haga
que nos digan: sí señor, señor por aquí, qué necesita el señor, señor
chúpeme los huevos, señor hágame una caricia.
Después también crecerá mi poder y me rodearé
de estúpidos que tratarán de impedir por todos los medios que nos
encontremos.
Amor mío, amor mío, siempre amé el poder sólo
para encontrarme contigo y ahora mi poder nos separa, vuelve la cara hacia
la noche, que allí, sumergidos en el decir más lento y subterráneo,
nadie podrá descubrir nuestro amor.
Y la poesía me sonríe no de lejos pero sí a una
distancia suficiente como para no poderla del todo y ella, la poesía son
ríe y huye en esa sonrisa que ya, tampoco me pertenece y nos volveremos a
encontrar si ella quiere y algún día vendrá, inesperadamente y yo tendré
que tener todo preparado para cuando, ella, la loca, desee volver.
Y así estoy todo el día esperando que vuelva y
cuando
vuelve la agarro del pescuezo y le golpeo la cabeza contra el diccionario y me quedo con la sensación de haberle hecho un bien a la
humanidad.
Desde el teléfono, mientras te escribo, controlo:
clases de primer año en la Escuela, Congreso Internacional de Clínica
Psicoanalítica, Feria del Libro de Madrid, dos supervisiones de cositas
y la imprenta donde Carmen apurando al maquinista para que hoy mismo entregue las 2001
noches de Junio para una segunda corrección, porque deseo que pueda estar
para este fin de semana en la Feria del Libro.
A veces siento como que alguien me corre y yo
corro para que no me alcance como si fuera a mí a quien corriera, otras
veces me siento más tranquilo que la tila y no recuerdo nada y no tengo
nada que decir del futuro y gozo con eso de no saber de quién defenderme
y comprendo que la vida es varias vidas y saltándome algunos stops me
dispongo a poner en práctica el aprendizaje.
Y
algunos me dirán que yo nunca templé de buena forma una guitarra y yo
les diré que eso es cierto, y algunos dirán de mí que fui la música
del siglo XX y yo les diré que eso es cierto.
Y
otros dirán que nunca pude amar, totalmente, a una mujer y yo les diré
que eso suena muy verdadero y otras miles dirán, que ese no todo que les
daba las enloquecía y yo diré que eso suena muy verdadero.
Varios
dirán que lo di todo por la poesía y yo no diré nada y muchos más,
aún, dirán: eso que le pasa ahora es porque se quiso comer la poesía,
ahora la poesía lo persigue buscando la parte que le falta,
Pobre
de mí, dirán algunos, sin saber qué decir cuando me van volando entre
las piernas cruzadas del mundo, sin apenas palabras.
Pobre
de mí, dirá mi madre muerta envuelta entre las nubes partidas por el
sol, pobre de mí, amante ligero del abismo, allá voy sin pensamientos
aparentes a saberme autor de mi propia novela, desgarrador silencio del
poema o bruma desatada o soledad aguerrida y cuentos donde la doncella se
desvanece antes de la alegría o esas tardes espléndidas donde parecía
que el sollo quemaría todo y nadie escapaba al solemne momento del amor.
Escarchas enrojecidas por el deseo, saltaban en pedazos, pequeñas
algarabías de una carne de fuego, al aire, parecían estrellas desoladas
dejándose tocar por el niño imprudente o los enamorados ciegos.
No
vi, exactamente, plegarse el universo sobre mí, pero fue algo que pasó
en tu boca, un movimiento como de delirios en carrera, miles de gacelas,
millones de voces clamando libertad para volar, algo de locura para los
sentimientos cotidianos.
MIGUEL
OSCAR MENASSA
|
JOSE
PORTOGALO
LOS
PÁJAROS CIEGOS
1
Doménico Scalise,
italiano del sur de la península,
pescador, albañil, peón en una chacra
y silbador de tangos en mi barrio.
(Villa Ortúzar entonces nacía en una esquina.
Acordeón de los patios perfumaba sus tardes,
guitarra bolichera su noche de las quintas,
una plaza soñaba, confiada, entre gorriones
y pibes que encontraban su destino en la calle.)
Cuando vine a estas tierras era un niño,
tenía un cielo de oro en las espaldas
y un pájaro en los ojos.
Un día llegué al sueño. Desde entonces
reposo en una fosa golpeado por la lluvia,
por los vientos australes y la nieve.
Cavé mi propia tumba
y al levantar los brazos miré al cielo gritando
¡viva la libertad!
Un proyectil de máuser agujereó mi frente.
Pero no he muerto, sigo respirando en el mundo.
Mi ceniza es del pueblo.
2
Fermín Aguirre, hermano del jilguero.
Desde gurí, descalzo sin letras, con un silbo,
soñé junto a la orilla del río con el cielo.
Fui tropero después. Bajo la Cruz del Sur
arrimé a mi cansancio la vigilia del sueño.
Y fui además galope, temblor de brisa suelta,
incendiado de parvas y eucaliptos
con los cantos del gallo sobre el hombro.
Los pájaros venían de las nubes
-calandrias que orquestaban todo el rumor del alba,
y estaba el colibrí como un relámpago
y el zorzal con su cofre de cristal y rocío,
también estaba el mirlo con su carbón de plumas
y el cardenal, arisco, de púrpura y ceniza-.
La tarde, mi hermanita desnuda entre los cardos,
traía el corazón de las cigarras,
el sauce su pobreza
de pescador confiado en el milagro,
la noche sus harapos de vieja en los caminos.
Mi voz era la brasa de una copla
con desvelo de pueblo en la guitarra
y un saludo efusivo de boliche y galpones.
Chingolito celeste latía mi palabra.
Un día dije: -Amigos, el trigo está en mis manos,
es mío y me lo roban con sus dientes la máquina,
los silos, las planillas, las bolsas, los anteojos
y aquel «Prívate», espeso cubil de oro podrido.
(Entonces eran míos tan sólo la distancia,
el aire, el mate amargo, la hermosura del cielo;
tenía por almohada las ortigas,
por sábana los trapos de la noche al sereno
y por amor la copla de mis penas.)
Cuando dije «la tierra es mía, es tuya»,
alguien quebró mi voz. Ya no estaba en el día
chingolito celeste, mi palabra.
Unas gotas de sangre, amontonadas,
mojaban mi cabeza entre los yuyos.
Mi epitafio es un trébol que sonríe en el campo. |
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3 Fue una tarde, en octubre.
La primavera entonces lucía entre los árboles
sus primeros fulgores.
Los gorriones, tan díscolos, llegaban a la fuente,
se mojaban el pico, sacudían las alas
y luego recortaban el aire con su vuelo.
El cielo estaba azul sobre la laza,
se paseaba, inocente, en los canteros
y soñaba, después entre las hojas.
Alguien gritó:
¡viva libertad!
