LAS 2001 NOCHES ÍNDICE NÚMERO 7

EDITORIAL

EL POETA CIEGO

SOCIOS DE HONOR

NOSOTROS

CAZADOR FURTIVO

AFORISMOS II

NOTAS DE DIRECCIÓN

IN MEMORIAM ANTONIO DI BENEDETTO

JUAN-JACOBO BAJARLIA

EJEMPLO DE CARTA

POEMA DE LAS COMPENSACIONES

AFORISMOS III

JOSE PORTOGALO

SÉ QUE ME BUSCAS

MIGUEL OSCAR MENASSA

LOS PÁJAROS CIEGOS

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

TORO SENTADO 
EL VISIONARIO

AFORISMOS I

ALGUNA MEMORIA IV

V CONGRESO INTERNACIONAL GRUPO CERO. CLÍNICA PSICOANALÍTICA

GEORG CHRISTOPH LINCHTENBERG

ENRIQUE MOLINA

POEMA DE LA CREACIÓN

JUAN-JACOBO BAJARLIA

MEMORIAL INDOLENTE

PRÓXIMO NÚMERO

NOSOTROS

Y por último, un día nos decidimos a partir.

Tenemos equipajes y algún papel en el bolsillo con
anotaciones minúsculas;
un número de teléfono al que no llamaremos jamás,
el nombre de unas píldoras para dormir o no dormir,
el relámpago muerto de algún poema.

Tenemos equipajes con ropa y máquina de afeitar y algunos de nosotros
botellas de coñac o perfume o aceite para el sol
y libros sagrados y de álgebra y de ciencia ficción,
tenemos treinta años y padecemos todos, cada uno según su necesidad,
 humo y amor y redes y violencias, sed de verdad, insomnio
                                                                                [y desesperación,
 y hemos sacado algunas conclusiones.

(En la ciudad inmensa cada uno cavó su guarida,
 acumuló sus propiedades, sus olvidos, su oposición a la muerte.
Cada uno disfrutó de derrumbes y papeles en blanco,
lloró de rabia ante las cajas fuertes del tiempo,
firmó con mil imágenes de Dios pactos después desconocidos,
creyó en todo,
abrió sus brazos, tomó vino, contó dinero, acarició, supuso
librarse bien, salvarse, haber hallado cómplices para la gran reunión
                                                           [en la sala principal de la cueva
para el acuerdo universal del que saldría limpio e inocente.
Pero no hubo al fin más que carozos y cenizas y botellas vacías.

Queda la noche, sin embargo,
la noche abierta a los pequeños ensayos de fuga ya los
                                                                            [pequeños abismos,
el fondo de la noche donde tampoco habrá solución
porque igualmente se lo habrán montado, se lo habrán repartido
                [sin concederle siquiera que tuvo algo que ver,
                 que él puso algo de su parte también;
                 algo de buena voluntad, de asombro, de inocencia
y no tan sólo su cara de extraño.

En la comisaría lo apalean por gritar en la calle
que el suyo es un horrible país, y en el casino
le prohíben la entrada porque ven en sus ojos
el fuego inconfundible de los videntes.

La mañana está lejos, de cualquier manera:
puede durar un poco más esta frágil tregua nocturna
antes del sol y el ruido de las máquinas y la pobreza mental.

Entra en el bar y mira aquella mesa:
ella por fin ha vuelto.
Afuera ha comenzado la lluvia,
y melancólicamente
los dos conversan de su amor de diez años atrás.

Después se encuentra solo en el filo despiadado del amanecer.
                                                                    
En la puerta de un sótano la música de Charlie Parker
lo atropella en su fuga hacia las estrellas afiebradas
y siente que ya sabe hasta su última mentira.


En su cabeza brilla una bella ecuación
pero a los camaradas no les sirve
para cambiar el mundo.
Los bares del olvido están cerrados para siempre, 
no tiene donde estar y la lucidez se paga sabiéndolo.)

Todos perdidos en la noche y roídos por innumerables agravios, 
todos equivocados y autores de desastres irreparables,  
todos dementes y llagados y llenos de bichos y de confusión,
ustedes, yo, nosotros, mis amigos difíciles, cazadores de lejanos poemas
sobre la gran llanura marcada por el rayo. 

                                  RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

 

EJEMPLO DE CARTA

2 de junio de 1997, Madrid

QUERIDA, QUERIDA:

     En vano hago intentos para normalizarme y cada vez me cuesta menos recuperar el desequilibrio.

     Vuelto de Buenos Aires, ya estuve en Málaga y ahora, otra vez en Madrid no conozco la dirección de los vientos cardinales. Vivo como si controlara el universo, mi cuerpo, las estrellas, negocios suculentos, pero en verdad, la vida me lo da y me lo quita todo, también es cierto que tengo el trabajo suficiente como para producir el dinero suficiente, para poder gastar con suficiencia y aparentar, frente a mí mismo, que no me es tan necesario trabajar.

     Pero heme aquí, vástago perfumado de un siglo a punto de morir, me detengo en la cumbre de lo que ya no sé y me catapulto hacia un futuro incierto pero a la vez, generoso, y me detengo y pienso desde esa desviación (un futuro incierto) nuestra vida.

     Hago como que vuelo, quiero decir, todo el mundo me ve volando, pero es una ilusión, yo sigo sentado en la silla, dándole a la máquina de escribir su merecido.

     A veces me veo tejiendo las historias y me siento un verdadero historiador, capaz de inventar cualquier sentimiento o terremoto o revolución o guerra o infortunio o belleza o bien extrañas dimensiones desconocidas, todo para que las cosas ocurran tal cual ocurren, otras veces me doy cuenta que soy un pequeño títere en las manos de un viento cruel.
Cuando lo pienso bien, Buenos Aires tiene otro destino aquel del dinero, por lo menos para mí, yo de Buenos Aires no quiero dinero, yo de Buenos Aires lo quiero todo. Una ciudad entera entre mis brazos. Qué bravura, qué sencillez, qué nostalgia.

     Hoy día, pensando nuestra vejez me siento con menos fuerza creativa pero con una gran fuerza organizativa, me he propuesto que todos nosotros vivamos una vejez digna yeso, significa dinero, mucho dinero. Esa es la única dignidad posible para la vejez. Poder comprar los cuidados, los amores, las amistades, las tardes de sol, oponer siempre la primavera a las estaciones límites, poder mostrar siempre algún billete que


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haga que nos digan: sí señor, señor por aquí, qué necesita el señor, señor chúpeme los huevos, señor hágame una caricia.

    Después también crecerá mi poder y me rodearé de estúpidos que tratarán de impedir por todos los medios que nos encontremos.

    Amor mío, amor mío, siempre amé el poder sólo para encontrarme contigo y ahora mi poder nos separa, vuelve la cara hacia la noche, que allí, sumergidos en el decir más lento y subterráneo, nadie podrá descubrir nuestro amor.

    Y la poesía me sonríe no de lejos pero sí a una distancia suficiente como para no poderla del todo y ella, la poesía son ríe y huye en esa sonrisa que ya, tampoco me pertenece y nos volveremos a encontrar si ella quiere y algún día vendrá, inesperadamente y yo tendré que tener todo preparado para cuando, ella, la loca, desee volver.

    Y así estoy todo el día esperando que vuelva y cuando  vuelve la agarro del pescuezo y le golpeo la cabeza contra el diccionario y me quedo con la sensación de haberle hecho un bien a la humanidad.

