LAS 2001 NOCHES ÍNDICE NÚMERO 18 |
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VICENTE ALEIXANDRE |
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Se cumplen los cien años del nacimiento de Vicente Aleixandre. Recuerdo que el malogrado poeta José Luis Gallego definía su encuentro con Aleixandre durante la guerra civil: «Es para mí como un continente», decía. Un continente alto, en efecto tal las cordilleras de su poesía hermosísima, tal el vuelo de las águilas que cruzan el cielo de «La destrucción o el amor». Y el continente hablaba. Aleixandre logró que su palabra poética tuviera entraña de vieja raíz y levedad de ala joven. Sus poemas participan de la fulguración cósmica y de la pesadumbre telúrica. También la zozobra humana. En sus libros hallará el lector -el de hoy, el de mañana- esa virtud admirable. Pero era su palabra diaria, su voz seguida por su gesto, su conversar amistoso, lo que tuvismos privilegiadamente sus lectores de ayer, participando de esa nobleza acompañada de rara sencillez, de naturalidad. Era difícil hablar siquiera una ocasión con Vicente Aleixandre y no sentir el encanto de una expresión singular, de un acento que parecía envolverlo todo como si lo asumiera en acumulada comprensión. Puede que fuera esa condición personal -añadida al poder turbador de su poesía misma- la clave de su largo influjo sobre los poetas de medio siglo. Aleixandre, cuando con cuarenta años era un poeta innovador y original, era ya, a la vez, un clásico. Se hermanaban en su obra vehemencia expresiva, audacia creadora y perfección, belleza, serenidad. Como esos amplios panoramas soliviantados por las fuerzas de la naturaleza y, tras su paso, aplacados y envueltos en luz matizada, en armónicas claridades. Mas toda esa realidad poética no era una isla de creación, era un continente de verdad humana.
Pocos poetas nos dan la sensación de lograr fundir así lo dionisiaco y lo apolíneo. Quizá fuera -digo de nuevo- el quid de su influencia indudable. No se la propuso: lejos de su talante la obsesión de un resabio magistral que trajo de cabeza a otros. Miraba a todos con benignidad. Pero el poeta que lo trataba no sabia alejarse, de suerte que resulta imposible arribar a la poesía española de este siglo, a partir de la guerra civil, sin llegar primero al continente Aleixandre. |
Cuando recorremos las páginas de «Sombra del Paraíso» creemos haber penetrado en un territorio exótico y, sin embargo, familiar: paisajes nunca contemplados y que, misteriosamente, refluyen en nosotros mismos. Una creación nueva, en su doble razón de poesía original y de naturaleza inventada. Mas lo fabuloso estriba en que exultación y nostalgia por igual nos invaden. Felices y desgraciados a un tiempo, quienes realizan con el poeta tan extraordinario viaje se sienten atrapados por la complejidad del existir, en permanente contradicción. Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis y el poeta marroquí Mohamed Saba He dicho alguna vez que si Aleixandre no hubiera escrito más que ese libro, sería un poeta nostálgico, como si su única obra fuera «Pasión de la tierra» sería un poeta rebelde. De no escribir sino «La destrucción o el amor» sería un poeta de amor trágico. Y si contase sólo como autor de «Historia del corazón» sería un poeta existencias. Ser creador de todas esas versiones líricas es lo que le convierte en poeta de vasta comprensión cósmica y humana a la vez, y quizá la conciliación de todas ellas resida en un libro final donde la existencia, con toda su gravedad, donde el mundo, con toda su complejidad, convergen en el
