LAS 2001 NOCHES ÍNDICE NÚMERO 10

         

FEDERICO GARCÍA LORCA

FRESCORES CESARE PAVESE

VAN PASANDO MUJERES

CALLES Y SUEÑOS

DIÁLOGOS CON UN LEUCO
-EL MISTERIO-

NOTAS DE DIRECCIÓN

DANZA DE LA MUERTE

SOCIOS DE HONOR

AQUÍ ESTOY, SOY UN HOMBRE
MASCULINO

PAISAJE DE LA MULTITUD QUE VOMITA

DINO CAMPANA

MIGUEL HERNÁNDEZ

PAISAJE DE MULTITUD QUE ORINA

IMÁGENES DEL VIAJE Y DE LA MONTAÑA

HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA

ASESINATO

EL CANTO DE LA TINIEBLA

OLGA OROZCO

NAVIDAD EN EL HUDSON

ANTONIO PORCHIA

NOICA

CIUDAD SIN SUEÑO

VOCES

OLGA OROZCO

PANORAMA CIEGO DE NUEVA YORK

MIGUEL OSCAR MENASSA

LOS REFLEJOS INFIELES

NACIMIENTO DE CRISTO

PREDICCIONES 2000

ANTICIPO DEL LIBRO 
LAS 2001 NOCHES

LA AURORA

TALLERES DE POESÍA I

VAN PASANDO MUJERES

Cada día que pasa, más dueña de mí misma,
sobre mí misma cierro mi mirada interior;
en medio de los seres la soledad me abisma.
Ya ni domino esclavos ni tolero señor.

Ahora van pasando mujeres a mi lado
cuyos ojos trascienden la divina ilusión.
El fácil paso llevan de un cuerpo aligerado:
se ve que poco o nada les pesa el corazón.

Algunas tienen ojos azules e inocentes;
van soñando embriagadas, los pasos al azar;
la claridad del cielo se aposenta en sus frentes
y como son muy finas se les oye soñar.

Sonrío a su belleza, tiemblo por sus sueños;
el fino tul de su alma, ¿quién lo recogerá?
Son pequeñas criaturas, mañana tendrán dueños,
y ella pedirá flores..., y él no comprenderá.

Les llevo una ventaja que place a mi conciencia:
los sueños que ellas tejen no los supe tejer,
y en mis manos ignorantes no perdí mi inocencia.
Como nunca la tuve, no la pude perder.

Nací yo sin blancura; pequeña todavía
el pequeño cerebro se puso a combinar;
cuenta mi pobre madre que, como comprendía,
yo aprendí temprano la ciencia de llorar.

Y el llanto fue la llama que secó mi blancura
en las raíces mismas del árbol sin brotar,
y el alma está candente de aquella quemadura.
¡Hierro al rojo mi vida! ¿Cómo pude durar?

Alma mía, la sola; tu limpieza, escondida
con orgullo sombrío, nadie la arrullará;
si en música divina fuera el alma dormida,
el alma, comprendiendo, no despertara ya.

Tengo sueño mujeres, tengo un sueño profundo.
Oh, humanos, en puntillas el paso deslizad;
mi corazón susurra: me haga silencio el mundo,
y mi alma musita fatigada: ¡callad!...

ALFONSINA STORNI

AQUí ESTOY, SOY UN
HOMBRE MASCULINO

Se solía decir: este siglo no será posible
no hemos podido construir un hombre,
no fue posible tener en cuenta a la mujer.
Maricas y gendarmes frustrados
sólo eso hemos podido con nosotros,

maricas para despreciarlas,
gendarmes para someterlas y,
sin embargo, rompiendo las barreras de la historia
y porque ella lo ha deseado para mí,
aquí me tenéis, yo soy un hombre.

Un hombre masculino, atravesado,
por el sonido de su voz abierta.
Mujer, mujer del pan y las caricias,
de las revoluciones y el trabajo duro.
Una mujer construye la tierra donde vivo,
el mar, la plena, rotunda libertad del mar.
Ella construye para mí, el vuelo de los pájaros,
palabras y mujeres, permanentemente.
En eso soy el mejor «dotado» masculino,
pero no por mi gracia, belleza inteligente,
una mujer, la Poesía, sostiene con su deseo inagotable,
infinitas mujeres y entre todas al viento,
hacen de mí esta sustancia incandescente.

Un fuego que viene de la letra y va a la letra,
un fuego, una pulsión,
y ella abre sus nalgas, abre sus nalgas y sonríe,
y un tiempo se detiene en las pupilas del amor,
y violentas canciones de cuna nos dejan sin aliento,
y el hombre vive y muere y ya no sabe qué decir
y la mujer toca un violín, silencio, interminable,
y se deja caer entre nosotros, tal vez, benéfica,
tal vez, desesperada de tanta soledad,
lo cierto, es que se deja caer entre nosotros
y tiñe con sus movimientos, afines al poema,
toda vida oculta, toda tristeza, la soledad,
con la misma luz de los grandes milagros,
para que todo brille con la ilusión del amor,
manantial para el sediento y el incrédulo,
ella es la fe.
Mujer, mujer, escándalo que se apodera de mi ser,
de todas mis palabras, de mis versos más altos
y en esa cumbre del saber humano,
cada palabra, todo poema sangra con tu presencia.

Hay hombres, hay hombres en el mundo moderno,
hay hombres,
hasta yo mismo vivo en el mundo moderno,
pero la mujer tiene, secretamente,
guardada una energía, inexistente para el hombre,
por eso busco en ella,
- poeta incorregible -
lo perdido, lo nunca hallado,
lo imperfecto que nos hace sublimes.
Por eso busco en ella
y ella que lo sabe hace más de tres siglos,
no deja de producir pájaros en todas direcciones,
mujeres y palabras, algunas para mí, el resto,
para el mundo, si existiera.

Una mujer,
Yo soy la noche, me decía,
y la noche es una capa de visón caliente
para la soledad del poeta.
La noche y el poeta juntos,
única manera de atravesar la nada del invierno
y se apretaba a mí con ternura y, yo,
al borde de las lágrimas,
para verla contenta,
haciendo con su deseo el universo,
me oscurecía.


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Una ella me ama y me consuela,
quiere aprender de mí lo que ella me enseñó.
Otra me muestra todo el día lo estúpido que soy,
buscando todo el día por todos lados una vida,
cuando en ella late con frenesí una vida imposible,
desde mucho antes de encontramos, de conocernos.