Junto a un charco de sangre estaba yo.
Yo Juan Pérez, asturiano, profesión panadero,
veinte años de Argentina, con tres hijos,
un río de esperanza entre mis manos,
el corazón del mundo en mi garganta
y una copla en mi pecho.
La primavera, ciega, se amontonó en mi sangre.
Desde entonces mi copla perdura entre los pájaros.
4
Viene el aires y pregunta:
-¿Quién eres tú?
La tierra que me alberga, contesta:
-Es un adolescente, asesinado
hace ya cuatro décadas y media, en una calle.
Tenía madre, padre, hermanos y un oficio.
Era digno y resuelto como un pájaro.
También era muy pobre. Sin embargo, reía
con esa risa fresca de los niños
que aman el corazón de la mañana,
la aventura, los grillos y las locomotoras
que dan el horizonte en sus silbatos.
Era igual que una ráfaga.
Su vida, esparcida entre amigos, traía una bandera
de pan, de manos sueltas, de voces fraternales.
Su vida era un saludo de campana y de hoguera,
cordial como esa música de acordeón en la noche.
Su escudo era el escoplo, la garlopa y la gubia.
Quería a una muchacha con el nombre de un sueño
y al cielo que en su barrio tuteaba a las palomas,
el agua de los charcos,
las veredas, el cerco, la casa de los pobres.
Un primero de mayo, mil novecientos nueve,
un proyectil de máuser
lo tumbó sobre el barro de Céspedes,
esquina Álvarez Thomas. Se llamaba José.
Su apellido español verdece en un romero.
Viene el aire y pregunta:
-¿Quién eres tú, contesta?
-Apenas soy un hombre. La edad no la recuerdo.
Sólo sé que al nacer, mi padre, con el júbilo
de un muchacho, brindó por mi llegada.
Creo que lleva el nombre de Alem aquella fecha.
Mi destino nació señalado en la pólvora.
Viene el aire y pregunta:
¿Quién eres tú?
La tierra que me alberga, contesta:
-La mañana, infinita, en su tumba fulgura.
5
En la fosa común, aislado, entre los yuyos,
no sé qué haré, desnudo, con esta muerte mía
que cabe en una flor.
(Al paso de pesados camiones de lecheros
y de la madrugada que llega de las quintas,
me acerco a aquellos díasde mi infancia olvidada
nacida de repente en un badío).
Estoy solo, gritando, en una esquina,
pelándome la voz como un pájaro ciego.
La mañana venía cargada de gorriones,
de tranvías, chirriantes, con rumor de mercados,
de suburbio, bostezo, blasfemias y silbidos
que traían un sueño de muchacha o la imagen
de un corazón que ríe, silencioso, en un beso.
Alguien compraba un diario.
Me daba su chirola de sonrisas un viejo,
su grito un vigilante mal dormido,
su mano el sol cordial tendido en la vereda.
La noche, una madrastra, me cerraba los párpados,
sus estrellas caían en mí como una colcha;
también el viento, a veces, me cubría las carnes
y hasta un perro llenaba de asombro mi inocencia
-sus ojos, empapados de ternura, fulgían
goteando dulcemente por las lágrimas-.
Yo respondía al nombre de Juan o «Pie de vidrio».
Y un día, cara al cielo, quedé sobre el asfalto.
(No tengo otros recuerdos de mi vida de niño.
Y ahora en el osario común, bajo la tierra,
no sé si yo he nacido, ni si esta muerte mía
está en mi corazón, como yo, solitaria.)
Y es este mi epitafio: «Pie de vidrio», un expósito. |
6
Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.
Sin embargo, mujer de todos, tuve
mi pequeña alegría, mi dicha silenciosa;
fui la amiga ignorada de los adolescentes
que estrujaban, vehementes, la hoguera de mi cuerpo.
(Ella, la tibia ráfaga, el agua del milagro,
la media luz y el cáliz de una rosa;
los veía llegar,
súbitos abejorros anhelantes
-delirio, llama, fiebre-, desplegando sus alas, abriéndose a la vida como finas corolas
o beso alucinante del amor inocente,
árboles musicales de rocío y luceros,
llovizna, espuma, pájaros de su cielo perdido.)
No fui mala.
Yo caí como todas en esa telaraña
de engaños, esa urdimbre
de zapatos, de medias, de risa y automóviles;
alegre, linda, frívola, secretaria
de un jefe de oficina, me perdieron las joyas
y el temor a ser trapo de fábrica y miseria,
resignada, volcada sobre un catre,
desgarrando mis manos, mi vientre en una tina.
Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.
Sin embargo, conservo la imagen de mis noches
de oscura prostituta que amó las mariposas
de aquel cielo de trenzas y pobreza, caído
en una callecita de mi barrio.
Una colcha embarrada, de seda, es mi epitafio.
7
Mi padre violinista, fracasó en Buenos Aires.
Sin embargo su nombre -Pierángelo- traía
«gli uccelli» luminosos de las calles de Nápoles;
Doménico Scarlatti, heraldo de sus pájaros,
clareaba el mundo denso de su infancia y sus lágrimas.
Era joven entonces. Soñó graciosos días
de niebla, de castillos azules en el aire;
quiso las mariposas, las colinas celestes,
la música del mar, las golondrinas,
el dulce resplandor de las estrellas,
las mañanas cargadas de rocío y gorjeos,
el cielo de los besos entre los abedules,
las yemas palpitantes de la espiga dorada,
el cálido rumor de las campanas, la noche
con sus hondos misterios, con sus éxtasis
y su frente caída sobre el musgo.
Amó como ninguno la gloria. Con sus sueños,
con su hoguera de lámpara, su mundo
de magia y corazones en la brisa,
nos dio después el pan y el agua de los pobres.
Clavando media-suelas lo sorprendió la muerte.
Mi madre cargó bultos. Lavaba.
Creo que fue en el Once, patio de conventillo.
Cuando murió tenía las manos como un trapo.
Mi hermana Genoveva fugó de nuestra casa.
Amaba el suave roce de la seda y el oro.
Desde entonces sus pasos quedaron en la sombra.
(Mis recuerdos de niño la esperan todavía.
La conservo en mis ojos con sus trenzas oscuras
y su fresca alegría de niña en una plaza.)
En mi pecho latía
el pesado aldabón del llanto de mi padre,
su fiebre, su agonía, su fracaso;
latía el corazón deshecho de su música,
la madera enlutada de su violín translúcido
que guardaba la imagen de mi madre.
(Buenos Aires crecía en las orillas.
Era la gran usina, el túnel gigantesco,
también la rata súbita, la tímida paloma,
la ganzúa, el prostíbulo, la calle, el rascacielo
y el pan para mis manos de araña en los tranvías)
Pude ser abogado, médico o comerciante.
y fui solo un ladrón.