    Desde el teléfono, mientras te escribo, controlo: clases de primer año en la Escuela, Congreso Internacional de Clínica Psicoanalítica, Feria del Libro de Madrid, dos supervisiones de cositas y la imprenta donde Carmen apurando al maquinista para que hoy mismo entregue las 2001 noches de Junio para una segunda corrección, porque deseo que pueda estar para este fin de semana en la Feria del Libro.

    A veces siento como que alguien me corre y yo corro para que no me alcance como si fuera a mí a quien corriera, otras veces me siento más tranquilo que la tila y no recuerdo nada y no tengo nada que decir del futuro y gozo con eso de no saber de quién defenderme y comprendo que la vida es varias vidas y saltándome algunos stops me dispongo a poner en práctica el aprendizaje.

    Y algunos me dirán que yo nunca templé de buena forma una guitarra y yo les diré que eso es cierto, y algunos dirán de mí que fui la música del siglo XX y yo les diré que eso es cierto.

    Y otros dirán que nunca pude amar, totalmente, a una mujer y yo les diré que eso suena muy verdadero y otras miles dirán, que ese no todo que les daba las enloquecía y yo diré que eso suena muy verdadero.

    Varios dirán que lo di todo por la poesía y yo no diré nada y muchos más, aún, dirán: eso que le pasa ahora es porque se quiso comer la poesía, ahora la poesía lo persigue buscando la parte que le falta,

    Pobre de mí, dirán algunos, sin saber qué decir cuando me van volando entre las piernas cruzadas del mundo, sin apenas palabras.

    Pobre de mí, dirá mi madre muerta envuelta entre las nubes partidas por el sol, pobre de mí, amante ligero del abismo, allá voy sin pensamientos aparentes a saberme autor de mi propia novela, desgarrador silencio del poema o bruma desatada o soledad aguerrida y cuentos donde la doncella se desvanece antes de la alegría o esas tardes espléndidas donde parecía que el sollo quemaría todo y nadie escapaba al solemne momento del amor. Escarchas enrojecidas por el deseo, saltaban en pedazos, pequeñas algarabías de una carne de fuego, al aire, parecían estrellas desoladas dejándose tocar por el niño imprudente o los enamorados ciegos.

    No vi, exactamente, plegarse el universo sobre mí, pero fue algo que pasó en tu boca, un movimiento como de delirios en carrera, miles de gacelas, millones de voces clamando libertad para volar, algo de locura para los sentimientos cotidianos.

MIGUEL OSCAR MENASSA

 

JOSE PORTOGALO


LOS PÁJAROS CIEGOS

1

Doménico Scalise,
italiano del sur de la península,
pescador, albañil, peón en una chacra
y silbador de tangos en mi barrio.

(Villa Ortúzar entonces nacía en una esquina.
Acordeón de los patios perfumaba sus tardes,
guitarra bolichera su noche de las quintas,
una plaza soñaba, confiada, entre gorriones
y pibes que encontraban su destino en la calle.)

Cuando vine a estas tierras era un niño,
tenía un cielo de oro en las espaldas
y un pájaro en los ojos.

Un día llegué al sueño. Desde entonces
reposo en una fosa golpeado por la lluvia,
por los vientos australes y la nieve.

Cavé mi propia tumba
y al levantar los brazos miré al cielo gritando
¡viva la libertad!

Un proyectil de máuser agujereó mi frente.
Pero no he muerto, sigo respirando en el mundo.
Mi ceniza es del pueblo.

 2

Fermín Aguirre, hermano del jilguero.
Desde gurí, descalzo sin letras, con un silbo,
soñé junto a la orilla del río con el cielo.

Fui tropero después. Bajo la Cruz del Sur
arrimé a mi cansancio la vigilia del sueño.
Y fui además galope, temblor de brisa suelta,
incendiado de parvas y eucaliptos
con los cantos del gallo sobre el hombro.

Los pájaros venían de las nubes
-calandrias que orquestaban todo el rumor del alba,
y estaba el colibrí como un relámpago
y el zorzal con su cofre de cristal y rocío,
también estaba el mirlo con su carbón de plumas
y el cardenal, arisco, de púrpura y ceniza-.
La tarde, mi hermanita desnuda entre los cardos,
traía el corazón de las cigarras,
el sauce su pobreza
de pescador confiado en el milagro,
la noche sus harapos de vieja en los caminos.

Mi voz era la brasa de una copla
con desvelo de pueblo en la guitarra
y un saludo efusivo de boliche y galpones.

Chingolito celeste latía mi palabra.

Un día dije: -Amigos, el trigo está en mis manos,
es mío y me lo roban con sus dientes la máquina,
los silos, las planillas, las bolsas, los anteojos
y aquel «Prívate», espeso cubil de oro podrido.

(Entonces eran míos tan sólo la distancia,
el aire, el mate amargo, la hermosura del cielo;
tenía por almohada las ortigas,
por sábana los trapos de la noche al sereno
y por amor la copla de mis penas.)

Cuando dije «la tierra es mía, es tuya»,
alguien quebró mi voz. Ya no estaba en el día
chingolito celeste, mi palabra.

Unas gotas de sangre, amontonadas,
mojaban mi cabeza entre los yuyos.

Mi epitafio es un trébol que sonríe en el campo.


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3

Fue una tarde, en octubre.

La primavera entonces lucía entre los árboles
sus primeros fulgores.

Los gorriones, tan díscolos, llegaban a la fuente,
se mojaban el pico, sacudían las alas
y luego recortaban el aire con su vuelo.

El cielo estaba azul sobre la laza,
se paseaba, inocente, en los canteros
y soñaba, después entre las hojas.

Alguien gritó:
¡viva libertad!

Junto a un charco de sangre estaba yo.
Yo Juan Pérez, asturiano, profesión panadero,
veinte años de Argentina, con tres hijos,
un río de esperanza entre mis manos,
el corazón del mundo en mi garganta
y una copla en mi pecho.

La primavera, ciega, se amontonó en mi sangre.
Desde entonces mi copla perdura entre los pájaros.

4

Viene el aires y pregunta:
-¿Quién eres tú?
La tierra que me alberga, contesta:
-Es un adolescente, asesinado
hace ya cuatro décadas y media, en una calle.
Tenía madre, padre, hermanos y un oficio.
Era digno y resuelto como un pájaro.
También era muy pobre. Sin embargo, reía
con esa risa fresca de los niños
que aman el corazón de la mañana,
la aventura, los grillos y las locomotoras
que dan el horizonte en sus silbatos.

Era igual que una ráfaga.
Su vida, esparcida entre amigos, traía una bandera
de pan, de manos sueltas, de voces fraternales.

Su vida era un saludo de campana y de hoguera,
cordial como esa música de acordeón en la noche.

Su escudo era el escoplo, la garlopa y la gubia.

Quería a una muchacha con el nombre de un sueño
y al cielo que en su barrio tuteaba a las palomas,
el agua de los charcos,
las veredas, el cerco, la casa de los pobres.

Un primero de mayo, mil novecientos nueve,
un proyectil de máuser
lo tumbó sobre el barro de Céspedes,
esquina Álvarez Thomas. Se llamaba José.

Su apellido español verdece en un romero.

Viene el aire y pregunta:
-¿Quién eres tú, contesta?
-Apenas soy un hombre. La edad no la recuerdo.
Sólo sé que al nacer, mi padre, con el júbilo
de un muchacho, brindó por mi llegada.
Creo que lleva el nombre de Alem aquella fecha.
Mi destino nació señalado en la pólvora.