También ella antes de irse quiso hablar de la mujer:
No sé, dijo, si como hijas en crecimiento
o mártires antes de tiempo, siempre,
al lado de un hombre maduro,
construyendo su vida y su alegría
una mujer joven, teje ese sueño, ese destino.
Y yo que soy un hombre, de verdad, masculino,
porque ella así lo desea con fervor,
me levanto a la mañana y se lo digo:
Allá voy señora,
tras ese latido frenético y múltiple de tus deseos.
Aunque no te des cuenta,
aunque nadie lo crea,
estás en mí, iluminada,
estás en mí.

Y cuando hacemos el amor, ella recuerda:
Qué mal te comportaste con esa coma,
en el cuaderno del domingo, o bien,
los verbos singulares atrapados,
en una adjetivación inconsecuente.
Yo la dejaba recordar, tranquilamente,
y aprendía todo lo que podía,
pero no tocaba nada,
dejaba cada cosa en su lugar.
Esa promesa era el fundamento, sencillo,
de nuestro gran amor:
ella me lo daría todo, todo,
pero yo, no tocaría nada.

Yo soy un hombre masculino
y vivo atravesado por ella en mil pedazos,
todo lo que ella quiere encontrar en mí,
lo coloca ella misma, delicadamente, en silencio
y, después, ama con frenesí todas sus virtudes
y yo me dejo llevar por el haz de luz de sus deseos
y no dejo de amar lo que ella construye sin saber,
y no dejo de enloquecerme con tantos pájaros volando,
y no dejo de morir a cada instante entre las letras
y toco, yo también, embelesado, ese violín sangrante,
su boca enamorada, su locura de alas, su pantera,
ese violín sangrante, aullido quieto, desgarrado,
toco su voz marina, su libertad espléndida, su mar,
sus ojos de gaviota desesperada y escribo este poema.

MIGUEL OSCAR MENASSA

 

 

28 NOVIEMBRE DE 1997

PRESENTACIÓN DEL LIBRO 

LAS 2001 NOCHES

DE MIGUEL OSCAR MENASSA
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MIGUEL HERNANDEZ


HIJO DE LA LUZ Y
DE LA SOMBRA

I

Hijo de la Sombra

Tú eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Tú eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño donde el amor culmina.
 
Como si fuera el día, mi corazón que quema
lleva hacia ti sus pasos de sol a donde quieres,
con un sólido impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.
 
Caeré sobre tu cuerpo cuando la noche incube
su más oscuro anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento me sobrecoja y sube
a mi garganta, lleno de sombra, con qué brío.
 
Porque la noche arrastra magnética los pechos;
porque la noche vuelca los cuerpos con su choque.
Traspasada de túneles, fragoroso de lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.
 
Porque la noche viene como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Cuando la sombra viene, viene como si fuera
las almas de los pozos en vino difundidas.
 
La sombra es el nidal íntimo, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama:
provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
y recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.
 
La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos.
Piernas, brazos y bocas que vibren y se abracen,
arrullos que la arranquen de sus mudos letargos.
 
Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.
 
El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna donde tú y yo alentamos.
De tus bodegas brota, parte de sus veneros,
abastecidos siempre por perezosos ramos.
 
El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.
 
Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
teniendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

II

Hijo de la Luz

Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
desde el presentimiento de luces de tu frente.
Decidido al fulgor, todo tu cuerpo alumbra
la sombra y en tus venas avanza el sol naciente.


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Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro la luz de nuestra casa.
La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú caes en el parto circundada de muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.
 
La gran hora del parto, la más inmensa hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se ensanchan las llanuras del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.
 

El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.
 
Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par las puertas,
y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.
 
¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y sólo queda de ellos sombras: ropas y sombras.
 
Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.
 
Hablo, y el corazón me sale en el aliento.
Si no dijera cuánto te quiero, me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.

III

Hijo de la Luz y de la Sombra

Tejidos en el alba, grabados, dos panales
se atropellan hilando la leche a borbotones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.
 
Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar mi casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.
 
Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti entre raudales de panales sonoros.
 
Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían que grabada llevo allí tu figura.
 
Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestra ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.
 
Los muertos, como un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.
 
Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde asiente su alma las manos y el aliento
las hélices circulen, la agricultura viva.
 
El hará que mi casa no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.
 
No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia,
y en cuanto de tus hijos descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia de mi hijo será la especie humana.
 
Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.

LAS 2001 NOCHES

POESÍA, AFORISMOS, FRESCORES

1976-1997
Es un libro de Miguel Oscar Menassa:
500 páginas , 350 dibujos, y 393 noches de repuesto

"En este libro, hace el amor un 
hombre como yo"

En Las 2001 noches también está lo que te interesa: Poesía, Locuras, Tardes apacibles, Psicoanálisis, Sexo, Traición, Hortalizas, Exilio, Grupos, Huecos insondables, Garche sencillo y complicados poemas de amor.

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"LAS 2001 NOCHES
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Necesitamos nos envíen los poemas que encuentren, de grandes  poetas, dedicados a Lorca para el número homenaje correspondiente a enero de 1998, antes del día 25 de diciembre de 1997.

Por favor, no nos envíen porquerías

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OLGA OROZCO


NOICA

(Personaje de un cuadro de
J. BAITLE PLANAS)

Nunca oísteis su nombre.
Sin embargo, cuando un sueño cualquiera entretejió
               fosforescentes redes sobre el rostro del tiempo,
Noica estuvo.
Tal vez su cabellera fuera para vosotros la marea letárgica
                por donde sube al cielo la primer Navidad
—esa novia que flota con su ramo de cristal escarchado y
                 una cinta plateada en la garganta—.
Acaso sus ropajes fueran para vosotros un ámbito en que
                 caen lentamente las hojas,
cuando el amor golpea con sus manos el follaje encantado.
Lo cierto es que fue Noica,
la diosa de los seres subterráneos que disponen callando
                   el esplendor del mundo.
Reconocedla ahora.
Antes que se haya ido para ser melodía de polvo contra el
                   vidrio, sombra musgosa de los muros.
Guardadla para siempre en esta misma puerta abierta en el
                    celaje de los siglos,
donde se balancea, despidiéndose,
como la luminaria en el claro final de la arboleda.
Del otro lado yace su reino alucinado.
Nunca entraréis en él.
Juntos se abismarán debajo del recuerdo y del olvido.

OLGA OROZCO


 
Yo OIga Orozco desde tu corazón digo a todos que muero. Amé la soledad, la heroica perduración de toda fé,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas, la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre
       alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros
       las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba
       en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
ya la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo, en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y
       llorada 
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto         
       tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
      que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
«Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por
      infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer
      aposento».

