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En nombre de la Editorial Grupo Cero quiero agradecer al poeta Juan-Jacobo Bajarlía la fuerza que nos da verlo vivir y que haya permitido a nuestra modesta editorial la posibilidad, al publicar su POEMA DE LA CREACIÓN, que se abra para todos un camino de grandeza. Este Poema de la creación lo escribí en un bar de la calle Talcahuano, a media cuadra de Tribunales, en 1970. Conservo el pequeño cuaderno en que está volcado. Tiene 14 páginas manuscritas, y su letra es diminuta. El tema, la creación del mundo y del hombre, ha tentado a muchos poetas que, a fin, repitieron el relato de las Escrituras. Nosotros hemos eludido ese riesgo. La era cibernética en que vivimos exigía una escritura distinta, un conocimiento que abarcara la totalidad de un universo que ya no se rige por el azar y el enigma. De las ideas del pasado en el Poema de la creación, hay una que retomo y siempre estará al acecho en la historia del tiempo: la ekpyrosis. Es decir, la destrucción cíclica del universo, como lo sostenía el estoico Zenón de Citio en el siglo IV a. de J.C. El mundo, decía, es corruptible y finito, y se engendra a sí mismo. Diógenes Laercio (VII, 97) cita su libro Del universo y agrega los de Crisipo, Posidonis y Cleantes.
Juan-Jacobo Bajarlía Juan-Jacobo Bajarlía en la plenitud de su vida es ya una leyenda. Pero la más bella leyenda: la de estar en la poesía, y no en la nefasta región de los que impostan la poesía que, a veces, suelen resultar excelentes “redactores de poesía”. Él ha hecho ya mucho –y sigue haciéndolo- como poeta y, como cruzado en el abismo, por la poesía y en especial por la más contemporánea. Atípico hombre de sí mismo. Lo conocí una noche de un día feriado, allá por 1948 o 1949, en el departamento donde Edgar Bayley vivía con Matilde Schmiberg, muy cerca de la Estación Pacífico. Todos los almacenes estaban cerrados, pero recorriendo calles de Palermo Viejo encontramos, por fin, el botellón de vino que buscábamos con Edgar y Matilde. Y ahora, después de tantos años, ¿qué ha pasado? A este poeta lo encuentro en una tentativa de trajinar sabanas (para mí todo es siempre sabana) de la infinitud. ¡Y de qué manera! Hacía falta entre nosotros un cantor lúcido de luz infinita, que trabajando con las imágenes de la creación, proyectara esas imágenes, sin que impureza alguna –siempre rechazada- se interpusiera entre el foco proyector de su corazón, de su tiniebla, sangre, razón ardiente, memoria, ciencia, poesía, y las pantallas receptoras del corazón de otros hombres: de los que aún conservan la inocencia de la poesía, del sueño y de la fraternidad. |
Sí, sin retóricas al uso falsamente histórico, falsamente político, falsamente religioso; sin la grandilocuencia tronante o moralizante de “antiparrados personajes oficiales” –al decir de Oliverio Girondo-, que a veces intentan escribir sobre la Creación, Bajarlía nos está donando un cántico, imperfecto como el amor o el sueño, como todo aquello que ES. ¿Surgido de la divinidad de la materia? Esa divinidad que adoraba Apollinaire. Su cántico dialoga con y hacia el Dios Infinitud, que está siempre muy cerca de los hombres, y comparte secretamente con ellos (o con algunos de ellos) su tabaco de oro y sangre salvaje de universo. “Las aguas se bordaron en el día y un pez/inició la rebelión de sus aletas”, dice Bajarlía, y un poco más adelante, como sintetizando todo: “Yo soy el que estaré”. ¿Esto último nos arrebata toda idea de muerte? No lo sé, pero nos sentimos balanceados por el infinito, con toda nuestra sangre actual. En su canto aparecen las acciones-reacciones de los hombres, que nacieron como respuesta a las órdenes, los preceptos carcelarios, las falsas indicaciones de los destructores de las altas religiones. Seguramente porque algunos lúcidos, y otros, desde la misma oscuridad, se sintieron inundados por ese Dios Infinitud, que a veces se deja entrever a ras del horizonte terrestre. ¿El deseo es la luz del sueño?... ¿La poesía es un diablo o un dios? No lo sé. Pero, sí, entreveo que es el Gran Sueño. El cántico de los poetas nos arrasa y nos enreda una tabla con leyes de sangre en el corazón. Saludo a los que como Bajarlía tienen la certidumbre de que no hay técnica, cibernética, máquina, laboratorio, otros planetas, otros vuelos, invasiones, decretos letales, letras muertas, hemorragias de tecnologías bien o mal aplicadas, columnas de peste y pus, desamor y desprecio que puedan exterminar a la poesía y a las misiones –oscuras o solares- de los poetas. Dice en otro fragmento de su canto: “No caerás en la idolatría: y al día siguiente levantaste un código de signos en el que cada cifra era una boca sin entrañas. El hombre se convirtió en un número que andaba”. Esto último que cité del Poema de la creación, para mí no significa que la poesía no sea la secreta-insobornable-pasajera-viajera.