Mi epitafio es la letra de un tango sin posdata.
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8
Los he visto morir en un potrero
rotoso, solitarios;
venían del asombro celeste de los niños
picoteando una miga de pan y dando saltos.
Fueron mis compañeros de rabona en las quintas:
discípulos del viento, despicaron
campanadas de iglesia, hicieron nidos
entre los mechinales de las obras y luego
con el cielo en sus alas, a mi plaza llegaron.
Banderitas de lata en los galpones,
los pesebres, los patios, las tapias y los techos;
hijos de la intemperie,
oscuros marineros del rocío,
tuvieron una luz: su rebeldía,
y también un amor: las calles y los árboles.
No fueron cardenales ni mixtos ni calandrias,
sino organistas díscolos, alegres
amigos del caballo, los perros, los guardianes
y los viejos que mueren cualquier noche en un banco.
Los conocí de niño en un baldío
que miraba hacia el mundo, cuando el día
andaba en un verano de chicharras
y el cielo demoraba su fulgor en mis ojos.
Y cayeron sin gloria lo mismo que los pobres.
Su epitafio se escribe en una ráfaga,
junto al pescante roto de un carro que no sirve
y al yuyo atropellado por huesos y carozos.
Sin embargo mi voz quiere nombrarlos,
porque en mi corazón los siento todavía
latir insobornables, inocentes, resueltos,
gorriones que prolongan el sueño de la infancia.
9
Estaba en esta esquina, pelado, con sus yuyos
de ceniza, raquíticos, y flores amarillas
parecidas a párpados de cera. Tenía
también algunos charcos donde el cielo dejaba
madrugador, su gota de rocío,
su siesta con zumbidos de moscas y chicharras
y su ocaso que andaba entre los perros,
los bichitos de luz y el silbo de algún tango.
También había un cerco junto a un fondo de
nísperos,
trapos en un rincón, vidrios y lagartijas;
de pronto había un caballo, mansito, que pastaba
y un organito afónico de vieja calesita
que amontonaba el ruido de su música rota.
Lo exaltaba la gracia de los niños
que orinaban, a chorros, contra un muro,
su libertad alegre, despierta en la garganta,
en la cordialidad del regreso a sus juegos,
en trompos, en guerrillas y en aquellas rabonas
con un cuaderno sucio, un barrilete
y un paso en la aventura, sin libros, y descalzos.
Era el mejor baldío de mi barrio,
porque las mariposas prolongaban su vuelo
en sus orillas, donde la noche distendía
los temblores del aire y la mañana
con su esplendor más joven depositaba el beso
del rumor que traía los latidos del mundo.
Caían las estrellas y entonces, junto al fuego,
el mate, los bizcochos con grasa y las batatas
calentitas, chirriando, daban al corazón
una hombría de manos fraternales.
Allí nació la historia de todos nuestros sueños,
la crueldad inocente y aquel viento de gloria
que acarició la tibia mejilla de los años
del pelo desgreñado y el pantalón rotoso.
Tenía el pecho lleno de claras tardecitas
y del hondo fragor de los gorriones
que visitaba el patio de un boliche lindero
donde el son melancólico de un acordeón reunía
una lágrima, un canto y una dulce nostalgia
con nombre de Rossina o de Antonella.
Fue inmortal en la brisa que llegaba desnuda
y en el amor que abría las primeras corolas
cuando la adolescencia se doraba en las trenzas
y el alma se expandía en un «Rinaldi».
Tumba de calesitas, de hogueras de San Juan,
de las malas palabras y el primer cigarrillo;
su lápida es ahora esta esquina sin pájaros,
sin gritos, sin peleas, sin sueños de la infancia.
Un bloque de cemento lavado por la lluvia.
10
Toqué el timbre.
Nadie vino al llamado. De la umbría
salieron dos palomas.
El viejo Gil -pensé-
sestea en su sillón de mimbre o bien con Fierro
gobierna sus imágenes.
Las palomas llegaron a mis hombros.
Entonces el poeta, su voz en el recuerdo,
me dio la bienvenida; luego el mate, cordial,
servido por Mercedes -Mercedes era el ángel,
vegetal y penumbra de la casa-,
igual que un corazón latió en mi mano.
Pausado en sus palabras, entero, vi al amigo
con el cielo en sus ojos, la sonrisa
abierta al infinito de la tarde, caída
en su patio aromado de jazmín y geranio.
Lo vi también soñando sus recuerdos de infancia,
iguales a su «Cielo de aljibe» y su «Extramuros»,
soñando su «Tinaja», que era voz de la tierra,
el cuenco fresco y hondo de su hombría desnuda.
Barracas fue su barrio de higueras y potreros.
Con un tango de Bardi, picardeado,
le alcanzó una alegría de piropo fiestero,
también le dio una ardiente mocedad de boliches,
el aire musical de una guitarra
y una noche cuajada de grillos y luceros.
Barracas fue su pan de pobre y su mañana, con
su escuela entre los libros abiertos de los pájaros
y el viento que silbaba milongas de carrero.
Cuando fuimos amigos, su barrio era una imagen
de jornadas oscuras de andamios y escaleras
y tenía en su voz la hondura de una lágrima.
Y nos dimos la mano, la misma que ahora llega
en ala de palomas a mis hombros.
Me dijo: -Están tus versos en mi voz.
Esta es tu casa, amigo, tu mesa, tu puchero.
(Entonces una gota de rocío, inocente,
cayó con su tabaco entre mis manos.)
Pasaron muchos años. Sus palabras crecieron,
se ahondaron sosteniendo el cielo de la aurora;
fueron su dignidad, su cruz en el camino,
su confianza de niño que amó las mariposas,
los gorriones y el aire que venía del mundo.
Sus palabras ahora son las mismas que llevan
una copla a los labios del viento corralero.
(Ellas cantan soñando la tarde de jazmines,
el rumor de las parras, el agua de los charcos;
cantan en las cantinas del sur, entre los gringos,
y en el silbo alocado de un canario jaulero.)
Sus palabras ahora me llegan sueltas, puras,
lo mismo que esta brisa que golpea mi frente:
-No toques más el timbre. Vacía está la casa.
El poeta ha salido para siempre, su cuerpo
descansa en un tablón de sombra, bajo tierra-.
Antonio A. Gil, tu voz está en el aire.
Vives en la guitarra de Hernández con tus coplas.
Escucha, tu palabra madura en los gorriones.
|
GERORG
CHRISTOPH LICHTENBERG
Los
salvajes americanos podían oler de lejos a los españoles.
-Un soldado viejo y muy débil pidió una vez a César permiso para
matarse, y César le respondió: ¿Cómo, todavía estás vivo?
-Dante ve en el infierno a los falsos profetas con la cabeza vuelta al revés,
de suerte que las lágrimas que lloran les resbalan por las posaderas.