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ser que medita y que contempla, sin llantos y sin elegías: con lucidez, casi con frialdad patética, la consumación. La poesía se hace no sensaciones, no percepciones sino idea o, mejor, conocimiento. Él mismo había escrito que «para un poeta en su primera juventud, la poesía, exenta y brillante, es como una diosa adorada, como un sueño; para un poeta en su madurez es como una diaria verdad, amasada en nuestra vida». El continente Aleixandre es recorrido por multitud de lectores, en todos los idiomas de la cultura; explorado por la crítica más diversa. Mucho se andará sobre sus grandiosas dimensiones: lectores y críticos seguirán la aventura. Sin embargo, es ya en lo humano un continente perdido, una Atlántida engullida por ese mar de la muerte que él cantó -en la visión total de la armonía del Universo- como un misterioso concierto formado por los trinos de los ruiseñores del fondo. LEOPOLDO DE LUIS
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Eres hermosa como la piedra, Unas olas de afrecho, Las damas aguardan su momento sentadas
sobre una lágrima, Pechos exuberantes en bandeja en los
brazos, Un polvillo de azúcar sobre las
frentes Las cabezas son nubes, la música es
una larga goma, Adiós, adiós, esmeralda, amatista o
misterio; |
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Dime, dime el secreto de tu corazón
virgen, Dime por qué sobre tu pelo suelto, Dime por qué tu corazón como una
selva diminuta Oh tú, canción que a un cuerpo muerto
o vivo, Esa cintura, ese débil volumen de un
pecho triste, ¡Oh tú, cielo riente que pasas como
nube; Se querían. Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. Se querían como las flores a las
espinas hondas, Se querían de noche, cuando los perros
hondos Se querían de amor entre la madrugada,
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Se querían de día, playa que va
creciendo, Mediodía perfecto, se querían tan
íntimos, Amando. Se querían como la luna
lúcida, Día, noche, ponientes, madrugadas,
espacios, Sólo la luna sospecha la verdad. La luna tantea por los llanos,
atraviesa los ríos, La luna pasa, sabe, canta, avanza y
avanza sin descanso. Pero la luna es pura y seca siempre. |
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lo que fuera las venas de un hombre, Pero el hombre no existe. Confundes ese mar silencioso que adoro Pero el mar es distinto. No confundáis sus plumas, sus alisadas
plumas, Pero el mar, no. No es piedra, Muchas veces pensásteis en el bosque. Ah, sí, yo sé lo que adorasteis. Sus dientes blancos visibles en las
fauces doradas, Pero de pronto os levantasteis. |
Mirásteis fijamente el empezado rumor de los abismos. Yo os vi agitar los brazos. Un viento
huracanado No, no es eso. No miro Es inútil que un viento remoto, con
forma vegetal, o una lengua, Todos, multiplicados, repetidos,
sucesivos, amontonáis la carne,
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Pero otro día toco tu mano. Mano
tibia. Es por la piel secreta, secretamente
abierta, Por eso, cuando acaricio tu mano, sé
que sólo el hueso Hermoso es, hermosamente humilde y
confiante,
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No es bueno Como ese que vive ahí, ignoro en qué
piso, Era una gran plaza abierta, y había
olor de existencia. Y era el serpear que se movía Allí cada uno puede mirarse y puede
alegrarse y puede no te busques en el espejo, Entra despacio, como el bañista que,
temeroso, con Así, entra con pies desnudos. Entra en
el hervor, en la
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I Allí están todos, y tú los estás mirando pasar. II Un único corazón que te lleva. III Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
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ENTRE Y
no saber adónde vamos, ni de Rubén Darío. Sabemos adónde vamos y de dónde
venimos. Entre dos Pero no nos engañemos, no nos
crezcamos. Con humildad Como en una tienda de campaña, Y tú que en la noche oscura has
abierto los ojos y te |
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Toda la ciudad común se ondea y la ciudad toda I A veces II Así hemos visto crecer |
No confundáis la piedra No pretendas encontrar una solución. ¡Has
mantenido Y luego de hombre, cuando ve sudores y
penas, y tráfago, Y luego, separado un instante, pero con
la mano tentando Y luego encenderse una luz. Es por la
tarde. Ha caído Y la noche ha llegado. Es la noche
larga. |
