LAS 2001 NOCHES Nº 84

JUAN-JACOBO BAJARLÍA PRESENTACIÓN DEL LIBRO " EL HOMBRE Y YO" DE MIGUEL OSCAR MENASSA SOCIOS DE HONOR
LIMINAR PALABRAS DE MIGUEL OSCAR MENASSA TALLERES DE POESÍA GRUPO CERO
RETRATO POÉTICO DE BAJARLÍA PALABRAS DE MARÍA CHÉVEZ GRUPO CERO EN LA RADIO
"UNA CITA CON LA PALABRA"
INTENTO TERCERO DEL INTENTO DE PRÓLOGO DE LA OBRA: POEMA D ELA CREACIÓN PALABRAS DE ANTONIA SAN JUAN PRESENTACIÓN DEL LIBRO "MEDICINA PSICOSOMÁTICA I"
28 DE NOVIEMBRE DE 2005
CARTAS PALABRAS DE CARMEN SALAMANCA NO DEBEMOS CALMAR EL HAMBRE NUNCA
"JUVENTUD GRUPO CERO
"

 

En nombre de la Editorial Grupo Cero quiero agradecer al poeta Juan-Jacobo Bajarlía la fuerza que nos da verlo vivir y que haya permitido a nuestra modesta editorial la posibilidad, al publicar su POEMA DE LA CREACIÓN, que se abra para todos un camino de grandeza.

LIMINAR

Este Poema de la creación lo escribí en un bar de la calle Talcahuano, a media cuadra de Tribunales, en 1970. Conservo el pequeño cuaderno en que está volcado. Tiene 14 páginas manuscritas, y su letra es diminuta. El tema, la creación del mundo y del hombre, ha tentado a muchos poetas que, a fin, repitieron el relato de las Escrituras. Nosotros hemos eludido ese riesgo. La era cibernética en que vivimos exigía una escritura distinta, un conocimiento que abarcara la totalidad de un universo que ya no se rige por el azar y el enigma.

De las ideas del pasado en el Poema de la creación, hay una que retomo y siempre estará al acecho en la historia del tiempo: la ekpyrosis. Es decir, la destrucción cíclica del universo, como lo sostenía el estoico Zenón de Citio en el siglo IV a. de J.C. El mundo, decía, es corruptible y finito, y se engendra a sí mismo. Diógenes Laercio (VII, 97) cita su libro Del universo y agrega los de Crisipo, Posidonis y Cleantes.

Juan-Jacobo Bajarlía
Buenos Aires, 1996
 

RETRATO POÉTICO DE BAJARLÍA

Juan-Jacobo Bajarlía en la plenitud de su vida es ya una leyenda.

Pero la más bella leyenda: la de estar en la poesía, y no en la nefasta región de los que impostan la poesía que, a veces, suelen resultar excelentes “redactores de poesía”. Él ha hecho ya mucho –y sigue haciéndolo- como poeta y, como cruzado en el abismo, por la poesía y en especial por la más contemporánea.

Atípico hombre de sí mismo. Lo conocí una noche de un día feriado, allá por 1948 o 1949, en el departamento donde Edgar Bayley vivía con Matilde Schmiberg, muy cerca de la Estación Pacífico. Todos los almacenes estaban cerrados, pero recorriendo calles de Palermo Viejo encontramos, por fin, el botellón de vino que buscábamos con Edgar y Matilde.

Y ahora, después de tantos años, ¿qué ha pasado? A este poeta lo encuentro en una tentativa de trajinar sabanas (para mí todo es siempre sabana) de la infinitud. ¡Y de qué manera! Hacía falta entre nosotros un cantor lúcido de luz infinita, que trabajando con las imágenes de la creación, proyectara esas imágenes, sin que impureza alguna –siempre rechazada- se interpusiera entre el foco proyector de su corazón, de su tiniebla, sangre, razón ardiente, memoria, ciencia, poesía, y las pantallas receptoras del corazón de otros hombres: de los que aún conservan la inocencia de la poesía, del sueño y de la fraternidad.

 Sí, sin retóricas al uso falsamente histórico, falsamente político, falsamente religioso; sin la grandilocuencia tronante o moralizante de “antiparrados personajes oficiales” –al decir de Oliverio Girondo-, que a veces intentan escribir sobre la Creación, Bajarlía nos está donando un cántico, imperfecto como el amor o el sueño, como todo aquello que ES. ¿Surgido de la divinidad de la materia? Esa divinidad que adoraba Apollinaire. Su cántico dialoga con y hacia el Dios Infinitud, que está siempre muy cerca de los hombres, y comparte secretamente con ellos (o con algunos de ellos) su tabaco de oro y sangre salvaje de universo.

