LAS
2001 NOCHES Nº 74 |
SIGNISMO; EXPRESIÓN DE LO INEXPRESABLE
POR JUAN-JACOBO BAJARLÍA |
PABLO NERUDA
100 AÑOS DE SU NACIMIENTO |
EL OCÉANO III |
ENRIQUE MOLINA |
CABALLO DE
LOS SUEÑOS |
AUTORRETRATO |
MIENTRAS CORREN LOS GRANDES DÍAS |
COLECCIÓN
NOCTURNA |
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TAMBIÉN NOSOTROS |
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OLVIDO |
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SOCIOS DE
HONOR |
EL DÍA Y LA
NOCHE |
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FOLLETÍN PASIONAL ENTRE LAS LLUVIAS |
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LAS
FLORES DE PUNTAQUI |
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SIGNISMO;
EXPRESIÓN DE LO INEXPRESABLE
Por Juan-Jacobo Bajarlía |
I. GALERÍA DE ROSTROS
APOFÁNTICOS
Comienzo con una mala palabra. Un rostro
apofántico es una imagen hermética - recordemos el
Poimandres (lib. I del Corpus hermeticum, 1741) que “se
aparece” en oposición a la imagen apareciencial. Es la imagen
oculta, la imagen verídica del homo Adamicus que sólo otro
ser Adamicus puede ver y presentir. Este ser, definido por Dominicus
Gnosius es su Hermetis Trimegisti (1610, I, 3) es una
instancia ambivalente que lleva implícita la imagen de Eva:
semper temen in corpore ocultam Evam. Todos los poetas tienen un
rostro apofántico, una segunda naturaleza en la que este rostro se
nutre y crea las imágenes de su estética. Los signistas son
apofánticos y tienen dos vidas. De día son doctores, según el
concepto del Dr. Jeckyl. De noche hacen palidecer a Mr.
Hyde.
Esto que parece una lección
escalofriante dictada en la Facultad de Filosofía y Letras o en la
Sorbona, fue en realidad una revelación a las puertas del manicomio
sobre la calle Vieytes. La fecha, finales de 1961 Rostro apofántico,
hallado al azar, Sergio Darlin. Edad -la de entonces- 25 años.
Aventura, la que voy a relatar. Pues bien. Darlin y un burro
olvidado frente a ese manicomio, trataban de entenderse. El burro
alzaba la cabeza y rebuznaba. Algo le decían. A menos, el rostro de
Darlin se volvía seráfico por momentos, como si estuviera de acuerdo
con el lenguaje secreto del animal. Desde entonces, el burro se
convirtió en su imagen obsesiva. Si había que escribir algo, Darlin
pensaba en el burro. Si había que reportear a los poetas o trazar
algún Panorama de la Literatura argentina, el burro lo
resolvía en el instante con nada más que dejarse fotografiar (ver
Exposición nº 6, año II, p. 15), y decir por ejemplo: en mi
genial estampa termina el panorama. Era el burro de Apuleyo o el
burro del apólogo que difería de otro burro según la intensidad del
rebuzno.
Cuando me acerqué a Darlin -ese día
acababa yo de visitar a un defendido mío recluido en el manicomio-
oí de sus labios esta confesión que él mismo pulicaría luego, con
algunas variantes, en el nº 7 de Exposición (verano de 1962):
“Tengo 4 libros inéditos, de los cuales 2 son de poesía: Te llamo
desde un caño y Movimiento restringido. Y otros 2: La
paralítica que murió del mal de San Vito, que es una novela, y
Donde comprar muletas a crédito y con bonos, que es un gran
ensayo al estilo de La Bruyere”. Los cuatro libros son proféticos.
Pero ninguno anuncia todavía el apocalipsis, pese a los caños y a la
parálisis. A partir de ese día me hice amigo de Darlin, ahora autor
ya de un quinto libro -el primero de su opera omnia que
aparecerá en Lisboa, con el título de Después de Hiroshima-
cuyas páginas contendrán su rebelión y su angustia.
Los otros rostros apofánticos no
difieren en mucho del de Sergio Darlin. Entremos en la galería:
Horacio Hugo López había sido domador de leones bifrontes y cuidador
de jirafas en el Jardín Zoológico. De su frecuentación con los
cuadrúpedos pasó al trato de los esquizoides y, cierto día, escribió
las Memorias de un esquizofrénico (1962) en donde sus
animalejos dejaron el puesto a los monstruos de la imaginación.
Carilda Oliver Labra, la musa
cubana del signismo, es mitad águila y mitad mujer, señora de todas
las aves de la poesía, algo así como Garuda en el Ramavana de
Valmiki, que Vishnú empleaba para ganar el espacio. No es por
tanto, una raksasa, como ha creído cierto diario de Buenos
Aires, sino una yaksa, enemiga de los demonios. Escribió
Al sur de mi garganta (1949) y Memoria de la fiebre
(1958). Con el primero obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Al
lado de esta cubana -el orden lo da la galería-, aparece el español
Manuel Pacheco, degollador de fantasmas, sin parentesco con Ricardo
M. Setaro, bibliófago de Badajoz, autor de En la tierra del
cáncer (1953), El arcángel sonámbulo (1953) y un premonitorio
Todavía está todo todavía (1960). A continuacion el canadiense
Olivier Gowdning, cazador de máquinas en Montreal, y el argentino
Osvaldo Elliff, bibliópata, abogado, lunfavagabundo de la noche
provincial, autor de Lunfapoemas (1962), capaz de robarle el
diccionario de La crencha engrasada, y dispuesto ahora a
peinarse con aceite “mezcla de oliva” en la calle más céntrica de La
Plata. Hacia final de la galería se ve el rostro de Antonio
Fernández Molina, cuya bibliografía bien podría ser la siguiente:
?11..//-/-((/.../. Junto a la puerta hay un robot que calcula desde
el angstrom y gogol hasta los centillones.