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DE LAS 2001 NOCHES Aquí estoy una vez más apostando mi vida a la inteligencia de mis manos. Porque no es que pensando se hizo mi hombre, todo lo que toqué de humano y de verdad, lo conseguí escribiendo. Algo de mí se perderá para siempre con la publicación de este libro. Rasgos etéreos de un pasado olímpico, ya nunca podré decir: no pude, no he podido, En el ejemplo de vivir, vivir es el ejemplo. Todo virtuosismo ha de ceder algo de su virtud a las palabras. Algo me llama la atención de mí mismo, es la nada que represento para mí. Un espejo invisible donde se refleja una luz inexistente. Algo brilla, algo se refleja, mas en algún lugar que desconozco. Pero mi amor es nada para ella. Mis deseos se evaporan entre las ráfagas de su indiferencia. Voy a olvidarme de ella, esta misma noche me entregaré. Hay un poeta en ti, mas vive encadenado y yo he de sentirme pequeño cerrajero abriendo las puertas de tu corazón para dar libertad a tu poeta. Destruyo todo ser para dejar amarme. Altero mi razón para penetrar en la belleza. Busco sin buscar nada, ni lo que encuentro. Me gusta, cuando hablo, entrar en escena después de mis palabras. Ella, que hoy estaba terrible, antes de partir, me lo dijo claramente: Después que se maten millones para conseguir pan y libertad dará comienzo el proceso revolucionario de los terráqueos. Un Dios, anida en el corazón del hombre, concluyó, ella con solvencia, y un Dios no genera deseos, sino obligaciones. Hoy dejaré todo sueño para poder soñar. Dejaré toda ilusión de futuro para tener futuro. Lejanas tierras desconocidas, penetraré en vuestras entrañas silenciosamente. Sólo se escuchará el rumor del verso. Sólo el sencillo dolor de la mentira. La sencilla caída de todo objeto. Hoy lo que habría de ser dicho fue un silencio. |
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Algo así como un compás caído. Algo que debería ser, es otra cosa. Por un capricho del deseo, el goce tocó los bordes del amor. Algo propio del silencio. No un vacío, ni siquiera un agujero, algo sin bordes. La verdad de la música. Eso que nunca fue música, silencio que será causa y deseo de toda música. Hubo algo imposible en nuestras miradas y eso era nuestro amor. Había algo en nuestras miradas que por no ser deseo era goce. Y había algo, aún, en nuestros cuerpos que era todo goce, más allá del amor, más allá de todo deseo. ¡Qué barbaridad! Voy hacia ti, flor encarnada en lo no realizado. Para hacerte imposible toco tu rostro con mis manos. Se desvanece el alma y todo ser es una apertura inconsolable. Más que registro, rasgadura sin armonía. La soledad, querida, es patrimonio de rufianes. Algo, querida, que le queda bien a los comerciantes y a las putas. El poeta después del primer verso ya es otros. Después, algún tonto, haciendo su camino, me denunciará, sin darse cuenta, y tendré que comenzar todo de nuevo. No diré gran cosa, pero algo diré: Nuevos caminos otorgan nuevas libertades y eso cualquiera lo sabe. La pija, una vez establecida, deja de crecer no de pararse. ¡Boludos! La medida de los años, también, es una ambición. Dejar que las vertientes de la sabiduría me atraviesen: los ejemplos, no son la vida. Y hasta aquí ha llegado mi saber. Ubiquemos el delirio en su justo lugar y ya no será enfermedad, aunque todavía, tampoco poesía. Tengo que poder realizar nada y, esa, será mi mejor coordinación. El yo considera la curación como un nuevo peligro ya que no es él, el que cura, sino Otro. Es por eso que un psicoanalista nunca debe esperar que el paciente tenga una gran convicción sobre el poder curativo del análisis. Decir análisis terminable para un psicoanalista es una mala traducción ya que se trata del análisis en cuanto finaliza para situarse en una especie de alcance infinito, relevando lo que al fin de cuentas hay de irreductible para el hombre y la mujer en el complejo de castración. Deseo entonces, que no es deseo de ningún objeto, sino deseo de esa carencia que, en el