“Las aguas se bordaron en el día y un pez/inició la rebelión de sus aletas”, dice Bajarlía, y un poco más adelante, como sintetizando todo: “Yo soy el que estaré”. ¿Esto último nos arrebata toda idea de muerte? No lo sé, pero nos sentimos balanceados por el infinito, con toda nuestra sangre actual. En su canto aparecen las acciones-reacciones de los hombres, que nacieron como respuesta a las órdenes, los preceptos carcelarios, las falsas indicaciones de los destructores de las altas religiones.

Seguramente porque algunos lúcidos, y otros, desde la misma oscuridad, se sintieron inundados por ese Dios Infinitud, que a veces se deja entrever a ras del horizonte terrestre.

¿El deseo es la luz del sueño?... ¿La poesía es un diablo o un dios? No lo sé. Pero, sí, entreveo que es el Gran Sueño. El cántico de los poetas nos arrasa y nos enreda una tabla con leyes de sangre en el corazón.

Saludo a los que como Bajarlía tienen la certidumbre de que no hay técnica, cibernética, máquina, laboratorio, otros planetas, otros vuelos, invasiones, decretos letales, letras muertas, hemorragias de tecnologías bien o mal aplicadas, columnas de peste y pus, desamor y desprecio que puedan exterminar a la poesía y a las misiones –oscuras o solares- de los poetas.

Dice en otro fragmento de su canto: “No caerás en la idolatría: y al día siguiente levantaste un código de signos en el que cada cifra era una boca sin entrañas. El hombre se convirtió en un número que andaba”.

Esto último que cité del Poema de la creación, para mí no significa que la poesía no sea la secreta-insobornable-pasajera-viajera.

¿La enredadera, indefinible, del deseo de los hombres, donde canta todo amor y todo sueño terrestre? Y por último, esto muy bello que dice Bajarlía: “La poesía (¿quién la vio?) no tiene rostro, pero tiene una voz
que nos da sombra”...

Francisco Madariaga
Abril de 1996

125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA


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INTENTO TERCERO DEL INTENTO
DE PRÓLOGO DE LA OBRA:
POEMA DE LA CREACIÓN

Cuando en el mes de marzo de 1996, hace apenas dos meses y algo, Bajarlía me entregaba su Poema de la Creación, para publicar en nuestra modesta Editorial Grupo Cero, yo sentí cómo se abría alguna puerta en algún lugar maravilloso y, tengo que confesarlo, ahora, porque después no sería ya posible, que casi me dejó sin respiración cuando al entregarme los originales junto con un hermoso prólogo del poeta Francisco Madariaga me dijo: Menassa, quiero que el libro, también, tenga un prólogo tuyo.

Casi sin respiración porque no entendía porqué se le ocurrían esas cosas a ese hombre que yo consideraba, en un sentido estrictamente vital, mi maestro.

Para qué, me pregunté mil veces, en un segundo, quiere un prólogo mío si ya tiene un inteligente y, a la vez, hermoso prólogo de Madariaga, que por otra parte estaba en una posición mucho mejor que la mía para la tarea que se me encomendaba y que él ya había realizado, porqué, me preguntaba, se me hace llegar a esta situación, y tengo que dejar constancia que todo esto me ocurría antes de leer el poema.

Lo guardé cuidadosamente en un sobre junto con el prólogo de Madariaga y los originales manuscritos en un pequeño cuaderno que, de manera atolondrada, le prometí a Juan-Jacobo que a lo mejor además del poema se podrían publicar los manuscritos, ya que estaban escritos en un pequeño cuaderno.

Al llegar a mi casa de Buenos Aires, en la avenida Córdoba, guardé el sobre en la valija, para no perderlo y me puse a pensar no en el prólogo sino en la tapa (portada) que convendría al libro.

Evidentemente no pude llegar a ninguna conclusión, porque todavía no había leído el poema.

Pasó más de una semana y fue entonces donde, a la hora de la siesta y en compañía de la bella Olga, nos pusimos a leer el poema, primero lo leí yo en voz alta y el poema nos resultó maravilloso, evidentemente en el poema estaba la creación, después ella leyó el poema en voz alta y nos volvió a resultar maravilloso, mientras ella leía yo tomé algunos apuntes que luego olvidaría en Baires.

Repetimos la operación de leer en voz alta tres o cuatro veces más y después hicimos el amor.