(A esta altura de la galería debo
agregar -o disgregar- que Pacheco y Fernández Molina sólo son
signistas cuando se alimentan de sopa de letras. Al lado de ellos,
sonriendo como La Gioconda, se halla José Días Rato, co-director con
Darlin de la revista Exposición).
Teoría del signismo
El signismo es la expresión de lo
inexpresable. O también: expresionismo de un mundo que se ha quedado
sin palabras. Es fórmula invertida de Maiakovski: “Sobre todo lo que
existe, yo escribo: nihil”. Acaso la premonición de Shakespeare:
The rest silence (Hamlet, ac. IV, esc. II), o la consecuencia
final de algún verso de Tristan Tzara, contenido en La parabole
(Vingt-cing poemes, 1918), con algo de ese automatismo que
André Breton habría de exaltar en el Premier manifeste du
surréalisme (1924). Donde terminan las palabras comienza el
lenguaje secreto de los signos, porque las palabras, que también son
apofánticas y hasta hipostásicas, terminan por agotar su
significación semántica para convertirse en elementos abstractos a
los que el poeta da validez contenido. La ley de causalidad ha sido
sustituída por el principio de indeterminación de Heisenberg,
y el signo, como en el caso del Informalismo o informismo,
ha precedido al significado, según definición del arte desarrollada
por George Mathieu (Del l’abstrait au possible, 1959). |
El signo es la parte simbólica del
signismo, su abstractismo concreto. Pero el signismo tiene su
ecuación parabólica, expresada por palabras e imágenes, en las que
el poeta se ubica como ser militante. Participa del compromiso con
el destino del hombre, y alza su iracundia para entrar en la batalla
final. No desdeña el aullido Allen Ginsberg (Hold and the other
poems, 1956) ni la tragedia satírica de un Büchner (Woyzeck,
1836). Pero sus aullidos y tragedias van acompañados de un signo, el
último recurso en el que debate el hombre, perdonado para vivir por
una cosa tan estúpida como la bomba atómica, que amenaza a cada rato
con la destrucción de la humanidad.
Los teorizadores del signismo conocen,
pues, cual es el peligro. “Al referirme a la motivación histórica
del signismo -expresa Horacio Hugo López-, es evidente que él
entronca en la problemática actual (...) en la apocalíptica amenaza
de la exterminación del género humano, en la tragedia diaria del
hombre que carece de futuro” (Manifiesto signista, en Exposición
nº 7, 1962, p.6). O como dice Sergio Darlin: “El hombre no
comprende porqué se queda sin palabras. Comienza a gesticular, a
desdoblarse, a sentirse impotente, a presentir el horror de una
futura conflagración” (Nota sobre el signismo, documento en
mi archivo). Y
quedarse sin palabras, el poeta signista apela a los signos y a los
aullidos. Ellos también constituyen la beat generation, una
generación golpeada que grita angustiosamente desde las atalayas del
horror, a la espera del ángel de fuego.
Los poemas signistas
El primer poema signista fue la
“Descripción de la esquizofrenia”, de Horacio Hugo López. Apareció
en el nº 6 de Exposición (1961), con signos y palabras. Aquellos
continuaban las imágenes que el lenguaje se negaba a expresar. He
aquí una estrofa:
Al
hipo vertical del dromedariomuge su infanticidio de heliotropos
cuándo el ballet asmático de la mescalina
en sí misma una llave celular de tinta verde?
Cuando
/
/
/---)))
así?
No comprendéis. No comprendéis. Dios mío!
Los otros
poemas -ahora son cuatro-, aparecen en el nº 7 de
Exposición (1962), en el siguiente orden: “Amor en tres tiempos”,
de Carilda Oliver Labra, “Oda para un feto abortado”, de Olivier
Gowdning, “Debutante signista”, de Osvaldo Elliff, y “E-spaciador
de retroceso”, de Sergio Darlin. Voy a transcribir, sin embargo,
parte de un poema inédito de éste que tengo entre mis papeles y que
lleva el título de “Viaje alrededor del lunes con H.H.L.”. Es
angustioso,
con imágenes alucinantes y signos tan sencillos como la
muerte:
Escribo
sobre tus uñas desgarradas
sobre este niño muerto de tus ojos
hermano, hermano, te lo pido, dame el último pasaje que te queda
no sea que se nos mueran los hermanos
Toma esta última copa,
no sea nos encierren, hoy, pasado mañana,
la grieta en los intestinos,
la muerte en los ojos de tu padre
con su cara de corbata en desuso
No llames hermano, no llames,
en Montevideo se han roto los teléfonos
ah,
éramos
))) ) ) = “/”” /”
Perdón tampoco recordaba
siete 7 - nueve 2 dos.
Ella no tiene nada que ver con la mueca de los diligentes
leucémicos, ni con el mundial de fútbol, o “si al cáncer de pulmón
le agrego el alma”.
Escúchame,
también nos dejaron así:
( (“/”/”
y así:
º/º/ ) )
Corre.... corre...., hermano mío, en el tercer piso
del hospital neuropsiquiátrico
nos están llamando con un coro de orgías y aleluyas
Darlin le puso una fecha a este poema: 19 de junio de 1962
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POESÍA DE
ENRIQUE MOLINA
HOTEL PÁJARO
Por Juan-Jacobo Bajarlía Por Juan-Jacobo
Bajarlía
Enrique Molina, junto con Aldo
Pellegrini, y Elías Piterberg integraron el movimiento surrealista
de Buenos Aires. No fue un movimiento ortodoxo porque todos ellos se
unían, por lo general, a los invencionistas y otras
tendencias de avanzada que confundían o denominaban surrealistas.