¿La enredadera, indefinible, del deseo
de los hombres, donde canta todo amor y todo sueño terrestre? Y por
último, esto muy bello que dice Bajarlía: “La poesía (¿quién la
vio?) no tiene rostro, pero tiene una voz
Francisco Madariaga
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125.001 ejemplares: NADIE, NUNCA, ME ALCANZARÁ, SOY LA POESÍA |
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INTENTO TERCERO DEL INTENTO Cuando en el mes de marzo de 1996, hace apenas dos meses y algo, Bajarlía me entregaba su Poema de la Creación, para publicar en nuestra modesta Editorial Grupo Cero, yo sentí cómo se abría alguna puerta en algún lugar maravilloso y, tengo que confesarlo, ahora, porque después no sería ya posible, que casi me dejó sin respiración cuando al entregarme los originales junto con un hermoso prólogo del poeta Francisco Madariaga me dijo: Menassa, quiero que el libro, también, tenga un prólogo tuyo. Casi sin respiración porque no entendía porqué se le ocurrían esas cosas a ese hombre que yo consideraba, en un sentido estrictamente vital, mi maestro. Para qué, me pregunté mil veces, en un segundo, quiere un prólogo mío si ya tiene un inteligente y, a la vez, hermoso prólogo de Madariaga, que por otra parte estaba en una posición mucho mejor que la mía para la tarea que se me encomendaba y que él ya había realizado, porqué, me preguntaba, se me hace llegar a esta situación, y tengo que dejar constancia que todo esto me ocurría antes de leer el poema. Lo guardé cuidadosamente en un sobre junto con el prólogo de Madariaga y los originales manuscritos en un pequeño cuaderno que, de manera atolondrada, le prometí a Juan-Jacobo que a lo mejor además del poema se podrían publicar los manuscritos, ya que estaban escritos en un pequeño cuaderno. Al llegar a mi casa de Buenos Aires, en la avenida Córdoba, guardé el sobre en la valija, para no perderlo y me puse a pensar no en el prólogo sino en la tapa (portada) que convendría al libro. Evidentemente no pude llegar a ninguna conclusión, porque todavía no había leído el poema. Pasó más de una semana y fue entonces donde, a la hora de la siesta y en compañía de la bella Olga, nos pusimos a leer el poema, primero lo leí yo en voz alta y el poema nos resultó maravilloso, evidentemente en el poema estaba la creación, después ella leyó el poema en voz alta y nos volvió a resultar maravilloso, mientras ella leía yo tomé algunos apuntes que luego olvidaría en Baires. Repetimos la operación de leer en voz alta tres o cuatro veces más y después hicimos el amor. Y no fue un amor cualquiera, el poema había repercutido en nosotros de una manera extraordinaria. Millones de bacterias se movían a nuestro compás generando la vida y cuando el Poeta destejía los sonidos para fundar el equilibrio, la bella Olga y yo mismo caíamos, sin par, sobre nosotros mismos, buscando algo que no existía sino en el centro de la creación, el poema. Luego fuimos incendiados juntos con las galaxias y nuestros cuerpos se expandían hasta tocar el universo. Claves, mujer y formas dormían en las manos del Poeta. El poema seguía avanzando sobre nosotros. El Poeta y la eternidad eran un mutismo enfurecido. La materia soñaba y nuestros cuerpos sólo podían escuchar la voz.