Y no fue un amor cualquiera, el poema había repercutido en nosotros de una manera extraordinaria. Millones de bacterias se movían a nuestro compás generando la vida y cuando el Poeta destejía los sonidos para fundar el equilibrio, la bella Olga y yo mismo caíamos, sin par, sobre nosotros mismos, buscando algo que no existía sino en el centro de la creación, el poema.

Luego fuimos incendiados juntos con las galaxias y nuestros cuerpos se expandían hasta tocar el universo.

Claves, mujer y formas dormían en las manos del Poeta. El poema seguía avanzando sobre nosotros. El Poeta y la eternidad eran un mutismo enfurecido. La materia soñaba y nuestros cuerpos sólo podían escuchar la voz.

Yo soy el que estaré
y tendré la luz
en tu vientre.

Los elementos recónditos de la materia nos dieron la palabra, el grito.

Hicimos el amor pero no fue un amor cualquiera, parábolas de cielo telegrafiaron sobre nuestro pequeño amor, la muerte, la energía, el genio, los siglos, la serpiente. Hasta bebimos en bellos odres galácticos, un vino planetario, que puso en nosotros eternidad vacía y llenos de terror vimos todo el pasado y los timbres de las palabras, el Poeta alcanzaba su máxima fuerza, aniquilaba todo futuro.

Al levantarnos de la siesta, yo me puse a pintar y en tres días había comenzado cuatro cuadros que todos podrían ser portada del Poema de la Creación. Con uno de ellos, unas horas antes de volver a Madrid, llegué a pensar que ese cuadro sería el prólogo del libro, después, descarté la idea por absurda.

Al llegar a Madrid leí el poema en varios talleres de poesía, con gran éxito, y a los socios de la Editorial, que sintieron que la publicación de ese poema abriría para todos nosotros una nueva época, pero lo que no podía era ponerme a escribir el prólogo que me había encomendado el Poeta.

Volví a leer lo escrito y reconocí haber hecho algo y si yo no tuviera casi 60 años y no estuviera prologando un libro de un gran escritor de casi más de 80 años, diría que el libro actuaba sobre mí, como una sustancia afrodisiaca. Cada vez que lo leía o lo miraba, apenas, o lo tocaba con la punta de los dedos, a los pocos minutos me encontraba haciendo el amor.

Y no un amor cualquiera. El Poeta hacía que de nuestros cuerpos brotaran cual luciérnagas enamoradas, el odio, la estafa, los signos, la ausencia, los garfios, los semáforos negros, los colores, las razas, la pereza, la inteligencia artificial, la ambición, el desprecio, la destrucción, la misma muerte copulaba con nosotros, y el futuro se fundía con un pasado sin memoria.

El final del poema es la consagración, pero no de la primavera o del amor sino, sencillamente, de la inteligencia.

Por eso esta vez dejo el amor flotando en la penumbra para que sea encontrado por los más audaces hasta alcanzar el movimiento de los astros y de esa manera dejo que el lector descubra por sí mismo que toda luz, toda creación, todo misterio, toda inteligencia, sólo es tiempo y deseo.

Antes de terminar y para dar paso a lo que nos convoca:

El poema, la creación, quiero escribir para que se entienda, un poco, mi decir, que cuando yo era un pibe, Juan-Jacobo, ya era un gran amante. Que cuando yo era apenas un adolescente de 10 años, Juan-Jacobo Bajarlía publicaba sus primeros libros de poemas. Y cuando yo era un joven en los primeros años de medicina que escribía mis primeros poemas, Juan-Jacobo, ya era el Gran Bajarlía, el maestro.

Después cuando mayor, hace apenas un año cuando lo conocí personalmente él ya había hecho de todo: novelas, novelas policiales, poesía, relatos eróticos, abogado criminalista, ensayos, teatro, había sido premiado varias veces y había traducido a los grandes; pero eso no era lo peor sino que, después de haberlo hecho todo, lo seguía haciendo.

Miguel Oscar Menassa
5 de junio de 1996
 

El día aún era noche en el átomo.

Crujía en el signo y se movía arrastrando los bloques
         de silencio que la edad había sepultado.

Tú eras ya el anuncio de una bacteria que buscaba
         otra bacteria,
         un sonido que yo destejía para fundar el equilibrio.

No había abajo ni arriba. Lo que estaba a la izquierda
estaba a la derecha y en todas partes.

El centro era todos los centros en un círculo que
          buscaba los números.

Moví una idea.

La palabra movió la noche, y la oscuridad la luz.

Las aguas se bordaron en el día y un pez inició
la rebelión de sus aletas.

Avanzó por la línea enardecida que separó la muerte
          de la no-muerte
                             el silencio del sonido.