Enrique Molina nació en Buenos Aires.
Fue tripulante de barcos mercantes y viajero de todos los mares. Con
Pellegrini fundó y dirigió la revista A partir de cero, de
orientación surrealista, en la que colaboró Enrique Pichon Rivière,
el argentino que había investigado muchísimo en la vida y obra de
Lautréamont.
Publicó Las cosas y el delirio, su
primer libro, en 1941, Pasiones terrestres, en 1946,
Fuego libre, en 1962, y Las bellas furias
en 1966.
Fue traducido al francés y publicado en Cahiers du Sud.
Después, en 1967, el Centro Editor de América Latina, lanzó su
antología de Hotel pájaro, de la que se toman algunos poemas para
este trabajo.
ENRIQUE MOLINA
Argentina, 1910
MIENTRAS CORREN
LOS GRANDES DÍAS
Arde en las cosas un terror antiguo, un
profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes
agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el sol
consagró;
las lluvias entretejidas a los largos cabellos, con salvajes
perfumes
y su blanda y ondeante música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa en los
tensos violines
y honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se reúnen a
recoger su parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el atardecer se
condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la mujer
desnudándose,
abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos, como un
espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo ese cuerpo
melodioso,
arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras los
semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento plañe bajo
las hojas de la hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh,
sagrada fatiga de
vivir...!
¡Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras
trepan por mis huesos,
envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable giro del
verano,
a través de los muebles inmóviles y mansos, de las canciones de
alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras
trepadoras,
de su incierta partida, de las manos transformándose en la
gramilla estival.
Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta temblando,
como el que sueña que la sombra entra en él y su adorable carne
se licúa
a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas,
y pasa la yema de los dedos por sus cejas, comprueba de nuevo
sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto,
mientras corren los grandes días sobre la tierra inmutable.
|
TAMBIÉN
NOSOTROS
Sí,
zarparemos con los últimos barcos.
Al mar también le duelen las piedras que lo ciñen,
cuando su ronca cólera no basta
a estremecer la muerte del pequeño marisco.
Apartadme
de mí, de mi larga estadía.
Siempre el rostro y las manos, el sueño y el espejo.
Podrías recordarme como al humo:
para eso hay muelles de dulce declive.
Eternas
criaturas de la tierra,
seguiremos andando debajo de las flores,
con ligeras estrías azules en el hombro.
Y acaso reconozcan nuestros nietos por su pelo arbolado,
por sus ojos de tristes nadadores
y su manera de decir: “Otoño...”

DESCENSO
AL OLVIDO
¡Oh! he
aquí los muertos, sentados,
inmóviles alrededor del Tiempo;
adorando su pálida, eterna hoguera,
extrañamente sombríos en su reunión solitaria.
Ahí están,
invadidos por marañas mentidas;
poblados por húmedas músicas, por tenaces cigarras.
Sobre ellos el cierzo ha pesado, y sus gestos de antaño,
sus cuerpos de vapor,
se condensan de pronto en alargadas lluvias.
No; no
hables un idioma olvidado.
No pronuncies tu nombre.
Que no giren con letal lentitud la borrada, tormentosa cabeza.
Que no te reconozcan sus huecos corazones comidos por los
pájaros.
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EL DÍA Y LA
NOCHE
17
Desnúdate
en silencio.
La noche se desata
debajo de las hojas,
y en su lechoso zumo
nadarás blandamente.
Es un valle indeciso
el mundo de tu cuerpo,
un inerme alimento
para el musgo que mira
con devorantes ojos.
Deja en orden tus huesos
a orillas de tu almohada.
Descarnados países
suben ya por tu médula:
muertos llenos de espinas
y gastadas pelucas,
y una blandura extraña
en sus rotas gargantas.
Crece un césped nocturno
debajo de esas telas.
Del otro lado yacen
tus vidriosos vecinos:
son ese rumor cálido
que el alba descompone.
Pero apaga esas sábanas.
Oye las dulces cosas
resonar en la lumbre
con que indave sus formas
un perezoso océano.
Acaricia
esa copa.
Contempla una vez más
tu rostro hereditario,
la pequeña bujía
bajo la noche inmensa,
y despide tu sangre
junto a ese muro pálido.
De ti sólo
conoces
tu pipa de tabaco.
21
El alba ha
retornado.
Su lenta furia invade
los límites del mundo,
y su insensible nata
corroe las estrellas.
Ya ha vuelto el imperioso
y resonante día,
y abriendo las canillas
caen tus desnudos ojos
con un gran chorro frío.
Contempla sin terror
tu desierta camisa.
Ya casi está la luz
más alta que las flores.
Pronto estará más alta
que tu pobre esperanza.
¡De pie! Bello durmiente.
Regresa a tus vestigios.
Despierta una vez más
en tu lecho nativo.
Se aproximan tus manos
y tu sed se levanta.
Recuerda: ésta es la tierra,
los hombres y las cosas.
22
Adora tu
terrestre comida.
Escucha arder tu leve sopa,
desde los campos sonrientes
donde crecía la belleza de esos ojos,
aquel dormir sobre la hierba mojada,
y su gracioso salto de animal silvestre
que es ahora sólo un perdido grito entre las hojas,
un mugido final, y ante ti tu alimento:
esa absorta sustancia que miras en silencio.