otro, designa otro deseo. Cuando las verosimilitudes de una ciencia alcanzan los límites de su propio devenir, tenemos que tener en cuenta que ya nada la detendrá en su lujuria por alcanzar alguna filosofía que la sostenga en el poder conseguido. Busca el terror, que no lo encontrarás fuera de ti. El tiempo no es el viento que corre. Me gustaría vivir como un hombre de 50 años, algo así como un otoño desesperado por su saber. El dinero no necesita ningún manejo. Después de cierta cantidad, es el dinero el que maneja. Asombroso, lo mínimo, a veces, hace lo máximo. Tengo que poder proyectarlo antes de realizarlo. Concepto de trabajo, muchacho. Concepto de trabajo. La distancia es, en psicoanálisis, la única posibilidad de ver o no ver algo. |
Pero no siempre lo psicoanalítico es ver. El placer fija los límites del alcance humano. Si no me pongo en el centro de la cuestión no habrá cuestión. No va la vida en eso, si eso no fuera la vida que nunca fue. Algo no fue y tengo registro de eso y, aceptar eso, es todo el porvenir del sujeto. Hoy le dije: Mirá nena, vos tenés una sexualidad de mierda, y ella me dio un beso antes de irse. La realidad se aborda con los aparatos del goce. Sabiendo que aparato no hay otro que el lenguaje. Así se apareja el goce en el ser que habla. Luego todavía se debe diferenciar escritura de los intentos. Oscilo entre lo que ya soy y lo que habré de ser y eso es todo el tiempo. Trabajamos con un real que en lo sucesivo será situado en el campo de la ciencia, como lo que el sujeto está condenado a no alcanzar, pero que ese no alcanzamiento mismo revela. Superado el drama de la soledad, un hombre puede ser todo lo grande que quiera. Vivimos desesperados, tratando de libramos de los mismos prejuicios que nosotros mismos construimos. Me parece mentira que se gaste dinero en esas porquerías. Huellas hambrientas de la noche, tiemblan, aseguran ser tantas como las estrellas. Tiemblan de inmensidad, más que de soledad. Que el otro es estructuralmente desplegable está claramente manifestado en el delirio. Dónde se sitúa ese saber, ese saber inconsciente por el que somos trabajados en el discurso analítico? Siempre lejanos cielos abarcan toda posible mirada. Nada hay en mis ojos para darte luz, amada. Toda mi mirada es mirada perdida. Algo se retuerce a mi alrededor a punto de morir. De cualquier manera me defiendo, diciendo que el goce es efímero. Algo que no adviene sino en la disolución del sujeto como tal. La conciencia, en su ilusión de verse, encuentra su fundamento, como toda mujer, en la estructura invertida de la mirada. A veces, la locura es, sencillamente, la exageración de una frase, la mayoría de las veces, normal. Un golpe de azar puede alterar el juego de la vida para siempre. Hundirlo todo o significarlo todo como triunfo. Mucha ambición y poca capacidad de trabajo, es malo y enferma, mas mucha capacidad de trabajo y poca gratificación, no sólo enferma, también es estúpido. Déjame vivir, no ves que estamos muriendo. Es un sistema escalofriantemente pobre. Entre todos no juntan un par de millones. Son gordos del alma. No tienen dinero pero sí ambiciones. Debemos tratar a todas las mujeres por igual, a toda las mismas posibilidades y ésa ha de ser nuestra revolución. De cualquier manera, ya lo sabemos, alguna no podrá. Con tanta luz espero que, ahora, no se queden todos ciegos. |
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Y hacia atrás, «una solapa con candado que ocultaba el otro orificio de un centímetro y medio para facilitar la expulsión de las heces». En estos casos, Myriam debía pedirle a D'Almancourt que utilizara la llave para bajarle la solapa trasera. Como se ve, no había peligro de infidelidad. Las correas, a su vez, estaban remachadas en el cuero que ceñía la cintura, y no había manera de «hacerse la loca» para burlar a su señor. Era todo un artificio diabólico para medir el ingenio de las damas en la Edad Media. Aquí comienza el drama, que relata, a su vez, Anthony Johnson en The Family History (1725), completando los datos de Lodge sobre este célebre caso. Myriam amaba a Jean de Villet, integrante de la secta de los Ángeles del Camino (salteadores al servicio de los señores feudales). Éste sabía que Rudel de Aquitania había marchado hacia la tierra de los infieles con un séquito de mujeres para su placer. Le propuso, entonces, una «justiciera infidelidad» a pesar del «cinturón de Diana». Vengarse en tales eventos era lo más adecuado para castigar al déspota. Myriam cedió a los requerimientos de Villet, y una noche, aprovechando la borrachera de D'Almancourt, le pidió le abriera la solapa del trasero porque se hallaba «descompuesta». D'Almancout accedió al pedido de la dama y se echó en el primer jergón que halló a su paso para seguir acariciando sus ronquidos. El Marqués de Sade que conoció esta historia (hecho no confirmado por Gilbert Lely), recordó intencionadamente, en el asilo de Charenton, estos versos: Tú, que de las sectas conoces el
secreto, Lo cierto es que Myriam llevó a Villet a la torre del castillo, donde comenzó el enigma más notable de los cinturones de castidad. El caballero verificó la entrada del cráter. Pero, ¿Cómo introducirse en él sin peligro de suicidarse? Las emanaciones sulfurosas indicaban la proximidad del fuego. Sólo eso. Lo demás era imposible en un desfiladero que comenzaba con un orificio de un centímetro y medio en el cuero protector. No había espacio para emprender la travesía con el jumento. Aníbal, escalando los Alpes, no hubiera sido tan desdichado. Tres horas trabajó en vano Jean de Villet, hasta que al fin, según Anthony Johnson, «dio repentinamente con la solución al ver la delgadez de una lombriz que se arrastraba por entre las piedras del piso». Allí estaba la solución sugerida por el insecto, que Johnson remitió a la inteligencia del lector. La lombriz adelgazaba o se inflaba para sortear los vericuetos del piso. Había que entrar, por lo tanto, estrictamente desinflado para engordar en el castillo de Venus que Rabelais confundió con el séptimo cielo de los truenos. Jean de Villet tuvo de este modo la evidencia, y con ella, la fama inalterable de ser el primer violador de los cinturones de castidad. En el monumento que le erigieron, Andrea Lamborghi esculpió una lombriz alimentándose de lentejas. Final Cuando Rudel de Aquitania volvió de la cruzada, en 1275, halló a Myriam embarazada. Esperó que diera a luz, y luego la hizo emparedar. Jean de Villet fue previamente decapitado, y D'Almancourt condenado al exilio. El hijo de Myriam, a su vez, al cumplir 14 años, asesinó de un hachazo a Rudel de Aquitania cuando éste dormía con una de sus amantes. Dijo el Marqués de Sade en Justine: «Perforar es fácil; perder la cabeza es un pecado». |
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16. VI. 98, Buenos Aires (...) Tu inmensa Las 2001 Noches, Revista de Poesía, perfora ya los espacios siderales. Es un agujero luminoso que devora y muestra al mismo tiempo esos quásares, en este caso, inextinguibles, que son los grandes poetas. Tu indetenible fuerza demoníaca, tu ingente fervor ha reducido a polvo las barreras. Has reducido a la nada a los señores de horca y cuchillo, agazapados en esas letrinas mediáticas donde sólo se concibe el acomodo coprofágico y la defecación incesante de envidiosa tintitis. Juan-Jacobo Bajarlía
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Los hechos sólo existen después