LOS REFLEJOS INFIELES

Me moldeó muchas caras esta sumisa piel,
adherida en secreto a la palpitación de lo invisible
lo mismo que una gasa que de pronto revela figuras
emboscadas en la vaga sustancia de los sueños.
Caras como resúmenes de nubes para expresar la         
          intraducible travesía;
mapas insuficientes y confusos donde se hunden los cielos
          y emergen los abismos.
Unas fueron tan leves que se desgarraron entre los dientes

de una sola noche.

Otras se abrieron paso a través de la escarcha, como proas
          de fuego.
Algunas perduraron talladas por el heroico amor en la
           memoria del espejo;
algunas se disolvieron entre rotos cristales con las primeras
           nieves.
Mis caras sucesivas en los escaparates veloces de una            historia sin paz y sin costumbres:
un muestrario de nieblas, de terror, de intemperies.
Mis caras más inmóviles surgiendo entre las aguas de un
ágata sin fondo que presagia la muerte,
          solamente la muerte,
apenas el reverso de una sombra estampada en el hueco
          de la separación.
Ningún signo especial en estas caras que tapizan la            
          ausencia.
Pero a través de todas,
como la mancha de ácido que traspasa en el álbum los
          ambiguos retratos,
se inscribió la señal de una misma condena:
mi vana tentativa por reflejar la cara que se sustrae y que
           me excede.
El obstinado error frente al modelo.

 

TALLERES DE POESIA I

Hoy la Poesía nos encuentra nuevamente reunidos para 
presentarles, en nombre de la Editorial Grupo Cero, un nuevo  libro que integra la Colección Poesía y Psicoanálisis.

Cien Páginas anudadas a la Poesía que comienza ya desde su  portada, un óleo de Miguel O. Menassa, «Recuerdo una  Mirada». Miradas que sólo pueden ser en su diferencia. Poeta e que en su diferente manera de acercarse a la palabra crea un e estilo, deja de vivir para que viva el Poema.

Este libro que reúne a 46 poetas de todas las edades y de varias nacionalidades, es producto del trabajo de cada uno de los integrantes de los talleres de poesía que tienen lugar en la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero de Madrid, Ibiza y Buenos Aires. Talleres donde la Poesía es considerada un verdadero trabajo inconsciente, puesta en acto de una temporalidad que se juega en otra dimensión. Es en ésta donde el poema crea vida. Al escribir no pienso en lo que escribo, sino que soy pensado, en ese momento por el lenguaje. Poesía como producción, creación de algo inédito donde el coordinador del grupo con su sola presencia provoca el trabajo de cada integrante. El motor del grupo es aquello que por ser imposible no se dice. Imposible de escribirse que nos empuja al papel en blanco.

 Ese imposible que nos hace psicoanalistas y poetas. Dice Miguel 0. Menassa:

«No vengo yo a escribirlo si soy el otro.
Vengo a vivir agazapado esperando el sonido.
La aparición brusca de una huella dejada de lado.
Vengo transparente, con el deseo de ser atravesado».
Dejar de ser para ser lo escrito, dejar de vivir para que viva el poema. Dice Amelia Díez Cuesta:

«Sin rumbo para que la página sea guía
Sin corazón para que las palabras sean latidos.,.».

Poetas de estas páginas en otras lejanías, otros están hoy con nosotros más cerca:

Miguel O. Menassa:

«En el intento de darte todas las horas, partí las horas en mil pedazos para darte más...».


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ANTICIPO DEL LIBRO
LAS 2001 NOCHES
DE PRÓXIMA APARICIÓN, EN ESPAÑA, ARGENTINA, CHILE, URUGUAY, COLOMBIA Y CUBA.

En las 2001 Noches también está lo que te interesa:

poesía, locuras, tardes apacibles, psicoanálisis, sexo, traición, hortalizas, exilio, grupos, huecos insondables, garche sencillo y complicado poemas de amor. 

NOCHE 151

  Después de cada verano, cuando ella retorna de visitar a sus padres, vuelve a creer que las personas se pueden tener o dejar. Si todavía no está loca, algún verano lo conseguirá.

  NOCHE 202

  El miedo, también, tiene su lujuria. De reprimir, entonces, habrá que reprimir el miedo o, bien, el exhibicionismo de su
fracaso

 NOCHE 208

  Hoy me gustaría escribir el poema más importante de mi vida.
  Una verdad sobre la verdad en el territorio de la carne.

  NOCHE 342

  Sólo tu piel brillaba más alto que mi poesía. Ahora que no estás, de todo lo que me rodea, mi poesía es lo más alto.

  NOCHE 489

  Estoy empecinado en poder de otra manera a la establecida y eso me estoy dando cuenta que más que energía psíquica que es la que me sobra, se necesita energía temporal, es decir, en estos tiempos que corren, dinero, que es lo que no me sobra.

 NOCHE 496

 Cuando una inocencia me parta el corazón, seré más que yo mismo.

 NOCHE 626

 Las cuestiones no pueden ser tomadas al azar. Existen cuestiones de antemano que deben ser tratadas antes de comenzar ninguna nueva actividad. Sin conocer el pasado no hay nueva actividad.

 NOCHE 1044

 La voluntad, el deseo, eso tengo que verificar.
 Yo le dije, trabajar con fuerza, significa tener futuro. Volveremos a vernos, me dijo ella, y así, pasaron años.

 NOCHE 1436

 A veces no soporto bien esta juventud imperturbable que me toca vivir.

 NOCHE 1484

 Y después alguna música sonará y vendrán las flores del entierro, los periodistas se mirarán avergonzados y todo seguirá más o menos igual.
 Alguna joven recordará, en las veladas, algunos de mis versos y habrá algún oro, para algún traidor que se llenará la boca con mi nombre.
 Nadie sangrará en mis historias, porque la sangre ya estará seca. y cuando se recuerden mis amores ya no habrá amor.

 NOCHE 1589

 Oh si pudiera, de esta noche inmensa que me encuelve arrancar un poema.
 Dibujar en la página la sutileza de un gesto de amor.

FEDERICO GARCÍA LORCA


CALLES Y SUEÑOS

Un pájaro de papel en el pecho
dice que el tiempo de los besos no ha llegado.
VICENTE ALEIXANDRE

DANZA DE LA MUERTE

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo viene del Africa a New York!
 

Se fueron los árboles de la pimienta,
los pequeños botones de fósforo.
Se fueron los camellos de carne desgarrada
y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.
 