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FOLLETÍN PASIONAL
ENTRE LAS LLUVIAS
En memoria
de *** muerta por su amante.
¡Despierta, inmensa ciudad!
Las viejas, al atardecer, tejían indefensas lanas,
en sus cubiles ocres, junto al frío,
cubiertas de indiferencia y polvorientas arañas.
Las sombras, los parques mutilados,
y las turbias mujeres líbidas paseando perros horribles,
eran ya sólo el paso doloroso de un gran día.
¡Ciudad impura y roída! Con la lluvia sobre las luces,
detiene a esa criatura que corre llena de llamas,
con un balazo en la boca y los cabellos casi agrios,
atravesando uno a uno tus edificios miserables,
-donde sonríen los durmientes: “Soñamos con bellos muertos...”-
Cruzaba todas tus puertas como el viento ciego en los árboles,
hasta golpear con su cuerpo en el espacio desnudo.
Oh,
muchacha de sonriente mejilla! ¡De huracán destinado!
Dormías, sin embargo, con la noche ocupando toda tu piel y tu
pelo,
y al amanecer, vestida con liberos linos, tal una vana diosa,
cantabas entre las verduras y la leche sumisa.
O como una sombra brillante, hudiéndote en los espejos,
con anillos dorados, entre puntillas marchitas,
al compás de los perfumes, los besos y las caricias nocturas.
Vivías sin saber nada hasta caer en tu herida.
Tus ojos, sueltos de pronto, miran con un largo llanto.
Suaves
rufianes de meloso cieno y flores nauseabundas.
Esos gestos, como la arena mortecina...
Hombres que el alba envuelve en vagos lienzos salobres,
mientras que el viento que sonríe por las hojas
no ha penetrado nunca bajo sus máscaras azules.
Canallas inocentes, despojos que el demonio enamora.
“¡Qué melodiosa es la hierba húmeda...!” -¡Ah, sólo quien está
muerto
puede dormir en esos lechos...!
Hoteles de
luz rota por el vicio,
con sus paredes de mágicos papeles mortales,
como charcas estivales, ligeramente corruptas.
Mujeres en cuyo aliento se duerme funeralmente,
atrayendo hacia sí suaves nieblas con que ocultar su ceniza.
Todos con su angustia inmóvil, graciosamente malditos,
subían desde El Bajo a ver el drama.
Ella descansaba, sin cirios, pero espléndida como una infanta.
Y la sangre de sus mejillas cubríale ya todo el pecho.
¡Oh,
insensato! Amaste sus hombros pulidos como piedras
marítimas.
Su cabeza cubierta de esencias perfumadas.
Y su pesado cuerpo macizo que no era el ensueño ni el aire,
sino algo carnal y terrestre, insaciablemente nítido y enigmático,
vibrátil como un bosque cálido, donde la muerte,
bajo la piel voluptuosa, latía con delicadeza.
Y los redondos pechos colmados por un hálito tibio.
¡Oh,
tenebroso mártir!
¿Oyes tu alma gemir alrededor de esos miembros
cuya belleza es ahora una llaga ignorante en tu corazón...?
Pobre cuerpo violado por una luz fulmínea:
“el amor no es tan sólo una sonata”.
Víboras con flores
conducen de nuevo la lujuria a su indolente ataúd.
Con el
hueco rostro vacío, parecido a una llamarada,
corría la amante, alzando la mirada cárdena,
precipitándose a solas bajo las losas oscuras.
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Criatura casi divina entre la tierra y
el rayo,
como una niña extraviada en el esplendor de su espanto.
“¡Abridme!” dijo, y gemía arañando los muros sórdidos,
el rostro lleno de vidrio y la deshecha garganta.
Y cual la luz en un río, caía envuelta en su estertor,
y ya sin poder salir de él para siempre,
como aprisionada por una vaga espuma rojiza.
La anciana, con sus rugosas manos de
corteza,
tanteaba los muebles y el fango de la noche,
ritualmente, buscando el cadáver de su hija.
Pero sólo conseguía derramar los floreros sobre el espacio
indescifrable
entre las grandes burbujas de su corazón.
Ese pavor casi tierno, esa paciencia henchida de eternidad...
Ah, tan sólo el agua helada, rompiendo las ventanas,
como el pájaro atraído por el fruto más puro,
descendía insensible hacia donde la joven yacía
besada en la boca por el fuego.
Extrañamente yacía, pálida y lejana.
Tan próxima al tumulto y al horror, y ya tan ausente y plácida,
huyendo por sus heridas en lerdos arbolillos rojos.
Paso a paso, tal como sube el vaho hacia el crepúsculo invernal,
sus ropas se le transforman en un sudario empapado,
y su rostro de lava gris sonríe con majestad fúnebre.
Sólo sus pequeños zapatos sabían cómo había caído,
y de qué modo su cuerpo llenósele de blandura
para podar hasta el suelo, debajo de sus clavículas.

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Coronada
con luciérnagas muertas,
y esos perdidos élitros que la luz abandona,
volaba despacio la lluvia, aldededor de los amantes,
fríamente sagrada y distante como un dios
al que apenas conmueve la oración o el alarido.
Goteaba la
sangre en los escalones marmóreos,
con pausada opulencia, con sus tallos movidos por una ráfaga
espesa y cruel,
calcinada por un triste soplo.
“¡Qué armazón desolada, un cuerpo hueco!”
Estatua que se vacía hasta llevarla una hormiga,
como un cementerio de pájaros, con pequeños huesos brillando...