Viene el aire y pregunta:
¿Quién eres tú?

La tierra que me alberga, contesta:
-La mañana, infinita, en su tumba fulgura.

5

En la fosa común, aislado, entre los yuyos,
no sé qué haré, desnudo, con esta muerte mía
que cabe en una flor.
(Al paso de pesados camiones de lecheros
y de la madrugada que llega de las quintas,
me acerco a aquellos díasde mi infancia olvidada
nacida de repente en un badío).

Estoy solo, gritando, en una esquina,
pelándome la voz como un pájaro ciego.

La mañana venía cargada de gorriones,
de tranvías, chirriantes, con rumor de mercados,
de suburbio, bostezo, blasfemias y silbidos
que traían un sueño de muchacha o la imagen
de un corazón que ríe, silencioso, en un beso.

Alguien compraba un diario.
Me daba su chirola de sonrisas un viejo,
su grito un vigilante mal dormido,
su mano el sol cordial tendido en la vereda.

La noche, una madrastra, me cerraba los párpados,
sus estrellas caían en mí como una colcha;
también el viento, a veces, me cubría las carnes
y hasta un perro llenaba de asombro mi inocencia
-sus ojos, empapados de ternura, fulgían
goteando dulcemente por las lágrimas-.

Yo respondía al nombre de Juan o «Pie de vidrio».
Y un día, cara al cielo, quedé sobre el asfalto.
(No tengo otros recuerdos de mi vida de niño.
Y ahora en el osario común, bajo la tierra,
no sé si yo he nacido, ni si esta muerte mía
está en mi corazón, como yo, solitaria.)

Y es este mi epitafio: «Pie de vidrio», un expósito.

6

Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.
Sin embargo, mujer de todos, tuve
mi pequeña alegría, mi dicha silenciosa;
fui la amiga ignorada de los adolescentes
que estrujaban, vehementes, la hoguera de mi cuerpo.
(Ella, la tibia ráfaga, el agua del milagro,
la media luz y el cáliz de una rosa;
los veía llegar,
súbitos abejorros anhelantes
-delirio, llama, fiebre-, desplegando sus alas, abriéndose a la vida como finas corolas
o beso alucinante del amor inocente,
árboles musicales de rocío y luceros,
llovizna, espuma, pájaros de su cielo perdido.)

No fui mala.
Yo caí como todas en esa telaraña
de engaños, esa urdimbre
de zapatos, de medias, de risa y automóviles;
alegre, linda, frívola, secretaria
de un jefe de oficina, me perdieron las joyas
y el temor a ser trapo de fábrica y miseria,
resignada, volcada sobre un catre,
desgarrando mis manos, mi vientre en una tina.

Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.

Sin embargo, conservo la imagen de mis noches
de oscura prostituta que amó las mariposas
de aquel cielo de trenzas y pobreza, caído
en una callecita de mi barrio.
Una colcha embarrada, de seda, es mi epitafio.

7

Mi padre violinista, fracasó en Buenos Aires.
Sin embargo su nombre -Pierángelo- traía
«gli uccelli» luminosos de las calles de Nápoles;
Doménico Scarlatti, heraldo de sus pájaros,
clareaba el mundo denso de su infancia y sus lágrimas.

Era joven entonces. Soñó graciosos días
de niebla, de castillos azules en el aire;
quiso las mariposas, las colinas celestes,
la música del mar, las golondrinas,
el dulce resplandor de las estrellas,
las mañanas cargadas de rocío y gorjeos,
el cielo de los besos entre los abedules,
las yemas palpitantes de la espiga dorada,
el cálido rumor de las campanas, la noche
con sus hondos misterios, con sus éxtasis
y su frente caída sobre el musgo.
Amó como ninguno la gloria. Con sus sueños,
con su hoguera de lámpara, su mundo
de magia y corazones en la brisa,
nos dio después el pan y el agua de los pobres.

Clavando media-suelas lo sorprendió la muerte.

Mi madre cargó bultos. Lavaba.
Creo que fue en el Once, patio de conventillo.
Cuando murió tenía las manos como un trapo.
Mi hermana Genoveva fugó de nuestra casa.
Amaba el suave roce de la seda y el oro.
Desde entonces sus pasos quedaron en la sombra.
(Mis recuerdos de niño la esperan todavía.
La conservo en mis ojos con sus trenzas oscuras
y su fresca alegría de niña en una plaza.)

En mi pecho latía
el pesado aldabón del llanto de mi padre,
su fiebre, su agonía, su fracaso;
latía el corazón deshecho de su música,
la madera enlutada de su violín translúcido
que guardaba la imagen de mi madre.

(Buenos Aires crecía en las orillas.
Era la gran usina, el túnel gigantesco,
también la rata súbita, la tímida paloma,
la ganzúa, el prostíbulo, la calle, el rascacielo
y el pan para mis manos de araña en los tranvías)

Pude ser abogado, médico o comerciante.
y fui solo un ladrón.

Mi epitafio es la letra de un tango sin posdata.

 


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8

Los he visto morir en un potrero
rotoso, solitarios;
venían del asombro celeste de los niños
picoteando una miga de pan y dando saltos.
Fueron mis compañeros de rabona en las quintas:
discípulos del viento, despicaron
campanadas de iglesia, hicieron nidos
entre los mechinales de las obras y luego
con el cielo en sus alas, a mi plaza llegaron.

Banderitas de lata en los galpones,
los pesebres, los patios, las tapias y los techos;
hijos de la intemperie,
oscuros marineros del rocío,
tuvieron una luz: su rebeldía,
y también un amor: las calles y los árboles.

No fueron cardenales ni mixtos ni calandrias,
sino organistas díscolos, alegres
amigos del caballo, los perros, los guardianes
y los viejos que mueren cualquier noche en un banco.

Los conocí de niño en un baldío
que miraba hacia el mundo, cuando el día
andaba en un verano de chicharras
y el cielo demoraba su fulgor en mis ojos.

Y cayeron sin gloria lo mismo que los pobres.

Su epitafio se escribe en una ráfaga,
junto al pescante roto de un carro que no sirve
y al yuyo atropellado por huesos y carozos.

Sin embargo mi voz quiere nombrarlos,
porque en mi corazón los siento todavía
latir insobornables, inocentes, resueltos,
gorriones que prolongan el sueño de la infancia.

9

Estaba en esta esquina, pelado, con sus yuyos
de ceniza, raquíticos, y flores amarillas
parecidas a párpados de cera. Tenía
también algunos charcos donde el cielo dejaba
madrugador, su gota de rocío,
su siesta con zumbidos de moscas y chicharras
y su ocaso que andaba entre los perros,
los bichitos de luz y el silbo de algún tango.

También había un cerco junto a un fondo de
nísperos,
trapos en un rincón, vidrios y lagartijas;
de pronto había un caballo, mansito, que pastaba
y un organito afónico de vieja calesita
que amontonaba el ruido de su música rota.
Lo exaltaba la gracia de los niños
que orinaban, a chorros, contra un muro,
su libertad alegre, despierta en la garganta,
en la cordialidad del regreso a sus juegos,
en trompos, en guerrillas y en aquellas rabonas
con un cuaderno sucio, un barrilete
y un paso en la aventura, sin libros, y descalzos.

Era el mejor baldío de mi barrio,
porque las mariposas prolongaban su vuelo
en sus orillas, donde la noche distendía
los temblores del aire y la mañana
con su esplendor más joven depositaba el beso
del rumor que traía los latidos del mundo.