 


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Después encendí las estrellas las galaxias los
        cuásares profundos que iluminaban
        los átomos para que el cosmos se expandiera.

Te di una mujer para adornarte
una clave para alimentar tu pensamiento
las formas por hacer que dormían en mi mano
la luz que caía desde un párpado que avanzaba en la
         noche donde yo y la eternidad éramos un mutismo
enfurecido
la imaginación que crecía en los límites
la materia que soñaba.

 

Después puse un signo en tu lengua
             y el sonido resplandeció.

Puse decibeles para crecer en la extensión
       protones invisibles devorados por el quark
       una columna de átomos donde descansaba la fuerza
             que traía de la profundidad.

Puse el fuego en tus ojos
       la eternidad en tu cintura
       el mando en tu voz
       la idea de una llama que avanzaba en tu sangre
       y perforaba el pensamiento.

 

Eras una partícula que ya no se arrastraba
             y ganaba altura
una garra que caía en aluvión y recogía el universo
en la caja de un sueño donde danzaban los espectros
             de otras estrellas aplastadas en órbitas enmohecidas,
un tentáculo que enredaba los mundos habitados
            para decirse el vencedor
una gota de sangre para ahogar la esperanza
un navío que acumulaba el espacio curvado
           lleno de parábolas que jamás se tocaban
un hilo que se enredaba en el rictus
            y dibujaba una palabra para telegrafiar a la muerte.

Pero Einstein había dicho que la materia es energía,
y el Genio al pescador, que después del tercer siglo
          destruiría al que lo sacara del abismo,
y Gilgamesh, que había perdido la hierba de la vida
          por causa de la serpiente,
y Batharly el Apócrifo, que las galaxias eran cúmulos
          coléricos donde flotaban los espectros
          que amanecían en el vino planetario,
y yo a ti, que la eternidad es una redoma que se vacía
          a cada instante
             colocada en el olvido.
Pero tu garra se deslizaba levantando tumbas
cruces de luz que borraban el pasado
palabras llenas de timbres que aniquilaban el futuro.

 


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Pedí el Libro para inscribir las hazañas.

La primera: Harás el amor.
     Y sólo brotó el odio.
      Las órbitas espaciales se llenaron de ojos muertos.

La segunda: No mentirás.
       Y brotó la estafa.
       El hombre contó sus huesos y sus nervios
       y los puso en la balanza para venderlos.

La tercera: No caerás en la idolatría.
       Y al día siguiente levantaste un código de signos
       en el que cada cifra era una boca sin entrañas.
El hombre se convirtió en un número que andaba.

La cuarta: No robarás.
       Y estalló la ausencia.
       El pan que te di para vivir se deslizaba en el corazón
       de las hienas.

La quinta: Le darás una mano al necesitado.
       Y tus dedos se llenaron de garfios.

La sexta: No traicionarás al amigo.
       Y al día siguiente tus deseos avanzaban en el vientre
       de la mujer.
       El planeta era una matriz donde las bacterias
       competían con el hombre.

La séptima: No construirás ataúdes.
       Y se encendieron los semáforos negros
       sobre el vacío.
       La luz era un cono que recogía las palabras.

La octava: No dividirás.
       Y en seguida instauraste los colores.
        Las razas extrajeron sus imágenes de un espejo
        multiplicado.

La novena: No violentarás tu cuerpo.
       Y al día siguiente el cansancio parió las invenciones,
       y la pereza, la inteligencia artificial.
       Las larvas fueron el filtro que codificaba el sexo,
       que accionaba el placer en pequeños puntos
       cuyas antenas alzaban el deseo
       de viejas computadoras que gemían.

La décima: No matarás.
        Y nacieron la ambición, el desprecio, la alienación
         y la destrucción.
         Los átomos copularon en vulvas de hierro que giraban
               hacia mundos pulverizados.
         Perdieron sus núcleos y cayeron en cadena
               enlazando imágenes
         esqueletos que colgaban de sus números
         fotones de otras partículas que fundían el futuro
                con el pasado sin memoria.
 

 

En el fondo del Libro, Armedonis de tres cabezas (la primera de
      toro, la segunda de hombre y la tercera de cordero) unidas
      por una cola de serpiente que sostenía su columna y daba
      siete vueltas por su vientre, narraba esta historia:

Le dijeron a la oscuridad:
      De esta parte del caos hay barro y luz que aún no he separado.
      Elige lo uno o lo otro. Y en lo que elijas yo pondré la
      voluntad. La oscuridad eligió el barro porque ambos eran
      turbios. Yla voz dijo: Adán, eres de barro y tendrás mi voluntad.
      Pero tu vientre estará vacío como una bolsa.
      Entonces vino Eblis y le colocó el deseo en el fondo de esa
      bolsa. Cuando Adán compareció a la luz, era tierra que
      andaba multiplicada de signos que sólo hallaban la oscuridad.

