LAS 2001 NOCHES ÍNDICE NÚMERO 14

¿CESAR VALLEJO HA MUERTO?

POESÍA ESPAÑOLA ACTUAL

BUENOS AIRES -FERIA DEL LIBRO-

VICENTE ALEIXANDRE

1938: CESAR VALLEJO HA MUERTO

NACIMIENTO DEL AMOR

PIEDRA NEGRA SOBRE PIEDRA BLANCA

ARCANGEL DE LAS TINIEBLAS 

SOCIOS DE HONOR

LA VERDAD

FUE PRESENTADO EL LIBRO "LAS 2001 NOCHES"

CASI ME AMABAS

LIBRERÍA CRISOL DE GALILEO, 110

PABLO MENASSA DE LUCIA

EDITORIAL

MIGUEL OSCAR MENASSA

EL POETA ES EL GRAN RESPONSABLE

EL ADIÓS  DEL POETA

LAS 2001 NOCHES

ADIÓS CULTURA MI SEÑORA

LAS 2001 NOCHES. POESÍA, FRESCORES,

ADIÓS, PUES

¿CESAR VALLEJO HA MUERTO?

¿CESAR VALLEJO HA MUERTO?

Los años más intensos de la vida de César Vallejo, los de su poderosa creatividad y su más desalmada contingencia, hay que buscarlos entre paréntesis de hierro (dan ganas de decir: de hierro y muerte y destrucción y lágrimas) de este complejo siglo XX que agoniza: la terminación de la Primera Guerra Mundial (1918) y el comienzo de la Segunda (1939).

Habia nacido en Santiago de Chuco, departamento de La Libertad, al norte del Perú, hace ahora 106 años y fue bautizado en la parroquia del barrio de Cajabamba un 19 de mayo y con los nombres de César Abraham. Era el año en que se cumplía el IV Centenario del descubrimiento de América y también en el que moría el poeta estadounidense Walt Withman.

Provenía de origen humilde y en ese modesto medio andino se desarrolló su infancia, su primera juventud inquieta con diversos ganapanes que lo reducían a una vida austera.

No sin serias dificultades económicas y con interrupciones a causa de ellas, sigue estudios universitarios de Filosofía y Letras así como de Derecho. En los intersticios de estas formaciones académicas se emplea tanto de ayudante de cajero en una hacienda azucarera o enseña materias elementales en algún centro escolar.

En Trujillo entra en contacto con un grupo de contestatarios románticos entre los que se encuentran el poeta Antenor Orrego y el que senía fundador del movimiento populista APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre. Corre 1916: sus primeros poemas, líricos y láricos, se publican en periódicos de Bogotá (Colombia) y Guayaquil (Ecuador). Son veloces años de amores y lecturas, de

contacto directo con gentes de la tierra, de recitar sus versos en espacios públicos, de recibir las primeras palabras de reconocimiento y elogio y también las primeras críticas ácidas y reseñas burlonas.

A esas exteriorizaciones les acompaña, sin embargo, un rosario de pérdidas: la muerte de su queridísimo hermano Miguel, la ruptura amorosa con María Rosa Sandoval, la muerte de su madre María de los Santos. Esto hunde a Vallejo en una desesperación que sólo encuentra relativo cauce en sus escritos, en sus conferencias, en la vehemencia con que establece sus amistades, sus nuevos intereses culturales y políticos, su avidez desasosegante de investigaciones literarias. Para las Navidades de 1917, Vallejo intenta suicidarse.

Y se abre el paréntesis: 1918. Viaja a Lima donde conoce a José Carlos Mariátegui, lúcido revolucionario marxista que impulsa una lectura de la lucha de clases adaptada a la altura y dinámica de cada pueblo. Mariátegui dirige la revista Nuestra Epoca donde Vallejo colabora. En su célebre libro «Siete ensayos...», relevando el panorama de la escritura del Perú, Mariátegui señala la potencial capacidad poética de Vallejo. A su vez, nuestro poeta entrevista a varios intelectuales de su país y queda profundamente impresionado por el trato que recibe de Manuel González Prada, escritor orgánico anarquista. González Prada le transfiere no sólo un intenso afecto casi paternal sino que le empapa de su combatividad infatigable, su cualidad humanística de abrir brechas en la intolerancia y, lo quizá esencial para la inmediata obra de Vallejo, su repudio activo contra todo avasallamiento y todo despotismo colonial.

Firrnado incialmente con el nombre de César Perú, que luego modifica por el suyo propio, entrega los originales de «Los heraldos negros» a imprenta: «Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!» El libro aparecerá a mediados del año siguiente (por las naturales vicisitudes de todo libro autogestionado por su autor) pero con pie de imprenta de 1918. En el mundo, el pavoroso clima de guerra desatado en 1914 parecía amainar. Nuevos sueños humanos de paz duradera y existencias productivas titilaban en los horizontes.

Le daban duro con un palo y duro también con una soga

Pero el mundo y las relaciones entre los hombres no iban a cambiar como por arte de magia. Había que concretar el sueño antiguo de la humanidad. Pensamiento y acto serian indiscernibles. 


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La cultura de la agonía se ponía en tela de juicio. Ya no más dolor gratuito, penosa postergación, destino inmodificable. Etica y estética serían una sola y misma cosa. La vida sería bella porque el hombre la haría con sus manos.

Algunos interpretan los sucesos por los que Vallejo fue a parar a la cárcel de Trujillo y donde estuvo preso 112 días (entre los años 1920/1921) como la consecuencia de la represión policial a una algarada estudiantil. Para Vallejo, ese encarcelamiento resulta una situación disparadora que le moviliza profundamente. ¿Cuánto debe el «hermetismo» de «Trilce», su poemario gestado en su totalidad entonces y publicado en 1922, a esta situación depravante y persecutoria? ¿La radicalidad experimentadora de esa poesía y su ímpetu hacia la ruptura de una lógica de las estructuras literarias vigentes, del académico poder seductor y sojuzgador de una lengua consagrada, cuánto no tendrán que ver con el resultado subversivo del poemario? Un poeta no sufre sólo como un hombre. Sufre como si fuera un conjunto innumerable de hombres. «Trilce» podría ser efecto de esta perceptividad exquisita de Vallejo aherrojado antes que un objeto lingüístico puesto a destrozar exóticamente la formalidad vigente.

BUENOS AIRES 
FERIA DEL LIBRO 
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STAND
449
PABELLÓN B
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LAS 2001 NOCHES, ONDA CERO, EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Y EL INDIO DEL JARAMA TE ESPERAN

EDITORIAL GRUPO CERO

TEL. 328 06 14- FAX: 328 07 10

Cuando corren rumores, después de su salida de la cárcel bajo libertad condicional, de que su juicio sería reabierto, Vallejo embarca hacia Europa. No regresaría jamás a su Perú natal.

El mundo está convulsionado. Hitler es un embrión amenazante sobre las ruinas de una Alemania devastada e inflaccionaria. Marchan los fascistas sobre Roma. Stalin es Secretario General del PC soviético. Comienzan las purgas. Los artistas, como hombres que son, rechazan el viejo orden estético: dadá rompe todo lo que encuentra como engañoso a su paso y los futuristas celebran con loas la implacable evolución industrial de la posguerra. Hay un sujeto desconocido más allá de la razón fracasada, de la lógica científica, del diseño de estado y la ilusión creada. Esa es la Europa crispada a la que arriba César Vallejo.

Entre Francia y España pasará sus agitados años de poeta pobrísimo. Entre París y Madrid, esencialmente. Presencia el surgir de la generación poética del 27 bajo la dictadura de Primo de Rivera. Vive con emoción el nacimiento de la República Española en 1931. Milita, activa, escribe y polemiza en la dramática tensión que crece como amenaza polarizante. Se identifica con el hombre del pueblo, con los sin-nada, con los don-nadie. Elige al antihéroe clasista contra el superhombre racial teutónico o romano. Y en un lenguaje inaugural que pone en movimiento desconocidas fuerzas del idioma, César Vallejo desde su posición intrascendente y casi desconocida (sólo Juan Larrea, José Bergamin y Gerardo Diego auscultaron con respetuosa admiración su grandeza poética en España) da testimonio de un hombre desnaturalizado por la marginación, silenciado por la censura sistemática, postergado y mal interpretado en su sueño humano.

El resto que viene nos obliga a tender un fresco manto de comprensión sobre tanta sensibilidad apaleada y ensogada: míseras colaboraciones periodísticas, pensiones parisinas cada vez más modestas en compañía de su mujer Georgette, viajes reveladores como cronista sin salario a la URSS, hospitales y salud precaria y hambre de comida real. Escribe en defensa de la causa republicana española mientras vaticina el inevitable fratricidio de la Guerra Civil. Y como a España, también a él se le abren antiguas llagas, fiebres y temblores. Agotado, extremadamente consumido por una vida feroz, muere el 15 de abril de 1938 en París. Sus «Poemas humanos» que compilan sus textos de esta última etapa aparecen como homenaje póstumo en julio de 1939. Se cerró así el otro paréntesis de hierro que aherrojó su vida. En medio queda la desesperante vitalidad actual de un poético y emocionante y transformador.