Caían las estrellas y entonces, junto al fuego,
el mate, los bizcochos con grasa y las batatas
calentitas, chirriando, daban al corazón
una hombría de manos fraternales.
Allí nació la historia de todos nuestros sueños,
la crueldad inocente y aquel viento de gloria
que acarició la tibia mejilla de los años
del pelo desgreñado y el pantalón rotoso.
Tenía el pecho lleno de claras tardecitas
y del hondo fragor de los gorriones
que visitaba el patio de un boliche lindero
donde el son melancólico de un acordeón reunía
una lágrima, un canto y una dulce nostalgia
con nombre de Rossina o de Antonella.
Fue inmortal en la brisa que llegaba desnuda
y en el amor que abría las primeras corolas
cuando la adolescencia se doraba en las trenzas
y el alma se expandía en un «Rinaldi».
Tumba de calesitas, de hogueras de San Juan,
de las malas palabras y el primer cigarrillo;
su lápida es ahora esta esquina sin pájaros,
sin gritos, sin peleas, sin sueños de la infancia.
Un bloque de cemento lavado por la lluvia.

10

Toqué el timbre.
Nadie vino al llamado. De la umbría
salieron dos palomas.

El viejo Gil -pensé-
sestea en su sillón de mimbre o bien con Fierro
gobierna sus imágenes.
Las palomas llegaron a mis hombros.
Entonces el poeta, su voz en el recuerdo,
me dio la bienvenida; luego el mate, cordial,
servido por Mercedes -Mercedes era el ángel,
vegetal y penumbra de la casa-,
igual que un corazón latió en mi mano.
Pausado en sus palabras, entero, vi al amigo
con el cielo en sus ojos, la sonrisa
abierta al infinito de la tarde, caída
en su patio aromado de jazmín y geranio.

Lo vi también soñando sus recuerdos de infancia,
iguales a su «Cielo de aljibe» y su «Extramuros»,
soñando su «Tinaja», que era voz de la tierra,
el cuenco fresco y hondo de su hombría desnuda.

Barracas fue su barrio de higueras y potreros.

Con un tango de Bardi, picardeado,
le alcanzó una alegría de piropo fiestero,
también le dio una ardiente mocedad de boliches,
el aire musical de una guitarra
y una noche cuajada de grillos y luceros.

Barracas fue su pan de pobre y su mañana, con
su escuela entre los libros abiertos de los pájaros
y el viento que silbaba milongas de carrero.
Cuando fuimos amigos, su barrio era una imagen
de jornadas oscuras de andamios y escaleras
y tenía en su voz la hondura de una lágrima.

Y nos dimos la mano, la misma que ahora llega
en ala de palomas a mis hombros.
Me dijo: -Están tus versos en mi voz.
Esta es tu casa, amigo, tu mesa, tu puchero.

(Entonces una gota de rocío, inocente,
cayó con su tabaco entre mis manos.)

Pasaron muchos años. Sus palabras crecieron,
se ahondaron sosteniendo el cielo de la aurora;
fueron su dignidad, su cruz en el camino,
su confianza de niño que amó las mariposas,
los gorriones y el aire que venía del mundo.

Sus palabras ahora son las mismas que llevan
una copla a los labios del viento corralero.

(Ellas cantan soñando la tarde de jazmines,
el rumor de las parras, el agua de los charcos;
cantan en las cantinas del sur, entre los gringos,
y en el silbo alocado de un canario jaulero.)
Sus palabras ahora me llegan sueltas, puras,
lo mismo que esta brisa que golpea mi frente:

-No toques más el timbre. Vacía está la casa.
El poeta ha salido para siempre, su cuerpo
descansa en un tablón de sombra, bajo tierra-.

Antonio A. Gil, tu voz está en el aire.
Vives en la guitarra de Hernández con tus coplas.

Escucha, tu palabra madura en los gorriones.


GERORG CHRISTOPH LICHTENBERG

Los salvajes americanos podían oler de lejos a los españoles.

-Un soldado viejo y muy débil pidió una vez a César permiso para matarse, y César le respondió: ¿Cómo, todavía estás vivo?

-Dante ve en el infierno a los falsos profetas con la cabeza vuelta al revés, de suerte que las lágrimas que lloran les resbalan por las posaderas.

 -A un hombre le dijeron que el alma era un punto, y él replicó que por qué no un punto y coma, ya que así tendría una cola.

-Hay que hacer que la gente se sienta obligada a cumplir con nosotros a su manera, no a la nuestra.

-Hay un refrán inglés que dice: Es demasiado necio para ser loco. En él hay una observación muy fina.

-Lo ha aprendido todo, no para mostrarlo, sino para utilizarlo.

-La forma más bella de la ironía es defender una causa totalmente indefendible con argumentos cargados de amargura satírica citando y comentando a menudo pasajes diversos.


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-Preguntémonos si somos capaces de explicarnos las cosas más pequeñas. Es el único medio de crearse un sistema conveniente, de explorar sus propias fuerzas y sacar provecho de sus lecturas.

-En vez de cada palabra aislada podrían crearse seis; expresamos demasiado con una sola palabra.

 -Cada vez que tenía que utilizar su inteligencia se sentía como alguien que, acostumbrado a usar siempre su mano derecha, de pronto tuviera que hacer algo con la izquierda.

 -No le apetecía nada, pero comía de todo.

 -No siguió el camino más ancho hacia la eternidad, ni tampoco el más angosto, sino que, a fuerza de rezar mucho y disfrutar de una buena mesa, eligió uno intermedio, que podríamos denominar clerical-principesco.

-El pueblo anhela oro y distinciones, y se sentiría timado si los tuviera. Entre los grandes también se ha puesto de moda envidiar al campesino su agua de manantial y su jergón de paja, y más de uno se sentiría asimismo timado si llegara a verse en ese estado. El poeta alude a un ideal, se dirá. Pero quién sabe si el campesino no idealiza a su vez el estado del gran señor.

 -Los libros de caballerías nos muestran el mundo según un ideal totalmente falso, desde una especie de perspectiva caballeresca, es decir desde un punto de vista que nunca llegaremos a adoptar.

-Siempre he pensado que en los periódicos eruditos debería dejarse impunes a los malos escritores. Pues lo cierto es que los eruditos gacetilleros caen en el error de los indios, que consideran al orangután como uno de los suyos y toman su mudez natural por un signo de testarudez de cuya práctica intentan disuadirlo vanamente mediante frecuentes palizas.

 -El pueblo se arruina por la carne que goza en detrimento 
del espíritu, y del erudito, por el espíritu que disfruta excesivamente a costa del cuerpo.

-Con una sola lengua aquella mujer era ya una fama, iqué no hubiera hecho de haber tenido mil!

 -Tenemos actualmente un buen número de cabezas denominadas sutiles (no grandes espíritus). No es, sin embargo, gente que pueda considerarse grande desde sus orígenes y en toda la extensión de su espíritu, sino que en la mayoría de ellos la sutileza es una debilidad, una hipocondría, una sensibilidad enfermiza. Un erudito semejante estará más dispuesto que otra gente a hacer observaciones sutiles, pero raras veces producirá algo igualmente útil en el ámbito del saber. Cree que podría hacer mucho con sólo que lo quisiera, pero jamás lo quiere. Es gente en cuya formación entra de todo, y cuando leen sólo cosas buenas, escriben bastante bien. Pero permanecen siempre alejadísimos de la segura precisión de los antiguos, cuyo genio se asemeja más a la sólida y sana madurez de un fruto que a esa madurez marchita y agusanada, por más bien coloreada que esté, de algunos modernos.