Era el momento de las cosas secas,
de la espiga en el ojo y el gato laminado,
del óxido de hierro de los grandes puentes
y el definitivo silencio del corcho.
 
Era la gran reunión de los animales muertos,
traspasados por las espadas de la luz;
la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza
y de la gacela con una siempreviva en la garganta.
 
En la marchita soledad sin honda
el abollado mascarón danzaba.
Medio lado del mundo era de arena,
mercurio y sol dormido el otro medio.
 
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
caimán y miedo sobre Nueva York!

 
Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío
donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.
Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,
con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,
 
acabó con los más leves tallitos del canto
y se fué al diluvio empaquetado de la savia,
a través del descanso de los últimos desfiles,
levantando con el rabo pedazos de espejo.
 
Cuando el chino lloraba en el tejado
sin encontrar el desnudo de su mujer
y el director del banco observaba el manómetro
que mide el cruel silencio de la moneda,
el mascarón llegaba a Wall Street.
 
No es extraño para la danza
este columbario que pone los ojos amarillos.
De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso
que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.
El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,
ignorantes en su frenesí de la luz original.
Porque si la rueda olvida su fórmula,
ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos
y si una llama quema los helados proyectos,
el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.
 
No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.
El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,
entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados
que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces.
¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,
tendida en la frontera de la nieve!
 
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York!
 

Yo estaba en la terraza luchando con la luna.
Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.
 
En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.
Y las brisas de largos remos
golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.
 
La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro
para fingir una muerta semilla de manzana.
El aire de la llanura, empujado por los pastores
temblaba con un miedo de molusco sin concha.
 
Pero no son los muertos los que bailan,
estoy seguro.
Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.


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Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;
son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,
los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,
los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,
los que beben en el banco lágrimas de niña muerta
o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.
 
¡Que no baile el Papa!
¡No, que no baile el Papa!
Ni el Rey,
ni el millonario de dientes azules,
ni las bailarinas secas de las catedrales,
ni constructores, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.
Sólo este mascarón,
este mascarón de vieja escarlatina, ¡sólo este mascarón!
 
Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,
que ya vendrán lianas después de los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy pronto.
¡Ay, Wall Street!
 
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo escupe veneno de bosque
por la angustia imperfecta de Nueva York!

 

PAISAJE DE LA MULTITUD
QUE VOMITA

(ANOCHECER DE CONEY ISLAND)

LA mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas el cielo barrido
y filtraba un asia de luz en las circulaciones subterráneas.
 
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena;
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
 
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
 
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.
 
Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se golpeó en las barandillas del embarcadero.

PAISAJE DE LA MULTITUD
QUE ORINA

(NOCTURNO DE BATTERY PLACE)

Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
el sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
ni importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los trasatlánticos!
Fachadas de crín, de humo; anémonas, guantes de goma,
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas
campos libres donde silban mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

ASESINATO

(DOS VOCES DE MADRUGADA EN
RIVER SIDE DRIVE)

¿Cómo fue?
— Una grieta en la mejilla.
¡Eso es todo!
Una uña que aprieta el tallo.
Un alfiler que bucea
hasta encontrar las raicillas del grito.
Y el mar deja de moverse.
¿Cómo, cómo fue?
— Así.
-¡Déjame! ¿De esa manera?
-Sí.

El corazón salió solo.
-¡Ay, ay de mí!

 

PSICOANALIZARSE
TAMBIÉN 
ES UN ACTO POÉTICO


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NAVIDAD EN EL
HUDSON

¡ESA esponja gris!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo con el mundo
de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.
 
El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.
 
Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba el oso de agua que lo había de estrechar
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño de nueve años agite sus ramitos de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: Desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!
 

CIUDAD SIN SUEÑO
(NOCTURNO DEL 
BROOKLING BRIDGE)

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
 
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
 
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne vida. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
 
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas

y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
 
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
 
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

PANORAMA CIEGO DE
NUEVA YORK

Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
 
Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.
 
Un traje abandonado pesa tanto en los hombros
que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.
Y las que mueren de parto saben en la última hora
que todo rumor será piedra y toda huella latido.
 
Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.
 
No, no, son los pájaros,
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,
ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento
ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada.
Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo
es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.
 
Yo muchas veces me he perdido
para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas
y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas
donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas
y para la tierna intimidad de los volcanes.
 
No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,
pero dientes que callarán aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.
La tierra con sus puertas de siempre
Que llevan el rubor de los frutos.


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NACIMIENTO DE CRISTO

Un pastor pide teta por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los filos eternos de la madera rota.
 
¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.
 
Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.
La luna tiene un sueño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.
 
El niño llora y mira con un tres en la frente.
San José ve en el heno tres espinas de bronce.
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.
 
La nieve de Manhatan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma,
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
 
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
 
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
 
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
 
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

LAS 2001 NOCHES
Es un libro de Miguel Oscar Menassa.

Te invitamos a la cena de presentación con vinos, manjares, música, poesía.
Y el libro de regalo, firmado por el autor,
por sólo 60$.

El encuentro será en el 
Hotel Crillón 
de Buenos Aires

El viernes 28 de noviembre a las 21h.

Reserva tu entrada con 
anticipación al
Tel. de Buenos Aires:
328 06 17/ 07 10 

CESARE PAVESE


DIÁLOGOS CON LEUCO
—EL MISTERIO—

A todos nos gusta oír que los misterios eleusinos presentaban, para los iniciados, un modelo divino de inmortalidad en las figuras de Dionisio y Deméter (y Cora y Plutón). Nos gusta menos que nos recuerden que Deméter es la espiga —el pan— y Dionisio la uva —el vino—. «Tomad y comed ... »

(Hablan Dionisio y Deméter)

DIONISIO. Estos mortales son verdaderamente divertidos. Nosotros sabemos las cosas y ellos las hacen. Me pregunto qué serían nuestros días sin ellos. Qué seríamos nosotros, los Olímpicos. Nos llaman con sus vocecitas y nos dan nombres.

DEMÉTER. Yo existía ya antes que ellos, y puedo asegurarte que en aquel entonces uno estaba solo. La tierra era selva, serpientes, tortugas. Éramos la tierra, el aire, el agua. ¿Qué podíamos hacer? Fue entonces cuando adquirimos la costumbre de ser eternos.

DIONISIO. Esto no sucede con los hombres.

DEMÉTER. Es verdad. Todo aquello que tocan se vuelve tiempo. Se vuelve acción. Espera y esperanza. También morir para ellos significa algo.