PONI MICHARVEGAS


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1938: «CESAR VALLEJO HA MUERTO»

Como él mismo lo dijo, por anticipado, en un poema tan legítimamente memorable como visionario: Piedra negra sobre una piedra blanca, falleció en París pero sin aguacero, y no un jueves sino un viernes santo. A las 9 y 20 horas del 15 de abril de 1998 se cumplirán sesenta años de su muerte. Y sin embargo, cuánta vida nos ha seguido dando. Mi descubrimiento personal, hondo e intimo, de César Vallejo (1892-1938), fue para mí un acontecimiento extraordinario. No sólo porque me ocurrió en plena adolescencia —alrededor de los quince años— sino también porque, no disponiendo en aquel entonces de ningún antecedente intelectual, literario o académico de ningún tipo, mi primera percepción de su enorme, profundísima poesía fue absolutamente inocente, sin posibilidad concreta de prevención o preconcepto alguno. Y también aislada, individual, como lo son todos los grandes descubrimientos primigenios. (¿Está de más reiterar aquí que algo muy similar me aconteció, casi contemporáneamente, con Roberto Arlt?).

Durante mucho tiempo intuí, sin haber reflexionado sobre el punto, que esa revelación conmocionante se debía a un fulmíneo contacto con la evidencia —en el sentido de Husserl: vivencia de la verdad— en que su uso de la palabra convertía a un poema. Había allí algo encarnado en lenguaje que iba más allá del lenguaje, humanísimo lenguaje humano. Y el sentimiento, bien de fondo, se contagiaba sin posibilidad alguna de retórica, latente en su palabra, viva. Que ello se diera entrañablemente vinculado con dos acontecimientos que también se me volvieron legendarios, siquiera en forma infusa, es decir, la guerra civil española, la lucha de aquellos milicianos, los voluntarios republicanos contra la agresión fascista, vivida como una personal mitología, y el hecho de que en su sangre se mezclaran —todavía de manera inconsciente para mi— lo español y lo indígena, no dejaba de incluirse oscuramente en aquel impacto original.

De tal impronta nace acaso que, todavía hoy, me resulte a veces casi doloroso releer a Vallejo. Como si ese contacto desollado, visceral con una verdad insoslayable, con una hominidad ineludible que resulta entre otras cosas su poesía, no haya dejado nunca, así sea de modo irracional, de aludirme muy personalmente. Con los años, por supuesto, otros ingredientes se fueron añadiendo, y de eso me siento obligado a hablar ahora. Junto con aquella adolescencia fueron creciendo también las búsquedas de la propia identidad. Ser argentino, y por lo tanto latinoamericano, como lo soy por nacimiento, no dejó nunca de enhebrarse con mi condición de hijo de inmigrantes, lo que me unía por mi sangre también con otros mundos. Que, como bien dijo Paul Eluard, «están en éste».

Y fue hace ya varios años, en ocasión de una amplia muestra itinerante organizada por el gobierno autonómico gallego, bajo el significativo título de Galicia en América, que otros elementos se agregaron a esta pequeña historia. Allí confirmé algo que sólo había atisbado antes como leyenda y que, como toda leyenda, no había alcanzado nunca la suficiente precisión. La madre de César Vallejo se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero («de pecho en pecho hacia la madre unánime»), y era hija del sacerdote gallego Joaquín de Mendoza y la india chimú Natividad Gurrionero. Pero no sólo eso. También su padre, Francisco de Paula Vallejo Benites («Mi padre, apenas, /en la mañana pajarina, pone / sus setentiocho años, sus setentiocho / ramos de invierno a solear»), no sólo era hijo de otro sacerdote gallego, José Rufo Vallejo, sino que su propia madre también era otra india chimú, Justa Benites.

Y aunque uno intente resistirse, no hay casi modo de evitarlo. César Vallejo nació en 1892 en una Compostela indoamericana, la peruanísima Santiago de Chuco. Y en su sangre conviven, se confunden, se unifican, por obra del amor o de la pasión que van más allá de toda inhibición, pero no de toda culpa, la morriña insoslayable del gallego trasplantado con la melancolía indeleble del indio sometido. Y los entresijos de la mitología católico-cristiana, ineludiblemente entrelazados con verdaderas, auténticas historias de amor, junto con todo lo que arrastra haer nacido de sangre indígena en el mismísimo meollo del Perú de los Incas.

¿Es posible olvidar, hablando de estos temas, la insoslayable significación que tiene el hecho de que la paradigmática Rosalía de Castro, símbolo vivo pero también históricamente la iniciadora —con la aparición de sus Cantares gallegos— del resurgimiento cultural del idioma (y con él del pueblo) de Galicia, haya sido también hija natural de un sacerdote? Ese desacomodo existencial, social, incluso cultural, con sus impensadas perspectivas, ese pecado original —a la vez seductor y repelente, pero de cualquier manera marca de los dioses— ¿puede no ser vincular, fundamental, inquietante? Y así se lo intente mantener oculto porque, dentro de uno, nada puede volverse más manifiesto que lo latente.

¿De dónde sale si no la «Dulce hebrea» de Los heraldos negros (1918) a la cual se le pide «Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!», de dónde la amada que se ha «crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso»? ¿O, incluso, «un viernesanto más dulce que ese beso»? Por supuesto que del lenguaje. (Pero no sólo del lenguaje.) De donde surgió también ese magnífico Trilce que, desde Trujillo, en 1922, agota de antemano muchas de las futuras experiencias de las vanguardias europeas. O aquel que a mi me parece el libro más hondo y tocante —y logrado— que haya producido la guerra civil: España, aparta de mi este cáliz, mucho más que póstumo, y no por casualidad escrito por un hijo de América («¡Niños del mundo, está / la madre España con su vientre a cuestas!»). Y alrededor del cual la misma agonía del poeta, casi encarnada en la lumbre del mito, vueltos uno solo destino personal y momento histórico, se vuelve asimismo luminosa evidencia, verbo vivo. (Según otro poeta, su amigo Juan Larrea, las últimas palabras de Vallejo fueron: «Me voy a España». Refiriéndose, por supuesto, a la España republicana, que estaba desangrándose también —al mismo tiempo— en su agonía final.)

¿De dónde salen, digo? De la lengua humana, empapada de vida y también fuente de vida, vida ella misma, instintiva y orgánica, cargada de los humus nutricios de la pequeña historia y de la gran historia, pero también de los instintos y los sueños, de las ansiedades y los deseos de los hombres. 

De un hombre capaz de ser, a la vez, él mismo y todo lo humano, lo más humano de lo humano, de ser único y general, al mismo tiempo, entre todos los hombres, junto a todos los hombres. 

La de César Vallejo no es una voz unánime, sino prójima, íntimamente próxima. (Qué otro, sino un gran poeta como él, podía habernos dejado por ejemplo esa sucinta clase —magistral— de economía política: «la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre... »).

Me enorgullezco limpiamente de saber que el primer hombre que me hizo descubrirme latinoamericano llevó en sus venas la sangre de mis antepasados campesinos, y también la noble sangre de los primeros hijos de la América primera, la aborigen, la indígena. Como la lengua, como la vida, toda sangre es espléndidamente mestiza. Sólo la muerte es pura.

 RODOLFO ALONSO

PIEDRA NEGRA SOBRE
UNA PIEDRA BLANCA

por César Vallejo  

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos... 

SOCIOS DE HONOR EUROPA

Miguel Oscar Menassa (Madrid) 50.000 ptas.
Fernando Ámez Miña (Madrid) 40.000 ptas.
Lidia Andino (Madrid) 40.000 ptas.
Cristina Barandiarán (Madrid) 40.000 ptas.
Stella Cino Nuñez (Madrid) 40.000 ptas.
María Chévez (Madrid) 40.000 ptas.
Bibiana Degli Esposti (Madrid) 40.000 ptas.
Claire Deloupy  (Madrid) 40.000 ptas.
Amelia Díez Cuesta (Madrid) 40.000 ptas.
Paola Duchên (Madrid) 40.000 ptas.
Carlos Fernández del Ganso (Madrid) 40.000 ptas.
Emilio A. González (Madrid) 40.000 ptas.
Jaime Icho Kozak (Madrid) 40.000 ptas.
Pilar Iglesias (Madrid) 40.000 ptas.
Fermín Lejarza (Bilbao) 40.000 ptas.
Miguel Martínez Fondón (Madrid) 40.000 ptas.
Rosa Puchol (Madrid) 40.000 ptas.
Luis Schnitman (Madrid) 40.000 ptas.
Ibiza 40.000 ptas.
Carmen Salamanca Gallego (Madrid) 20.000 ptas.
Olga de Lucia (Madrid) 20.000 ptas.
Alejandra Menassa de Lucia (Madrid) 7.000 ptas.
 Helene  Barnier (Madrid) 5.000 ptas.
Cruz González (Madrid) 10.000 ptas.
Rosa Alonso (Madrid) 2.000 ptas.
Ricardo Artíguez Iglesias (Madrid) 2.000 ptas.
María Angela (Madrid) 2.000 ptas.
Gema Crespo (Madrid) 2.000 ptas.
Pablo J. García Muñoz (Madrid) 2.000 ptas.
Francisco García Palancar (Madrid) 2.000 ptas.
Enrique Iglesias (Madrid) 2.000 ptas.
Hernán Kozak (Madrid) 2.000 ptas.
Fabián Menassa de Lucia (Madrid)

2.000 ptas.