de ser interpretados. He sabido por tu madre, que te gustaría que antes de fin de año rocemos las aristas del espanto. Quiero decirte que la familia es un hecho concreto tal, que sin familia, es como una ciudad sin agua. Es imposible vivir sin ella, o se la lleva afuera o se la lleva adentro; quiero decir: ahora, para evitar términos tan sugerentes entre nosotros como adentro y afuera, que la familia está presente en nosotros como forma de modelo ideológico social o bien está consolidada como modelo ideológico inconsciente. Seré, «Te lo prometo» antes del acontecimiento, entre nosotros, del verbo enamorado, el arrebato perfecto de una mirada. Tu madre enamorada, encandilada por tu belleza, enajenada de poder transformarte según su algarabía, en su falta, su hombre, su deseo o, peor todavía, su envidia, su desprecio, su lejanía. Antes de fin de año, mi pequeña, quiero hacerle saber, que ya no volveremos a estar los dos a solas. El tiempo, para entonces, habrá partido nuestra razón de ser. Un pozo de silencio, el tiempo, entre nosotros, mi deseo, arrancándola brutalmente de mis brazos, empobrecidos ahora, por su ausencia. Aleja su mirada de mi mirada, empobrecida ahora por su lejanía y estrella tu mirada, querida, contra lo que no habrá en tu aurora, ni aún después de los grandes acontecimientos. Contra lo que no podrá ser tu forma, ni, aún, después de las más bellas poesías. Mutilado porque mi cuerpo es otro que tu cuerpo, desprestigiado, incluso, para tu mirada detenida por el horror de mi ser impotente de ser mi cuerpo y mi palabra, mi forma y mi sentido. Tu mirada helada, en un rincón del alma, para siempre. Por el horror de mi ser, impotente de ser, exactamente, tu imagen deshilachado en el espejo negro de la muerte. En el espejo muerto del negro silencio. En el silencio muerto y negro en el espejo. En el silencioso espejismo negro de la muerte, donde tus caderas comienzan a bailar al ritmo de macumba. Negra de magia, abierta, silenciosa, al sonido espectral de los tambores, delicada y altiva, como una rosa entreabierta puesta en su lugar. Insolente, enamorada de ti misma y, todavía, antes de desear, te abrazas a la muerte para no morir nunca ¡CONDENADA! Tu silencio es negro. Tu silencio es la señal que te quedó en el cuerpo de aquel abrazo con la muerte, para no morir nunca, para nunca desear, para nunca ser otra que tu voz. Y no queriendo llegar muy lejos o, por el contrario, quiero decirte, que ponerte a llorar, enfermarte gravemente o enamorarte de algún desconocido, no te servirá de mucho, a menos que puedas entender, que tus resistencias, cuando lo nuestro se trata, simplemente, de una conversación, siempre son exageradas. Recuerdo que la primera vez que me animé a decirte, rodeado de precauciones, que era bonito conversar contigo, te pusiste a llorar al estilo de las lloronas sicilianas, interrumpiste el encuentro antes de tiempo e intentando pegarme con la cartera en la cabeza (golpe que esquivé con un paso atrás y un directo a la mandíbula) me dijiste con rabia: Usted es un desgraciado. Al otro día volviste encandilada por la posibilidad de poder sentir y expresar esos sentimientos. Mientras te desnudabas, pedías perdón por lo del día anterior y tus manos al borde del silencio me dijiste: Usted es un hijo de puta. No sé por qué se lo digo, pero me hace bien que sufra, sépalo. Soy la peor de todas, tengo sarna. Voy por la vida enarbolando mi fracaso, su fracaso, doctor, ¿se da cuenta? Conmigo no puede nadie. Yo soy la flema ardiente del deseo y no sigo adelante porque tengo miedo que Usted me aumente los honorarios. MIGUEL OSCAR MENASSA LUNES 27 DE JULIO DE
1998 El aire y el sol, el mar absoluto y el 35 como última bola de la noche han minado definitivamente mi corazón. Eso de meterme en el mar y arrancarle a las olas esos sonidos abiertos, esos pensamientos abiertos, esas piernas abiertas de mi amada. Nunca tan abiertas como cuando las olas golpean, en tropel, su pequeño corazón enamorado de toda nuestra juventud, eso de meterme en el mar como un animalito ya lo había hecho, ya tenía una práctica en ello, pero que el Estado, el departamento de Hacienda, rubro Casinos, decidiera pagar mis escapadas al mar, eso nunca me había pasado. ¡Se dan cuenta! darle a un jugador, empedernido y empecinado, que juega toda la noche al 35, el 35 como última bola, se dan cuenta ¡qué locura!, ¡qué bravura!, ¡qué macho! Aire, sol, el absoluto mar y el 35 como última bola, han hecho de mí el genio del mar. Es por todo eso que esta mañana relajada de lunes, sentado en medio de mi pequeño jardín en un pequeño pueblo, Arganda del Rey, debajo de mi pequeño cedro del Líbano, que recuerda a mi padre de origen libanés, escribo estas líneas para agradecer al Estado Español y a todos los periodistas, también, a los de Babelia, que hayan pensado tanto en mí como para que el 35 fuera la última bola de la noche. Si me lo hubieran contado no lo hubiera creído. Pero el haberlo vivido me da ciertas garantías que cosas así pueden ocurrirme, también, a mí. Es decir, que la poesía puede, aunque nadie lo quiera, tener su suerte. |