-A un hombre le dijeron que el alma era un punto, y él replicó que
por qué no un punto y coma, ya que así tendría una cola.
-Hay que hacer que la gente se sienta obligada a cumplir con nosotros a su
manera, no a la nuestra.
-Hay un refrán inglés que dice: Es demasiado necio para ser loco. En él
hay una observación muy fina.
-Lo ha aprendido todo, no para mostrarlo, sino para utilizarlo.
-La forma más bella de la ironía es defender una causa totalmente indefendible con argumentos cargados de amargura satírica
citando y comentando a menudo pasajes diversos.
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-Preguntémonos
si somos capaces de explicarnos las cosas más pequeñas. Es el único
medio de crearse un sistema conveniente, de explorar sus propias fuerzas y
sacar provecho de sus lecturas.
-En
vez de cada palabra aislada podrían crearse seis; expresamos demasiado
con una sola palabra.
-Cada
vez que tenía que utilizar su inteligencia se sentía como alguien que,
acostumbrado a usar siempre su mano derecha, de pronto tuviera que hacer
algo con la izquierda.
-No
le apetecía nada, pero comía de todo.
-No
siguió el camino más ancho hacia la eternidad, ni tampoco el más
angosto, sino que, a fuerza de rezar mucho y disfrutar de una buena mesa,
eligió uno intermedio, que podríamos denominar clerical-principesco.
-El
pueblo anhela oro y distinciones, y se sentiría timado si los tuviera.
Entre los grandes también se ha puesto de moda envidiar al campesino su
agua de manantial y su jergón de paja, y más de uno se sentiría
asimismo timado si llegara a verse en ese estado. El poeta alude a un
ideal, se dirá. Pero quién sabe si el campesino no idealiza a su vez el
estado del gran señor.
-Los
libros de caballerías nos muestran el mundo según un ideal totalmente
falso, desde una especie de perspectiva caballeresca, es decir desde un
punto de vista que nunca llegaremos a adoptar.
-Siempre
he pensado que en los periódicos eruditos debería dejarse impunes a los
malos escritores. Pues lo cierto es que los eruditos gacetilleros caen en
el error de los indios, que consideran al orangután como uno de los suyos
y toman su mudez natural por un signo de testarudez de cuya práctica
intentan disuadirlo vanamente mediante frecuentes palizas.
-El
pueblo se arruina por la carne que goza en detrimento
del espíritu, y del erudito, por el espíritu que disfruta excesivamente
a costa del cuerpo.
-Con
una sola lengua aquella mujer era ya una fama, iqué no hubiera
hecho de haber tenido mil!
-Tenemos
actualmente un buen número de cabezas denominadas sutiles (no grandes
espíritus). No es, sin embargo, gente que pueda considerarse grande desde
sus orígenes y en toda la extensión de su espíritu, sino que en la
mayoría de ellos la sutileza es una debilidad, una hipocondría, una
sensibilidad enfermiza. Un erudito semejante estará más dispuesto que
otra gente a hacer observaciones sutiles, pero raras veces producirá algo
igualmente útil en el ámbito del saber. Cree que podría hacer mucho con
sólo que lo quisiera, pero jamás lo quiere. Es gente en cuya formación
entra de todo, y cuando leen sólo cosas buenas, escriben bastante bien.
Pero permanecen siempre alejadísimos de la segura precisión de los
antiguos, cuyo genio se asemeja más a la sólida y sana madurez de un
fruto que a esa madurez marchita y agusanada, por más bien coloreada que
esté, de algunos modernos.
-El
carácter del alemán se encuentra tan a medio camino entre los del francés y el inglés que es fácil que nuestros novetás
listas describan a uno de estos dos cuando quieren retratar a un alemán
en tonos un poco más fuertes.
-Cada
cual debería estudiar al menos tanta filosofía y literatura como sean
necesarias para hacerse mas grata
aún la voluptuosidad. Si esto lo supieran nuestros nobles rurales,
cortesanos, condes, etc.., son con frecuencia se admirarían de los
efectos de un libro. Apenas creerían lo mucho que Wieland puede realizar
el cahampán; su recurrente "color rosáceo", su "argénteo
velo", su "niebla de lino" intessificarán hasta el goce
que pudiera proporcionarles una guapa y esbelta mozuela de pueblo.
|
-Su
casaca valía más que su honor, y cualquier judío le hubiera dado más
por aquélla que por éste.
-
Sólo los franceses pueden presentar clérigos, o más bien apóstoles a
caballo.
JUAN
-JACOBO BAJARLIA
El
POETA CIEGO
a
Jorge Luis Borges
La onda extendía su designio entre el deseo
y la piedra
y golpeaba el tiempo en que se deslizaba la profecía:
los recuerdos inscribían tu retrato que caía de los años
y Guillermo Tell horadaba las palabras que iluminaban tu cabeza.
La noche aún no había sido devorada
pero en el retrato estaban tus ancestros y el rey Lear
que contaba las guerras
el río de sangre
y las ausencias
el rostro que llevaste cuando la ceguera de Homero
forjaba
la espada de Ilión
y el
sexo acuoso de Circe.
Ahora
en noche repetida
cuando las tinieblas bailan en
el alba
enumeras el cansancio de Antígona y los ojos ciegos
de Edipo
la visión de Swedenborg
y
el cierre espinoso de John Donne
que caían en las campanas que doblaban in tenebris.
Los ángeles ciegos del abismo que vienen en
busca del
olvido
brillan en tus cuencas para ver la ausencia:
traen la oscuridad de un dios en el exilio
que has negado al enfrentarlo en la noche sin verbos de Tlön
y en el rostro multiplicado del simurg.
Ya no te ves en los espejos que aceleraban
la infamia
ni en el timbre que vibraba en los días recurrentes
ni aún en las palabras que se arrastraban en tu impulso.
Sólo ves desde una ventana ciega abierta al vacío
que los hombres acuñaron con el nombre de gloria.
En tus ojos crecieron otros ojos
y en tu rostro la eternidad sin ojos.
CAZADOR
FURTIVO
a
Ernesto Monteavaro
1
Llevabas
el ojo que arrojabas a distancia
un ojo que daba sed a las almas
y encendía de luz la
desnudez,
un ojo que convocaba las ideas y el olvido
y estallaba repentinamente de luz en el asombro.
Alguien dijo que era tu cámara encendida,
el arma
invisible
con la que
disparabas el candid shot
para robar las
almas en busca de otros cielos
o acaso de ciénagas
ocultas detrás de una sonrisa. Alguien dijo que eras el fotógrafo del
Diablo,
con un ojo movible
que llevabas en la mano
y un áspid que mordía
la noche
cuando el vino empañaba
las miradas.
Que te llamabas Ernesto Monteavaro
y que humedecías de ansiedad la calle Corrientes
como otrora lo hizo tu bohemio
antepasado.