Manuel Menassa de Lucia (Madrid) 2.000 ptas.
Helena Trujillo (Málaga) 2.000 ptas.
Magdalena Salamanca (Madrid) 2.000 ptas.
Ichka León Deloupy (Madrid) 1.500 ptas.
Cloe León Deloupy (Madrid) 1.500 ptas.
María Pereda Velasco y Perello (Mallorca) 1.500 ptas.
Gloria Carrocera (Madrid) 1.000 ptas.
Paula Alvarez (Madrid) 1.000 ptas.
Isabel Escudero (Madrid) 1.000 ptas.
Luis Gras Tous (Madrid) 1.000 ptas.
Esther Gallego Navarro (Madrid) 1.000 ptas.
Ruy Henríquez (Madrid) 1.000 ptas.
Griselda Kozak Cino (Madrid) 1.000 ptas.
Mercedes Millán Esteban (Madrid) 1.000 ptas.
Javier Rueda (Madrid) 1.000 ptas.
Rafael Trujillo (Madrid) 1.000 ptas.
Pilar García Puerta (Madrid) 500 ptas
Andrés González (Madrid) 500 ptas
Sebastian González (Madrid) 500 ptas
Elisabet González (Alemania) 500 ptas.
María Jose Moreno (Madrid) 500 ptas.
Daniel San Martín Duchên (Madrid) 500 ptas.

SOCIOS DE HONOR AMÉRICA

Miguel Oscar Menassa  (Buenos Aires) 1.000 us.
Norma Menassa (Buenos Aires) 150 us.
Karina Pueyo (Buenos Aires) 100 us.
Jorge Dini (Buenos Aires) 100 us.
Marcela Villavella (Buenos Aires) 75 us.
Inés Barrio (Buenos Aires)  50 us.
Maria Iturrieta(Buenos Aires) 50 us.
Roberto Molero (Buenos Aires) 50 us.
Roberto Rossi (Buenos Aires) 50 us.
Ricardo Aquino (Buenos Aires) 30 us.
Claudia  García de Acuña (Chaco) 30 us.
Juana Koslo (Buenos Aires) 30 us.
Guillermo Yanco (Buenos Aires) 30 us.
Angela Cascini (Buenos Aires) 25 us.
Alejandra Madormo 25 us.
Alejandro Baigorrí 20 us.
Luis Madormo 20 us.
Dante Bustos (Azul Buenos Aires) 10 us.
Violeta Cortez (Buenos Aires) 10 us.
Leonor Elvira Peralta (Buenos Aires) 10 us.
Emilio Fernández Emiliani (Bahia Blanca) 10 us.
Lorgio Duchên Alcalá (Bolivia) 10 us.
Rosario  Lombard Nandez  (Buenos Aires) 10 us.
Rosbalda Pelle (Buenos Aires) 10 us.

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PASÓ TAMBIÉN 
EN MADRID

FUE PRESENTADO EL LIBRO
«LAS 2001 NOCHES», CON
GRANDES EXITOS, EN LA SEDE
DE LA ESCUELA GRUPO CERO

LAS 2001 NOCHES — NOCTAMBULAS*

Estamos, manifiestamente, ante un libro nocturno; nocturno plasmado en la diferencia con lo negro de la novela o del cuento de las «series negras». Realizado también a distancia de otros colores del espectro: el rosa del relato por entregas, el azul de la fusión romántica o el amarillo de cierta prensa. Pero tampoco las intenciones de la escritura aparecen blanqueadas, pues página a página el inconsciente va debilitando los fines de la voluntad. Ella misma está bordada con las hebras de lo que no tiene acceso pleno, de lo radicalmente heterogéneo, y que sin embargo insiste con la desesperada obstinación de un marcapasos. Libro nocturno, sugería, compuesto de tiempo y música, más que de figuraciones plásticas, literariamente conocidas o reconocidas en la existencia de un «género» determinado. Libro hecho de noche, no sólo, quizás, por la noche. El título, poetizado, juega y saborea su cualidad de paradoja, y de ese modo pierde su dimensión indicativa y cuantitativa. Sabemos que en una noche puede hallarse la univocidad del ser-noche, y en doscientos cuarenta, por ejemplo, podría faltar, aunque esté señalado el número que las ordena. En una palabra: las noches son remisiones infinitas de unas a otras, pueden sustituirse, alternarse, deformarse, sin que fallezcan sus atributos, nocturnos. Y por estas ramificaciones, por esas sutiles conexiones se van derrumbando las oposiciones que podrían establecer jerarquías entre ellas. Felices e infelices, logradas o no logradas, suaves e irregulares, etc., son perspectivas del lector, siempre «in fábula», inserto en el relato y en sus propias operaciones de lectura.

Al marcar la nocturnidad del texto he querido señalar aquello a que él da paso. Hace pasar a través suyo un sin número de aconteceres, para emerger como un acontecimiento cultural ya acontecido. De ahí su importancia. Sería una necedad soslayarla, pues ella proviene de algo establecido y sedimentado en el tiempo: Las 2001 Noches. Indiscernible en su nombre propio, difiere en sus propios dominios. Ya no es aquella revista mensual y todavía sigue siendo aquella. Por eso sindicaba a estas 2001 Noches y sus repuestos como «un acontecimiento cultural ya acontecido». Todo ello está propiciado desde la nocturnidad como clima, tempo, materia, sonoridad de las complejas relaciones que esta obra mantiene consigo misma y otras en una interminable cadena de reemplazos. Así Las 2001 Noches deja de ser sólo una acabada pieza gráfico-escritural para transfigurarse en lo que funciona «entre» las demás producciones, produciéndose como singularidad e invención en el concierto de los dones culturales. Y es en tal cadena donde este voluminoso libro va convirtiéndose en una escultura; en un tipo de escultura monumental y peculiar. A la manera de un monumento se nos impone testimoniando, advirtiendo, recordando, mostrando o interrogando cuestiones acerca de su propia posibilidad, que no es otra, al sumergirnos en sus densas aguas, que la nuestra olvidada en la superficie. De ahí lo nocturno, también, como una extensa y balbuceante operación de la memoria.

Detengámonos un poco más en ese carácter de monumento que posee el texto. No ocupa un lugar en el espacio, aunque como objeto físico lo tenga, sino que habita un «sitio» relevante. Un sitio insituable, como el blanco de la hoja entre las palabras o la pausa entre las notas musicales. Está ahí, pero a la vez esparcido, abrazando toda la materia desplegada. Así es como el sitio y la función toda del libro devienen un «entre» —marca que contados escritos pueden atribuirse—, la de estar «entre» las diversas publicaciones por las que se derivó hasta ser un punto inconcluso de sí misma. Tal monumento serial es la culminación, en cierta manera, de una serie temporal que hasta él se aproxima y en él se contiene. O dicho de otro modo es un mayúsculo epílogo de todas las precedencias. Pero, ¿qué es un epílogo? Es siempre la metáfora de un recomienzo. En este sentido podríamos decir que Las 2001 Noches trasciende esa metáfora, para mutarse en una realidad subvertida, de una realidad que avanza desde el futuro.

Gracias Miguel por este inmenso «golpe de gracia», por el estilo y el estilete que nos abre el alba desde una noche cualquiera patinada con betunes y magnolias.

Juan Carlos de Brasi

UN LIBRO QUE 
LEERLO DUELE 
Y NO LEERLO ES 
IMPERDONABLE

Y EN LA LIBERIA
CRISOL DE GALILEO, 110

      

¿CAMBIO DE 
IMAGEN?

 

 

LAS 2001 NOCHES Y 393 NOCHES DE REPUESTO

¿Qué es presentar un libro? ¿Acaso dejar que esté presente entre nosotros? ¿Qué es lo previo a sentar en el escenario a un libro? ¿Acaso crear la escena para que entren en ella libro y autor? Menassa nos dice que le gusta entrar en escena después de las palabras, tal vez también nos diría que como escritor le gusta entrar en escena después de su escritura. En cuanto a leer un libro, la manera propia de ser leído un libro, suele venir indicado en el libro mismo, es decir que leyendo y siguiendo las indicaciones de lectura que el propio libro enseña seria probablemente la manera más precisa.

Este libro se puede leer en varias direcciones: como una leyenda, como una novela y como un poema. Como una leyenda porque así como Freud es el inventor del último mito de Occidente: el mito de la fundación de la cultura, Menassa inventa el mito de la escritura. Para este escritor un hombre que no le haya pasado la escritura no es un hombre. A partir de este nuevo mito no será lo vivido, ni lo hablado sino lo escrito.

«Sólo después sabremos, sólo después sabremos. Cuando lo irremediable pregunte por si mismo.

Cuando la muerte venga anudada en un punto,
cuando el baile sonoro de los días detenga su mirada,
vendrán de nuestra vida los saberes y ahí,
ya no seremos estos, sino lo escrito.»

Y aunque esto fue escrito hace más de 15 años, Menassa sigue trabajando en el mismo mito. Podemos decir que Psicoanálisis del líder (1979) y El oficio de morir (1983), son sus antecedentes, y que con Las 2001 Noches forman una trilogía que hacen a la producción de la conjunción «Psicoanálisis y Poesía».

La noche n.º 0 convoca en una fórmula precisa el mito de la escritura: «Si es posible el poema es posible la vida». Y en este libro no queda nada que no sea pasado por la escritura, incluido lo que es condición de escritura: Ella: la Mujer, la Muerte, la Poesía.

Y pasar por la escritura quiere decir que nada será lo mismo después de escrito porque si no fuera así no sería escritura. Así vemos cómo alcanzan una nueva dimensión no sólo el exilio como exilio de nosotros mismos, sino el sufrimiento, la poesía misma, el psicoanálisis, el amor, la traición, la madre, la misma lengua, y todo ello expuesto sin misterio y sin que deje de permanecer el misterio. En este sentido todo texto es absolutamente legible, al mismo tiempo que irremediablemente ilegible.