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Después, hablando con Don Artemidoro, él me dijo que en todos los casinos del mundo el 35 corona alguna de las tres últimas bolas de la noche, pero yo no lo sabía, es decir que puede haber sido hasta una iluminación, algo fuera de lo común, algo que le ocurre a cierto tipo de seres. En lo del 35, insistía Don Artemidoro, todos los Casinos del mundo y todos los trabajadores se han puesto de acuerdo. Don Artemidoro, nunca daba una información sin material clínico, es decir, una información sin la historia de la información, era necedad en su pensamiento. En el verano del 68, prosiguió don Artemidoro, junto con Marlem, visitamos 135 Casinos, esparcidos, podemos decir, por todo el mundo. Y lo del 35 no fallaba nunca, o Marlem o yo, o los dos a la vez, acertábamos el 35. Tal fue así que en el verano siguiente, y ya termino la reflexión, comíamos, hacíamos el amor y dormíamos y llegábamos al Casino a las 4 y media de la mañana, ganábamos y perdíamos como cualquiera pero en las tres últimas bolas el 35 hacía que nuestras vidas fueran cada vez más cómodas, más lujosas, hasta llegamos a beber té de rosas escandinavas. Dejamos de jugar porque ya no perdíamos y eso nos inquietó hasta tal punto que dejamos de jugar y yo me hice escritor y Marlem, creo que después fundó un asilo para poetas ricos, porque no pudo bajar el nivel de vida y ella sola no podía controlar todas las mesas para saber en cuál saldría el 35. Yo pensé, por lo bajo, que a mí no me daría ninguna culpa ganar, porque el psicoanálisis me había curado de eso, así que puedo decir que por primera vez miré con cierto desprecio (menos valor) a Don Artemidoro, a él, que era un invencible, un inmortal, sin embargo, la neurosis lo había vencido. A mí no me va a pasar eso y si usted no quiere que le pase lo que le pasó a Don Artemidoro, que no pudo seguir ganando porque le daba culpa, pida una entrevista psicoanalítico ya mismo* a los teléfonos: Madrid 91 542 33 49 y Buenos Aires 328 06 14/07 10. Y eso no sólo le pasa a los jugadores en el Casino, también, y a veces con mayor claridad, les pasa a los entrenadores de fútbol y a los jugadores y si no me creéis, podéis estudiar un poco a Clemente y a los muchachos que formaron parte de la Selección Española. El uno dice que la culpa la tienen los periodistas y los muchachos dicen que su mamá, por Clemente, siempre fue muy buena con ellos. Mi mamá, también, fue muy buena conmigo pero, tampoco, servía para dirigir una selección de fútbol. Mientras pequeñas hormigas ponen en cuestión la existencia de un rosal antiguo, dibujo entre las hojas del magnolio, los perfiles posibles de una vida a pleno sol. El cedro del Líbano, el ligustro japonés y las rosas chinas me traen recuerdos orientales, esa muchacha judía, en los bosques de Palermo, con aquellas tetas sobresalientes. Recuerdo haber besado esas tetas con la devoción de un niño hambriento. Luego venía el atardecer y yo le recitaba mis versos y ella sentía, como en una especie de delirio de amor, que mis versos eran la tierra prometida y entreabría sus labios y entreabría sus piernas y se dejaba llevar por el olor de tierra cultivada y mi padre nos recordaba haber plantado el primer olivo en el sur de España y nos dejaba con la boca abierta llena de aceitunas negras bañadas por el amor. Es por eso que desde esta mañana apacible en mi pequeño jardín, en un pequeño pueblo del Este de Madrid, recuerdo grandes olas oceánicas, arrebatadas mejillas, por el ardor del sol, muñecos