-El carácter del alemán se encuentra tan a medio camino entre los del francés y el inglés que es fácil que nuestros novetás listas describan a uno de estos dos cuando quieren retratar a un alemán en tonos un poco más fuertes.

-Cada cual debería estudiar al menos tanta filosofía y literatura como sean necesarias para hacerse mas grata aún la voluptuosidad. Si esto lo supieran nuestros nobles rurales, cortesanos, condes, etc.., son con frecuencia se admirarían de los efectos de un libro. Apenas creerían lo mucho que Wieland puede realizar el cahampán; su recurrente "color rosáceo", su "argénteo velo", su "niebla de lino" intessificarán hasta el goce que pudiera proporcionarles una guapa y esbelta mozuela de pueblo.

-Su casaca valía más que su honor, y cualquier judío le hubiera dado más por aquélla que por éste.

- Sólo los franceses pueden presentar clérigos, o más bien apóstoles a caballo. 

  
JUAN -JACOBO BAJARLIA


El POETA CIEGO

a Jorge Luis Borges

La onda extendía su designio entre el deseo y la piedra
y golpeaba el tiempo en que se deslizaba la profecía:
los recuerdos inscribían tu retrato que caía de los años
y Guillermo Tell horadaba las palabras que iluminaban tu cabeza.
La noche aún no había sido devorada
pero en el retrato estaban tus ancestros y el rey Lear
que contaba las guerras
                                       el río de sangre
                                                                y las ausencias
el rostro que llevaste cuando la ceguera de Homero
           forjaba la espada de Ilión
           y el sexo acuoso de Circe.
Ahora
       en noche repetida
       cuando las tinieblas bailan en el alba
enumeras el cansancio de Antígona y los ojos ciegos
        de Edipo
        la visión de Swedenborg
                     y el cierre espinoso de John Donne
que caían en las campanas que doblaban in tenebris.

Los ángeles ciegos del abismo que vienen en busca del
        olvido
brillan en tus cuencas para ver la ausencia:
traen la oscuridad de un dios en el exilio
que has negado al enfrentarlo en la noche sin verbos de Tlön
y en el rostro multiplicado del simurg.

Ya no te ves en los espejos que aceleraban la infamia
ni en el timbre que vibraba en los días recurrentes
ni aún en las palabras que se arrastraban en tu impulso.
Sólo ves desde una ventana ciega abierta al vacío
que los hombres acuñaron con el nombre de gloria.

En tus ojos crecieron otros ojos
y en tu rostro la eternidad sin ojos.

CAZADOR FURTIVO

a Ernesto Monteavaro

1

Llevabas el ojo que arrojabas a distancia
un ojo que daba sed a las almas
        y encendía de luz la desnudez,
un ojo que convocaba las ideas y el olvido
y estallaba repentinamente de luz en el asombro.
Alguien dijo que era tu cámara encendida,
          el arma invisible
          con la que disparabas el candid shot
         
para robar las almas en busca de otros cielos
          o acaso de ciénagas ocultas detrás de una sonrisa. Alguien dijo que eras el fotógrafo del Diablo,
         con un ojo movible que llevabas en la mano
         y un áspid que mordía la noche
         cuando el vino empañaba las miradas.
Que te llamabas Ernesto Monteavaro
y que humedecías de ansiedad la calle Corrientes
       como otrora lo hizo tu bohemio antepasado.
Que tu máquina era un pretexto
        para graficar las almas a robar
        y llevarlas a la eternidad del Infierno
        donde los que fueron lloraron su desnudez.


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 2

Ladrón de almas,
       coleccionaste la tristeza de unas manos ciegas

y el aire de una sonrisa
                                 que se repartía
entre el gozo y el dolor del nunca más,
la efigie de los habitantes del futuro.
Cazador furtivo,
         coleccionaste la vanidad y el orgullo
                          que se deslizaban
         de duras líneas de rostros empapados,
         la sonrisa y las intenciones
                          de oscuros o luminosos poetas que buscaban su propia imagen,
         el monstruo que vive bajo el olvido
         y el silencio que se hace proyectil en la mirada.

                                 3

Pero detrás de esos disparos,
        en el fondo de ojo de tu cámara,
        corrido por estrías de sangre
        que impregnaban el tiempo,
detrás de esos rígidos candids shots
         que convocaban la vida y la creación,
detrás de esas luces que mordían el silencio,
detrás de ese ojo que hablaba en la ceguera,
el seno de tu máquina también ocultaba
                           el otro lado del abismo,
         la carne lacerada
         y los ojos sin lumbre arrojados al espacio.
Allí, detrás del ojo de tus ojos,
brillaban las lágrimas sin ojos de los desaparecidos,
       las manos que se agitaban sin su cuerpo,
        los cuerpos mutilados que volaban
                                     en busca de sus ojos, las manos que llamaban los ojos ciegos
        que el ojo de tu máquina enumeraba.
Cazador furtivo,
         en el seno de tu cámara
         siguen reverdeciendo la vida y la muerte.

IN MEMORIAM
ANTONIO DI BENEDETTO

El exilio era el camino,
los días que caían
en la soledad de una botella,
        en el tiempo que se arrastraba a tus pies
        bajo las altas barreras del desprecio.

Cuatro muros y un camastro,
un agujero y un ojo en el agujero
que crecían en la noche,
        dos puntas que hurgueteaban tu cuerpo
        y se metían en la sangre,
        una palabra extraída de un freezer
        y el grito enarbolado de los diablos
        te abrían las tinieblas
                      repartiendo el exilio.

Ellos venían lentamente:
Don Diego de Zama devoraba las sombras
y juntaba los miedos en la punta de la espada,
la voz en los muñones y la sangre.
El Silenciero enumeraba el estallido
y reunía las noches detrás de los barrotes.

Ellos venían lentamente
sobre ese papel que simulabas en la barba
    masticando el destino
                                      

sin amigos
        sin perro ni mujer ni aire caliente
        sin una frazada para tu sombra
                         ni un bébete la fiebre
                                        ni un signo
ni un gato que se arqueara buscando las ausencias.
Ellos venían barriendo las esperas
         los espejos que devolvían el deseo.

Soñabas...
        y eran sombras, sólo sombras:
        Heráclito enterrado bajo el estiércol,
                                           mordido por el odio.
        Yeats aplastado entre dos fantasmas
        que descifraban el Tetragrámaton.
Soñabas...
        y eran sombras, sólo sombras:
        Ezra Pound devorado por la usurocracia,
        y César Vallejo sorbido en un pantano.

La muerte te esperaba
                  golpeando las esperas
                  mordiendo tu silencio
                  detrás del alba oscura.
Y fue a las tres de una madrugada
                   a las tres del pensamiento:
tu cuerpo desnudo contra el muro,
         el muro de los gallos a las tres de la espera
         y el pelotón apuntando tus palabras
                     gatillando el olvido
         cuando la muerte paría sus engendros
         sobre una sombra llovida en la memoria.

POEMA DE LAS COMPENSACIONES

Vino desde el otro lado de las sombras
         y trajo la luz y las palabras
         el horizonte que enumeraba las estrellas
         y las rutas que caían al abismo.
Vino desde las tierras que habitó el exilio
cubierto de semáforos
y de hilos enredados a su voz
         que volaban en la noche
         bajo los árboles que mordían el alba.