Este libro es también una novela de casi 500 páginas, que muestra la historia de un hombre que pasado por la escritura se hace universal. En el prólogo nos dice «aquí estoy una vez más apostando mi vida a la inteligencia de mis manos. Porque no es que pensando se hizo mi hombre, todo lo que toqué de humano y de verdad, lo conseguí escribiendo». Esta puesta en acto de la función de la pérdida que es publicar, esta forma de exiliarse de la obra escrita que es el acto de publicar, nos dice de la manera de Menassa de entregarse al amor, ese dar lo que no se tiene. Alguien que siempre promovió la invención frente a la impotencia, y así nos dice: «Si no puedes, invéntalo».


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En este libro se ve viviendo, o mejor dicho, escribiendo, a un hombre que nada logra separarlo de la escritura, y donde hasta la muerte es entregada a la escritura. Desde lo más penoso a lo más placentero, todo es nutriente de su amada la escritura. En las páginas de este libro vive un hombre que antes no existía, precisamente el inventor del deseo de escribir como universal, deseo que tampoco existía antes.

En medio del desastre y de la muerte de miles de personas, en medio de la caída de tantos ideales, el psicoanálisis le permitió, según sus palabras, no ser uno de los caídos. Y no sólo eso, también le permitió escribir y publicar este libro, que nace hoy y ya tiene 21 años.

Un libro que comienza por el final, 1997 y que mantiene la misma intensidad en todas sus noches.

También es un libro donde vemos cómo se constituye un hombre y una mujer, uno frente a otro. Vemos cómo llegan a habitar el lenguaje, es decir, la cultura, como sujetos del deseo, aún cuando nacemos sujetados, inmersos en los deseos de otros. Podemos ver cómo desde las formaciones familiares, las formaciones religiosas y desde las ideologías más poderosas, obstáculos para su producción, surgen hombres y mujeres.

Este libro es también como un poema, tiene puntuación poética porque como la poesía es un anudamiento preciso de palabras que si falta alguna deja de ser y como el poema no se puede explicar, sólo se puede ejercer su lectura.

Y no dejaremos en el olvido que este libro termina con esta frase en su último dibujo: «NO HAY ESPERANZA, LA TIERRA ES REDONDA y, por ahora, no se detendrá», como si eso y el misterio del lenguaje fueran lo permanente.

La determinación que impone el lenguaje es inagotable pero Menassa alcanza combinaciones imposibles que se deslizan fuera de lo cogitable, dejándose tocar por lo indecible, dejando que la puesta en acto del sujeto del inconsciente no falte en ninguno de sus pasos.

En el prólogo lo que más destaca es que ya nunca podrá decir que no pudo, declara abandonada la impotencia, y con ello la omnipotencia, y nos dice que es un producto del psicoanálisis y de la poesía.

El sexo también ha sido atravesado por este libro. Durante tiempos sin memoria se intentó fomentar la represión sexual, olvidando que el significante llegó con el sexo, que lo genital no se puede reprimir, en tanto es del régimen de la especie humana, es algo universal, algo del orden simbólico, y lo simbólico no está sostenido por ningún referente de la realidad, lo simbólico sólo está sostenido por lo real imposible.

Lacan nos dice que en el acto genital, en un único momento, se puede alcanzar algo por lo cual un ser para otro esté en el lugar, a la vez viviente y muerto, de la Cosa. En ese acto, y en ese único momento, puede simular con su carne el logro de lo que no está en ningún lado. Pero la posibilidad de ese logro, aunque es polarizante, aunque es central, no es puntual.

Se trata de renunciar al amor a si mismo, el amor sin división, sin resto, el amor sin otredad, sin rectificación edípica.

Un libro que en su valor de enunciación nos enseña a vivir, nos enseña que en la vida de cada hombre hay puertas que existen como puertas cerradas y puertas que existen como puertas abiertas. Un escritor que trabaja en el régimen de implicación y este libro es fundamento de su implicación en la transmisión. Diferenciar el propio psicoanálisis, como árbol que no deja ver el bosque, del complejo teórico y la transmisión, es una tarea que se despliega en cada página y a lo largo de cada noche. Saber escuchar es saber leer cuando se trata de un libro.

La escritura eleva al que escribe a la dignidad de «universal», siendo el tiempo del hombre, como se muestra en este libro, el tiempo de la escritura. La escritura ha inventado el tiempo mortal, el tiempo del hombre.

Con este libro el hombre ha dado un paso más hacia el próximo inédito de lo por venir, podemos decir que se ha producido un nuevo universal en el multiverso del ser humano.

Un libro que no deja que el deseo de despertar que anida en el hombre cese de anudar ese no ser. Un libro que tiene condición de acto, en tanto instaura para siempre un nuevo comienzo.

Así como cada lengua es la historia de sus equivocas, este libro es la historia donde se despliegan anudándose y desanudándose los efectos de lenguaje y los efectos de vacío. No sólo a partir de Platón dejó de crearse lo nuevo desde el hábito y la costumbre iniciándose la creación exnihilo, es decir como efecto del vacío incorruptible, sino que este libro lo pone en acto en cada una de sus noches. Noches con mirada, noches creadoras de una temporalidad que antes no existía.

AMELIA DIEZ CUESTA

(CONTINUACIÓN ...)

No es el verbo, sino la lágrima, la que manda aquí ahora.

LEÓN FELIPE

 

«Cuando los hombres no tienen nada claro qué decir sobre una cosa, en vez de callarse suelen hacer lo contrario: dicen en superlativo, esto es, gritan.»

«El animal (el mono) vive siempre alterado, enajenado; su vida es constitutiva alteración.».

 J. ORTEGA Y GASSET

 

«He aquí que alzo el grito por la violencia que se me hace, mas no soy atendido.

Clamo por auxilio pero no hay para mi justicia.

El ha cerrado mi camino con vallado de modo que no puedo pasar.

Y mis veredas ha cubierto de tinieblas.»

El libro de Job XIX. 7,8

 

Grita el energúmeno y grita el náufrago, grita el demagogo y grita Job, grita el simio y grita el santo.

Se alteran la bestia y el hombre.

Se altera el hombre... ¡el hombre!

y el hombre se altera por el ruido de la calle

y... ¡por el silencio de los Dioses!

LEON FELIPE 

NOTAS DE DIRECCIÓN

EL POETA ES EL GRAN RESPONSABLE

El poeta es el gran responsable.

La vieja viga maestra que se vino abajo de pronto estaba
apoyada en una canción,
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sustentaba la cúpula
y también el techo de la lonja.
Y al desplomarse el salmo
se hundió todo el Reino.
Cuando pierde el poeta la gracia y ensucia la canción,
el mercader cambia las medidas
y achica la libra y el almud.
Oíd:
Los salmistas caminan delante del juez,
Y si el salmo se quiebra
se quiebra la ley.

Cuando todo se hundió en España, hace ya tiempo,
antes de la sangre,
los poetas se arrodillaron ante el polvo.
Muchos dejaron la voz
en la mesa de las tabernas,
en las subastas,
en los mercados,
y en las discusiones de las escuelas.
Algunos, para recobrarla, descendieron hasta el betún
profundo de los subterráneos
y otros volaron por encima de las cornisas.
Todos olvidaron que el poeta habla siempre desde el nivel
exacto del hombre.
Y el nivel exacto del hombre es la sombra.

Alguien gritó después sobre las ruinas:
¡Hosanna! ¡Hosanna! Aquí vienen los puros.
Eran los fariseos,
¡eran los fariseos revolucionarios!
Oíd lo que decían:
La Poesía es el verbo en oración.
Pero aquel que no cuente sus plegarias con nuestro rosario
y no escanda sus versos con nuestro compás,
es un publicano que no sabe rezar.
Los que se levantaron entonces en motín y soberbia a
defender la Poesía
fueron tan disolventes como los que después se levantaron a
defender la Libertad.

Luego hablaron los carceleros.
Y uno dijo: la Poesía está secuestrada en una torre;
y otro: la Poesía está en la caña de pescar,
en las mallas de la red
y en el reclamo.
Otro: está en la pirueta
 y en el trapecio;
-está en la greguería,


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en el hai-kai,
en el refrán,
en las migajas sueltas de la hogaza
y en los cristales rotos del gran espejo que se estrelló en el
patio;
-está en la trampa mágica del cubilete;
-está en la rueda de la fortuna;
-está en la rueda de la propaganda;
-está en el musgo rancio de las ruinas eclesiásticas;
-está en los arcones de Don Lope;
-está en el tirso hueco de los pastores áulicos;
-está en el estrabismo y en la joroba de los sodomitas;
-está en los cascabeles cínicos del bufón;
-está en las cordilleras solitarias de la luna;
-está en la voz ronca del gangster,
-del ventrílocuo
y del lobo de la conseja;
-está en el fondo del pozo, entre el légamo de las sabandijas;
-está recluida en la redoma;
-está en el termómetro del invernadero;
-está en la panza polícroma del camaleón,
y en la montera proteica del transformista;
-está en la llama sin leyenda de la imagen inédita;
-está en el beso ígneo, mítico y entrañable del pedernal y
el eslabón;
-está en la gruta helada de las estalactitas
y de los poliedros de cristal;
-está en el laberinto;
-está en el jeroglífico;
-está en el surtidor;

-está en la miniatura y en el guardapelo;
-está en las avellanas horadadas de los rosarios;
-está en la sala misteriosa de los ecos;
-está en la alberca alucinante de Narciso;
-está en las cuencas tétricas de las estatuas;
-está en el cuerno rizado del sátiro barroco;
-está en el misticismo mecánico del aluminio;
-está en el gesto inalterable y deshumanizado del filósofo...