La segunda narración de Armenodis contenía la historia de
    Azrael:
    Adán había nacido muchas veces y siempre había rechazado
    la luz. Y Azrael le había dicho: Por ser la oscuridad y
    el barro, pedí para ti la Luna, las estrellas, las galaxias.

Pero tu vientre vacío contenía una mutilación.
     En esta línea me introduje cuando Eblis puso el deseo. Por
     eso, cuando mueres, estallo en tu cuerpo y te llevo hacia la
     luz que no ves. Ésta es la causa de tu nuevo nacimiento.
     Pero tu vientre sólo acumula el deseo. El ciclo se repite y
     los signos se rehacen como en el primer origen. Si algún
     día te ofrecen una opción, no pidas el deseo. Pide la luz.

 

 


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Pero la voz cayó en humedad sobre la órbitas
que desplazaban vientres oscuros desde
la profundidad.

Los navíos de viento que recogían el espacio
y filtraban la inteligencia en las nubes
que devoraba el caos
se llenaba ahora de lodo y estiércol.

Tus ojos arrancados, desecados al sol por Cibernius,
eran una franja de colores que volvían al abismo.
Robot, Cyborg y Orgcí
y los otros seres del Artífice
dictaban sus designios
y llenaban el sexo de cajas musicales que atornillaban
para el próximo Adán.

Miguel Oscar Menassa, Juan Jacobo Bajarlía, Koremblit, Liliana Heer, Rodolfo Alonso y Juan Carlos De Brasi.

CARTAS

7.XI.Buenos Aires/1996

Para Miguel Oscar Menassa

Querido amigo:
Estuve con los amigos de la Fundación del Libro.
Les hablé nuevamente de vos. Me dijeron que te van a invitar para la próxima Feria Internacional del Libro. Espero que esta vez se concrete la promesa. La “cocina” de la Fundación es un hervidero de intereses y acomodos. La única ley es la del amiguismo.
La calidad y los merecimientos ya son términos obsoletos.
Conciben la inmortalidad como un queso que se puede repartir en rodajas para los amigos. Es la asociación del autobombo.

De realizarse la invitación, el comunicado llegará a la Escuela del Grupo Cero en Buenos Aires.
No sé cómo van tus cosas. Te envío la foto de la presentación del Poema de la creación. Estamos todos: vos, yo, Koremblit, Liliana Heer, Rodolfo Alonso y De Brasi. Faltaría Marcela Villavella. No alcanzó el largo.

Varios pintores que llegaron a casa, entre ellos Víctor Larrosa,
quedaron maravillados con tu pintura de La creación.

Un abrazo. Recados a Olga.

Juan-Jacobo Bajarlía

6.VI.Buenos Aires/1998

Para Miguel Oscar Menassa

Querido poeta y amigo:
Te envío la fotocopia de una carta enviada a mí por la poeta Sara Maffei. En ella te subrayé y puse “llave” a párrafos donde te evocan con admiración. Sara Maffei es una de las pocas poetas buenas que aún tenemos en Buenos Aires. Yo le pedí unos poemas para la antología que estás preparando. Van con esta carta, acompañados de su currículo. Espero que compartas mi opinión.

Te envío, también, mi traducción de El conde Oxtiern, del marqués de Sade. El drama va acompañado de algunos de sus cuentos y del Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Este libro, en realidad, es la segunda edición. La primera fue destruida por la lluvia, y especialmente porque el editor no le abonó a la imprenta el precio convenido. De ahí que mi prólogo vaya firmado en 1982 cuando la Nota de Ricardo Álvarez, el nuevo editor, lleva fecha de 1994.
Va, asimismo, la antología de Osvaldo Svanascini: 23 Poetas argentinos contemporáneos.
Tu inmensa Las 2001 Noches Revista de Poesía, perfora ya los espacios siderales. Es un agujero luminoso que devora y muestra al mismo tiempo esos quásares (en este caso, inextinguibles) que son los grandes poetas. Tu indetenible fuerza demoníaca, tu ingente fervor ha reducido a polvo las barreras.
Has reducido a la nada a los señores de horca y cuchillo, agazapados
en esas letrinas mediáticas donde sólo se concibe el acomodo coprofágico y la defecación incesante de envidiosa tintitis.

Un abrazo. Recados para Olga. Míos y de Enriqueta.

Juan-Jacobo Bajarlía