DIONISIO. Tienen un modo de nombrarse a sí mismos, a las cosas y a nosotros, que enriquece la vida. Como las viñas que han sabido plantar sobre estas colinas. Cuando llevé el sarmiento a Eleusis, no sabía que de unas pendientes tan feas y pedregosas hubieran hecho un país tan dulce. Lo mismo con el trigo y con los jardines. Dondequiera que gasten fatigas y palabras nace un ritmo, un sentido, un reposo.

DEMETER. ¿Y las historias que saben contar de nosotros? Me pregunto a veces si yo soy de verdad Gea, Rea, Cibeles, la Madre Grande, como me nombran. Saben darnos nombres que nos revelan a nosotros mismos, Iaco, y que nos arrancan de la abrumadora eternidad del destino para plasmarnos en los días y en los países donde estamos.

DIONISIO. Para nosotros tú eres siempre Deo.

DEMÉTER. ¿Quién diría que, en su miseria, tienen tanta riqueza? Para ellos yo soy un monte selvático y feroz, soy nube y gruta, soy señora de los leones, de los cereales y de los toros, de las rocas amuralladas, la cuna y la tumba, la madre de Cora. Todo se lo debo a ellos.


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DIONISIO. También hablan siempre de mí.

DEMÉTER. ¿Y no deberíamos, Iaco, ayudarlos más, compensarlos de alguna manera, estar a su lado en la breve jornada que gozan?

DIONISIO. Tú les has dado los cereales; yo, la vid, Deo. Déjalos hacer. ¿Hace falta otra cosa?

DEMETER. Yo no sé cómo, pero lo que nos sale de las manos siempre es ambiguo. Es una espada de doble filo. Mi Triptolemo casi se ha hecho degollar por el huésped escita a quien llevaba el trigo. Y tú también, por lo que oigo, haces correr bastante sangre inocente.

DIONISIO. No serían hombres si no fuesen tristes. Su vida tiene que morir. Toda su riqueza es la muerte, que los obliga a ingeniarse, recordar y prever. Y además no creas, Deo, que vale más su sangre que el trigo o el vino con que la nutrimos. La sangre es vil, sucia, mezquina.

DEMÉTER. Tú eres joven, Iaco, y no sabes que es en la sangre donde nos han encontrado. Tú recorres el mundo, inquieto, y la muerte es para ti como un vino que exalta. Pero no pienses que todos los mortales han sufrido lo que narran de nosotros. Cuántas madres mortales han perdido a su Cora y no la han reencontrado jamás. Aún hoy el homenaje más valioso que saben hacemos es derramar sangre.

DIONISIO. ¿Pero es un homenaje, Deo? Tú sabes mejor que yo que cuando mataban a la víctima, en otro tiempo, creían que nos mataban a nosotros.

DEMÉTER. ¿Y podemos reprochárselo? Por eso te digo que nos han encontrado en la sangre. Si para ellos la muerte es el fin y el principio, tenían que mataros para vemos renacer. Son muy infelices, Iaco.

DIONISIO. ¿Tú crees? A mí me parecen unos necios. O tal vez no. Dado que son mortales, le dan un sentido a la vida matándose. Ellos, las historias, tienen que vivirlas y morirlas. Toma el caso de Icario...

DEMÉTER. Aquella pobre Erígona...

DIONISIO. Sí pero Icario se ha hecho matar porque lo ha querido. Tal vez ha pensado que su sangre fuera vino. Vendimiaba, pisaba las uvas y trasegaba como un loco. Era la primera vez que en una era veían espumar el mosto. Han rociado con él los setos, los muros, las palas. También Erígona sumergió en él las manos. Y entonces ¿por qué este viejo necio anda por los campos, se arrima a los pastores y los hace beber? Ellos, borrachos, envenenados, enfurecidos, lo han descuartizado sobre los setos, como a un chivo, y luego lo han sepultado para que se convirtiera también él en vino. Él lo sabía y lo ha querido. ¿Debía sorprenderse la hija, que había gustado ese vino? También ella lo sabía. ¿Qué más podía hacer, para terminar esta historia, que ahorcarse bajo el sol como un racimo de uva? Nada hay de triste en esto. Los mortales cuentan las historias con la sangre.

DEMETER. ¿Y te parece que esto es digno de nosotros? Tú que has preguntado qué seríamos sin ellos, sabes que un día pueden cansarse de nosotros los dioses. Ves entonces que la sangre, esta sangre mezquina, te importa.

DIONISIO. ¿Pero qué quieres que les demos? De cualquier cosa harán siempre sangre.

DEMÉTER. Hay una sola manera, y tú la sabes.

DIONISIO. Dime.

DEMÉTER. Darle un sentido a su muerte.

DIONISIO. ¿Cómo dices?

DEMÉTER. Enseñarles la vida beata.

DIONISIO. Pero es tentar al destino, Deo. Son mortales.

DEMÉTER. Escúchame. Llegará un día en que ellos mismos lo pensarán. Y lo harán sin nosotros, con un cuento. Hablarán de hombres que han vencido a la muerte. Ya han puesto a uno de ellos en el cielo; alguno desciende al infierno cada seis meses. Uno de ellos ha combatido con la muerte y le ha arrebatado una criatura... Compréndeme, Iaco. Lo harán solos. Y entonces nosotros volveremos a ser lo que fuimos: aire, agua y tierra.

DIONISIO. No vivirían por esto más tiempo.

DEMÉTER. Muchacho tonto, ¿qué crees tú? Pero morir tendrá un sentido. Morirán para renacer ellos también, y ya no necesitarán nada de nosotros.

DIONISIO. ¿Qué quieres hacer, Deo?

DEMÉTER. Enseñarles que nos pueden igualar más allá de] dolor y de la muerte. Pero decírselo nosotros. Enseñarles que, así como el trigo y la vid descienden al Hades para nacer, la muerte es para ellos una nueva vida. Darles este cuento. Conducirlos mediante este cuento. Enseñarles un destino que se entrelace con el nuestro.

DIONISIO. Morirán igualmente.

DEMÉTER. Morirán y habrán vencido a la muerte. Verán algo más que la sangre. Nos verán a nosotros dos. No temerán más a la muerte y no necesitarán aplacarla derramando otra sangre.
DIONISIO. Se puede hacer, Deo, se puede hacer. Será el cuento de la vida eterna. Casi los envidio. No conocerán el destino y serán inmortales. Pero no esperes que se detenga la sangre.

DEMÉTER. Pensarán solamente en la eternidad. A lo sumo, existe el peligro de que descuiden estas fértiles campañas.