Y el gran hierofante: ¡Silencio todos!
A la Poesía la tengo yo escondida en mi casa, por su gusto
y el mío.
Es mi amante. Y duerme conmigo solamente.
Todos se callaron ante la voz del tirano.
Pero, ¿quién habló así?
¿Era el poeta?
¿Era el ungido el que habló de este modo?
¡Otra vez la soberbia, hija de la hiel y el azufre!
¡Y otra vez el ángel en la charca!
Mirad:
¿La gracia se hizo baba...!
No preguntéis,
no preguntéis ahora,
no preguntéis ya más,
no consultéis a los horóscopos.
Escuchad otra vez esta sentencia:
Cuando el poeta pierde la gracia y ensucia la canción,
Hablan el trueno y la sangre.
El poeta es el gran responsable.
La vieja viga maestra que se vino abajo de pronto
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sustentaba la cúpula...
y también la espada y el rencor.
Y al desplomarse el salmo...
¡vino la guerra!
 
 
II

Yo no soy más que un hombre sin oficio y sin gremio.
No soy un constructor de cepos.
¿Soy yo un constructor de cepos?
¿He dicho alguna vez:
Clavad esas ventanas,
poned vidrios y pinchos en las cercas?
Yo he dicho solamente:
No tengo podadera
ni tampoco un reloj de precisión que marque exactamente
los rítmicos latidos del poema.
Pero sé la hora que es.
No es la hora de la flauta.
¿Piensa alguno
que porque la trilita dispersó los orfeones
tendremos que llamar de nuevo a los flautistas?
No.
No es ésta ya la hora de la flauta.
Es la hora de andar,
de salir de la cueva y de andar,
de andar.. de andar.. de andar..
Yo soy un vagabundo.
No soy un tocador de flauta.
Yo no soy más que un vagabundo
sin ciudad y sin tribu.
Y mi éxodo es ya viejo.
No viene de ayer como el tuyo.
En mis ropas duerme el polvo de todos los caminos
y el sudor de muchas agonías.
Hay saín en la cinta de mi sombrero,
mi bastón se ha doblado
y en la suela de mis zapatos llevo sangre,
llanto

y tierra de muchos cementerios.
Lo que sé, me lo han enseñado
el viento,
los gritos
y la sombra... ¡la sombra!...

Y digo que la Poesía está en la sombra,
en la sombra del mundo donde el hombre, ciego, se revuelve
y grita;
que es un grito en la sombra,
que es un coro de gritos que quieren burlar la sombra,
escapar de la sombra,
asesinar la sombra...
La Poesía está escondida en la sombra.
¿Quién la quiere esconder más todavía?
¿No hay bastantes cerrojos?
Oíd:
No son cerrojos
ni puertas clavadas
ni alcobas silenciosas
ni paredes de musgo
ni ventanas herméticas
lo que necesita la palabra del hombre, sino escalas,
escalas y hogueras
y piquetas y gritos... ¡gritos!
El poema es un grito en la sombra, como el salmo.
Hoy no es más que un salmo en la sombra.
Es también una luz encendida en la niebla,
y la Poesía, un sistema de señales,
un sistema luminoso de señales,
hogueras que encendemos aquí abajo,
entre tinieblas encontradas.
Todos... ¡todos!
(Cualquiera puede encender su corazón en las tinieblas)
para que alguien nos vea,
para que no nos olviden...
¡Aquí estamos, Señor!
La sombra es tuya y mía,
y hoy más negra que nunca.
La sombra es de todos...
y el grito y el salmo también.
¿Es que yo no puedo llorar?
¿Sólo tú puedes quejarte?
¿Job ya no puede lamentarse con la angustia de su espíritu?
¿Ni plañir con la amargura de su alma?
¿Tiene que refrenar la boca?
¿Ya no puede decir:
Aunque hoy es amarga mi queja
mi herida es más grave que mi gemido. Ya no puede gritar:
¿Por qué no me morí yo antes de la matriz?
¿Por qué se me pusieron delante los pechos para que
mamase?
¿Sólo tú,
sólo tú puedes arremeter contra el muro macizo del misterio?
¿No hay más que una piqueta?,
La Poesía... ¿es tuya solamente?
Mientras haya una sombra en el mundo,
la Poesía es mía
y de Job
y de todos los hombres de la sombra.
Mañana será de la luz,
pero hoy la Poesía es de la sombra.
¿Quién es capaz de recluirla?
Hoy.. ahora... ¿quién se atreve a quitármela?
¿Quién,
quién quiere apagar mi canto,
mi canto de música y de piedra-alarido y guijarro?
¿No puedo golpear yo ahora con él,
ahora,
ahora mismo
en la puerta de la injusticia y del tirano,
en el pórtico del silencio y de la sombra?
¿No puedo golpear ahora con él
en el claustro callado del cielo,
en el pecho mismo de Dios,
para pedir una rebanada de luz?...
Porque somos mendigos.
¡No somos mas que mendigos en la sombras

¿No puedo yo gritar en la sombra?
¿No puedo yo cantar en la sombra?
Para que grite conmigo busco yo al hombre y le digo:
la Poesía es un grito en la sombra, grita conmigo;
la Poesía es un canto en la sombra, canta conmigo;
canta, canta y grita... ¡grita!
porque Dios está sordo
y todos se han dormido allá arriba.
La Poesía es el derecho del hombre
a empujar una puerta,
a encender una antorcha,
a derribar un muro,
a despertar al capataz
con un treno
o con una blasfemia.
Porque Job se quejó
y cantó
y lloró
y blasfemó
y pateó furioso en la boca cerrada de Dios,
habló Jehová desde el torbellino.
¡Que hable otra vez!


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Todas las lenguas en un salmo único,
todas las bocas en un grito único,
y todas las manos en un ariete solo
para derribar la noche,
para rasgar el silencio,
para echar de nosotros la sombra...
¡para que hable de nuevo Jehová!
¡Habla... habla!
¿No hablaste ya un día
para responder a los aullidos de un solo leproso?
Pues habla ahora con más razón.
Ahora,
ahora, que la humanidad,
ahora que toda la humanidad
no es más que una úlcera gafosa, delirante y pestilente.
Habla otra vez desde el torbellino,
que el hombre te contestará
desde su inmenso muladar
-¡tan grande como tu gloria!-
y sentado sobre un Himalaya de ceniza.
Habla.

-Ciñete pues los lomos como hombre valeroso.
Yo te preguntaré y Tú me harás saber.
-Pregunta.
-¿Has pisado tú por las honduras recónditas del abismo?
-No. Pero he entrado en el imperio corrosivo y sin limites
de la injusticia.
-¿Sabes tú cuándo paren las cabras montesas?
-No. Pero sé cuándo el arzobispo bendice el puñal y la
pólvora.
-Y en cuanto a las tinieblas... ¿dónde está el lugar de las
tinieblas?
-En la mirada y en el pensamiento de los hombres. Tuya
es la luz.
-¿Y has penetrado tú hasta los manantiales del mar?
-No, pero he llegado hasta el venero profundo de las
lágrimas: Mío es el llanto.

Y ahora pregunta el hombre,
ahora pregunto yo... ¡y Tú me harás saber!
¿Para qué sirve el llanto?
Si no es para comprarte la luz ¿para qué sirve el llanto?
¿Por qué hemos aprendido a llorar?
¿El llanto no es más que la baba de un gusano?
¿Lloramos sólo porque Tú has apostado con Satán?
Nuestra lepra,
esta lepra de ahora
¿ha salido también del gran cubilete de tus dados?
¿No somos más que una jugada tirada sobre la mesa verde
de Tu gloria?
¿Apuestas ahí arriba con el Diablo, a la luz y a la sombra
como al negro y al rojo en un garito?
Y ahora... ¿ha ganado el negro...
ha triunfado la sombra?...
¡te ha vencido Satán!
¿Y yo no soy más que una ficha,
una moneda,
una res,
un esclavo...
el objeto que se apuesta...
lo que va de un paño a otro paño
de una bolsa a otra bolsa?
¿Y no puedo gritar?
¿Yo no puedo llorar?
¿No puedo ofrecerte mi llanto,
todo mi llanto por la luz...
por una gota de luz?
Si puedo.
Puedo llorar
y gritar
y patear
y denunciar la trampa.
Y aunque sueltes sobre mi boca todos los ladridos del
trueno, me oirás.
Y aunque arrojes sobre las cuencas de mis ojos las lluvias
y los mares,
la amargura de mis lágrimas te llegará hasta la lengua,
Tuya es la luz...
¡pero el llanto es mío!

III

Escucha, poeta cervatillo,
que buscas tu canción, asustado,
en el cauce del no que se va
y en el viento que te empuja por la espalda...
Escucha:
Todo lo que hay en el mundo es nuestro,
tuyo y mío
y valedero para entrar en un poema,
para alimentar una fogata...

Todo cuanto mi fuego pueda devorar es mío:
todas las palomas de mi alero,
las que ya volaron ayer con otro designio
y los pichones que acaban de nacer..
y también las torcaces que me trajo mi amigo de su
palomar.
Todo buen combustible para sostener encendido mi grito,
todo buen combustible para el horno de mis entrañas
alarientas
es material poético excelente.
Nada es despreciable.
Todo puede entrar en el salmo:
lo ilustre y lo viscoso,
el mar y el albañal,
el halcón y la rata,
el héroe y Chamberlain.
Porque la Poesía es esta fuerza,
esta fuerza de mi sangre,
este fuego de mi corazón,
este llanto rojo de lava
que lo enciende,
que lo funde,
que lo organiza todo en una arquitectura luminosa,
en un alarido,
en un guiño flamígero
bajo las estrellas impasibles.
Os cuento estas cosas a vosotros,
los poetas adolescentes que váis a venir
y los que acabáis de llegar,
nacidos del llanto y del escombro...
que andáis perdidos en la niebla del mundo,
por ciudades extrañas
sin término y sin silla,
buscando consuelo en los poetas que os arrullaron al nacer.
Esos poetas no tienen ya nada que ofrecemos.
Su legado fue un puñado de preceptos enemigos,
un romance de harcas,
una copla tribal,
una flauta
y un ademán oscuro
de sonámbulos,
de borrachos
y de genios rencorosos.