de porcelana haciendo el amor hasta hacerse pedazos, y grandes porrones de barro, con agua fresca, para calmar la sed de los muertos queridos, para que se tranquilicen y puedan esperarnos sin ansiedad, sin prontitud, a la larga, todos estaremos muertos, pero no está en nuestro sencillo oficio de vividores natos (jugadores de todo, amantes de todo, locos por todo lo imposible) adelantar la muerte. Así, que vengan los porrones llenos de agua fresca, para tranquilidad de nuestros muertos queridos, que han de saber que todos moriremos algún día, en su justo momento, como todos, pero nosotros, vividores de todo lo vivible, nos arrastraremos hasta el último momento, pidiendo un día más, un polvo más, un poema más aunque sea el último, algún amor y a la noche, en plena madrugada, para sellar mi pacto con la vida, el 35 coronando una de las tres últimas bolas de la noche. Hasta la próxima y les recuerdo que una manera de pagar parte de su propio psicoanálisis, es hacerse Socio de Honor de la revista LAS 2001 NOCHES, por la miserable suma (hablando entre nosotros, Alcaldes y Ministros) de 40.000 pesetas para Europa o 200 dólares para América. |
Trátese de un psicoanalista jubilado, un poeta errante, un jugador culpable, un entrenador encaprichado, unos jugadores desolados, una mujer perdida o encontrada, un juez, un menor desorientado, un policía con complejo de libertad, un abogado sin ley, un eurodiputado con trastornos sexuales, un Presidente de Gobierno que nadie sabe de qué carajo se ríe, o un Ex-Presidente de Gobierno que nadie sabe porqué carajo llora, y usted señora y usted señor, sencillo carnicero enamorado de una vaca, o para usted, adolescente enternecido por los árboles, hongos, desesperados que te comen el alma sin darte la pasión ambicionada, muchacha pobre doblegada a su marido o a su padre, que no puede escribir versos inmortales, y a usted señor Director, de lo que sea, para demostrarle que ese implicarse todo del psicoanálisis, tiene como resultado no implicarse. Vivir alegremente. Amemos juntos esa libertad desenfrenada, pidamos una entrevista de pareja, amor mío, entremos en lo múltiple del amor para seguir viviendo este amor en soledad toda la vida, pequeñas familias reunidas alrededor de una conversación se transformaron en grandes familias, tuvieron educación, formaron parte de la civilización, escribieron libros, hicieron el amor como los privilegiados, hicieron de cuenta que elegían su hombre, su mujer, su lugar de residencia, llegaron a creer que tenían algo que ver con la educación de sus hijos, fueron burgueses, crearon un mundo totalmente imaginario que nunca existió para nadie, ni siquiera para ellos. El psicoanálisis puede curarnos de nuestra clase social. Así que perdularios, intelectuales, pequeños burgueses, aristócratas creyentes en sí mismos, monjes deshabitados, escritores sin tema, o con mucho tema y ningún estilo, mujer desesperada, enamorada o sola, poema o bala, mujer de los momentos más felices, mujer aquella noche de verano, envuelta entre las sedas serenas, donde la vida, borda sin cesar, sin interrupciones, los momentos especiales de la historia del hombre: Un beso, una caricia, unas piernas al viento, un cañón, un barco, un trasero, un trébol infinito, otro beso, mis manos rozando el porvenir en tu cuerpo de violeta imperial, diosa de los colores más abiertos. Mis manos apoyadas sin compasión en tu culo marinero (porque habíamos estado tantas veces en el mar), esas mañanas, esos amaneceres infinitos donde todo el mundo sumergido estaba en tus entrañas, esas mañanas (por haber estado tantas veces en el mar), en posesión de mi gran pija marinera, penetraba todos los misterios de la noche y en plena madrugada, a las cinco en punto, el 35, coronaba la última jugada de la noche. Hasta la próxima. MIGUEL OSCAR MENASSA (*) Para futbolistas, entrenadores, perdularios de todo tipo y afines, primera entrevista: 50.000 pts. para Europa; 375 US. para América.
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