DIONISIO. Puede ser. Pero una vez que el trigo y la viña tengan el sentido de la vida eterna, ¿sabes qué verán los hombres en el pan y en el vino? Carne y sangre, como ahora, como siempre. Y carne y sangre manarán, ya no para aplacar a la muerte, sino para alcanzar la eternidad que les espera.

DEMETER. Se diría que ves el futuro. ¿Cómo puedes decirlo?

DIONISIO. Basta haber visto el pasado, Deo. Cree en mí. Pero te apruebo. Será siempre un cuento.
Traducido por Marcela Milano
 

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DINO CAMPANA


IMÁGENES DEL VIAJE
Y DE LA MONTAÑA

… después de que en la sorda lucha nocturna
La más poderosa alma segunda rompiera nuestras cadenas
Nos despertamos llorando y era la azul mañana:
Como sombras de héroes navegaban:
Ninguna sombra del alba en los puros silencios
Del alba
En los puros pensamientos
Ninguna sombra
Del alba ninguna sombra:
Llorando: jurando fe al azul.
· · · · · · · · · · · · · · ·
Parece joven aún la pálida mujer sentada
Sobre la última cuesta cerca de la antigua casa:
Ante ella se sueltan los valles inciertos
Hacia las soledades altas de los horizontes:
La gentil canosa el cuco escucha cantar.
Y el sencillo corazón probado de los años
A las melodías de la tierra
Escucha quieto: las notas
Llegan, continuas y ambiguas como a través de un velo de seda
 
De selvas oscuras el torrente
Acomete y con aletargados remolinos el recinto de rocas
Lame y lo envuelve de un aéreo celeste...
Y el cuco cuela más lento dos notas veladas
En el silencio azulado
· · · · · · · · · · · · · · ·
· · · · · · · · · · · · · · ·
El aire ríe: la trompa retumba los montes
En el valle: la masa de los escurridores
Se suelta: tiene vivos saltos; nuestros corazones
Brincan: y grita y traspone los puentes.
Y desde las alturas a los infinitos albores
Vigilantes, calan temerosos por los montes,
Trémulos y vagos en las vivas fuentes,
Los ecos de nuestros dos sumisos corazones...
Han atravesado una larga teoría:
En el aire no sé qué báquico canto
Suben: y detrás de ellos el monte atruena:
· · · · · · · · · · · · · · ·
Y se distingue su verde canto.
· · · · · · · · · · · · · · ·
Andar, de las aguas a los remolinos, por el inclinado
Valle, en el sordo murmurar rozado:
Seguir un ala cansada por el inclinado
Valle que se aleja y vuelve: desolado
Andar por los valles, ¡hasta que en azulada
Serenidad, de las ásperas rocas influjo
Una Aldea de dispares torres grises
En el cambiante pensamiento aparece y se esfuma,
Sobre el árido sueño, serenamente!
¡Oh si como el torrente que roe
Y reposa en un azul igual,
Si semejante a tus muros el Alma
A la nada proclive en su andar fatal,
Si a tus muros con paz cristalina
Tender pudiera, en una paz igual,
Y el recuerdo reflejar de una divina
Serenidad perdida oh tú, inmortal
Alma! ¡Oh tú!
· · · · · · · · · · · · · · ·
· · · · · · · · · · · · · · ·
La mies, cómplice del misterioso coro
Del viento, en calles de largas olas tranquilas
Muda y gloriosa por mis pupilas
Suelta el regazo de las luces de oro.
¡Oh Esperanza! ¡Oh Esperanza! ¡a millares y millares
Brillan los frutos en verano! ¡un coro
Que es mágico, es por su murmullo, canoro
Que vive por miríadas de chispas!...
 
Aquí está la noche: y de pronto me vigilan
Luces y más luces: y yo lejos y solo;
Quieta está la mies, hacia el infinito
(Quieto el espíritu) van muchos cantos
En la noche: en la noche, un pacto: Sólo
Sombra que vuelve, que había partido...
 

Traducción de Antonio Aliberti

El CANTO DE LA
TINIEBLA

La luz del crepúsculo se atenúa:
¡Inquietos espíritus, sea dulce la tiniebla
Para el corazón que ya no ama!
Manantiales manantiales hemos de escuchar,
Manantiales, manantiales que saben
Manantiales que saben que hay espíritus
Que hay espíritus que están escuchando...
Escucha: ¡la luz del crepúsculo se atenúa
Y para los inquietos espíritus es dulce la tiniebla;
Escucha: te ha vencido la Fortuna
Pero para los corazones ligeros otra vida está a las puertas:
No hay dulzura que pueda igualar a la Muerte
Más Más Más
Comprende a quien aún te acuna
Comprende a la dulce muchacha
Que dice al oído: Más Más
Y de pronto se eleva y desaparece
El viento: que vuelve del mar
¡Y de pronto sentimos jadear
Al corazón que más nos amó!
Miramos: ya el paisaje
De los árboles y las aguas es nocturno
El río se aleja taciturno...
¡Pum! ¡mamá ese hombre allá arriba!
 
 

Traducción de Antonio Aliberti

ANTONIO PORCHIA


VOCES

 He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.

 Mirando las nubes he visto que mi pensamiento no tiene su cuerpo solamente en mi cuerpo

 Todos los soles se esfuerzan en encender tu llama y un microbio la extingue.

 Más llanto que llorar es ver llorar.

 El hombre es aire en el aire y para ser un punto en el aire necesita caer.

 Porque te quiero bien, quisiera poder hacerte creer cuanto yo he dejado de creer.

 ¿Habría este buscar eterno si lo hallado existiese?

 No me das nada. Porque cuando nada te pido, no me das nada.

 El dolor no nos sigue: camina adelante.

 Arrancamos a la vida la vida, para con ella, verla.

 Cuanto no puede ser, casi siempre es un reproche a cuanto puede ser.

 Tu mano me basta, porque me cubre todo y no es transparente.

 Has venido a este mundo que no entiende nada sin palabras, casi sin palabras.

 Quien se queda mucho consigo mismo, se envilece.

 Algunas cosas me he resignado tanto a no tenerlas que ya no me resigno a tenerlas.

 Percibimos el vacío, llenándolo.

Dios le ha dado mucho al hombre; pero el hombre quisiera algo del hombre.

 Cuando todo está hecho, las mañanas son tristes.

 El ir derecho acorta las distancias, y también la vida.

 Todo lo creado, sólo es lo que tú puedes crear con todo lo creado.