Buscad solos vuestra canción.
En vuestro llanto,
en la sombra cerrada
y en el grito de vuestro exilio
están el verso y la esperanza de mañana.
Que las piedras rotas de los escombros del mundo os sirvan
para apedrear a los que nieguen la luz de vuestras
lágrimas.
No oigáis a los que dicen:
el grito ha perdido la batalla.
Porque el salmo está aún de pie.
Se fue de los templos, como vosotros de la tribu
cuando se hundieron el tejado y la cúpula.
Pero aún está de pie,
de pie y en marcha,
sin ritmo levítico y mecánico
sin rencor ni orgullo de elegido,
sin nación y sin casta
y sin vestiduras eclesiásticas.
¡Oídle... miradle ...!
Viene aullando en la ráfaga negra de todos los vientos,
por todos los caminos de la Tierra.
Es esa voz
loca,
ciega,
acorralada en la noche del mundo,
angustiada y suplicante,
sin lámpara y sin luna, que pregunta
agarrada, en agonía,
a la pez de pellejo que embadurna
estrellas y senderos,
umbrales y ventanas:
Señor, Señor.. ¿por dónde se sale?
¿Sabes tú por dónde se sale?
¿Lo sabe el hombre de la fuerza?
¿Lo sabe el hombre de la ley?
¿Lo sabe el hombre de la mitra?
¿Lo sabe el filósofo inalterable y deshumanizado?
¿Lo sabe el tocador de flauta?
Pues entonces... ¡dejadme gritar!
Maciza y ubicua es la sombra.
Polvo es el aire,
polvo de carbón apagado...
Y si nadie me dice por dónde se sale
¿por qué no he de llorar?


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El llanto es la piqueta que se clava en la sombra,
la piqueta que horada el murallón de asfalto
donde se estrellan la razón y la soberbia.
El ritmo,
el número
y el coro
los ha engendrado el llanto.
Y ahora, aquí, el módulo es la lágrima...
Y se sale
por el taladro del gemido.

Y a ver si me entendéis.
No lloro ni grito por mis muertos
ni porque se me haya perdido una vaca
ni porque me aprieten los zapatos...
Lloro y grito porque me han enterrado vivo,
con los ojos abiertos y la lengua caliente.
Lloro porque es la hora del llanto.
(¿O es la hora del retórico y del confitero?)
Y grito porque es la hora del grito,
del grito a tensión que reviente los manómetros
y haga estallar la bóveda de las tumbas.
Yo no soy más que un grito ¡ya lo sé!
un grito como el niño.
Y ahora cuando todos,
el político,
el filósofo
y el arzobispo
han auyentado a Dios
yo le llamo con lo que tengo,
con lo que soy.
Y no soy más que un niño,
un niño que grita
que llora y que patea...
Eso soy... y ¿qué?
¿Tienes tú otra cosa que suene mejor?
Ahora aquí
en el mundo de las sombras
el grito vale más que la ley,
más que la razón,
más que la dialéctica...
El ritmo del llanto es dialéctico
hay lágrimas de tesis y antítesis
y lágrimas sintéticas.
El hombre llora en la mañana y en la noche
y entre dos luces cuando canta el gallo.
Mi llanto vale más que la espada
más que la sabiduría
y más que la Revelación.
Mi llanto es la llamada en la puerta de otra Revelación.
Poetas cervatillos:
gritad, llorad todos,
haced de vuestras flautas un lamento
y de vuestras arpas un gemido.

El salmo en masa,
el grito,
el llanto en coro es el que manda.
¡El gemido, el aullido es el amo, el maestro!
Matad a vuestros ídolos antiguos:
al que hace de la flema una virtud,
al que partió el poema
y al que guarda en un cofre la canción.
Porque ¿quién va a decir ahora entre nosotros?
¿quién va a gritar ahora entre las tumbas:
Yo seré el que conduzca,
yo seré el profesor de los que vengan?
¿El poeta?
El poeta es el gran responsable.
Hoy, el gran responsable
de la sangre,
del odio
y del polvo del mundo.
Y no puede iluminar a nadie
ni caminar delante
ni dirigir el coro...
 

LEÓN FELIPE

LAS 2001 NOCHES
UN LIBRO QUE
LEERLO DUELE
Y NO LEERLO
ES IMPERDONABLE

LAS 2001 NOCHES

DIRECTOR:
Miguel Oscar Menassa.

SECRETARIA DE REDACCIÓN PARA EUROPA:
Carmen Salamanca Gallego.
PRINCESA, 17 - 3º Izda. 28008 MADRID (ESPAÑA).
Teléfono: 91 542 33 49 - Fax. 91 548 33 01

SECRETARIA DE REDACCIÓN PARA AMÉRICA:
Alejandra Madormo.
MAIPÚ, 459 - 1.er piso. 1006 BUENOS AIRES (ARGENTINA)
Teléfono y Fax: 43 28 06 14 / 07 10

LAS 2001 NOCHES DIGITAL:
www.grupocero.org
MADRID: grupocero@grupocero.org
BUENOS AIRES: grupocero@arnet.com.ar

POESÍA ESPAÑOLA  ACTUAL

ENTRE PALABRAS

 

 

 

 

Carmen Salamanca

DES-NUDOS

 

 

 

 

Amelia Diéz

CONTANDO PIEDRAS

 

 

 

 

Carlos Fernández 

PRIMERA INQUIETUD

 

 

 

 

Alejandra Menassa

EN LAS MEJORES LIBRERÍAS
EDITORIAL GRUPO CERO
MADRID: TEL. 91 542 33 49- FAX: 548 33 01
BUENOS AIRES: TEL. Y FAX: 328 06 14/ 07 10

ENTRE PALABRAS

 Autora: Cannen Salamanca
PTS. 1.000; 10 US.

Carmen Salamanca, poeta, ha sentado sus nuevas leyes con hallazgos finamente recogidos y cuidadosamente preservados. Una vez más, preciara, prístina, pausada, la verdad poética nos invita a recorrerla para enriquecemos mutuamente.
 Cuando se saluda con ganas algo singular, toda admiración ha de ser poca. y cualquier agradecimiento, inútil. En «Entre palabras» nos esperan los versos concisos, sopesados, fraguados con intensidad por la rica poética de Carmen Salamanca. Debieran tentarlos. Abrirse indefensos sobre ellos para que, a su  vez, ellos se abran sobre ustedes.


 DES-NUDOS

Autora: Amelia Díez Cuesta
 PTS. 1.000; 10 US.

Es anudándose y desanudándose que se hace el camino de la poesía. Es contando el vacío entre lo pleno que la poesía teje y desteje los mundos habitados. Es cuando me vacío de todo menos del vacío que puedo ser tomado por la poesía.
 El cuerpo de la poesía se abre para todo aquel que no tema mirarse en el espejo oscuro de las palabras, donde el silencio es palabra plena, estallido.
  Llegar al silencio es tan importante como haber tomado la decisión de hablar.
  DES-NUDOS es un poemario que produce un silencio donde puedes habitar siempre que quieras abismarte en el acto de leer.


CONTANDO PIEDRAS 

Autor: Carlos Fernández
  PTS. 1.000; 10 US.

El título aparece como la primera piedra a tener en cuenta en este libro, pues en él, en su elección, se puede aventurar un rasgo acerca de la ideología del autor. Preguntado sobre el mismo, nos cita un poema de León Felipe que dice así: «Sistema, poeta, sistema contando piedras, contarás las estrellas.»
  Sistema, puede ser interpretado de forma diversas. En este caso, podría traducirse por el infinitivo de un verbo, el verbo «contar». Sistema donde lo esencial sería el trabajo, contar una tras otra las piedras de la vida. El autor maneja o, mejor dicho, es manejado, es utilizado por un concepto de escritura que implica la realización de un trabajo. «Prestamos los cuerpos a las palabras». nos dice el autor.


PRIMERA INQUIETUD

 Autora: Alejandra Menassa de Lucía
  PTS. 1.000; 10 US.

 Poesía inquieta e inevitable, por escrita, joven y aguda, donde la mujer es protagonista por tratarse de una joven poeta y porque cada mujer habita en sus poemas. También habitan en ellos la injusticia, las revoluciones, la ciudad, la medicina y lo cotidiano.
   Una avidez por la letra hace que tome partido cada vez y en cada página, por la poesía. Se tiende en su lecho, se enamora, entra y sale en la casa de la poesía con la pasión de su primera inquietud.
   Esta joven poeta se anima a la poesía lírica y también a la poesía social, y aunque lo que cambie sea el tema, no por eso cambia el tono de la poesía.


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(....CONTINUACIÓN)

UN LIBRO QUE 
LEERLO DUELE 
Y NO LEERLO ES 
IMPERDONABLE

LAS 2001 NOCHES

Según la enciclopedia Larousse, la primera acepción del verbo presentar es: «poner algo delante de alguien para que lo vea, juzgue, coja, etc.». Aparentemente, el asunto no tiene duda pero se me cruzan unas palabras del profesor Juan Carlos De Brasi que vendrían al caso: un libro no es una entidad cerrada, un hecho acabado e independiente, pues necesita del lector, el receptor en el cual el mensaje cobra sentido. Y éste será, por definición, distinto para cada uno.