Que tu máquina era un pretexto
para graficar las almas a
robar
y llevarlas a la eternidad
del Infierno
donde los que fueron
lloraron su desnudez.
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2
Ladrón
de almas,
coleccionaste la tristeza de
unas manos ciegas
y
el aire de una sonrisa
que
se repartía
entre el gozo y el dolor del nunca más,
la efigie de los habitantes del futuro.
Cazador furtivo,
coleccionaste la
vanidad y el orgullo
que
se deslizaban
de duras líneas de
rostros empapados,
la sonrisa y las
intenciones
de
oscuros o luminosos poetas que buscaban su propia imagen,
el monstruo que vive
bajo el olvido
y el silencio que se
hace proyectil en la mirada.
3
Pero
detrás de esos disparos,
en el fondo de ojo de tu
cámara,
corrido por estrías de
sangre
que impregnaban el tiempo,
detrás de esos rígidos candids shots
que convocaban la
vida y la creación,
detrás de esas luces que mordían el silencio,
detrás de ese ojo que hablaba en la ceguera,
el seno de tu máquina también ocultaba
el
otro lado del abismo,
la carne lacerada
y los ojos sin
lumbre arrojados al espacio.
Allí, detrás del ojo de tus ojos,
brillaban las lágrimas sin ojos de los desaparecidos,
las manos que se agitaban sin su
cuerpo,
los cuerpos mutilados que
volaban
en
busca de sus ojos, las manos que llamaban los ojos ciegos
que el ojo de tu máquina
enumeraba.
Cazador furtivo,
en el seno de tu
cámara
siguen reverdeciendo
la vida y la muerte.
IN
MEMORIAM
ANTONIO DI BENEDETTO
El exilio era el camino,
los días que caían
en la soledad de una botella,
en el tiempo que se
arrastraba a tus pies
bajo las altas barreras
del desprecio.
Cuatro muros y un camastro,
un agujero y un ojo en el agujero
que crecían en la noche,
dos puntas que
hurgueteaban tu cuerpo
y se metían en la sangre,
una palabra extraída de
un freezer
y el grito enarbolado de
los diablos
te abrían las tinieblas
repartiendo
el exilio.
Ellos venían lentamente:
Don Diego de Zama devoraba las sombras
y juntaba los miedos en la punta de la espada,
la voz en los muñones y la sangre.
El Silenciero enumeraba el estallido
y reunía las noches detrás de los barrotes.
Ellos
venían lentamente
sobre ese papel que simulabas en la barba
masticando el destino
|
sin
amigos
sin perro ni mujer ni aire
caliente
sin una frazada para tu
sombra
ni
un bébete la fiebre
ni
un signo
ni un gato que se arqueara buscando las ausencias.
Ellos venían barriendo las esperas
los espejos que
devolvían el deseo.
Soñabas...
y eran sombras, sólo
sombras:
Heráclito enterrado bajo
el estiércol,
mordido por el odio.
Yeats aplastado entre dos
fantasmas
que descifraban el Tetragrámaton.
Soñabas...
y eran sombras, sólo
sombras:
Ezra Pound devorado por la
usurocracia,
y César Vallejo sorbido
en un pantano.
La
muerte te esperaba
golpeando
las esperas
mordiendo
tu silencio
detrás
del alba oscura.
Y fue a las tres de una madrugada
a
las tres del pensamiento:
tu cuerpo desnudo contra el muro,
el muro de los
gallos a las tres de la espera
y el pelotón
apuntando tus palabras
gatillando
el olvido
cuando la muerte paría
sus engendros
sobre una sombra
llovida en la memoria.
POEMA
DE LAS COMPENSACIONES
Vino desde el otro lado de las sombras
y trajo la luz y las
palabras
el horizonte que
enumeraba las estrellas
y las rutas que caían
al abismo.
Vino desde las tierras que habitó el exilio
cubierto de semáforos
y de hilos enredados a su voz
que volaban en la
noche
bajo los árboles
que mordían el alba.
Pidió pan y le ofrecieron las tinieblas
agua y le dieron el
acíbar.
Pidió una mano y le trajeron un deseo
el fervor y le
trajeron una mueca
que brillaba en la
oscuridad
y cabalgaba en los
ojos.
Vino desde el otro lado de las sombras
que habitaron
el exilio.
Pidió el amanecer y le trajeron la sangre.
POEMA
DE LA CREACIÓN
Autor Juan-
Jacobo Bajarlía
Pags.51 - Ptas. 1.000
Ilustraciones:
óleos de Miguel Oscar Menassa |
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SE
QUE ME BUSCAS
Sé que estás ahí,
metida en la madera que me llama
bajo la luz que teje la cara
del infierno,
que enhebras el miedo en el hilo
que cose nuestros ojos.
La vida que me dieron te pare lentamente,
busca mi doble en las tinieblas
para hallarse con él
del otro lado del camino.
No puedes ver el sol pero vibras en la sed
y a veces tocas la flauta que hierve en mis oídos.
Tu madera se hace gusano
que se alimenta de la noche
donde otra madera muerde el rencor y pare el olvido.
Sé que estás esperándome para que crezcas.
Los árboles han perdido el origen
pero me llaman:
el mundo desciende de sus hojas
y tú me buscas llena de frío entre los huesos.
BRINDIS
a
Primavera y
Gabriel Eduardo
En
esta mesa del bar, bajo el
bullicio, cuando la luna arroja
los signos de seres cósmicos
diluidos en la asepsia
Brindo por los que se jugaron a cara o cruz
y hallaron el abismo,
por los hombres y mujeres que se fueron al amanecer
y reinventaron sus vientres
en las ciénagas,
por los inextinguibles vendedores de sueños.
Brindo por los que murieron en Hiroshima
y se convirtieron en pieles
voladoras,
por las manos que dieron la señal del vacío
y vieron al monstruo en
Dallas,
en Memphis o en Buenos
Aires.
Brindo por los que lloran,
por los que perdieron sus ojos,
por los que extraviaron su voz en las tinieblas
y desaparecieron en Vietnam,
en Biafra o en Nigeria,
por el Sermón de la Montaña
y la justicia en el gesto,
por Lautréamont que odiaba los gemidos,
por Saint-Pol-Roux, quien al acostarse
ponía un cartel en su
puerta
que decía: El poeta
trabaja.
Brindo por el Poverello de Asís
que festejaba al hermano lobo.
Algo se detiene en mis ojos.
Brindo por los que se perdieron en la luz
y no hallaron las palabras.
Brindo por mis hijos
que un día se sentarán en esta
mesa repetida
para devorar sus lágrimas
y por los hijos de mis hijos
que vivirán en una galaxia lejana,
intoxicados de espacio.