Pidió pan y le ofrecieron las tinieblas
         agua y le dieron el acíbar.
Pidió una mano y le trajeron un deseo
         el fervor y le trajeron una mueca
         que brillaba en la oscuridad
         y cabalgaba en los ojos.
Vino desde el otro lado de las sombras
          que habitaron el exilio.
Pidió el amanecer y le trajeron la sangre.

POEMA DE LA CREACIÓN

Autor Juan- Jacobo Bajarlía
Pags.51 - Ptas. 1.000
Ilustraciones:
óleos de Miguel Oscar Menassa


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SE QUE ME BUSCAS

Sé que estás ahí,
metida en la madera que me llama
        bajo la luz que teje la cara del infierno,
que enhebras el miedo en el hilo
        que cose nuestros ojos.

La vida que me dieron te pare lentamente,
busca mi doble en las tinieblas
         para hallarse con él del otro lado del camino.
No puedes ver el sol pero vibras en la sed
y a veces tocas la flauta que hierve en mis oídos.
Tu madera se hace gusano
        que se alimenta de la noche
donde otra madera muerde el rencor y pare el olvido.
Sé que estás esperándome para que crezcas.

Los árboles han perdido el origen
        pero me llaman:
el mundo desciende de sus hojas
y tú me buscas llena de frío entre los huesos.

BRINDIS

a Primavera y
Gabriel Eduardo

En esta mesa del bar, bajo el
bullicio, cuando la luna arroja
los signos de seres cósmicos
diluidos en la asepsia

Brindo por los que se jugaron a cara o cruz
        y hallaron el abismo,
por los hombres y mujeres que se fueron al amanecer
        y reinventaron sus vientres en las ciénagas,
por los inextinguibles vendedores de sueños.
Brindo por los que murieron en Hiroshima
        y se convirtieron en pieles voladoras,
por las manos que dieron la señal del vacío
        y vieron al monstruo en Dallas,
        en Memphis o en Buenos Aires.
Brindo por los que lloran,
por los que perdieron sus ojos,
por los que extraviaron su voz en las tinieblas
        y desaparecieron en Vietnam,
        en Biafra o en Nigeria,
por el Sermón de la Montaña
       y la justicia en el gesto,
por Lautréamont que odiaba los gemidos,
por Saint-Pol-Roux, quien al acostarse
        ponía un cartel en su puerta
        que decía: El poeta trabaja.
Brindo por el Poverello de Asís
       que festejaba al hermano lobo.

Algo se detiene en mis ojos.
Brindo por los que se perdieron en la luz
        y no hallaron las palabras.
Brindo por mis hijos
       que un día se sentarán en esta mesa repetida
       para devorar sus lágrimas
y por los hijos de mis hijos
que vivirán en una galaxia lejana,
intoxicados de espacio.
Brindo por los tristes
        que arañan las entrañas del planeta
        y cavan las raíces del hombre,
por Neferkeptáh que fue disuelto en el aire,
y por Gilgamesh que perdió la inmortalidad.

 

Algo se detiene en mis ojos
        donde veo el hambre,
        la noche que se oxida
        y el sexo que se pudre en las probetas.
Algo se detiene
        cuando los que tienen sed reciben un lanzazo
        y los átomos gangrenan los planetas.
Algo se detiene
       y brindo por Lucifer, ya viejo y derrotado,
por los hambrientos que vendieron el alma,
por los ojos de los muertos
        que transitan en los ataúdes,
por todos los que habitan en mi sangre
        y crecen en mis ojos.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE


ALGUNA MEMORIA

 IV

Tu canto continúa hasta que el universo se rompe 
en un hiato espantoso, comienzo de la nada.

Allí la memoria me ofrece sus servicios.

 

Ocurre que la necesidad de decidir llega a alcanzar niveles alarmantes (¿la disgregación?, ¿el poema?). La fatiga, la duda, y los insistentes memoriales sobre táctica física de conservación de la conciencia inhiben, a menudo, el itinerario del cazador feliz. ¿Dónde estoy ahora? El pataleo de la ciudad entera, la náusea de la organización, la imposibilidad de personalizar en el prójimo la culpa de esta vergonzosa contrariedad que nos anula dotándonos de mortíferas similitudes, de equivalencias que vuelven indiferente al rayo, esta endemia, en fin desde donde me es preciso atraer a la maravillosa criatura con un interminable despliegue de trabajosas señales, a veces falsas, a veces excesivas, a veces miserables, jesta endemia es (oh cielos) mi país!

Y ella, ¿qué hace aquí?

Viene a iniciar la sucesión de acontecimientos admirables. Pero la sucesión de acontecimientos admirables no es resistida por los sismógrafos. En las retinas indiferentes, la claridad se enfría, el ibis de la claridad desaparece, víctima de un fenómeno de distorsión. Las manos que escriben en papeles ajenos se desentienden de su presencia, son sus enemigas más crueles. En la mesa que ella amaba, a la hora de la identidad, reina ahora una absurda caligrafía... Su ausencia infunde una temible atracción a los archipiélagos deshabitados. En el afelio, las probabilidades de muerte son extremas, la soledad se individualiza, el dolor entra en juegos arácnidos, se vuelve miserable. Es en ese infierno donde cada árbol se distingue por su nombre, donde se encuentran los más completos archivos, donde es posible seguir con atención los movimientos de la única criatura que no obedece la orden, esa filaria que se divide cuando parecía que sólo de ella se podía hablar, de ella y de mí ¡Oh, vergüenza de los oficios sagrados!.

¿Cómo podré, amor mío, volver a la noción de tu cintura, a la simplicidad de tu lumbre, a tu Belleza?

La claridad disminuye, tu cuerpo se borra. La claridad, víctima de mi dimisión, se hunde con el tesoro de tus movimientos.

¿Cómo resarcirte de mi retorno a la condición enumerativa, al círculo de la ingratitud, al estado general? Nosotros dos habíamos hecho de la imprudencia nuestro medio de comunicación. Una incomparable vicisitud nos unía. Fuego y nieve se complacían en exasperamos. Caíamos juntos en el abismo de nuestra semejanza.

Cuando el fuego cesó, la nieve se deshizo, y yo no pude retenerte: no había salido de aquí. De otros depende ahora la autorización.

Pero tú, sin nombre, en el frío de esos espacios, ¿qué esperas sino mi muerte, qué esperas todavía, oh Solitaria?

 


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Veo otra vez tu rostro en el centro de una prodigiosa tormenta. Tu rostro, desconocida, en medio de la ausencia que te devora, más cerca que nunca del mío.

El persistente abismo te separa de aquellos que eran, al alcance de tu mirada, el presagio de una infinita celebración... Pero quién sabe qué guardan todavía de inmenso estas apariencias de la fatalidad.

Pequeña gloria errante entre las ramas de la noche, ¿qué nueva forma buscas para que yo te vea?

¿Cómo retenerte a ti, tan difícil de atar, tan rápida y cambiante, tan difícil de sujetar a nuestra armonía, a nuestros rectos usos, a nuestras sanas costumbres?

Yo como tantos, ignoraba que aquí donde cada uno se esconde bajo tierra, no había otro destino para nadie sino aquél por el que tú, lejos de nosotros, te dejabas llevar.

¡Increíble criatura! He sido fiel a tus contradicciones hasta la punta de la aguja que penetraba en el corazón del pájaro triste para matar a la serpiente.