Esto ocurre con todos los libros, me dirán, y es cierto. Pero en este caso se dan dos circunstancias que confirman lo dicho:

Por un lado, la magnitud de la obra: 500 páginas, 2.394 noches, en variados formatos: prosa, poesía, aforismos; infinita temática de vida en movimiento: amor, sexo, ternura, traición, locura, muerte, exilio... De todo, en todos los niveles imaginables, un conjunto irreductible y múltiple.

Por otro lado, el impacto ha sido tan fuerte, ha removido tantos estratos de mi ser, que no puedo hablar sino desde los efectos provocados por su lectura, aún sin procesar.

Con todo esto quiero decir que LAS 2001 NOCHES, más que un libro, es una entidad viva, una especie de mágico brebaje que pone palabras a nuestros silencios más ocultos y se adapta como un guante a los particulares dobleces de cada escucha.

Acostumbrados nos tiene Menassa a malabarismos en la cuerda floja, saltos y caídas en el tirabuzón sangrante de la poesía, mientras el público tiembla con el corazón en un puño. Acostumbrados a morir de risa con la simple mueca del payaso que nos habita y, también, a vivir del llanto derramado en manos ausentes.

Esta vez, el espectáculo es definitivo: la gran chistera sin fin, inagotable como el deseo, de donde, página a página, cada lector podrá sacar de las orejas, sueños perdidos, amores olvidados o mareas imprevistas. Espejo sin fronteras, barre nuestra ceguera sin compasión, nos refleja verdades desconocidas, parajes donde la mirada descubre rostros jamás imaginados.

Y es que, aunque sepamos que para el poeta, Ella siempre es la poesía, ¿qué mujer puede resistir la tentación de vestirse con ciertas frases, colarse entre versos hasta sentir que son la propia piel, que esas palabras fueron escritas para mí, reina del universo en ese instante? Entonces, no hay duda, yo soy ella.

¿Qué hombre no sostuvo entre sus brazos el deseo incandescente de ella, palabra sin medida, ella sublime encandilada rendida de amor en el abrazo? ¿Qué hombre no verá nacer en estas páginas, dimensiones impensables de su propio hombre masculino?

La serie es interminable, y es que cada cual encontrará en este libro lo que pueble su mirada.

20 años de exilio, pero el resultado excede la mera biografía, me atrevería a decir que también los propósitos de Menassa, sean cuales fueren, quedan sobrepasados.

Y es que en 20 años, que no es nada, cabe de todo, también las transformaciones que Menassa, es decir, la escritura de Menassa, ha sufrido.

Porque están todos:

El escritor condenado a trabajos forzados por voluntad propia y el pobre hombre preocupado por que el dinero le alcance a fin de mes. El titiritero enamorado de la luna y el agreste decidor de libertades contra todo. El que aparta su nombre cuando el lugar reclama vacío y el sencillo vigía de sueños compartidos. Todos los que la escritura encontró a su paso.

Y para que no olvidemos esa multiplicidad, cientos de rostros, semejantes pero diferentes como el propio ser humano, nos observan por todo el libro. Ojos rodeados de más ojos, multitud de ellas esperando el desenlace; figuras entrelazadas sin motivo aparente sobre fondo de números y complicadas operaciones aritméticas; alguna quiniela, como en la portada, para que no todo quede librado al azar, al viento. Muchos de ellos reposan al trasluz sobre frases manuscritas del poeta, de tal manera que, como diría Alejandra Pizamik, casi, casi «se les oye soñar».

«Con paciencia y con saliva, un elefante se garchó a una hormiga», comienza el casi final, la noche 2001. Tomada del decir popular, condensa a la perfección tanto los elementos como la técnica empleados.

El elefante, claro está, viene a ser Menassa, para quien las dificultades no son impedimentos sino material reciclable, combustible para que la máquina infernal no se detenga. 

La hormiga sería la materia prima que la escritura se encargará de hacer perdurar: la propia vida del poeta.

Paciencia y saliva son elementos de muy distinta catadura: paciencia como virtud espiritual, muestra de sabiduría y humildad ante la voracidad del tiempo y, a la vez, sólido instrumento de trabajo, imperturbable y seguro. En el extremo opuesto, la saliva nos tironea de los tobillos arrojándonos sin piedad al animal que nos habita. Orgánica y vital, bautiza las palabras cada vez, antes del vuelo.

Citando a Leopoldo de Luis, Menassa es de los poetas que se acuestan con la poesía, es decir, nada de asepsia, nada de distancias ni limites de seguridad. Por eso la saliva, 20 años de saliva diaria, es lo que imprime a este libro el vértigo radical de lo humano, drama y luz para el futuro del hombre.

Y para que nadie se lleve a engaño, el autor nos ofrece otro final. En la noche 393 de las de repuesto, las últimas palabras nos envían, directamente, al diván.

Una vez más, no caben dudas, hasta Menassa tendrá que resignarse: LAS 2001 NOCHES es una epidemia imparable.

Muchas gracias.

 

CARMEN SALAMANCA GALLEGO

 

LAS 2001 NOCHES

POESÍA, AFORISMOS, FRESCORES

1976-1997
Es un libro de Miguel Oscar Menassa:
500 páginas , 350 dibujos, y 393 noches de repuesto

"En este libro, hace el amor un 
hombre como yo"

En Las 2001 noches también está lo que te interesa: Poesía, Locuras, Tardes apacibles, Psicoanálisis, Sexo, Traición, Hortalizas, Exilio, Grupos, Huecos insondables, Garche sencillo y complicados poemas de amor.

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VICENTE ALEIXANDRE


NACIMIENTO DEL
AMOR

¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor.

Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina —¡el cielo, azul! — mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en tomo a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde,
y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? ¡Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mi estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis sentidos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

ARCANGEL DE LAS
TINIEBLAS

Me miras con tus ojos azules,
nacido del abismo.
Me miras bajo tu crespa cabellera nocturna,
helado cielo fulgurante que adoro.
Bajo tu frente nívea
dos arcos duros amenazan mi vida.
No me fulmines, cede, oh, cede amante y canta.
Naciste de un abismo entreabierto
en el nocturno insomnio de mi pavor solitario.
Humo abisal cuajante te formó, te precisó hermosísimo.
Adelantaste tu planta, todavía brillante de la roca pelada,
y subterráneamente me convocaste al mundo,
al infierno celeste, oh arcángel de la tiniebla.
 
Tu cuerpo resonaba remotamente allí, en el horizonte,
humoso mar espeso de deslumbrantes bordes,

labios de muerte bajo nocturnas aves
que graznaban deseo con pegajosas plumas.
 
Tu frente altiva rozaba estrellas
que afligidamente se apagaban sin vida,
y en la altura metálica, lisa, dura, tus ojos
eran las luminarias de un cielo condenado.
 
Respirabas sin vientos, pero en mi pecho daba
aletazos sombríos un latido conjunto.
Oh, no, no me toquéis, brisas frías,
labios larguísimos, membranosos avances
de un amor, de una sombra, de una muerte besada.
 
A la mañana siguiente algo amanecía
apenas entrevisto tras el monte azul, leve,
quizá ilusión, aurora, ¡oh matinal deseo!,
quizá destino cándido bajo la luz del día.
 
Pero la noche al cabo cayó pesadamente.
Oh labios turbios, oh carbunclo encendido,
oh torso que te erguiste, tachonado de fuego,
duro cuerpo de lumbre tenebrosa, pujante,
que incrustaste tu testa en los cielos helados.
 
Por eso yo te miro. Porque la noche reina.
Desnudo ángel de luz muerta, dueño mío.
Por eso miro tu frente, donde dos arcos impasibles
gobiernan mi vida sobre un mundo apagado.

LA VERDAD

¿Qué sonríe en la sombra sin muros que ensordece
mi corazón? ¿Qué soledad levanta
sus torturados brazos sin luna y grita herida
a la noche? ¿Quién canta sordamente en las ramas?
 
Pájaros no: memoria de pájaros. Sois eco,
sólo eco, pluma vil, turbia escoria, muerta materia sorda
aquí en mis manos. Besar una ceniza
no es besar el amor. Morder una seca rama
no es poner estos labios brillantes sobre un seno
cuya turgencia tibia dé lumbre a estos marfiles
rutilantes. ¡El sol, el sol deslumbra!
 
Separar un vestido crujiente, resto inútil
de una ciudad. Poner desnudo
el manantial, el cuerpo luminoso, fluyente,
donde sentir la vida ferviente entre los ramos
tropicales, quemantes, que un ecuador empuja.
 
Bebed, bebed la rota pasión de un mediodía
que en el cenit revienta sus luces y os abrasa
volcadamente entero, y os funde. ¡Muerte hermosa vital,
ascua del día! ¡Selva virgen que en llamas te destruyes!

CASI ME AMABAS

Alma celeste para amar nacida.
ESPRONCEDA

Casi me amabas.
Sonreías, con tu gran pelo rubio donde la luz resbala
hermosamente.
Ante tus manos el resplandor del día se aplacaba continuo,
dando distancia a tu cuerpo perfecto.
La transparencia alegre de la luz no ofendía,
 
pero doraba dulce tu claridad indemne.
Casi..., casi me amabas.
Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia
de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,
donde el viento caducó para las rojas músicas;
donde las flores no se abrían cada mañana celestemente
ni donde el vuelo de las aves hallaba al amanecer virgen
el día.