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 En Plena luz no somos ni una sombra.

 Si has de cerrar la ventana donde asoman tus Ojos, cierra antes tus ojos.

 El fenecer de un alma es leve, muy leve, casi silencio.

 Cada uno cree que sus cosas no son como todas las cosas de este mundo. Y es por ello que cada uno tiene sus cosas.

 Donde no hay un bien para mostrarlo, la noche es un bien.

 El árbol está solo, la nube está sola. Todo está solo cuando estoy solo.

 Mueren cien años en un instante, lo mismo que un instante en un instante.

 Con algunas personas mi silencio es total: interior y exterior.

 El dolor está arriba, no abajo. Y todos creen que el dolor está abajo. Y todos quieren subir.

 Mi cuerpo me separa de todo ser y de toda cosa. Nada más que mi cuerpo.

 A veces, de noche, enciendo una luz para no ver.

 No sale de lo malo quien está en él, porque teme encontrarse... con lo malo.

 Si no has de cambiar de ruta, ¿por qué has de cambiar de guía?

 Cuanto menos uno cree ser, más soporta. Y si cree ser nada, soporta todo.

 Veía yo un hombre muerto. Y yo era pequeño, pequeño, pequeño... ¡Dios mío!, ¡qué grande es un hombre muerto!

 Sí, es necesario padecer, aun en vano, para no vivir en vano.

 Cuando observo este mundo, no soy de este mundo; me asomo a este mundo.

 Nadie entiende que lo has dado todo. Debes dar más.

 El matador de almas no mata cien almas; mata una alma sola, cien veces.

 Como me hice, no volvería a hacerme. Tal vez volvería a hacerme como me deshago.

 Ante cada nuevo drama me pregunto: ¿éste es el drama?

 Quien no sabe creer, no debiera saber.

 Sólo algunos llegan a nada, porque el trayecto es largo.

 Se pueden tender puentes para salvar vacíos, pero no en un total vacío como tu total vacío.

 Cuando no me hago daño, temo hacer daño.

 En la calle, nada más que la calle, y en tu casa, nada. Ni la calle.

 Estoy tan poco en mí, que lo que hace de mí, casi no me interesa.

 Donde hemos puesto algo, siempre creemos que hay algo, aunque no haya nada.

 Hombres y cosas, suben, bajan, se alejan, se acercan. Todo es una comedia de distancias.

 ¿Es tanto lo que no sé? ¿Y cómo? ¿Es que alguna vez habré sabido tanto, que es tanto lo que no sé?

 Si pudiera dejar todo como está, sin mover ni una estrella, ni una nube. ¡Ah, si pudiera!

 Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies.

 

ANTONIO PORCHIA

 

PSICOANALIZARSE
TAMBIÉN
ES UN ACTO POÉTICO

MIGUEL OSCAR MENASSA


PREDICCIONES 2000

A LOS CUARENTA Y CINCO AÑOS

Sentado cerca, muy cerca, de mi alma,
miro las flores de mi pequeño jardín
y me estremezco.

Es mi jardín una gota pequeña de mi sangre.
Son mis flores colores de mi vista.
Reconozco crecer en el lento y pertinaz,
crecer de yerbas buenas, anémonas o
pequeñas caléndulas retorcidas de amor.

En el centro de mi pequeño jardín está la selva.
Esotéricas malvas, margaritas perdidas de inocencia.
Pequeñas campanillas multicolores pero con ruido a selva,
a tambores alucinados, a tambores quietos esperando la muerte,
a pequeños tambores de locura, a tambores valientes,
empedernidos, tercos tambores, que ya suenan sin manos,
que ya suenan por la simple alegría de sonar.

Tambores, tambores negros, tambores de la muerte.
Arranco de mi jardín, una inocencia, un don, una esperanza
arranco del centro de mi jardín, del fondo mismo de la selva,
pequeña poesía enamorada, rota de amor, futura.

AY COSAS DE LA INFANCIA QUE NO VUELVEN

Hay cosas de la infancia que no vuelven,
la sonrisa juvenil de mi madre,
las empanadas de mi abuela muerta,
el corazón temido de la noche.

Hay cosas de la infancia que quedan en la infancia.

La tenebrosa entrada en los infiernos,
el pecado primero, la primera virtud,
la gloriosa ascensión a los cielos,
la vergüenza de provenir del sexo.

Hay cosas de la infancia que quedan en la infancia.

EL HOMBRE VUELA, SE HACE NOSTALGIA, VUELA

No vengo yo a escribirlo si soy el Otro.
Vengo a vivir agazapado esperando el sonido.
La aparición brusca de una huella dejada de lado.
Vengo transparente, con el deseo de ser atravesado.

Me dejo estar, dejo que la sed avance hasta el delirio.
Cuando la boca seca, cuando el desierto, cuando mi padre,
cuando la triste muerte compañera deja de aullar,
tiendo, tranquilamente, mi mirada por todo lo imposible.

Y no es que comience el verso o intente escribirlo.
Hay algo que me pasa que no registro, un fuego sin luz,
un alboroto
interior, un algo más que mis palabras.

Y así, sin escribirlos, escribo versos.
Hay de golpe, cosas, en mis manos, que no son yo.
Hay de golpe, cosas, en el mundo, que no son mi vida.

SOY UN SER AISLADO, SUSPENDIDO...

Soy un ser aislado, suspendido entre signos de puntuación.,
Un sereno juglar de la belleza oculta, de los bienes perdidos.
Alma me dicen y mi congoja estalla hasta los límites del mar.
Amor me dicen y se desgarra mi tierra en terremotos, caídas.

Soy un ser enamorado del pedazo de pan que me llevo a la boca.
Un solitario ser, amante del crujido del pan entre mis dientes.
Paz me dijeron y estalló frente a mí, la guerra, la vergüenza.
Paz, gritaban, mientras le cortaban las manos al cantor, al viento.

Soy mi Tristán, La Isolda, el ser vivo del otro, vieja soledad.
Esa vieja costumbre de saber recorrerme sin violencia, sin Dios.
Un punto en el centro del corazón, una coma colgando de los labios.

¡Libertad! me gritaron, ¡trabajo, me gritaron, y libertad!
y fue divertido ver cómo se ataban hasta inmovilizarse.
Nadie podía detenerme, lo borré todo, lo rompí.


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DESPUES DE LOS CINCUENTA

Después de los cincuenta espero dedicarme a vivir.
Y aunque la mano venga que nadie sabe de eso,
igual lo intentaré, pensando que versos he podido,
y el poema deja el camino libre para la vida.