Déjame cavar en mí la maldición y que nos hundamos en este tema. Tú no deseabas otro destino para mí y yo no quería sino tenerte por entero.

Los hombres nada se han llevado, nada de lo que puede todavía inflamarte.

Yo me salía del mundo y tú de nuevo me creabas. Tal era nuestro juego, nuestra danza nupcial. Ausentes, pasábamos juntos por aquí.

Yo conocía tu rumor en mi alma, y en mi alma eras libre de hacer cuanto quisieras. Yo conocí el rumor de tu presencia, y te llevaba en mi alma como el mar, como el viento hubieran querido llevarte. Yo cambiaba tu cuerpo por el mío, yo era la eternidad.

Al azar te encontraba, una y otra vez, y el mundo era demasiado grande como para retenerte o como para que nuestros destinos se contradijeran. Y tú, tan parecida al aire de pronto, eras tan libre como yo, y nos cambiábamos sin saberlo, sin nombrarnos, sin descubrirnos la razón de nuestra indolencia. Pero esta sombra no durará, no durará.

¿Qué podría mostrarte, allí donde ya no querías seguirme, escaleras abajo, fuera del reino de tu validez? No había más que cenizas en el fondo de esas arcas enormes.

(Distorsión infinita y conocimiento crispado, angustia y belleza en mí te reconocían).

De pronto, tras el vidrio del tiempo, pasa tu imagen sobria, lenta y considerable, más real que la noche.

Ya no reconozco como causa de mi angustia sino la necesidad de volver a crearte, de hacerme de ti. Ausente, la confusión en mis escrituras, el fénix en mi cabeza. Te busco en mi delirio glacial, en mi falsa detención, en mis esfuerzos inútiles... En mí se complacía el verano, ayer, cuando tu rostro era el mío.

(Trato de hablar de nuevo ese viejo lenguaje de poesía con el cual solíamos explicarnos nuestro amor).

Libre por tu presencia oculta detrás de los signos de tu presencia, libre por tu amor jamás abarcado. Para vivir, yo tengo que romper esta niebla verbal que me oculta tu nombre. Busco la libertad de tu rostro de hoy.

En suma, mi moral consiste en una serie de movimientos cuyo fin no es otro que hacerte un lugar para que puedas vivir en silencio en medio de la confusión donde tu presencia es un desafío y tu belleza una injuria.

(Y tú, más cierta que el mañana que no puedo mirar, más cierta que la oscuridad por donde vamos, haz que pueda iluminar levemente el rostro de la tierra, comenzando por ti, que estás al lado mío, que estabas al lado mío desde que comenzó todo esto...)

Y éste es el mediodía en que llega a su fin la parálisis infernal, causa de la abrumadora tristeza que me consumía. La nieve se funde, el horizonte se mueve, la música recomienza. Y tú, solitaria, tú volverás ahora a convertir en bodas los exilios nocturnos.

(Esta belleza injuriada, esta belleza fuera de la ley, lejos de las casas de contratación, lejos de la poesía, de sus feroces propietarios, esta belleza odiada por los justos, esta belleza simple entre nosotros, en el reverso de las grandes páginas, ella quería, quería, oasis infinito, vernos vivir así).

Y éstas son las primeras estribaciones de tu silencio.

 

El libro «Alguna Memoria» ha sido publicado en su totalidad, en las 2001 Noches, n."'  4, 5, 6 y 7.

ENRIQUE MOLINA


MEMORIAL INDOLENTE

1

Es de ese hechizo que hablo
De esas confluencias de fósforo de esos movimientos de la
                  hierba más íntima bajo él roce de un ala
De su poder y de su abismo de su gran tiara de llamas y de 
                  su corona baldía de prostituta
y de sus ojos que giran de súbito hasta el blanco para
                   descubrir las raíces más oscuras del alma
Esa gloria carnal de la mujer
Remolino de trópicos y sol de temblor de ola preguntas
                  humeantes de tótem y de aluvión de labios en las
                  mareas secretas del azar
En la simultaneidad milagrosa de dos cuerpos sobre las
                  dunas más tibias de la tierra
Tan hondo en los cimientos de la dulzura en tales 
                cautiverios de carretera que se desborda en tales 
                 luces de andén del fin del mundo en una niebla
                 de caricias
Tan lejos ese olor de tren húmedo en viaje esa melodía de                  desaparecer a través de los paisajes de este reino
y la gravedad de la tierra
La dorable atracción de su masa conjurando unos vestidos
                 y unos cuerpos que caen como un ángel que 
                 desciende
Y la gravedad del cielo
Arrebatando hacia una cúpula de pájaros el suspiro de 
               éxtasis de una playa que se retuerce como el
               relámpago 
         
La mujer matorral de diálogos del viento y la noche
                la mujer sin orillas en sus gestos de entrega y de 
                delirio en las vastas llanuras de sus venas y su 
                contacto de torrente
Para iluminar hasta las vértebras la respiración y el
             terror del amante entre sus brazos de hojas blanca   
              donde transpira un país de grandes desarraigos
Tambor de ceremonia y de sumisión
La mujer de mil rostros fulgurantes de mil fantasmas            
              irresistibles y densos cuya sangre bate en sueños
              o se funde a las lluvias
La viva mujer camal de cuerpo de adiós y de eclipse

II

En la oscuridad
Aún vuelvo a entrever los largos cabellos que alguna
    vez flotaron sobre mi rostro de pan de los campos 
Sobre mis ojos entrecerrados hasta vislumbrar por sus
    ranuras la luna fangosa de los esteros a través del
    pecho de la dulce mujer de servidumbre inclinada 
    sobre mi pecho
Tales muchachas surgían con trenzas sofocantes 
-¡Isolina!-
Y yo no hablo de nostalgias no vuelvo una cabeza de 
    llanto hacia un tesoro que es mi propia sangre toda
    esa plenitud del deseo fue mía de una vez y por siempre


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  Ellas se movían en torno como la sombra de los árboles
  Un rumor de vegetación y de voces un gran globo dorado
     de cosas imposibles y desconocidas ascendía de sus
     presencias y del halo de sus senos
  Mujeres supersticiosas en sus costumbres del corazón 
     de la luz con sus espejuelos de magia y sus negros
     tobillos entregados al rocío de la hierba
 El color seco y traslúcido de sus ojos como un ala de
     cigarra
 Con sus pensamientos a ras de la grandeza del verano sus peines incrustados en colas de caballo y sus vuelos hasta
    el fondo ancestral de su raza sobre las barrancas
 Entre la humareda de sibilas de sus braseros los cuartos
    llenos de apariciones y catres donde de pronto se
    encendían los espejismos de la revelación en las
    penumbras del sexo
 La siesta a sus pies fijos en ellas sus ojos de iguana cuando hacían resplandecer las rosas ahumadas de su piel con
     todos los aceites de la pereza

 -¡Oh inmoladas!-

 Mujeres de un sufrimiento tierno en los lechos de hierro de
     un paraíso de concubinato y de éxodo planchadoras   
     acariciantes bailantas de miel negra allá lejos sonríen
     aún como el resplandor de grandes hojas doradas de
     tabaco la garganta y la nuca con un reverbero meloso
     que descendía hacia sus senos y sus nalgas
 Establecidas como focos en extensiones polvorientas en un  
     murmullo de falsos rosarios recitados con el vino de las
     palmeras
 Sirvientas oscuras servidoras de sangre y de polvo de las 
     constelaciones