Brindo por los tristes
que arañan las entrañas
del planeta
y cavan las raíces del
hombre,
por Neferkeptáh que fue disuelto en el aire,
y por Gilgamesh que perdió la inmortalidad.
|
Algo se detiene en mis ojos
donde veo el hambre,
la noche que se oxida
y el sexo que se pudre en
las probetas.
Algo se detiene
cuando los que tienen sed
reciben un lanzazo
y los átomos gangrenan los
planetas.
Algo se detiene
y brindo por Lucifer, ya viejo y
derrotado,
por los hambrientos que vendieron el alma,
por los ojos de los muertos
que transitan en los ataúdes,
por todos los que habitan en mi sangre
y crecen en mis ojos.
RAÚL
GUSTAVO AGUIRRE
ALGUNA
MEMORIA
IV
Tu
canto continúa hasta que el universo se rompe
en un hiato espantoso, comienzo de la nada.
Allí
la memoria me ofrece sus servicios.
Ocurre
que la necesidad de decidir llega a alcanzar niveles alarmantes (¿la
disgregación?, ¿el poema?). La fatiga, la duda, y los insistentes memoriales
sobre táctica física de conservación de la conciencia inhiben, a menudo, el
itinerario del cazador feliz. ¿Dónde estoy ahora? El pataleo de la ciudad
entera, la náusea de la organización, la imposibilidad de personalizar en el
prójimo la culpa de esta vergonzosa contrariedad que nos anula dotándonos de
mortíferas similitudes, de equivalencias que vuelven indiferente al rayo,
esta endemia, en fin desde donde me es preciso atraer a la maravillosa
criatura con un interminable despliegue de trabajosas señales, a veces
falsas, a veces excesivas, a veces miserables, jesta endemia es (oh cielos)
mi país!
Y ella,
¿qué hace aquí?
Viene a
iniciar la sucesión de acontecimientos admirables. Pero la sucesión de
acontecimientos admirables no es resistida por los sismógrafos. En las
retinas indiferentes, la claridad se enfría, el ibis de la claridad
desaparece, víctima de un fenómeno de distorsión. Las manos que escriben en
papeles ajenos se desentienden de su presencia, son sus enemigas más
crueles. En la mesa que ella amaba, a la hora de la identidad, reina ahora
una absurda caligrafía... Su ausencia infunde una temible atracción a los
archipiélagos deshabitados. En el afelio, las probabilidades de muerte son
extremas, la soledad se individualiza, el dolor entra en juegos arácnidos,
se vuelve miserable. Es en ese infierno donde cada árbol se distingue por su
nombre, donde se encuentran los más completos archivos, donde es posible
seguir con atención los movimientos de la única criatura que no obedece
la orden, esa filaria que se divide cuando parecía que sólo de ella se
podía hablar, de ella y de mí ¡Oh, vergüenza de los oficios sagrados!.
¿Cómo
podré, amor mío, volver a la noción de tu cintura, a la simplicidad de tu
lumbre, a tu Belleza?
La
claridad disminuye, tu cuerpo se borra. La claridad, víctima de mi dimisión,
se hunde con el tesoro de tus movimientos.
¿Cómo
resarcirte de mi retorno a la condición enumerativa, al círculo de la
ingratitud, al estado general? Nosotros dos habíamos hecho de la imprudencia
nuestro medio de comunicación. Una incomparable vicisitud nos unía. Fuego y
nieve se complacían en exasperamos. Caíamos juntos en el abismo de nuestra
semejanza.
Cuando
el fuego cesó, la nieve se deshizo, y yo no pude retenerte: no había salido
de aquí. De otros depende ahora la autorización.
Pero
tú, sin nombre, en el frío de esos espacios, ¿qué esperas sino mi muerte,
qué esperas todavía, oh Solitaria?
|
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Veo
otra vez tu rostro en el centro de una prodigiosa tormenta. Tu rostro,
desconocida, en medio de la ausencia que te devora, más cerca que nunca del
mío.
El
persistente abismo te separa de aquellos que eran, al alcance de tu mirada,
el presagio de una infinita celebración... Pero quién sabe qué guardan
todavía de inmenso estas apariencias de la fatalidad.
Pequeña
gloria errante entre las ramas de la noche, ¿qué nueva forma buscas para que
yo te vea?
¿Cómo
retenerte a ti, tan difícil de atar, tan rápida y cambiante, tan difícil de
sujetar a nuestra armonía, a nuestros rectos usos, a nuestras sanas
costumbres?
Yo como
tantos, ignoraba que aquí donde cada uno se esconde bajo tierra, no había
otro destino para nadie sino aquél por el que tú, lejos de nosotros, te
dejabas llevar.
¡Increíble criatura! He sido fiel a tus contradicciones hasta la punta de la
aguja que penetraba en el corazón del pájaro triste para matar a la
serpiente.
Déjame
cavar en mí la maldición y que nos hundamos en este tema. Tú no deseabas
otro destino para mí y yo no quería sino tenerte por entero.
Los
hombres nada se han llevado, nada de lo que puede todavía inflamarte.
Yo me
salía del mundo y tú de nuevo me creabas. Tal era nuestro juego, nuestra
danza nupcial. Ausentes, pasábamos juntos por aquí.
Yo
conocía tu rumor en mi alma, y en mi alma eras libre de hacer cuanto
quisieras. Yo conocí el rumor de tu presencia, y te llevaba en mi alma como
el mar, como el viento hubieran querido llevarte. Yo cambiaba tu cuerpo por
el mío, yo era la eternidad.
Al azar
te encontraba, una y otra vez, y el mundo era demasiado grande como para
retenerte o como para que nuestros destinos se contradijeran. Y tú, tan
parecida al aire de pronto, eras tan libre como yo, y nos cambiábamos sin
saberlo, sin nombrarnos, sin descubrirnos la razón de nuestra indolencia.
Pero esta sombra no durará, no durará.
¿Qué
podría mostrarte, allí donde ya no querías seguirme, escaleras abajo, fuera
del reino de tu validez? No había más que cenizas en el fondo de esas arcas
enormes.
(Distorsión infinita y conocimiento crispado, angustia y belleza en mí te
reconocían).
De
pronto, tras el vidrio del tiempo, pasa tu imagen sobria, lenta y
considerable, más real que la noche.
Ya no
reconozco como causa de mi angustia sino la necesidad de volver a crearte,
de hacerme de ti. Ausente, la confusión en mis escrituras, el fénix en mi
cabeza. Te busco en mi delirio glacial, en mi falsa detención, en mis
esfuerzos inútiles... En mí se complacía el verano, ayer, cuando tu rostro
era el mío.
(Trato
de hablar de nuevo ese viejo lenguaje de poesía con el cual solíamos
explicarnos nuestro amor).