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Un fondo marino te rodeaba.
Una concha de nácar intacta bajo tu pie, te ofrece
a ti como la última gota de una espuma marina.
Casi.... casi me amabas.
 
¿Por qué viraste los ojos, virgen de las entrañas del mundo
que esta tarde de primavera
pones frialdad de luna sobre la luz del día
y como un disco de castidad sin noche,
huyes rosada por un azul virgíneo?
 
Tu escorzo dulce de pensativa rosa sin destino
mira hacia el mar. ¿Por qué, por qué ensordeces
y ondeante al viento tu cabellera, intentas
mentir los rayos de tu lunar belleza?
 
¡Si tú me amabas como la luz!... No escapes,
mate, insensible, crepuscular, sellada.
Casi, casi me amaste. Sobre las ondas puras
del mar sentí tu cuerpo como estelar espuma,
caliente, vivo, propagador. El beso
no, no, no fue de luz: palabras
nobles sonaron: me prometiste el mundo
recóndito, besé tu aliento, mientras la crespa ola
quebró en mis labios, y como playa tuve
todo el calor de tu hermosura en brazos.
 
Sí, si, me amaste sobre los brillos, fija,
final, extática. El mar inmóvil
detuvo entonces su permanente aliento,
y vi en los cielos resplandecer la luna,
feliz, besada, y revelarme el mundo.

PABLO MENASSA DE LUCIA

Homenaje en el número de noviembre
30 de septiembre de 1998

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POESÍA 
TRAICIÓN
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PSICOANÁLISIS
EXILIO

Un libro que leerlo duele y no leerlo es imperdonable
una obra de Miguel Oscar Menassa

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MIGUEL OSCAR MENASSA


EL ADIÓS DEL POETA

No sólo se vive de escribir poesía.
Una que otra mirada al destino siempre hace bien.

 
Darse cuenta que la cultura resucita sus muertos
contra lo que nace y, también, por las dudas.
Nací antes de tiempo,
lo que deseo me lo darán dentro de unos siglos.
Soy un poeta sin padre y sin madre.
Y no quiero ingresar en ninguna cultura,
porque fuera de mí, la cultura,
repite viejos vicios, canciones olvidadas, antiguas.

No sólo no les pasó el psicoanálisis,
tampoco les pasó la bomba atómica:
Hongo mutilador,
me deformo al compás de tus radiaciones
y, en esa mutación,
se transforma conmigo la Poesía.
 
Deformidad para Ella, también, la sublime.
 
Abro su pecho y en medio de su blancura estúpida,
hago estallar una canción de sangre
y de petróleo humedecido por el llanto de mil generaciones
y no habrá forma que soporte semejante grito.
 
¡Tengan cuidado las Academias!
 
¡Ha llegado el Poeta!
 
Y esta vez, el poeta, no es un niño desolado
que, solitario e indefenso, busca almas gemelas
y escribe poesías porque si no...
Esta vez el poeta tiene, claramente, odio en su mirada,
en su mirada tiene ejércitos, hombres, mujeres,
millones de palabras en cualquier dirección,
fuera de toda enciclopedia.
 
De noche,
tumultuosas estrellas como ideas se fragmentan por ser,
los sentimientos quedan arrinconados, maltrechos,
todo es grandeza.
 
Puma, Poeta de la Noche,
descifro mi propio epitafio:
 
murió porque murió,
era una alondra,
vestigios de una raza,
fue la piedra y el viento.
Sonora voz,
arpegios de lo humano entre los soles.
 
Soy no soy,
la triste flor que se derrama frente al fuego.
Fruto maduro, y sin embargo, simiente poderosa.
Muero y me reproduzco y a la vez
danzo compases cósmicos,
-ruidos, como bronces haciéndose pedazos-
perfiles del tiempo donde mi saber,
alcanza la dimensión de la carne:
ubre maligna, contagiada de las peores libertades
carne en la poesía
y en esa ráfaga sin dimensiones,


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-primer vagido del hombre
contra su propia razón de matar,
contra su propia razón de vivir,
grito gutural y deforme,
contra la propia garganta de la muerte-
el Hombre a sus anchas no se deja medir.
 
Sin Dios,
combinando todas las palabras,
sin encontrarlo.
Librado a su propia suerte,
a caballo de la poesía sobre los sentidos,
buscando nuevos horizontes.
 
Y en el encuentro con lo nuevo,
la plenitud es el orden de todas las cosas,
porque lo nuevo, cuando tiene la presencia de ser,
calma la sed
y el hambre
y los deseos
y no se detiene
cuando se ensombrecen los rostros más bellos,
porque la belleza es su movimiento
y en ese devenir enloquecido, antes de envejecer,
deja su luz entre las sombras.
 
Esos días se descansa, se come pan,
se beben naranjas heladas y se sueña.
 
La Poesía esos días lo puede todo.
 
Emborrachamos de naranjas heladas
hasta que nuestro cuerpo,
tenga el color de los frutos maduros
y las piedras hablen
y las gaviotas se hundan silenciosamente en el mar.
 
Y cuando lo nuevo es inasible, Poesía,
por haber tejido su ser entre tus mallas
y cuando las ambiciones de lo nuevo son infinitas
por haber surgido invisible de tu ser invisible,
deja, también, cuando desaparece,
-hombre y, a la vez, felino de la noche-
sobre tus vaporosas pieles
-de su paso deforme por la vida-
huella feroz,
indeleble desgarro multiforme en tu belleza única,
monstruosidad,
crecida al amparo de tus senos nevados,
fuera del alcance de tus limites,
silvestre y desmedido origen de mi canto:
tu piel,
arrancada de su lugar y, todavía,
bella.

ADIÓS
CULTURA
MI SEÑORA

Cuando pequeño escuchaba hablar a los mayores:
 
Ella, un día, abriría sus puertas,
para que yo entrara, por fin, a la vida.
Joven príncipe entrando al palacio que le corresponde.
 
Yo crecía
y mis amigos crecían
y todo era esperanza.
 
Estábamos aniquilados por una ilusión:
 
Ella un día abriría sus piernas, sus puertas, sus ventanas
y nosotros entraríamos en ELLA como ELLA en nosotros
y, en ese instante, el reino de los cielos en la tierra,
sería la cultura.
 
Con el tiempo, esperando y haciendo nuestras cosas,
—esperando de día, haciendo nuestras cosas por la noche—
fuimos transformando todas las ilusiones en banderas.
 
Salimos a la calle para gritar:
 
¡la cultura es nuestra!
 
¡la poesía al pueblo!
 
¡la mujer a la poesía!

Gritábamos de todo, después,
percibimos los aullidos de Hiroshima,
empobreciendo cualquier dolor.
Dejamos de gritar.

Con los dientes apretados,
con una palpitación interior, increíble,
como si la vida fuera eso, apretar los dientes.

En la quietud de ese silencio pasaron años.

Éramos empecinados, amábamos con fervor las ilusiones
y esa pasión entre los hielos,
fuego brutal que aún me sobrevive
y canta en el propio centro del silencio mortal,
—que me sobrecoge para matarme—
una canción,
última entre tus brazos.
 
Adiós,
viejo deleite cuando niño
y pensaba llegar a las estrellas.
mi señora, guardaré en mi corazón las huellas
de haber hecho el amor con usted y algún día,
no me lo perdonarán y, sin embargo, me confieso:
 
Yo fui feliz entre sus carnes de violetas.
 
Cuántas veces un soneto hizo estallar mi corazón de porvenir.
 
Cuántas veces la armonía, la perfecta armonía, vuestro Dios,
hizo que de mis ojos cayera una lágrima.
 
Y acunando a mis hijos,
supe recitar, acompasadamente,
de los grandes poetas, los mejores versos.
 
Y viajé por las sílabas buscando la longitud exacta
de la noche.
 
Y calculé el destino de una vocal durante años.
 
Y me até a las palabras.
 
Y viví maniatado entre las hojas de los libros.
 
De seguir por ese camino me tocaba la gloria,
más, una tarde, inexplicablemente, comencé a crecer.
 
Las palabras no cabían en las frases.
Las frases se caían de la página.
 
Mis sentimientos agrandaban el corazón del mundo
peligrosamente.
 
Y al caminar,
tropezaba con las palabras
y caía.
 
Una
 
y otra vez.
 
Y las palabras se metían por mis ojos abiertos
y me dejaban ciego, y ahí,
precisamente, vacío de negruras,
transparencia donde la blancura hace pensar en el infierno,
la Poesía me tendió su mano y en esa algarabía,
—borrachos de habernos encontrado—
rompimos,
trastabillando juntos, todas las barreras.
 
Ella deformó su ser en el encuentro
y yo,
entregué mi vida en el adiós.

ADIÓS, PUES

Adiós, pues el poeta ha de seguir viajando.
Y si mi amor os desgarra al romperse,
ese es el sonido, fuerte, de la libertad,
ruido de cadenas haciéndose pedazos.
 
Adiós, pues ya he estado aquí, en mi sitio.
Y os entregué mi amor, mi cuerpo hecho pedazos,
la voz clarividente de mis versos
y esa mirada mía, abierta al universo.
 
Adiós, pues el poeta ha de seguir viajando
y como alguien me ha amado en este pueblo
y como alguien, seguramente, alguno me ha mirado,
 
no lo pienso más, antes de irme,
antes de comenzar la nueva travesía,
toco esos labios, beso esa soledad.

PSICOANALIZARSE 
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