Danzaban

Y de sus ritos emanaba un furor indeleble para injuriar
   cualquier dicha que no fuera su lazo de culebras de la
   tentación y el sudor de sus cuerpos impregnados por
   todos los azúcares del agua 
Perdiqas como el aliento pasional de sus axilas 
Desnudas todavía como un puñal hembra asestado en las 
   derivas de esa provincia  invadiendo lentamente mi ser 
   con el polen calcinado de su pelo
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón 
Ahora sólo recuperadas por los dioses deshechos de la
                                                      [arena
por los demonios que sacan la lengua entre las nubes de la 
     lejanía
Recuperadas una vez más por el sabor de inalcanzable 
     horizonte que hierve en mis labios
                                                       
                                III

¡Oh ignorante! Desterrado de los abrazos de su origen
   insatisfecho como una gaviota el hechizo se ha roto como
   un cometa deshojado en la sombra
Cada edad con su sentencia con el dardo de la extraña
   mujer destinada a la evaporación y al insomnio
   sus venas hundidas en el arco iris
Extraviado
¿Hasta qué asfixia de ciudad atronadora prosigue tu
   súplica la risa de esos cuerpos con sus diadema
   imaginarias en brazos siempre ajenos." ?

                                IV

La abandonada
¿Acaso no ha surgido lentamente de sus negros espejos 
    como la herida de un sol ajado a lo largo de un país
    vagabundo... ?
En su cálido pozo nocturno -¡Oh saqueador!- tu borrarás su
    rostro y el anillo mimoso de su voz
Dormida bajo el vértigo de su plumaje ahora despierta en una
     noche extranjera en la jaula absorta de la ausencia
La desconocida girando en la sequía para descubrir como 
    una llaga su lado de sombra

Todo vínculo es ola adiós desamparo

De todo amor se alza siempre un gran pájaro que huye
De todo cuerpo

Se revela una extensión desierta y sin memoria un plano
      lunar donde los besos se pierden
Donde el mundo termina casi con un susurro

                                                        V

Oh mi naturaleza violenta indiferente a las ratas de la
       salvación
Me ha sido revelado mi más profundo secreto:
Estaba hechizado por el hambre clarificado por el calor
   desmedido de mis sienes por ese soplo de solfatara de 
   nacer y morir a cada latido en mi irreprimible 
   condición de mendigo del sol
Ignorante de todo sello si no fueran las leyes inéditas
       de la marea si no fuera esa intemperie
Nacida de dos seres que se aman
Mi sexo me salva sin plegarias como el hacha del 
       verdugo salva de todo límite a un águila de sangre

VI

Bajo su máscara de agravios ella avanza para juzgarte
       desde su historia inextinguible
Sus ropas esparcidas entre los cantos de una novela de 
      fiebre y un hilo de sangre plateada fluyendo de sus ojos
      con las promesas perdidas de la costa
¿Pero qué días de saqueo qué despiadada levadura de gran salud de lo inestable qué desastres enamorados 
      conducen a su fin tales romances
Tales codicias entre las glorias de la lluvia..

VII

Basta
Bestia tierna del extravío termina tu brebaje
Bárbaro  de tu aliento entre los sentidos del sol entre la
      conjugación de naranjas de tu boca y esa luz de pinzas
      de cangrejo que asciende por tus piernas y tu médula
      como un gran estremecimiento del océano
Y el espejo de ese rostro que avanza hacia ti desde qué
     inmensa aventura que comienza condenado desde
     siempre a virar de improviso hacia una tierra indecisa Ansiosa tierra a saco sin una fruta que respire en calma
     sin una piedra dormida
A flores devorantes a tea de incendiario a silbo de alas' de
     pájaro de presa
Tierra de fermento y de ansiedad

VIII

Músculos de tensión embriagadora de tempestad donde
    la gaviota disuelve su periplo
Un reino fáustico de mujeres todos esos corrosivos
     resúmenes de las violencias de tu corazón

Servidoras de polvo y de sueño

Sólo recuperadas por la atmósfera frenética del sobresalto por
     la incandescencia de esos dones desesperados que
     atraviesan el día con su navaja
Recuperadas una vez más mientras el oleaje golpea contra la
     borda de un barco y ellas relucen con la belleza 
     tantálica del mar
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
En esta gran unidad palpitante del viento y la playa de la
     respiración y de la muerte del centelleo de la distancia y
     el temblor de una caricia más allá de todas las 
     apariencias humanas


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size="2">1.000 ptas.

SOCIOS DE HONOR EUROPA

Miguel Oscar Menassa (Madrid) 100.000 ptas.
Amelia Díez Cuesta (Madrid) 40.000 ptas.
Stella Cino Nuñez (Madrid) 30.000 ptas.
Emilio A. González (Madrid) 25.000 ptas.
Carlos Fernández del Ganso (Madrid) 20.000 ptas.
Luis López Cabeza ( Madrid) 20.000 ptas.
Olga de Lucia (Madrid) 20.000 ptas.
Cristina Barandiarán ( Madrid) 15.000 ptas.
Lidia Andino (Madrid) 10.000 ptas.
Raúl Bravo(Madrid) 10.000 ptas.
Jose María Blasco (Madrid) 10.000 ptas.
María Chévez (Madrid) 10.000 ptas.
Claire Deloupy  (Madrid) 10.000 ptas.
Paola Duchên (Madrid) 10.000 ptas.
Pilar Iglesias (Madrid) 10.000 ptas.
Jaime Icho Kozak (Madrid) 10.000 ptas.
Miguel Martinez (Madrid)  10.000 ptas.
Norma Menasa (Buenos Aires) 10.000 ptas.
Carmen Salamanca Gallego (Madrid) 10.000 ptas.
Luis Schnitman (Madrid) 10.000 ptas.
Inés Barrio (Buenos Aires) 6.500 ptas.
Marcela Villavella (Buenos Aires) 6.500 ptas.
Alejandra Menassa de Lucia (Madrid) 6.000 ptas.
Fernando Améz (Madrid) 5.000 ptas.
Helene Barnier (Madrid) 5.000 ptas.
Bibiana Degli Esposti (Madrid) 5.000 ptas.
Maria Victoria Márquez (Málaga) 5.000 ptas.
Rosa Puchol (Madrid) 5.000 ptas.
Montse Rovira (Ibiza) 5.000 ptas.
Juaquín Luzón (Ibiza) 4.000 ptas.
Roberto Molero (Buenos Aires) 3.500 ptas.
Pilar Nouvillas (Valencia) 3.500 ptas.
Lucia Serrano (Buenos Aires) 3.500 ptas.
 Ricardo Aquino (Buenos Aires)  3.000 ptas.
Emilia Campaña (Málaga) 3.000 ptas
Ángela Casini (Buenos Aires) 3.000 ptas.
Cruz González (Madrid) 3.000 ptas.
Alejandra Madormo (Buenos Aires) 3.000 ptas.
Jorge Montinori (Buenos Aires) 3.000 ptas.
Karina Pueyo (Buenos Aires) 3.000 ptas.
Rosa Alonso Fernández  (Madrid) 2.000 ptas.
Ricardo Artíguez Iglesias (Madrid) 2.000 ptas.
Dr. B. Sigg (Francia) 2.000 ptas.
Luis Barrantes (Málaga) 2.000 ptas.
Eleonora D´Alvia (Buenos Aires) 2.000 ptas.
Claudia García (Buenos Aires) 2.000 ptas.
Pablo J. García Muñoz (Madrid) 2.000 ptas.
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Premio Nacional de Poesía 1997, Argentina


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