¡Oh, qué
calma devastadora en esa leve forma que ha servido
a la vida,
colmadamente, como un prado demasiado pródigo...!
La sangre arbría las puertas del olvido.
Tristemente crecía en la nocturna espesura,
como un quejido entre cortinas, con un cortejo melancólico.
Su lúgubre árbol se movía entre la brisa.
Cada instante más fúlgido, hasta cegar al desdichado.
La mujer deslizábase al mar por viscosos declives,
ya inviolable y reunida, atrayendo viejas lágrimas,
palabras apasionadas,
sobre la lumbre triste de su carne.
¡Oh, Dios!
Cuánto perdón es necesario...
¡Cuánta pasión soporta sobre su haz una pequeña gota roja...!
Las raíces del mundo se nutren de esos frutos.
Ángeles antiguos se erguían con un agujero en los ojos.
La sangre llegaba a ellos con la muerta en los brazos.
El suicida, llorando, le decía dulces memorias,
unidos para siempre por el odio y el amor como por dos
relámpagos,
en el sopor eterno de la tierra, como en el regazo de un sufriente
ídolo.
Un silencio
bajo, un vasto silencio,
traído por un pobre viento húmedo,
envolvía, como una planta trepadora,
esa muerta de espaldas con los labios destruidos,
que pasaba, ignorante, entre lucientes nubes
como el aliento frío de los campos.
Frescas violetas corren hacia su viso purpúreo.
¡Oh, Dios
oscuro! ¡Oh, impasible y dolorida tierra!
Cumplidos están estos destinos, y algo solemne y denso hacia ti
desciende,
como el vuelo de un ángel cuya cosecha fue espléndida.
Algo lleno de sufrimiento y de inocencia,
como una oración repetida desde el infierno,
un sonido de arterias donde el amor ardió de un solo golpe,
de amantes razones desarbolados hasta el musgo.
Son las rotas sonrisas, los miserables sueños por fin innecesarios,
los ropajes cubriéndose de azules y menudas setas,
los cabellos ya desiertos, el rumor de las hojas caídas
en vano los grandes bosques,
conduciendo hasta el fondo de la noche
estos pobres cadáveres mojados por la lluvia.
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100 AÑOS
DE SU NACIMIENTO
PABLO NERUDA
Chile, 1904
CABALLO
DE LOS SUEÑOS
Innecesario, viéndome en los espejos,
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.
Vago de un
punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con las sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría
cantan y hacen huir los maleficios.
Hay un país
extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco-iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.
Paso entre
documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilio:
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aun más,
aguardo el tiempo uniforme, sin medida:
un sabor que tengo en el alma me deprime.
¡Qué día ha
sobrevenido! ¡Qué espesa luz de leches,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptus roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.
Yo necesito
un relámpago de fulgor persistente,
un deudo festival que asuma mis herencias.
 |
COLECCIÓN
NOCTURNA
He vencido
al ángel del sueño, el funesto alegórico:
su gestión insistía, su denso paso llega
envuelto en caracoles y cigarras,
marino, perfumado de frutos agudos.
Es el
viento que agita los meses, el silbido de un tren,
el paso de la temperatura sobre el lecho,
un opaco sonido de sombra
que cae como trapo en lo interminable,
una repetición de distancias, un vino de color confundido,
un peso polvoriento de vacas bramando.
A veces su
canasto negro cae en mi pecho,
sus sacos de dominio hieren mi hombro,
su multitud de sal, su ejército entreabierto
recorren y revuelven las cosas del cielo:
él galopa en la respiración y su paso es de beso:
su salitre seguro planta en los párpados
con vigor esencial y solemne propósito:
entra en lo preparado como un dueño:
su substancia sin ruido equipa de pronto,
su alimento profético propaga tenazmente.
Reconozco a
menudo sus guerreros,
sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,
y su necesidad de espacio es tan violenta
que baja hasta mi corazón a buscarlo:
él es el propietario de las mesetas inaccesibles,
él baila con personajes trágicos y cotidianos:
de noche rompe mi piel su ácido aéreo
y escucho en mi interior temblar su instrumento.
Yo oigo el
sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,
sueños cuyos latidos me quebrantan:
su material de alfombra piso en silencio,
su luz de amapola muerdo con delirio.
Cadáveres
dormidos que a menudo
danzan asidos al peso de mi corazón,
¡qué ciudades opacas recorremos!
Mi pardo corcel de sombra se agiganta,
y sobre envejecidos tahures, sobre lenocinios de escaleras
gastadas,
sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball,
del viento ceñidos pasamos:
y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,
los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:
aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,
ése tal vez nos vio pasar centelleando.
Camaradas
cuyas cabezas reposan sobre barriles,
en un desmantelado buque prófugo, lejos,
amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:
la medianoche ha llegado y un gong de muerte
golpea en torno mío como el mar.
Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.
Fiel como
una condena, a cada cuerpo
la palidez del distrito letárgico acude:
una sonrisa fría, sumergida,
unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,
una respiración que sordamente devora fantasmas.
En esa
humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa,
cerrada como una bodega, el aire es criminal:
las paredes tienen un triste color de cocodrilo,
una contextura de araña siniestra:
se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:
las uvas negras inmensas, repletas,
cuelgan de entre las ruinas como odres:
oh Capitán, en nuestra hora de reparto
abre los mudos cerrojos y espérame:
allí debemos cenar vestidos de luto:
el enfermo de malaria guardará las puertas.
Mi corazón,
es tarde y sin orillas,
el día, como un pobre mantel puesto a secar,
oscila rodeado de seres y extensión:
de cada ser viviente hay algo en la atmósfera:
mirando mucho el aire aparecerían mendigos,
abogados, bandidos, carteros, costureras,
y un poco de cada oficio, un resto humillado
quiere trabajar su parte en nuestro interior.
Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia,
conquistado, sin duda, por lo vespertino. |
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AGUA SEXUAL
Rodando a
goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras
del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.
Solamente
es un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.
Veo el
verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.
Veo los
sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.
Y entonces
hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en
la tierra,
y con las dos mitades del alma miro al mundo.
Y aunque
cierre los ojos y me cubra el corazón
enteramente,
veo caer un agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos. |
SABOR
De falsas
astrologías, de costumbres un tanto lúgubres,
vertidas en lo inacabable y siempre llevadas al lado,
he conservado una tendencia, un sabor solitario.
De
conversaciones gastadas como usadas maderas,
con humildad de sillas, con palabras ocupadas
en servir como esclavos de voluntad secundaria,
teniendo esa consistencia de la leche, de las semanas muertas,
del aire encadenado sobre las ciudades.
¿Quién
puede jactarse de paciencia más sólida?
la cordura me envuelve de piel compacta
de un color reunido como una culebra:
mis criaturas nacen de un largo rechazo:
ay, con un solo alcohol puedo despedir este día
que he elegido, igual entre los días terrestres.
Vivo lleno
de una substancia de color común, silenciosa
como una vieja madre, una paciencia fija
como sombra de iglesia o reposo de huesos.
Voy lleno de esas aguas dispuestas profundamente,
preparadas, durmiéndose en una atención triste.
En mi
interior de guitarra hay un aire viejo,
seco y sonoro, permanecido, inmóvil,
como una nutrición fiel, como humo:
un elemento en descanso, un aceite vivo:
un pájaro de rigor cuida mi cabeza:
un ángel invariable vive en mi espada.

EL TIGRE
Soy el
tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río
blanco crece
bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te
sumerges.
Espero.
Entonces en
un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu
sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo
velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino. |
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EL FUGITIVO
I
Por la
alta noche, por la vida entera,
de lágrima a papel, de ropa en ropa,
anduve en estos días abrumados.
Fui el fugitivo de la policía:
y en la hora de cristal, en la espesura
de estrellas solitarias,
crucé ciudades, bosques,
chacarerías, puertos,
de la puerta de un ser humano a otro,
de la mano de un ser a otro ser, a otro ser.
Grave es la noche, pero el hombre
ha dispuesto sus signos fraternales,
y a ciegas por caminos y por sombras
llegué a la puerta iluminada, al pequeño
punto de estrella que era mío,
al fragmento de pan que en el bosque los lobos
no habían devorado.
Una
vez, a una casa, en la campiña,
llegué de noche, a nadie
antes de aquella noche había visto,
ni adivinado aquellas existencias.
Cuanto hacían, sus horas
eran nuevas en mi conocimiento.
Entré, eran cinco de familia:
todos como en la noche de un incendio
se habían levantado.
Estreché una
y otra mano, vi un rostro y otro rostro,
que nada me decían: eran puertas
que antes no vi en la calle,
ojos que no conocían mi rostro,
y en la alta noche, apenas
recibido, me tendí al cansancio,
a dormir la congoja de mi patria.
Mientras venía el sueño,
el eco innumerable de la tierra
con sus roncos ladridos y sus hebras
de soledad, continuaba la noche,
y yo pensaba: ¿Dónde estoy? ¿Quiénes
son? ¿Por qué me guardan hoy?
¿Por qué ellos, que hasta hoy no me vieron,
abren sus puertas y defienden mi canto?
Y nadie respondía
sino un rumor de noche deshojada,
un tejido de grillos construyéndose:
la noche entera apenas
parecía temblar en el follaje.
Tierra nocturna, a mi ventana
llegabas con tus labios,
para que yo durmiera dulcemente
como cayendo sobre miles de hojas,
de estación a estación, de nido a nido,
de rama en rama, hasta quedar de pronto
dormido como un muerto en tus raíces. |
LAS FLORES
DE PUNITAQUI
IX
Fui más
allá del oro: entré en la huelga.
Allí duraba el hilo delicado
que une a los seres, allí la cinta pura
del hombre estaba viva.
La muerte los mordía,
el oro, ácidos dientes y veneno
estiraba hacia ellos, pero el pueblo
puso sus pedernales en la puerta,
fue terrón solidario que dejaba
transcurrir la ternura y el combate
como dos aguas paralelas,
hilos
de las raíces, olas de la estirpe.
¡Vi la
huelga en los brazos reunidos
que apartan el desvelo
y en una pausa trémula de lucha
vi por primera vez lo único vivo!
La unidad de las vidas de los hombres.
En la
cocina de la resistencia
con sus fogones pobres, en los ojos
de las mujeres, en las manos insignes
que con torpeza se inclinaban
hacia el ocio de un día
como en un mar azul desconocido,
en la fraternidad del pan escaso,
en la reunión inquebrantable, en todos
los gérmenes de piedra que surgían,
en aquella granada valerosa
elevada en la sal del desamparo,
hallé por fin la fundación perdida,
la remota ciudad de la ternura.
XI
La muerte
iba mandando y recogiendo
en lugares y tumbas su tributo:
el hombre con puñal o con bolsillo,
a mediodía o en la luz nocturna,
esperaba matar, iba matando,
iba enterrando seres y ramajes,
asesinando y devorando muertos.
Preparaba sus redes, estrujaba,
desangraba, salía en las mañanas
oliendo sangre de la cacería,
y al volver de su triunfo estaba envuelto
por fragmentos de muerte y desamparo,
y matándose entonces enterraba
con ceremonia funeral sus pasos.
