportarlo todo.

- Una conducta esclava no siempre es la conducta de un esclavo.

- Lo que hace que la amistad auténtica y el vínculo conyugal sean tan fascinantes es la ampliación del yo.

- Ahora la razón se alza sobre el reino de las tinieblas, pero los sentimientos son como los picos de los Alpes sobre las nubes: ven el sol con mayor claridad y nitidez, pero siguen igual de fríos y estériles.

- No deja de ser sorprendente que se hable tanto de nuestra posteridad y tan poco de nuestra preteridad, de la etapa previa al nacimiento.

Tomar en cuenta aquel tiempo anterior al miedo nos brindaría más información sobre nuestra condición después de la muerte y seguramente tendría más sentido que la actual palabrería sofista.

No se debería decir “después de la muerte”, sino “antes” y “después de la vida” La lámpara antes de encenderse y después de apagarse.

- Una regla de oro: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten.

- El hombre es una obra maestra de la creación, tan sólo porque a
pesar de todo su determinismo cree que actúa como ser libre.

- Los locos son hebras sueltas que no se ajustan al carrete de esta hilandería. Son sagrados para algunos pueblos. Los locos nos ofrecen perspetivas sobre el estado general de las cosas que nadie más nos da. Son el ojo presionado que produce figuras eléctricas y soles y destellos de dril.
 


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