Libre
por tu presencia oculta detrás de los signos de tu presencia, libre por tu
amor jamás abarcado. Para vivir, yo tengo que romper esta niebla verbal que
me oculta tu nombre. Busco la libertad de tu rostro de hoy.
En
suma, mi moral consiste en una serie de movimientos cuyo fin no es otro que
hacerte un lugar para que puedas vivir en silencio en medio de la confusión
donde tu presencia es un desafío y tu belleza una injuria.
(Y tú,
más cierta que el mañana que no puedo mirar, más cierta que la oscuridad por
donde vamos, haz que pueda iluminar levemente el rostro de la tierra,
comenzando por ti, que estás al lado mío, que estabas al lado mío desde que
comenzó todo esto...)
Y éste
es el mediodía en que llega a su fin la parálisis infernal, causa de la
abrumadora tristeza que me consumía. La nieve se funde, el horizonte se
mueve, la música recomienza. Y tú, solitaria, tú volverás ahora a convertir
en bodas los exilios nocturnos.
(Esta
belleza injuriada, esta belleza fuera de la ley, lejos de las casas de
contratación, lejos de la poesía, de sus feroces propietarios, esta belleza
odiada por los justos, esta belleza simple entre nosotros, en el reverso de
las grandes páginas, ella quería, quería, oasis infinito, vernos vivir así).
Y éstas
son las primeras estribaciones de tu silencio.
El libro «Alguna Memoria» ha sido publicado en
su totalidad, en las 2001 Noches, n."' 4, 5, 6 y 7. |
ENRIQUE
MOLINA
MEMORIAL INDOLENTE
1
Es de ese hechizo que hablo
De esas confluencias de fósforo de esos movimientos de la
hierba más íntima bajo él roce de un ala
De su poder y de su abismo de su gran tiara de llamas y de
su corona baldía de prostituta
y de sus ojos que giran de súbito hasta el blanco para
descubrir las raíces más oscuras del alma
Esa gloria carnal de la mujer
Remolino de trópicos y sol de temblor de ola preguntas
humeantes de tótem y de aluvión de labios en las
mareas secretas del azar
En la simultaneidad milagrosa de dos cuerpos sobre las
dunas más tibias de la tierra
Tan hondo en los cimientos de la dulzura en tales
cautiverios de carretera que se desborda en tales
luces de andén del fin del mundo en una niebla
de caricias
Tan lejos ese olor de tren húmedo en viaje esa melodía de
desaparecer a través de los paisajes de este reino
y la gravedad de la tierra
La dorable atracción de su masa conjurando unos vestidos
y unos cuerpos que caen como un ángel que
desciende
Y la gravedad del cielo
Arrebatando hacia una cúpula de pájaros el suspiro de
éxtasis de una playa que se retuerce como el
relámpago
La mujer matorral de diálogos del viento y la noche
la mujer sin orillas en sus gestos de entrega y de
delirio en las vastas llanuras de sus venas y su
contacto de torrente
Para iluminar hasta las vértebras la respiración y el
terror del amante entre sus brazos de hojas blanca
donde transpira un país de grandes desarraigos
Tambor de ceremonia y de sumisión
La mujer de mil rostros fulgurantes de mil fantasmas
irresistibles y densos cuya sangre bate en sueños
o se funde a las lluvias
La viva mujer camal de cuerpo de adiós y de eclipse
II
En la oscuridad
Aún vuelvo a entrever los largos cabellos que alguna
vez flotaron sobre mi rostro de pan de los
campos
Sobre mis ojos entrecerrados hasta vislumbrar por sus
ranuras la luna fangosa de los esteros a través del
pecho de la dulce mujer de servidumbre inclinada
sobre mi pecho
Tales muchachas surgían con trenzas sofocantes
-¡Isolina!-
Y yo no hablo de nostalgias no vuelvo una cabeza de
llanto hacia un tesoro que es mi propia sangre toda
esa plenitud del deseo fue mía de una vez y por siempre
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Ellas
se movían en torno como la sombra de los árboles
Un rumor de vegetación y de voces un gran globo dorado
de cosas imposibles y desconocidas ascendía
de sus
presencias y del halo de sus senos
Mujeres supersticiosas en sus costumbres del corazón
de la luz con sus espejuelos de magia y sus negros
tobillos entregados al rocío de la hierba
El color seco y traslúcido de sus ojos como un ala de
cigarra
Con sus pensamientos a ras de la grandeza del verano sus peines
incrustados en colas de caballo y sus vuelos hasta
el fondo ancestral de su raza sobre las barrancas
Entre la humareda de sibilas de sus braseros los cuartos
llenos de apariciones y catres donde de pronto se
encendían los espejismos de la revelación en las
penumbras del sexo
La siesta a sus pies fijos en ellas sus ojos de iguana cuando hacían
resplandecer las rosas ahumadas de su piel con
todos los aceites de la pereza
-¡Oh
inmoladas!-
Mujeres
de un sufrimiento tierno en los lechos de hierro de
un paraíso de concubinato y de éxodo
planchadoras
acariciantes bailantas de miel negra allá lejos
sonríen
aún como el resplandor de grandes hojas
doradas de
tabaco la garganta y la nuca con un reverbero
meloso
que descendía hacia sus senos y sus nalgas
Establecidas como focos en extensiones polvorientas en un
murmullo de falsos rosarios recitados con el vino
de las
palmeras
Sirvientas oscuras servidoras de sangre y de polvo de las
constelaciones
Danzaban
Y de
sus ritos emanaba un furor indeleble para injuriar
cualquier dicha que no fuera su lazo de culebras de la
tentación y el sudor de sus cuerpos impregnados por
todos los azúcares del agua
Perdiqas como el aliento pasional de sus axilas
Desnudas todavía como un puñal hembra asestado en las
derivas de esa provincia invadiendo lentamente mi
ser
con el polen calcinado de su pelo
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
Ahora sólo recuperadas por los dioses deshechos de la
[arena
por los demonios que sacan la lengua entre las nubes de la
lejanía
Recuperadas una vez más por el sabor de inalcanzable
horizonte que hierve en mis labios
III
¡Oh ignorante! Desterrado de los abrazos de su origen
insatisfecho como una gaviota el hechizo se ha roto como
un cometa deshojado en la sombra
Cada edad con su sentencia con el dardo de la extraña
mujer destinada a la evaporación y al insomnio
sus venas hundidas en el arco iris
Extraviado
¿Hasta qué asfixia de ciudad atronadora prosigue tu
súplica la risa de esos cuerpos con sus diadema
imaginarias en brazos siempre ajenos." ?
IV
La
abandonada
¿Acaso no ha surgido lentamente de sus negros espejos
como la herida de un sol ajado a lo largo de un país
vagabundo... ?