Las casas
de los vivos eran muertas.
Escoria, techos rotos, orinales,
agusanados callejones, cuevas
acumuladas con el llanto humano.
-Así debes vivir -dijo el decreto.
-Púdrete en tu substancia -dijo el Jefe.
-Eres inmundo -razonó la Iglesia.
-Acuéstate en el lodo -te dijeron.
Y unos cuantos armaron la ceniza
para que gobernara y decidiera,
mientras la flor del hombre se golpeaba
contra los muros que le construyeron.
El
cementerio tuvo pompa y piedra.
Silencio para todos y estatura
de vegetales altos y afilados.
Al fin estás aquí, por fin nos dejas
un hueco en medio de la selva amarga,
por fin te quedas tieso entre paredes
que no traspasarás. Y cada día
las flores como un río de perfume
se juntaron al río de los muertos.
Las flores que la vida no tocaba
cayeron sobre el hueco que dejaste. |
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EL GRAN
OCÉANO
III
De pronto
vi pobladas las regiones
de intensidad, de formas aceradas,
bocas como una línea que cortaba,
relámpagos de plata sumergida,
peces de luto, peces ojivales,
peces de firmamento tachonado,
peces cuyos lunares resplandecen,
peces que cruzan como escalofríos,
blanca velocidad, ciencias delgadas
de la circulación, bocas ovales
de la carnicería y el aumento.
Hermosa fue
la mano o la cintura
que rodeada de luna fugitiva
vio trepidar la población pesquera,
húmedo río elástico de vidas,
crecimiento de estrella en las escamas,
ópalo seminal diseminado
en la sábana oscura del océano.
Vio arder
las piedras de plata que mordían,
estandartes de trémulo tesoro,
y sometió su sangre descendiendo
a la profundidad devoradora,
suspendido por bocas que recorren
su torso con sortijas sanguinarias
hasta que desgreñado y dividido
como espiga sangrienta, es un escudo
de la marea, un traje que trituran
las amatistas, una herencia herida
bajo el mar, en el árbol numeroso.


30 años de la Editorial Grupo Cero
1974-2004
Presentando este
ejemplar de
LAS 2001 NOCHES
en nuestra sede:
c/Duque de Osuna,4 - Locales
¡¡TE REGALAMOS UN LIBRO
DE POESÍA!!
Un libro por persona y mes*
*--Excepto alumnos de la Escuela de Psicoanálisis y
Poesía Grupo Cero--
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AUTORRETRATO
Por mi
parte, soy o creo ser duro de nariz,
mínimo de ojos, escaso de pelos en la cabeza,
creciente de abdomen, largo de piernas,
ancho de suelas, amarillo de tez, generoso
de amores, imposible de cálculos, confuso
de palabras, tierno de manos, lento de andar,
inoxidable de corazón, aficionado a las
estrellas, mareas, maremotos, administrador de
escarabajos, caminante de arenas, torpe de
instituciones, chileno a perpetuidad, amigo
de mis amigos, mudo de enemigos,
entrometido entre pájaros, mal educado en
casa, tímido en los salones, arrepentido sin
objeto, horrendo administrador, navegante
de boca, y yerbatero de la tinta, discreto entre
los animales, afortunado de nubarrones,
investigador en mercados, oscuro en las
bibliotecas, melancólico en las cordilleras,
incansable en los bosques, lentísimo de
contestaciones, ocurrente años después,
vulgar durante todo el año, resplandeciente
con mi cuaderno, monumental de apetito,
tigre para dormir, sosegado en la alegría,
inspector del cielo nocturno, trabajador
invisible, desordenado, persistente, valiente
por necesidad, cobarde sin pecado,
soñoliento de vocación, amable de mujeres,
activo por padecimiento, poeta por maldición
y tonto de capirote.
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MAÑANA
XLIV
Sabrás que no te amo y que te amo
puesto que de dos modos es la vida,
la palabra es un ala del silencio,
el fuego tiene una mitad de frío.
Yo te amo para comenzar a amarte,
para recomenzar el infinito
y para no dejar de amarte nunca:
por eso no te amo todavía.
Te amo y no te amo como si tuviera
en mis manos las llaves de la dicha
y un incierto destino desdichado.
Mi amor tiene dos vidas para amarte.
Por eso te amo cuando no te amo
y por eso te amo cuando te amo.
EL
AMOR
EN TI LA TIERRA
Pequeña
rosa,
rosa pequeña,
a veces,
diminuta y desnuda,
parece
que en una mano mía
cabes,
que así voy a cerrarte
y a llevarte a mi boca,
pero
de pronto
mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
has crecido,
suben tus hombros como dos colinas,
tus pechos se pasean por mi pecho,
mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
línea de luna nueva que tiene tu cintura:
en el amor como agua de mar te has desatado:
mido apenas los ojos más extensos del cielo
y me inclino a tu boca para besar la tierra.

LAS 2001 NOCHES
ES UNA REVISTA Y TAMBIÉN UN
CICLO POÉTICO–MUSICAL
BAR CELTA
de Buenos Aires (Sarmiento y Rodríguez Peña)
Coordinadora: Lucía Serrano
ÚLTIMO MARTES DE CADA MES
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LAS 2001 NOCHES
DIRECTOR:
Miguel Oscar Menassa.
SECRETARIA DE REDACCIÓN PARA EUROPA:
Carmen Salamanca Gallego.
DUQUE DE OSUNA, 4.º (locales).