Y cuando los grandes candidatos de las artes y las letras
y cuando los políticos del alma se bajen los pantalones,
por un instante de vida vivida, de poesía inmortal.
Contestaré y no contestaré, tranquila, apasionadamente.

De atreverme a vivir después de los cincuenta años,
y de la herida por la cual sangra todo lenguaje
me siento estrictamente responsable, me duele a mi.

Y si vivo y si quiero vivir como una alondra en libertad
quiero decir, quiero abrir una puerta a los misterios:
Antes de vivir un instante, escribí todos los instantes.

A LOS CINCUENTA AÑOS

Nada del corazón que ya no tengo
ni nada de la cabeza que ya se fue.
Nada de grandes guerras que no terminan
y nada de amor, amada, hoy toca vivir.

Hoy, toca el canto, sin apuestos cantores.
El baile sin pareja, la música sin fondo
hoy toca que te toque alguna fibra inexplicable
ese nudo imposible que no se puede hacen

No el tejido del alba, ya conocido
ni la sencilla roca partiéndose de amor.
No viene no, la muerte, ni la peste, ni el hambre.

Ni la extrema lujuria del opaco silencio
hoy viene amada, en el poema, un aire
un viento, estremecido, de vida sin dolor.

NO TENGO QUE DEJARME CEGAR POR LUZ ALGUNA

No tengo que dejarme cegar por luz alguna
aunque reconozco, al decirlo, algo me ciega.
Mis cosas hechas, mis amores tenidos, mis poemas,
al viento, alguna loca ambición del tiempo porvenir.

Marca que el hambre me dejó en la nostalgia.
Algún muerto querido reclamando su muerte.
Algo me ciega cuando escribo: he amado.
Algo de la libertad que ya no podré ser.

Algún pedazo de sol caído para siempre.
Algo que ya no brilla para nadie, me ciega.
Un fulgor que no siendo, no ve nada en mí.

Y ese no ver lo que será imposible, habla,
me dice del deambular efímero de los astros,
de un amor hecho carne sobre los ojos ciegos.

CUANDO SE ABRAN LOS VIENTRES

Cuando se abran los vientres, yo no tomaré nada.
Entre los despedazados cuerpos confusos y alertas,
entre la poca realidad, lo negro, la débil vida,
amante del cuerpo de la letra, diré mis palabras.

Vengo de aquí, soy de aquí mismo, roca de soledad-
Nací en vuestra mirada, nací en vuestra impudicia,
Nací como una fuente enloquecida, aguas del deseo,
para dejar palabras, voz de la poesía, en libertad.

Tengo, por haber atravesado los confines del hombre,
por haberme deslizado en la mirada de la muerte,
algo del universo, una partícula de infinito en mi voz.

Vengo de aquí, soy de tus propias entrañas, el eco,
alucinado y luminoso de tu propio silencio oscuro,
el eco donde el tiempo, arrasa la memoria.

LA VIDA VIVE EN MIS PALABRAS

La vida vive en mis palabras, el goce en mi voz
y vosotros, tendréis que resolver el acertijo.
Soy una herida abierta que sólo se repite sin dolor.
Soy una pulsación, sin ritmo, ni latidos.

Algo del ser que ya no fue sino representado.
Un hilo de luz en la montaña abierta y desolada,
pero sin que hubiera de haber desolación,
ni montaña, ni hilo, ni tan siquiera luz.

No soy el humo que parte de la llama y se disipa,
ni el grito que se arranca de la garganta para ser
ni el perfume que escapa de la piel del deseo.

Soy algo del humo, algo de la llama, que perdura:
lo que el grito no pudo asesinar de la garganta,
olor vacío de perfumes, agujero de piel, poesía.

LEJANÍA

Ahora estoy excitado, loco de contento,
me puse a decir cosas y nació un poema.
Después me sacudí las últimas cenizas de la muerte
y me puse a mirar la lejanía y, algo me estremeció.

No fue una luz de fuego, ni el dolor de la guerra,
ni del futuro de las artes y las ciencias luminosas.
No vi cuando miré la lejanía la caída del mundo.
No vi bombas atónitas, ni láser asesino, ni venenos.

No vi al hombre en soledad encerrado en sí mismo.
Ni a la mujer crucificada queriendo ser nuevas religiones.
No vi familias encadenadas o muertas o estados corrompidos.

No vi niños raquíticos ni jóvenes drogados o perdidos.
Ni me vi, a mí mismo, viejo, con barba blanca, escribiendo.
Lo que vi fue, sencillamente, la lejanía y, eso, me estremeció.

POESÍA 2000

Deshojados rumores del tiempo
se abanican sobre mi cuerpo ya dejado de lado.

Son instantes que huelen a podrido, a carne agusanada.

Dejo volar mis manos

y el fin de siglo se conmueve por la pureza de mis gestos.

El apocalipsis esperado era esta página.

En medio de la guerra,
en medio de la guerra atómica,
en medio de otras guerras,
la guerra sucia, la guerra fría.

En medio de la droga, la pólvora,
la mutilación, la muerte,
el sida silencioso,
ha nacido el poeta.

Aquí me teneis, soy el ejemplo posible.
En medio exacto de la locura universal,
vivo, no padezco de nada y cuando canto,
es una carne ajena la que canta en mi voz.

Soy los arrebatos inquietantes de la lengua,
una serpiente aligerada de su propio veneno,
sólo el movimiento de reptación al infinito,
luces perdidas negros senderos del silencio.

Soy un humano terrestre, lleno de algarabía,
la luz, que se bebe el futuro para contarlo.
Voz sin ecos, equilibrada voz sin ecos, voz.

El hombre me esperaba, suave caricia desgarrada,
que dejará en el inocente terráqueo sin medida,
sonora resonancia abierta, huellas de libertad.

AMOR 2000

Es una voz inconfundible la que me confunde.
Los vientos detenidos clavándose en mi tiempo,
recurren a las más viejas fantasías de olvido
y, en ese punto negro de la memoria, surge el poema.

No es una sustancia, un ser. une atraviesan la nada.
Es nada lo que se come la sustancia, atravesando el ser.
Es huecos de huecos, el infinito que me mira,
Es línea sobre línea, generando agujeros invisibles.

Opongo al misterioso siglo del vacío perfecto,
La carne desmesurada y abierta de tus ojos,
La sangre de tu boca, herida por lo insondable.

Opongo a la siniestra ceguera universal,
Incandescente luz del choque de los cuerpos,
La magnética luz de tus palabras, amándome.


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