Yo soy el que estaré Los elementos recónditos de la materia nos dieron la palabra, el grito. Hicimos el amor pero no fue un amor cualquiera, parábolas de cielo telegrafiaron sobre nuestro pequeño amor, la muerte, la energía, el genio, los siglos, la serpiente. Hasta bebimos en bellos odres galácticos, un vino planetario, que puso en nosotros eternidad vacía y llenos de terror vimos todo el pasado y los timbres de las palabras, el Poeta alcanzaba su máxima fuerza, aniquilaba todo futuro. Al levantarnos de la siesta, yo me puse a pintar y en tres días había comenzado cuatro cuadros que todos podrían ser portada del Poema de la Creación. Con uno de ellos, unas horas antes de volver a Madrid, llegué a pensar que ese cuadro sería el prólogo del libro, después, descarté la idea por absurda. Al llegar a Madrid leí el poema en varios talleres de poesía, con gran éxito, y a los socios de la Editorial, que sintieron que la publicación de ese poema abriría para todos nosotros una nueva época, pero lo que no podía era ponerme a escribir el prólogo que me había encomendado el Poeta. Volví a leer lo escrito y reconocí haber hecho algo y si yo no tuviera casi 60 años y no estuviera prologando un libro de un gran escritor de casi más de 80 años, diría que el libro actuaba sobre mí, como una sustancia afrodisiaca. Cada vez que lo leía o lo miraba, apenas, o lo tocaba con la punta de los dedos, a los pocos minutos me encontraba haciendo el amor. |
Y no un amor cualquiera. El Poeta hacía que de nuestros cuerpos brotaran cual luciérnagas enamoradas, el odio, la estafa, los signos, la ausencia, los garfios, los semáforos negros, los colores, las razas, la pereza, la inteligencia artificial, la ambición, el desprecio, la destrucción, la misma muerte copulaba con nosotros, y el futuro se fundía con un pasado sin memoria. El final del poema es la consagración, pero no de la primavera o del amor sino, sencillamente, de la inteligencia. Por eso esta vez dejo el amor flotando en la penumbra para que sea encontrado por los más audaces hasta alcanzar el movimiento de los astros y de esa manera dejo que el lector descubra por sí mismo que toda luz, toda creación, todo misterio, toda inteligencia, sólo es tiempo y deseo. Antes de terminar y para dar paso a lo que nos convoca: El poema, la creación, quiero escribir para que se entienda, un poco, mi decir, que cuando yo era un pibe, Juan-Jacobo, ya era un gran amante. Que cuando yo era apenas un adolescente de 10 años, Juan-Jacobo Bajarlía publicaba sus primeros libros de poemas. Y cuando yo era un joven en los primeros años de medicina que escribía mis primeros poemas, Juan-Jacobo, ya era el Gran Bajarlía, el maestro. Después cuando mayor, hace apenas un año cuando lo conocí personalmente él ya había hecho de todo: novelas, novelas policiales, poesía, relatos eróticos, abogado criminalista, ensayos, teatro, había sido premiado varias veces y había traducido a los grandes; pero eso no era lo peor sino que, después de haberlo hecho todo, lo seguía haciendo.
Miguel Oscar Menassa
El día aún era noche en el átomo.
Crujía en el signo y se movía
arrastrando los bloques
Tú eras ya el anuncio de una bacteria
que buscaba
No había abajo ni arriba. Lo que estaba
a la izquierda
El centro era todos los centros en un
círculo que Moví una idea. La palabra movió la noche, y la oscuridad la luz.
Las aguas se bordaron en el día y un pez
inició
Avanzó por la línea enardecida que
separó la muerte
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Después encendí las estrellas las
galaxias los
Te di una mujer para adornarte Después
puse un signo en tu lengua Puse
decibeles para crecer en la extensión Puse el
fuego en tus ojos |
Eras una partícula que ya no se arrastraba
Pero Einstein había dicho que la materia es energía,
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Pedí el Libro para inscribir las hazañas.
La primera: Harás el amor.
La segunda: No mentirás.
La tercera: No caerás en la idolatría.
La cuarta: No robarás.
La quinta: Le darás una mano al
necesitado.
La sexta: No traicionarás al amigo.
La séptima: No construirás ataúdes.
La octava: No dividirás.
La novena: No violentarás tu cuerpo.
La décima: No matarás. |
En el fondo del Libro, Armedonis de tres
cabezas (la primera de
Le dijeron a la oscuridad:
La segunda narración de Armenodis
contenía la historia de
Pero tu vientre vacío contenía una
mutilación.
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Pero la voz cayó en humedad sobre la
órbitas
Los navíos de viento que recogían el
espacio
Tus ojos arrancados, desecados al sol
por Cibernius,
Miguel Oscar Menassa, Juan Jacobo Bajarlía, Koremblit, Liliana Heer, Rodolfo Alonso y Juan Carlos De Brasi. |
7.XI.Buenos Aires/1996 Para Miguel Oscar Menassa
Querido amigo:
De realizarse la invitación, el
comunicado llegará a la Escuela del Grupo Cero en Buenos Aires.
Varios pintores que llegaron a casa,
entre ellos Víctor Larrosa, Un abrazo. Recados a Olga. Juan-Jacobo Bajarlía
6.VI.Buenos Aires/1998 Para Miguel Oscar Menassa
Querido poeta y amigo:
Te envío, también, mi traducción de El
conde Oxtiern, del marqués de Sade. El drama va acompañado de
algunos de sus cuentos y del Diálogo entre un sacerdote y un
moribundo. Este libro, en realidad, es la segunda edición. La
primera fue destruida por la lluvia, y especialmente porque el
editor no le abonó a la imprenta el precio convenido. De ahí que mi
prólogo vaya firmado en 1982 cuando la Nota de Ricardo Álvarez, el
nuevo editor, lleva fecha de 1994. Un abrazo. Recados para Olga. Míos y de Enriqueta. Juan-Jacobo Bajarlía
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