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DE REDACCIÓN PARA AMÉRICA:
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Barrio
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Mansilla 2686 - Planta Baja
Dpto. 1- Clínica
Dpto. 2 - Escuela y Editorial
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Patricia
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Augusto
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ACTIVIDADES
AGOSTO 2004
EN BUENOS AIRES |
ACTOS
-
Martes, 27 de julio.
RECITAL POÉTICO MUSICAL.
Celta Bar. Rodríguez Peña y Sarmiento
RECITA MIGUEL OSCAR MENASSA ACOMPAÑADO POR INDIOS
GRISES.
- Sábado 7 de agosto.
CONCIERTO DEL GRUPO POÉTICO-MUSICAL
“INDIOS GRISES”.
Guebara Bar. Humberto Primo 463. San Telmo.
- Miércoles, 11 de agosto.
RECITAL POÉTICO.
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Mansilla 2686 Pb 2.
"JÓVENES POETAS ESPAÑOLES": Alejandra Menassa, Jorge
Fabián Menassa, Manuel Menassa, Cruz González,
Magdalena Salamanca y Cristina Fernández.
- Viernes, 13 de agosto.
PROYECCIÓN DE CORTOS Y RECITAL POÉTICO
MUSICAL
La nave de los sueños. Suipacha 842.
PROYECCIÓN DE LOS CORTOS: “LA MUJER Y YO” y “CARTA AL PRESIDENTE”,
ganador del Premio del Público en la Primera Maratón de Vídeo
Digital 2004, Madrid. Dirección: Miguel Oscar Menassa.
RECITAL DE MIGUEL OSCAR MENASSA ACOMPAÑADO POR INDIOS GRISES.
- Domingo, 15 de agosto.
CONCIERTO DEL GRUPO POÉTICO-MUSICAL
INDIOS GRISES.
Toledo Bar. Scalabrini Ortiz 3170
- Martes, 17 de agosto.
INAUGURACIÓN DE LA MUESTRA DE PINTURA
"MENASSA 2004".
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Mansilla 2686 Pb 2.
RECITAL POÉTICO a cargo del autor, Miguel Oscar
Menassa.
- Miércoles 18 de agosto.
RECITAL DE POESÍA.
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Mansilla 2686 Pb 2.
"VAMOS TODOS QUE GANAMOS".
A cargo de: Manuel Menassa, Fabián Menassa, Alejandra
Menassa, Olga Menassa, Norma Menassa y Miguel
Menassa.
- Viernes 20 de agosto.
CONCIERTO DE INDIOS GRISES
Bartolomeo Bar.
Bmé. Mitre 1525 (esquina Pasaje de la Piedad)
- Lunes, 23 de agosto.
SUPERVISIÓN DE CASOS CLÍNICOS.
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Mansilla 2686 Pb 2.
- Lunes, 23 de agosto.
RECITAL POÉTICO.
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Mansilla 2686 Pb 2.
"JÓVENES POETAS": A cargo de: Amelia Díez, Inés Barrio,
Marcela Villavella, Alejandra Madormo, Ángela Cascini y
Renata Passolini.
 |
-
Martes, 24 de agosto.
RECITAL DE POESÍA.
Bar Tuñón. Maipú 849
"100 VOCES, 3 MUJERES". A cargo de: Norma Menassa, Lucía
Serrano, Carmen Salamanca
-
Miércoles, 25 de agosto
RECITAL DE POESÍA.
Club de amigos de La Vaca Profana. Lavalle 3683.
MIGUEL MENASSA Y TOM LUPO RECITAN A GRANDES POETAS:
Tuñón, Girondo, Orozco, Borges, Bukowski, Pessoa, Pardo
García, Oliver Labra, García Lorca, Pizarnik)
-
Jueves, 26 de agosto.
CHARLA-COLOQUIO.
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Mansilla 2686 Pb 2.
"LA IMPORTANCIA DEL PSICOANÁLISIS EN EL GRUPO CERO" POR MIGUEL
OSCAR MENASSA.
ENTREVISTAS
*
RADIO NACIONAL FARO.
Programa: "EN MI PROPIA LENGUA". Tom Lupo.
Espacio Psicoanálisis y Poesía.
-
Lunes, 2 de agosto.
Invitados: Jorge Fabián y Manuel Menassa de Lucia.
-
Lunes, 9 de Agosto.
Entrevista sobre Psicosomática a Alejandra Menassa de
Lucia.
-
Jueves, 12 de agosto.
Invitada: Olga de Lucia Vicente.
-
Lunes, 16 de agosto.
Invitados: Alejandra Menassa, Cruz González, Magdalena
Salamanca y Leandro Briscioli.
-
Lunes, 23 de agosto.
Invitadas: Norma Menassa, Lucía Serrano y Carmen
Salamanca.
-
Martes, 24 de agosto.
Invitada: Amelia Díez Cuesta.
* RADIO NACIONAL FARO.
Programa: "DE TODO LABERINTO SE SALE POR ARRIBA". Mariela López.
-
Lunes, 9 de agosto.
Entrevista telefónica al cantante de Indios Grises, Leandro
Briscioli.
* RADIO FM. Espacio Buenos Aires
Programa “CIUDAD DE LUNA”. Carlos Caporali.
-
Lunes, 9 de agosto
Invitados: Alejandra Menassa de Lucia, Fabián Menassa de
Lucia y Manuel Menassa de Lucia.
-
Lunes 23 de agosto
Invitada: Carmen Salamanca Gallego.
* RADIO LA TRIBU
Programa: "LOS LOCOS DE BUENOS AIRES". Roberto Ruíz.
-Viernes, 13 de agosto.
Invitadas: Alejandra Menassa y Cruz González.
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