En su cálido pozo nocturno -¡Oh saqueador!- tu borrarás su
rostro y el anillo mimoso de su voz
Dormida bajo el vértigo de su plumaje ahora despierta en una
noche extranjera en la jaula absorta de la ausencia
La desconocida girando en la sequía para descubrir como
una llaga su lado de sombra
|
Todo
vínculo es ola adiós desamparo
De
todo amor se alza siempre un gran pájaro que huye
De todo cuerpo
Se
revela una extensión desierta y sin memoria un plano
lunar donde los besos se pierden
Donde el mundo termina casi con un susurro
V
Oh mi
naturaleza violenta indiferente a las ratas de la
salvación
Me ha sido revelado mi más profundo secreto:
Estaba hechizado por el hambre clarificado por el calor
desmedido de mis sienes por ese soplo de solfatara de
nacer y morir a cada latido en mi irreprimible
condición de mendigo del sol
Ignorante de todo sello si no fueran las leyes inéditas
de la marea si no fuera esa
intemperie
Nacida de dos seres que se aman
Mi sexo me salva sin plegarias como el hacha del
verdugo salva de todo límite a un águila
de sangre
VI
Bajo
su máscara de agravios ella avanza para juzgarte
desde su historia inextinguible
Sus ropas esparcidas entre los cantos de una novela de
fiebre y un hilo de sangre plateada fluyendo
de sus ojos
con las promesas perdidas de la costa
¿Pero qué días de saqueo qué despiadada levadura de gran salud de lo
inestable qué desastres enamorados
conducen a su fin tales romances
Tales codicias entre las glorias de la lluvia..
VII
Basta
Bestia tierna del extravío termina tu brebaje
Bárbaro de tu aliento entre los sentidos del sol entre la
conjugación de naranjas de tu boca y esa luz
de pinzas
de cangrejo que asciende por tus piernas y tu
médula
como un gran estremecimiento del océano
Y el espejo de ese rostro que avanza hacia ti desde qué
inmensa aventura que comienza condenado desde
siempre a virar de improviso hacia una tierra
indecisa Ansiosa tierra a saco sin una fruta que respire en calma
sin una piedra dormida
A flores devorantes a tea de incendiario a silbo de alas' de
pájaro de presa
Tierra de fermento y de ansiedad
VIII
Músculos
de tensión embriagadora de tempestad donde
la gaviota disuelve su periplo
Un reino fáustico de mujeres todos esos corrosivos
resúmenes de
las violencias de tu corazón
Servidoras
de polvo y de sueño
Sólo
recuperadas por la atmósfera frenética del sobresalto por
la incandescencia de esos dones desesperados que
atraviesan el día con su navaja
Recuperadas una vez más mientras el oleaje golpea contra la
borda de un barco y ellas relucen con la
belleza
tantálica del mar
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
En esta gran unidad palpitante del viento y la playa de la
respiración y de la muerte del centelleo de la
distancia y
el temblor de una caricia más allá de todas
las
apariencias humanas
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SOCIOS DE
HONOR EUROPA
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Miguel
Oscar Menassa (Madrid) |
100.000
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Amelia
Díez Cuesta (Madrid) |
40.000
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Stella
Cino Nuñez (Madrid) |
30.000
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Emilio
A. González (Madrid) |
25.000
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Carlos
Fernández del Ganso (Madrid) |
20.000
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Luis
López Cabeza ( Madrid) |
20.000
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Olga
de Lucia (Madrid) |
20.000
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Cristina
Barandiarán ( Madrid) |
15.000
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Lidia
Andino (Madrid) |
10.000
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Raúl
Bravo(Madrid) |
10.000
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Jose
María Blasco (Madrid) |
10.000
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María
Chévez (Madrid) |
10.000
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Claire
Deloupy (Madrid) |
10.000
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Paola
Duchên (Madrid) |
10.000
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Pilar
Iglesias (Madrid) |
10.000
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Jaime
Icho Kozak (Madrid) |
10.000
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Miguel
Martinez (Madrid) |
10.000
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Norma
Menasa (Buenos Aires) |
10.000
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Carmen
Salamanca Gallego (Madrid) |
10.000
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Luis
Schnitman (Madrid) |
10.000
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Inés
Barrio (Buenos Aires) |
6.500
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Marcela
Villavella (Buenos Aires) |
6.500
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Alejandra
Menassa de Lucia (Madrid) |
6.000
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Fernando
Améz (Madrid) |
5.000
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Helene
Barnier (Madrid) |
5.000
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Bibiana
Degli Esposti (Madrid) |
5.000
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Maria
Victoria Márquez (Málaga) |
5.000
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Rosa
Puchol (Madrid) |
5.000
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Montse
Rovira (Ibiza) |
5.000
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Juaquín
Luzón (Ibiza) |
4.000
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Roberto
Molero (Buenos Aires) |
3.500
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Pilar
Nouvillas (Valencia) |
3.500
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Lucia
Serrano (Buenos Aires) |
3.500
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Ricardo
Aquino (Buenos Aires) |
3.000
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Emilia
Campaña (Málaga) |
3.000
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Ángela
Casini (Buenos Aires) |
3.000
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Cruz
González (Madrid) |
3.000
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Alejandra
Madormo (Buenos Aires) |
3.000
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Jorge
Montinori (Buenos Aires) |
3.000
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Karina
Pueyo (Buenos Aires) |
3.000
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Rosa
Alonso Fernández (Madrid) |
2.000
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Ricardo
Artíguez Iglesias (Madrid) |
2.000
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Dr.
B. Sigg (Francia) |
2.000
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Luis
Barrantes (Málaga) |
2.000
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Eleonora
D´Alvia (Buenos Aires) |
2.000
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Claudia
García (Buenos Aires) |
2.000
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Pablo
J. García Muñoz (Madrid) |
2.000
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Mónica
Gorember (Zaragoza) |
2.000
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Enrique
Iglesias (Madrid) |
2.000
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Javier
Rueda (Madrid) |
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Ana
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1.000
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Rafael
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1.000
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Gema
Crespo (Madrid) |
500
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Pilar
García Puerta (Madrid) |
500
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Andrés
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500
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Sebastian
González (Madrid) |
500
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35.000 EJEMPLARES
¡¡¡SOMOS GENIALES!!!
GRACIAS, SOCIOS, POR
VUESTRO HONOR Y VUESTRO DINERO, QUE HACEN POSIBLE EL MUNDO
i iASOCIATE! !
HACIA LOS 50.000
EJEMPLARES DE LIBERTAD
Las 2001 Noches, C/ Ferraz, 22, 2.0 Izda. 28008 Madrid
Tel. 542 33 49. Fax 548 33 01 |
PSICOANALIZARSE
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ES UN ACTO POÉTICO |
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EL PRÓXIMO NÚMERO:
•
Dámaso Alonso
• Grabiel Celaya
• Rodolfo Alonso
Premio Nacional de
Poesía 1997, Argentina |
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